Archivo el primer día de la semana

 



         Dios eterno, ante quien mil años son un ayer que pasó, rescata nuestro tiempo de su inutilidad y vaciedad, colmando de tu plenitud, enviándonos el Espíritu Santo de tu Hijo, para que toda nuestra vida sea alegría y júbilo.
        Vuélvete Señor hacia nosotros. Pues nuestra vida es una fatiga inútil, nuestros años pasan a prisa y vuelan.
            Porque Tú estás a nuestro lado no nos acobardamos.
        Aunque nuestro exterior vaya decayendo, Tú vas renovando nuestro interior de día en día.
        Nuestras penalidades momentáneas y ligeras no nos destruyen, sino que gracias a Ti vivimos una riqueza eterna, en una alegría y una paz grandísimas.


      El que creyendo en la promesa de Dios espera la vuelta del Señor y se esfuerza por vivir en el horizonte de la esperanza que no defrauda, experimenta la alegría de sentirse amado, envuelto y custodiado por la Trinidad Santa.
       Como las vírgenes prudentes de la parábola, espera al esposo alimentando el aceite de la esperanza y de la fe con el alimento sólido de la palabra, el pan de la vida y del Espíritu Santo, que se nos da en la palabra y en el pan.
       Vivir la espiritualidad de la espera significa estar aguardando contemplativamente, en la conciencia absoluta de la primacía de Dios sobre nuestra vida y sobre toda la historia de los hombres.
       Por eso, la actitud espiritual de la vigilancia es un constante remitir al Señor que viene a nuestra vida, a la historia humana en la luz de la fe que nos ayuda a caminar como peregrinos hacia un lugar y que nos permite orientar hacia allí todas nuestras esperanzas.


      Una gran tribulación, un problema puede hacer crecer al hombre en madurez más que cinco años de crecimiento normal.
       Con frecuencia oímos estos comentarios: “cómo ha cambiado fulano” o “cuánto ha madurado”, “es que le ha tocado sufrir mucho”.
       Cuando todo marcha bien, cuando no hay dificultades ni espinas el hombre tiende a encerrarse en sí mismo para saborear sus éxitos. Pero enseguida se adormece, sus logros y sus satisfacciones lo sujetan a la tierra y le resultan como altas murallas que lo encierra en sí mismo, sin darse cuenta de que esas murallas lo defienden, pero también lo encarcelan.
       Atrapado en sus propias redes, propietario de sí mismo, ofuscado por el resplandor de su imagen, ¿quién lo liberará de tanta esclavitud? Solo un temblor de tierra.
       A Dios no le queda otro camino de liberación que enviar a este hombre, a veces, alguna tribulación para despertarlo, para desalojarlo, para, derribando sus muros defensivos, sacarlo del “egipto” de sí mismo.


      Jesús repitió una y otra vez que el Reino de Dios es como una piedra preciosa, como un tesoro que se encuentra, llena el alma de alegría, siembra las mañanas de margaritas y alegra el aire con cantos de pájaros.
       Es en esta temperatura interior de donde brotó aquel mensaje lleno de alegría para el mundo.
       Nos dijo que nadie debe tener miedo, que cualquier vulgar asesino puede acabar con el cuerpo pero que ni con la punta de una lanza podrá rozar el alma humana, porque ella está segura en las manos del Padre.
       Es posible que la infamia caiga sobre los hijos como un puñado de barro, pero de qué extrañarse... Esa misma suerte corrieron los profetas y el propio Jesús, pero pensad que desde fuera nadie puede emborronar el alma.



      En el universo podemos ver la belleza divina, y en el mundo intelectual podemos discernir la verdad eterna. Pero la bondad de Dios se encuentra solamente en el mundo espiritual, en la experiencia religiosa personal.
       Sí, porque la religión es fe, en su verdadera esencia, y confianza en la bondad de Dios. En la filosofía humana Dios podría ser grande y absoluto, e incluso inteligente y personal de algún modo; pero para mi fe, Dios es bueno...
       El hombre puede temer a un Dios grande y todopoderoso, pero sólo en un Dios bueno puede confiar…, y sólo a un Dios bueno puede amar. La bondad de Dios es parte de la personalidad de Dios, y su plena revelación aparece tan sólo en la experiencia religiosa personal de los hijos de Dios.
       La abundancia de la bondad de Dios conduce al hombre descarriado al arrepentimiento. Dios es bueno, y es el refugio eterno del alma de los hombres… El Señor Dios es misericordioso y benévolo. Es paciente y abundante en bondad y verdad. ¡Probad y ved que el Señor es bueno! Bendito el hombre que en él confía. Porque sólo Él sana al acongojado y cura las heridas del alma.


    Con frecuencia vienen a mí personas angustiadas en busca de un consejo. Me cuentan su problema y me doy cuenta, cuando intento ayudarles, de que no puedo porque han sido inhabitados por una obsesión. Están obsesionados y no quieren escuchar nada, sino dar rienda suelta a su obsesión.
       Decía el gran profesor Vallejo Nájera, que una obsesión es como alguien que entra en la habitación sin pedir permiso y cierra la puerta, no puedes expulsar al intruso ni tampoco puedes salir de la habitación. Eso es una obsesión. Es como tener que cohabitar con un ser extraño y molesto sin poder expulsarlo.
       La persona que sufre la obsesión se siente dominada y se da cuenta, incluso, de que la idea que le obsesiona es absurda y no tiene sentido y que se ha instalado dentro de él sin motivo alguno. Pero al mismo tiempo se siente impotente para expulsarla y parece que cuanto más se esfuerza por ahuyentarla, con más fuerza se instala y se fija.
       ¿Os acordáis de Jesús cuando expulsaba los demonios? Jesús echaba fuera las obsesiones de la gente de su tiempo. Él sigue vivo, si te sientes obsesionado o angustiado, acude a Él y solo Él podrá echar fuera de ti tu obsesión.

        La amplitud de miras es una actitud del que mira las cosas con corazón limpio.
       Todo es limpio para los que miran las cosas con ojos limpios.
       En este mundo de la duda y la desconfianza es difícil mirar con la mirada serena, pero debe aprender uno a descubrir el lado bueno de las cosas, que todas lo tienen, y a distinguir lo esencial de lo accesorio.
       Es la mejor actitud para descubrir el valor que todos los seres humanos llevan consigo, para descubrir la belleza de la vida y apreciar a las personas.
       Lo verdaderamente importante, las cosas realmente necesarias son muy pocas.
       ¿Recordáis aquello?: Solo una cosa es necesaria.
       Solo por muy pocas cosas hay que luchar.
       Todo lo demás es tan pasajero.


      Aquel al que nosotros llamamos Dios, ese Ser misterioso e indefinible porque está por encima de toda palabra humana es el que encierra el secreto, la raíz, la fuerza, la causa y el significado de todas las cosas.
       Es el que ha escudriñado todo el camino de la sabiduría y se la ha otorgado a su siervo Salomón.
       Por eso la sabiduría ha aparecido en la Tierra y ha vivido entre los hombres.
       Cuando leemos estas palabras proféticas, escritas cientos de años antes de Cristo, enseguida nos inclinamos a ver en ellas una predicción de la encarnación de Jesús.
       En efecto, ¿cuál es esta sabiduría que ha aparecido en la Tierra y que ha vivido entre los hombres? Es Jesús de Nazaret, la sabiduría eterna que ha vivido en medio de nosotros.


     A veces el sufrimiento se presenta de repente, sin llamar antes a tu puerta. Entonces viene y hace la pregunta: ¿Quién eres tú?
      Al sentirnos interpelados de esta manera, al vernos tocados en lo más profundo de lo que somos, de lo que hemos deseado ser, al vernos convertidos en otra cosa: en seres solos, acosados, débiles... podemos desconcertarnos, de momento, como nunca antes nos había sucedido.
       El dolor inquiere de nosotros muchas preguntas, angustias, oscuridades; y entonces hemos de responder ¿quién soy yo? En definitiva, ¿a quién pertenezco? ¿Vendrá alguien en socorro mío? ¿Seré ayudado? ¿Seré confortado? ¿A qué conduce esto?
       Pero el hombre de fe, aunque a veces padezca cierta oscuridad, cierta zozobra, sabe que más allá de sus sufrimientos hay luz, hay sosiego y que puede hallar la paz de su corazón aun en medio de las mayores penalidades.


     No nos hace daño lo que nos sucede, sino lo que nos imaginamos que sucede: un insulto, un fracaso, una desilusión, una crisis... Nos parece que llega el fin del mundo, nos hundimos.
       La princesa se acuesta para morir, el dolor es intenso y a nadie hay que decírselo; se acabó la ilusión.
       Aun en una dolencia verdadera la imaginación nos exagera el peligro y nos enturbia el porvenir, nos impide ser feliz.
       Vemos una serpiente donde no había más que buen vino, vemos calamidades irremediables donde no hay más que un nublado pasajero, y a veces quizá ni eso. Sólo son reflejos de lámparas plateadas.
       A veces nuestros males no son tales males, sino la idea que nos hacemos de ellos.


       Cree firmemente que el bien que hacemos es una fuente abundante de felicidad.
     Aunque a veces nos cueste hacer el bien proporciona una felicidad inmensa y, además, una felicidad que no se agota.
        Hacer el bien de forma gratuita y alegre llena de sentido la vida y una vida llena de sentido es feliz.
        Me gusta citar los proverbios chinos porque conservan una sabiduría muy antigua y muy certera.
        Uno de ellos dice: “El bien que hicimos la víspera, es el que nos trae la felicidad por la mañana”.
        La felicidad, más que en recibir, consiste en dar. En la medida en que damos y nos damos, aumenta en nosotros la felicidad, que es la genuina alegría que inunda el corazón de paz y serenidad.


     “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Es un llamamiento a la honestidad con Dios, a no tranquilizar la conciencia con el cumplimiento de unas prácticas cuyo contenido se ha olvidado. Es como si Jesús nos dijera: “Este pueblo me miente”. Toda acción humana arranca del corazón, pero si el corazón está manchado, el hombre entero y su actuación quedan manchados.
        Cuántas fiestas celebramos, que tienen origen cristiano, y se han convertido para algunos en una fiesta en que Dios está ausente: la Navidad, la Semana Santa, la Pascua, los domingos... En cuantas ocasiones también la actuación diaria en la familia y en el lugar de trabajo está manchada por la envidia, la ambición, la impaciencia, los malos modos, la egolatría...
        Las obras externas quedan marcadas por la intención con la que se hacen. Jesús recuerda que hay que empezar por purificar el corazón, pues de él proceden los malos propósitos. Las maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.


        El santuario de tu corazón Ahora, tú puedes pensar en Él, en Aquel de quien proviene toda claridad y toda luz.
        Tal vez estés algo abrumado por la vida. Es posible que esa preocupación, ese temor, oscurezca tu conciencia, tu interior. Pero tú ahora puedes detenerte un momento y hablar con Él. Si no tienes cerca un santuario, un templo, puedes hablar ahí mismo en el santuario de tu corazón. Puedes hablar con Aquel de quien viene toda claridad, toda luz.
        Si hay algo de oscuridad, algún resquicio de sombra en tu alma, entra en tu santuario interior y haz allí el silencio.
        Tu corazón guarda su secreto. Tu alma tiene su misterio. Ahora tú puedes hablar con Él, con Aquel de quien viene toda luz, el único que sabe hacer amanecer.
        Haz que por un momento se disipe tu sufrimiento y clama aún en tu oscuridad, sencillamente y con toda confianza.
        Hoy es tiempo para caminar, para avanzar hacia donde Él te aguarda. Piensa que es amor, solo amor puro y verdadero, lo que está ahí, delante de ti, dentro de ti.

 

      Dios nuestro llena mi mente y mi corazón de paz.
     Míranos y compadécete de nosotros pues estamos apenados.
        El mal nos atenaza y apenas nos deja fuerzas.
      Con tu mano que cura cualquier enfermedad, suaviza el dolor y el sufrimiento.
        Te lo pedimos por medio de Jesús, el Cristo, que sufrió y murió por nosotros.
        Dios Todopoderoso, Tú que nos ofreces tu amor como un regalo, Tú que nos conoces y nos llamas por nuestro nombre, ten compasión por las personas que tanto amamos, mientras les llega el momento de viajar de la Tierra a los Cielos.
        Disipa nuestros temores, haz que se esfumen, para reconocer con toda esperanza el misterio de la vida, el misterio de tu amor y de tu trato divino hacia nosotros.


        Me parece que los hombres hoy día construimos solo con la esperanza puesta en nosotros mismos, por eso te ruego que me des la convicción profunda de que estaré destruyendo mi futuro siempre que la esperanza en ti no esté presente.
        Señor, una vez más estoy delante de tu gran misterio; ahora me siento completamente envuelto en tu presencia, que tantas veces se torna en confianza. Pero mirando la inmensidad de la tierra de los hombres, tengo la impresión de que muchos ya no esperan en ti, yo mismo hago mis planes, trazo mis metas, y pongo las piedras de un edificio del cual soy el único arquitecto.
        Haz que comprenda profundamente que a pesar del caos de las cosas que me rodean, a pesar de las noches y los días que atravieso, a pesar del cansancio, de los miedos y las dudas, mi futuro está en tus manos, y que la tierra que me muestras en el horizonte de mi mañana, será más bella y mejor.


        Cuando oro de un modo sincero y muestro a Dios todo lo que hay en mí, observo lo que sucede en mi corazón: la tristeza se muestra de manera visible y también el malestar, los celos, la decepción... Lo que trato de reprimir emergerá de lo más profundo de mi ser.
        La oración ilumina todos los abismos de mi alma y ante Dios reconozco muy bien quién soy.
        No miro mi alma, sino que miro a Dios y en Él veo quién soy. Entonces dejo que su luz penetre en mí y me ilumine.
        Comparezco ante Dios completamente desprotegido y clamo a Él.
        A Ti clamo, Señor: “mira mi alma”.
        Comparezco ante Ti.
        Esta es mi realidad, mi pobre realidad.
        Confío en Ti.


      Algunas personas se lamentan de que no perciben a Dios y de que no sienten su presencia. ¿Te percibes acaso a ti mismo? Sencillamente, no podrás percibir a Dios mientras no te encuentres a ti mismo. Para encontrarte con Dios debes presentarle todo lo que hay en ti.
        Dios espera de nosotros que nos encontremos con Él en la oración; y eso solo se consigue si presentamos en la oración a Dios todo lo que hay en nosotros.
        Mi oración no debe ser devota, sino sincera, tengo que dejar que Él escrute todos los rincones, incluso los recovecos más oscuros, todas mis pasiones, mi amargura y mi enfado; pero también mis necesidades, mis deseos...
        En la oración puedo expresar mi miedo y mi desesperación. Cuando me presento ante Dios con sinceridad me doy cuenta de lo lejos que estoy de Él y percibiré dónde me he alejado, dónde me he cerrado a Él.

      Yo sé que mi Dios es bueno, por eso le doy gracias, porque percibo que su amor es eterno; y lo repito constantemente en mi interior: eterno es su amor.
        También sé que aquí todo es transitorio, fugaz, perecedero... que soy un peregrino en este mundo, un ave de paso, pasajero de viaje hacia otro lugar. Por eso acudo al Santo Dios que gobierna mis pasos y vigila mi sendero, celebro la gran misericordia de ese Dios, y lo escucho, y me repito: es eterno su amor. Lo dicen quienes veneran al Señor en la casa de Dios, del único Dios, en su santo templo.
        En mi caminar clamo a Él y Él me entiende, me da respiro, me calma. Por eso ahora no temo nada, porque sé que está conmigo, que es mi auxilio y que finalmente triunfaré sobre mis males, que llegaré a mi destino y me confortará con amorosos cuidados de padre y de madre.
        Me doy cuenta de que lo mejor es refugiarse en Dios, mucho mejor que fiarse de los hombres, y muchísimo mejor que confiar en los poderosos.
        Cuando me rodean peligros y me asaltan las dudas me acuerdo del nombre de mi Dios, y lo invoco. Él escucha mi voz suplicante y acude enseguida en mi ayuda, no con ruido, ni con escándalo, sino en pacífico silencio. Me cubre con su energía, serena mi alma, me acaricia y me dice: no temas, yo estoy aquí.


       Tan pronto como guardo silencio y miro en mi interior, afloran en mí muchos sentimientos que reprimo, decepciones, heridas, pasiones, miedos...
        Muchos huyen de estos pensamientos y buscan el bullicio del mundo y una actividad desmedida. Se pierden en pos de mil cosas para no verse a sí mismos.
        El silencio tiene tres partes. En primer lugar, nos hace contemplar la realidad, ver cómo estoy en la vida y qué se mueve en mi interior. En segundo lugar, me ayuda a desprenderme de lo que me ocupa constantemente, me ayuda a crear una distancia y a poder controlarme. En tercer lugar, gracias al silencio puedo identificarme conmigo mismo y unificarme con el Dios.
        El silencio me conduce hacia la pura presencia, soy un ser pleno en ese momento, de acuerdo con mi vida, uno conmigo, con la creación, con el ser humano y con el Dios. Ya no medito más en Dios, sino que estoy en Él, estoy en Dios.


              Sé que dentro de mí me llevo a mí mismo, convivo con el ser que Dios me ha dado desde que tengo conciencia.
        Aunque cambiara de aspecto, aunque envejeciera más, aunque mi cuerpo se tornara diferente... seguiría llevándome dentro a mí mismo.
        Aunque cambie de casa, de ocupación, de lugar en el mundo... quien se lleva dentro a sí mismo no va a cambiar.
        Por eso, todos, en un momento u otro de nuestras vidas, soñamos con un sueño que en el fondo sabemos falso: si me hubiera pasado esto o aquello en la vida; ¡ay! si hubiera tenido aquella oportunidad, aquel trabajo; si aquella persona amada me hubiera querido a mí; si yo me fuera a vivir a otra parte; si cambiara de ambientes, de amigos; si comenzara de nuevo; si en vez de ser así como soy fuera de otra manera; si pudiera controlarme; si tuviera éxito; si fuera feliz; si no estuviera enfermo...Todo esto es una vana fantasía.
        Gracias Señor por ser quien soy. Tú me has creado así y así me amas. Mi hacedor, mi Padre eterno, acepto lo que reservas para mí desde siempre y para siempre.


      Presento mis manos abiertas y acepto todo lo que Dios quiera enviarme y me abandono en Él, en mi Dios.
        Miro hacia delante y aparecen los temores como las sombras: lo que en el pasado me sucedió, lo que todavía se manifiesta amenazante,
lo que ya he sufrido... A veces me apeno tanto...
        Pero clamando a Ti, Padre, desde lo más profundo de mi ser, desde mis mayores temores, me libro de esta existencia incierta.
        Esa oración mora en mí y no deseo desprenderme de ella, forma parte de mí ser, pues soy tu hijo y a dónde acudiré.
        Lejos de Ti mi alma está seca. Hoy reconozco que me has creado realmente para acudir a Ti, estoy en camino y nada podrá detenerme. Esa es la verdad, mi única verdad. No puedo menos que tener mis manos abiertas, alzadas hacia Ti y seguir clamando.
        Para guiarme y sostenerme en este camino cuento con la pequeña llama que arde en mi corazón: tu aliento, el aliento del Espíritu de mi Dios.
        Por todo lo que hoy te he dicho, Señor, te ruego una vez más que no me abandones. Como un hijo confiado voy a esperar en el mejor de los padres. Y ahora, más tranquilo, seguro en Ti, puedo afrontar este día.


     No todo podemos saberlo, pero creemos en Ti, Dios nuestro. Y lo que creemos de tu gloria porque tú lo revelaste lo afirmamos también de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.
        En todos los misterios del cristianismo, llámense como se quieran, están girando el misterio del amor trinitario y todo lo que encierran los misterios de ese amor infinito es la Santísima Trinidad.
        En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo comenzamos todas nuestras oraciones, comenzamos la santa Misa y la celebramos de todos los sacramentos y actos de la Iglesia.
        Al persignarnos hacemos una señal de la cruz sobre la frente, la boca y el pecho, encima del corazón. ¿Qué estamos indicando? Que la cruz sobre la frente se refiere al Padre, que está sobre todo; la cruz en la boca indica al Hijo, la Palabra eterna del Padre, brotada desde el seno del Padre celestial desde toda la eternidad; y la cruz sobre el corazón simboliza el Espíritu Santo.
        Cuando pasemos a la eternidad podremos contemplar a Dios directamente, gozar de Él y ser como Él.

 

     Mi esperanza se enciende en Ti que alimentas el sentido último y deslumbrante de cada ser; en Ti, que siempre escuchas, que siempre inclinas tu oído hacia mí.
       En el torbellino de mis búsquedas, de mis miedos y de mis fracasos me consuela saber que Tú compartes cada una de mis horas difíciles.
       Recuerdo que la profundidad de tu audacia creadora fue compañera de los hombres que de Ti se fiaron, mientras que aquellos que obraban a espaldas tuyas, a espaldas de tus designios, construyeron la trampa que arruinaría su propio esfuerzo. Por eso sé, Señor, que no debo apartarme de Ti pase lo que pase por mi mente confusa, atribulada y, a veces, absurda.
       Yo convierto en canciones la esperanza del camino gracias a la luz de tu Palabra que ahuyenta todo error. Extranjero algunas veces entre hermanos que te ignoran o te niegan, hayo en tus palabras mi morada, mi paz y mi mesa más reconfortante.
       Tuyo soy en lo que tengo y en lo que aguardo, derribadas por tierra todas mis vanas seguridades. Tuyo, en la urgencia de entregar mi vida al futuro al tiempo que corre inexorable y me lleva en volandas hacia lo desconocido. Pero mi esperanza se enciende en Ti que alimentas el sentido último y deslumbrante de cada ser. En Ti que siempre escuchas, que siempre inclinas tu oído hacia mí.


      Camina plácidamente en medio del ruido y de la prisa y recuerda cuánta paz puede haber en el silencio.
       Tanto como sea posible, y sin abandonar, llévate bien con todos.
       Di tu verdad tranquila y claramente y escucha a los otros, incluso al simple y al ignorante, ellos también tienen su historia.
       Evita a los exaltados y a los agresivos, pues ofenden al espíritu, y evita tú esa exaltación aunque te cueste; haz un esfuerzo, pídeselo a Dios, Él te escuchará.
       Si te comparas con otros puedes envanecerte o amargarte, ya que siempre habrá quien sea más y quien sea menos que tú.
       Disfruta con los logros de tu vida aunque te parezcan menudos a simple vista, son un regalo del Dios que todo lo puede; y haz proyectos.
       Mantente interesado en tu trabajo por humilde que sea, es un bien real, entre las cambiantes formas del tiempo.
       Sé precavido en tus asuntos porque el mundo está lleno de trampas. Pero piensa que hay mucho de bueno a tu alrededor y en ello puedes ver, puedes apreciar, la eterna bondad de Dios.

        Te doy gracias Señor porque eres bueno y porque constante es tu amor, que no se acaba nunca.
       Te doy gracias Señor, Dios de todo, porque en todos mis asuntos Tú intervienes y haces maravillas en mi vida, aunque a veces yo no pueda apreciarlas.
       Me sacaste de aquellas cosas que en otro tiempo me hacían  esclavo, con mano fuerte y extendiendo tu brazo, como se tira de uno, como tira de uno aquel que es un buen amigo.
       Cuando no tenía fuerzas me abriste el camino, pasé y fui salvado por Ti, sentí en mi vida, una vez más, que es constante y eterno tu amor conmigo. Sacaste de muy dentro poderes escondidos, rompiste mis cadenas y viniste conmigo.   Y yo, a tientas, descubro que Tú me das, Señor, el pan que necesito, el pan que me da la vida. Y aunque me canso, vivo.
       No me dejes ahora que soy tuyo, y hazme experimentar que es constante y eterno tu amor conmigo.


       Invoco al Espíritu de Dios, y le pido: robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado aunque queden veladas por apariencias humildes que ocultan la gloria de toda la realidad celestial mientras seguimos en esta tierra.
       Tu victoria ha llegado porque Tú has llegado. Tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua con tus propias palabras guardadas desde la creación del mundo.
       Has gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza, y has llevado a cabo tu redención. Tú has hallado la muerte y has resucitado. Has restaurado la vida para siempre.
       Llevarás a término esta obra magnífica, la obra de tu amor y tu misericordia. Será eso cuando Tú quieras, el día y la hora están ocultos, pero son ciertos como la misma bondad del Dios. Mientras tanto gozo viendo como en sueños y profecías, como en visiones de futuro, la victoria final que te devolverá la tierra a ti que la creaste. Todo lo veremos entonces con estos ojos nuestros de carne, y comprenderemos, y la humanidad se unirá, y todos los hombres reconocerán tu majestad y aceptarán tu humanidad dulce y generosa. Ese día ya es mío, me pertenece igual que tus promesas.


     Cada día, especialmente en este tiempo de Pascua, agradece a Dios el privilegio de tener un día más de vida y vívelo así: como si fuera el primero, el único y el último.
        No critiques. Si notas que algo anda mal, colabora en la solución con palabras de amor, con cariño.
        No permitas que los problemas económicos te causen intranquilidad, y recuerda que al final del camino lo único que podremos llevarnos serán las buenas acciones realizadas.
        Mantén el buen humor, es primavera. Aunque cualquier situación vaya mal, la alegría es la mejor medicina para la vida. Sonríe en cualquier circunstancia y procura no tomarte muy en serio las cosas que no van demasiado bien.
        Manifiesta tu amor a los demás con gestos y palabras dulces, el buen trato convertirá tu vida en un paraíso sin dolores ni sufrimientos.
        Aprovecha el tiempo para aprender, y haz una base sólida de conocimientos que te conduzcan a llevar una vida triunfadora.
        Evita las discusiones vanas que solamente conducen al distanciamiento y al rencor hacia los semejantes.
        Valora tu trabajo haciéndolo con amor, y sobre todas las cosas acuérdate de que el amor al prójimo es el secreto de la felicidad.


       Ahí afuera es primavera y sabes que es Pascua.
       Vengo de recorrer el mundo y huele a flores en los campos, el aire está limpio y sereno. Las montañas revestidas de hermosura. Sabes que es Pascua.
       En el cielo inmenso surgen estrellas y resplandece aún el lucero de la mañana porque no quiere dejar de velar en el día más hermoso. Hay aromas de cera de abejas en los templos y permanece el recuerdo del incienso bendecido. Sabes que es Pascua.
       Vengo de contemplar la pureza de las aguas como espejos de plata y de lazar mis ojos hacia la largura del horizonte, tengo aún prendido en el alma el canto de los pájaros, y me brota en el ser una inmensa alegría que no se apagará. Sabes que es Pascua.
       He paseado por los santos campos donde reposaban los  cuerpos de tantos seres queridos, y resulta que ahora son huertos floridos, jardines colmados de maravillas. Ninguno de los muertos permanece allí. Sabes que es Pascua.
       He ido corriendo a pregonar en las plazas la noticia y he encontrado a todos relucientes de belleza y juventud con el brillo de la vida en las miradas. Ya lo sabían, alegres me abrazaron, me cubrieron de besos y me cantaron himnos exultantes de felicidad. Como locos me decían: ¿sabes que es Pascua? Sí que lo sé, respondí, ha resucitado el Señor y todos con Él, viva Dios para siempre.



      Señor, aquí me tienes. Entro en este tiempo santo casi de puntillas. Ahí afuera la luna llena ilumina los campos y los tejados convirtiendo el mundo en un reflejo de plata. Mi corazón se tranquiliza y mi alma vuela hacia ti, Señor.
        Me gustan estos días, este tiempo de la Semana Santa. Escucho en mi interior la llamada de la fe, las voces serenas que me hablan de ti, Dios mío. Veo el bullir de las gentes en la ciudad y me llega el aroma sagrado de tu templo. Percibo el rumor de los cantos y el agitarse de las palmas y las ramas de olivos. Es tu tiempo, Dios, el bendito tiempo de mi Dios.
        Siento cómo acudes a mi ciudad interior, a las moradas de mi alma, para recorrerlas con tus pasos limpios, pacificándome, reconciliándome, ayudándome a comprender.
        Me abro completamente a ti y te dejo entrar. Hazlo Señor, mi Dios, mi Señor, sondea mi alma y recompón mi espíritu, que es tuyo, todo tuyo.
        En esta santa semana me comprometo a buscarte con mis pies cansados y qué bien sé que te hallaré.


       Alabado  seas,  Señor, por  este  misterio,  por la   fragilidad   humana que pone al descubierto  la  muerte,  pues  nos introduce en el camino de  la  confianza  al  descubrir   lo   único   esencial:  tu  vida  dentro  de nosotros.
        Cuento con mi fragilidad humana a la hora de avanzar en esta peregrinación de la vida. Sea como sea mi fe, tengan el alcance que tengan mis dudas, el final del camino solo Tú lo conoces.
        Alabado  seas,  Señor,  por  el  sepulcro  abierto  de  Cristo  que nos asegura el hecho de la muerte verdadera de nuestro amado Jesús.  En ese lugar, en el silencio de la tumba, me igualo a Él, me igualo a la voluntad de Dios. Él aceptó la muerte, yo también la  acepto  con  toda  serenidad,  con  toda  confianza,  porque  sé que  en  ese  momento  no  me  abandonarás,  porque    que  allí no estaré solo.         
        En  el  gran  silencio  y  en  la  suprema  quietud  del  tiempo  sin tiempo,  sabré  aguardar  tranquilo  a  que  me  llames  por  mi nombre, a que repitas con voz colmada de amor las sílabas de la palabra que escogió para mí desde el vientre materno y con fe extasiada obedeceré a esa llamada.
        Como  en  esta  mañana  de  primavera,  saldré  a  la  luz  de  la vida, sintiendo la novedad de mi ser, la resurrección, respirando el fresco y aromático hálito de Dios.

 

       La misericordia es el atributo de un Dios que extiende su compasión hacia aquellos que le necesitan de verdad.
        Tanto el Antiguo Testamento como el   Nuevo   Testamento   ilustran   que Dios desea mostrar toda su misericordia al pecador.
        Cristo  revela  la  verdad  acerca  de Dios, como un Padre de misericordia. Nos  permite  verlo  especialmente  cercano al hombre, sobre todo, cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad.
        Cristo muestra a Dios como Padre que es amor, que es rico en misericordia.
        ¿Te das cuenta? En la parábola del hijo pródigo no se utiliza ni siquiera una sola vez el término ‘justicia’, como tampoco en el texto original se usa la palabra ‘misericordia’. Sin embargo, se  hace  obvio  que  el  amor  se  transforma  en  misericordia. El padre se compadece del hijo que es pequeño e insensato, errado, inconsciente, humano, débil.
        El hijo pródigo, consumadas las riquezas recibidas de su padre,  merece  a  su  vuelta  ganarse  la  vida  trabajando  como  jornalero  en  la  casa  paterna  y,  eventualmente,  conseguir  poco a  poco  una  cierta  provisión  de  bienes  materiales,  pero  quizá nunca  en  tanta  cantidad  como  había  malgastado;  tales  serían las exigencias de la justicia. Pero nuestro Dios es algo más que un Dios justo, nuestro Dios es amor. Y Él sabe sacar bienes de nuestros males. 

         La misericordia se fundamenta verdaderamente cuando extrae el bien de todas las formas del mal existentes en el mundo incluso en el corazón del hombre.
 

       Procurad no olvidar al Señor. Leemos estas palabras en el Antiguo Testamento, cuando Moisés anima al Pueblo de Dios a no olvidarse de Él, tener presente lo que Él ha hecho en el pasado por ellos. Varias veces le dice:
        “Procurad no olvidar al Señor”, “tened cuidado de no olvidaros del Señor nuestro Dios”.
        Es muy fácil olvidarse de las cosas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Él actúa de una forma muy profunda y amorosa y ahí le conocemos, ahí nos rendimos a Él y le agradecemos.
        Pero pasan los meses y los años y ya no nos acordamos más de lo maravilloso de su actuar en nuestras vidas. A veces pasamos por pruebas y tiempos difíciles, tal vez para humillarnos y saber si vamos a seguir confiando.
        Nos olvidamos de que el Señor nos ama y nos rescató de las tinieblas. Es justamente ahí cuando debemos recordar lo que el Señor ha hecho por nosotros.
        Hoy recordemos también el día en que le conocimos como nuestro Salvador. No te olvides del Señor, de lo que Él ha hecho por ti. Él es el motivo de tu alabanza. Él es tu Dios que ha hecho grandes y maravillosas obras por ti.



    Conozco Señor los temores de este mundo. Miro a mi alrededor y descubro esos temores. A veces la vida me parece un desierto; un vastísimo, árido y oscuro desierto. En él me debato fatigosamente, avanzo y busco la salida. Necesito,  Señor, encontrar tu lugar.
        ¿Dónde estás, Señor mío? Por qué te ocultas de mí. Conozco y reconozco mis propios temores. El miedo de este nuevo día me asalta. El miedo de encontrarme cara a cara con la vida, enfrentarme una vez más conmigo mismo en la luz incierta del amanecer. Miedo a la oposición, a la incompetencia, al fracaso... Miedo a las lenguas venenosas que no me comprenden. Miedo a ser yo mismo y miedo a que no me dejen serlo.
        Temo Señor no poder aguantar una vez más el esfuerzo de ser como debo de ser, como me obligan a ser, como otros quieren que yo sea.
        Pero, en mitad de este desierto que tanto me asusta, presiento tu presencia repentina. Eres mi refugio. Tú guías mis pasos. Mi único remedio está en Ti, Señor. Por eso, sé que debo caminar en alegría. Sostén mi mano. No me dejes, no te apartes de mí en el nuevo día, mi Dios.


   Sobre todo mi ser se extiende tu mano que cura, Señor. Siento  tu perdón y se alegra mi espíritu y mi cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu bendición en el fondo de mi ser.
        Como se levanta el Sol sobre la Tierra, así se levanta tu bondad sobre tus fieles; como dista el oriente del ocaso, así alejas de mí mis pecados.
        Percibo tu ternura porque conoces la masa de la que estoy hecho y siento muy cerca la proximidad de tus manos hacedoras. Te acuerdas de que soy barro, solo eso, nada más que barro que espera alcanzar tu don misericordioso.
        Tú conoces mis flaquezas porque tú eres quien me ha hecho. He fallado muchas veces y seguiré fallando, pero no dejo de esperar que tu misericordia me visite porque Tú me renuevas.
        Gracias Señor por tanta bondad.


  Las cenizas que se utilizaron este miércoles en todas las iglesias se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior. Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada. Sin duda es un símbolo sabio y coherente. La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo. Nos enseña que todo lo material que nos rodea aquí se acaba. En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad.
No se trata de un mero signo externo, lleva consigo todo un significado espiritual.
        Cuaresma es un tiempo fecundo para pensar en las cosas pequeñas, en lo sencillo, en aquello que a veces despreciamos o hacemos como que no vemos, pero que esconde un enorme valor trascendente. Por ejemplo, las personas que nos acompañan.
A veces la misma rutina se encarga de hacernos ciegos a sus dolores, a sus pesares y angustias; en definitiva, a su alma…
        Nuestros jóvenes aprenden a competir, a tener éxito, a dominar la ciencia, la técnica y el patrimonio cultural del que somos herederos. Pero no hay ninguna disciplina que prepare a los alumnos para las crisis casi inevitables de la existencia: el fracaso profesional, la ruptura afectiva, la enfermedad, la pobreza, la muerte. No se puede vivir sin caer en la cuenta de todo esto. Porque pertenece a nosotros como la misma vida. De ahí la actualidad de estos símbolos espirituales: sencillamente, nos enseñan a vivir.


      Señor, creo haber procedido con rectitud. Miro mi vida. Veo fallos, errores, incongruencias… Nadie es perfecto acá, en esta tierra difícil. Tú lo sabes mejor que nadie. Tú me has creado. Es muy difícil acertar siempre.
        Más he confiado en ti sin desfallecer jamás. Sondea mi alma, Señor; examina mis entrañas y mi corazón. Aun en la prueba, y a veces la prueba es dura, tengo siempre presente tu amor y procedo conforme a tu verdad.
        Quiero alejarme completamente del mal. No me siento en la mesa de la conspiración ni del fraude. Detesto la mentira embaucadora.
        Ahora, Señor mío, mi Dios, quiero limpiar cualquier mancha que pueda haberse adherido a mi espíritu. Deseo lavar mis manos en señal de inocencia. Y me quedo junto a tu altar, Señor, para darte gracias por tantas cosas buenas; para pregonar tus maravillas en el eco interior de mi ser.
        ¡Cómo amo el lugar donde Tú habitas! Ese lugar donde reside tu santa gloria.
        No me apartes de ahí. Mantén mis pies en el camino recto para que me lleven a tu presencia; al umbral de tu preciosa casa, al lugar de tu morada; donde habita tu justicia y tu amor. Allí, entre las almas queridas de los justos, de los buenos, bendeciré tu nombre bañado en luz. Y allí aguardaré a que me des la vida intensa y perdurable; mirándome en ti, mi Dios amado.



      Judíos, cristianos y musulmanes creemos en el Dios misericordioso de Abrahán, Isaac y Jacob. Para los cristianos, sin embargo, Jesucristo es la revelación definitiva de Dios. Jesús es el mediador por excelencia, el que nos muestra directamente el Misterio de amor y de salvación del Padre Eterno.
        Porque Jesús, según la fe cristiana, pertenece esencialmente a ese Misterio: lo confesamos el Hijo de Dios. Por eso acostumbramos a decir que creemos en el Dios de Jesús. Cuando se analizan los evangelios, se descubre la experiencia de Dios que tiene Jesús: singular, única, original, exclusiva en su contexto religioso judío. Jesús no se puede entender sin Dios.
        En casi todas las religiones antiguas la idea de Dios como Padre de los hombres está presente con matices diversos, en el sentido biológico de procreación. En el Antiguo Testamento, a Dios se le llama Padre en ciertas ocasiones. Pero en el judaísmo antiguo la designación de Dios como Padre no aparece como algo central.
        Jesús llama a Dios, a su Padre, abba. Esa palabra procedería del balbuceo infantil como nuestro “papá”, y debiera ser traducida por la expresión “padre querido”. Con esta palabra se dirigían los niños en la intimidad familiar a su padre, y también la empleaban los adultos en la relación con personas de especial veneración: abba se usaba en diversas situaciones de la vida cotidiana con una connotación afectiva. Jesús, con gran sorpresa para la gente, utilizó este término para hablar de Dios y para dirigirse a Él. Abba supone confianza y obediencia, abandono en Dios y reconocimiento de su soberanía, una experiencia única y original de la inmediatez de Dios. Jesús se siente el Hijo y lo percibe como Alguien muy cercano, directamente accesible, en una familiaridad espontánea.
        Jesús experimenta a Dios como el poder que genera vida, que sólo quiere el bien y que se opone a todo lo que hace daño al ser humano. Es el Dios creador que alienta e impulsa todo lo que existe:
“Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?”.



    En todas las lenguas conocidas existe una palabra para designar lo que de forma más o menos acertada llamamos “Dios”. Y en todos los tiempos, los hombres, ante el asombro provocado por la belleza y el orden de este mundo y de este universo, espoleados por las realidades de la vida y de la muerte, por las preguntas del “por qué” y del “para qué”, han buscado caminos que les descubran ese misterio último.
        Sin embargo, el misterio de Dios no es pura oscuridad. Es luz... que nos deslumbra, y que nos obliga a pensar y a buscar. Y también a creer, porque Dios no es una evidencia, sometida  al control de los sentidos. Es Alguien, que sólo puede ser encontrado en la fe, y del que sólo podemos hablar con metáforas o símbolos, con imágenes, que se ven siempre desbordadas, porque nunca serán totalmente adecuadas para expresar la Realidad última: no podemos prescindir de las imágenes sin permanecer mudos, aunque nunca podremos identificar a Dios con ninguna de nuestras imágenes.
        Sobre Dios no hay que guardar silencio absoluto, pero sobre Él sólo podemos hablar análogamente, comparativamente. Dios no forma parte de nuestra realidad mundana. Es el presupuesto incondicionado de todo lo que existe, y nuestro saber no puede disponer de Él, como si se tratase de un objeto entre otros objetos. Es el fundamento último del que vivimos, en el que realmente nos comprendemos, y en el que morimos. En la cuestión de Dios se juega el sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, el sentido de nuestra historia y de toda la realidad.
Y los cristianos confesamos que en Jesús de Nazaret, el Cristo, hemos descubierto el rostro de ese Misterio.


    Lo que sabe un hombre a los 50 años, que no sabía a los 20, es incomunicable en su mayor parte. El conocimiento que ha adquirido con la edad no es el de fórmulas o términos, sino el de gentes, lugares, acciones... Un conocimiento que no se adquiere por medio de palabras; sino por las victorias y los fracasos, la serenidad y las noches sin dormir; las experiencias humanas, las emociones puramente terrenales, y, quizás también, con reverencia por las cosas que no podemos ver y que trascienden la realidad; con fe.
        El sabio autor del Eclesiastés escribió hace miles de años: “Hay tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de amar y tiempo de olvidar, tiempo de trabajar y tiempo de descansar, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse…”. Cuando acabamos de leer este preciosísimo pasaje de la Biblia, nos percatamos de que, por cada suceso bueno, hay, por lo menos, un suceso menos positivo y, sin embargo, esto también debe ser aceptado. La vida es un paradigma, una mezcla de gozo y de dolor. Dar rienda suelta a uno reprimiendo al otro provoca el desastre físico y espiritual. Dominar los altos y los bajos exige balance y equilibrio.
        Aunque parezca una frase simple, cada día estoy más convencido de eso, de que “el tiempo es un regalo” que, en ocasiones, todos dejamos que se nos escape entre los dedos. Porque olvidamos lo importante que es para disfrutar de nuestra vida y para ayudar a que otros disfruten de las suyas. Para León Tolstoi “no hay nada más que una manera de felicidad: vivir para los demás”. Y el tiempo es la “herramienta” que se pone a nuestra disposición para construir, para hacer el bien.
        Por eso, la mayor pérdida de tiempo es el rencor. El pasado sólo es eso: “pasado”. No sacrifiquemos a él el presente.


     Hace apenas unas semanas hemos estrenado un nuevo año. Un nuevo año es una oportunidad. Ha de ser celebrado porque lo iniciamos con un corazón agradecido, ha de ser un tiempo de encuentro donde tenga cabida la sorpresa, el milagro, el estupor. No es una esperanza fortuita, ni producto de un juego de azar, sino es ir al encuentro del nuevo tiempo en la esperanza, de la realización plena del amor de Dios.
        Si el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas del Padre, pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros días que están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor, que, bien sabemos, cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es Él quien nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario para cada día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir Su amor y cada día tiene su propio afán.
        El amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las cosas. Dios renueva constantemente el mundo; lo visible y lo invisible. También tú eres renovado, aunque no seas capaz de verlo.
        El amor de Dios se regocija en compartirse en cada instante, es el mismo Amor que nos ha creado de la nada. Es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada instante especialmente en la Eucaristía. Por eso, podemos aventurarnos ya desde este momento a desear y esperar un buen año y... ¡Que se realice como nuestro Padre Dios lo haya dispuesto!


        Si me detengo durante un momento en esta hora del día y guardo silencio, aflorarán dentro de mi muchos sentimientos.
        Tal vez haya decepciones, heridas, pasiones, miedos... tal vez dudas. Por eso muchos huyen del silencio y buscan el bullicio del mundo o la actividad desmedida. Quizás huyendo de sí mismos para no encontrarse consigo.
        Para saber quién soy debo buscar el silencio, aunque sea de vez en cuando. Este silencio producirá en mi varios estados. Primero me ayudará a encontrar la realidad que está oculta entre tantos ruidos, ver qué se mueve en mi interior, qué me pasa, cómo estoy.
        ¿Tengo problemas de afecto o soy yo mismo mis problemas? Mi miedo está ahí, es verdad, pero yo no soy mi miedo.
        Ahora veo que estoy necesitado. Entonces me uno a Dios: Señor, te necesito, ven a mi.
        Soy un ser pleno, tengo a Dios, Él ya tiene resueltos mis problemas, es mi Padre, ¿qué he de temer?
        Soy uno conmigo mismo y con los demás, y con toda la creación. Ya no medito más en Dios porque estoy en Él.


        El sufrimiento es un misterio que se esconde en la propia esencia de la vida esperando saltar a cada paso del camino.
        Ante la prueba, ante el dolor, cada uno siente la tentación de sucumbir como si todo estuviera perdido. Se apagan repentinamente las luces de la razón y del entendimiento y la vida empieza a adquirir un color oscuro y triste. Pero la respuesta al sufrimiento es siempre personal, intransferible, cada uno tiene que encontrarla.
        Para el creyente la oración es un camino que nos conduce a encontrar la luz. Él es el motivo de toda confianza, el manantial de toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba.
        Dios no es indiferente ante el bien y el mal, es un Dios bueno y no un hado oscuro, indescifrable y misterioso. Por eso, aunque el aparente triunfo de la dificultad puede inducir a desfallecer, al desaliento, el verdadero creyente sabe que Dios lo librará de todo mal, pues Dios ama el bien. Ama infinitamente el bien.


Hace apenas unos días hemos estrenado un nuevo año. Un nuevo año es una oportunidad, esto no es un tópico, es verdad.
        Ha de ser celebrado porque lo iniciamos con un corazón agradecido.
        Ha de ser un tiempo de encuentro donde tengan cabida la sorpresa, el milagro, el estupor.
        No es una esperanza fortuita, ni un producto del juego del azar, sino ir al encuentro del nuevo tiempo en la esperanza en la realización plena del amor de Dios.
        Si el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas del Padre, pongamos en su Providencia el año que acabamos de estrenar, que todos nuestros días que están por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor.
        Sabemos que cada instante de nuestra vida depende totalmente de Dios. Es Él quien nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario cada día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir su amor y cada día tiene su propio afán.
        El amor de Dios se complace en hacer nuevas todas las cosas, Dios renueva constantemente el mundo, lo visible y lo invisible, y también tú eres renovado aunque no seas capaz de verlo.
        El amor de Dios se regocija en compartirse en cada instante, es el mismo amor que nos ha creado de la nada, es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada instante, especialmente en la Eucaristía. Por eso podemos aventurarnos ya, desde este momento, a esperar y a desear un buen año, y que se realice como nuestro Padre Dios lo haya dispuesto


Puedes preguntarte qué te pasa, porque es posible que hoy te encuentres abatido, triste, confundido, o envuelto en ese montón de brumas de los recuerdos.
        Tal vez este día que acaba es para ti un día más en la rutina de las semanas y de los meses, que se parecen los unos a los otros y en los que tampoco nada especial sucede.
        Es posible que no tengas planes precisos, ni aguardes a nadie ni a nada en especial. Hasta es posible que hayas perdido la esperanza, la fe, el amor. A pesar de ello, tengo un aviso para ti, mensaje enviado desde los siglos. Es como una promesa, como aquellas viejas profecías que alentaban las almas. Es un anuncio que supera todas las expectativas caducas de este mundo, una promesa para los hombres, pero especialmente para ti y está enviada desde toda la eternidad. Te ruego que te alegres y lo escuches, aunque no puedas, aunque sientas que no puedes. Álzate sobre tu triste postración, fíate de Dios, pues hay un aviso para ti, muchos lo hicieron. Graba este anuncio en lo más hondo de tu corazón y sal a su encuentro: ¡es Navidad! Viene a ti para siempre.
        Es posible que hoy te encuentres abatido y sin fuerzas pero el aviso sigue ahí, aunque nada te diga esa palabra. Es Navidad y debes vivir como si fuera Navidad siempre, pues hay un aviso para ti, un aviso desde toda la eternidad


¡Qué maravilla! A pesar de todo, el Cielo se sigue derramando en amor durante estos días porque es Navidad. Dios está aquí. Hay alegría por los caminos. Abre tu alma, amigo, nada te cuesta. Porque las promesas se cumplirán. Porque es Navidad.
        El Dios hizo el firmamento y lo llenó de estrellas. Hizo la luz y luego el Sol, y encendió una lámpara blanca en la noche para que se viera más clara la cara de Jesús, no fuesen a equivocarse los ángeles y los pastores y los magos. Hizo las montañas y las coronó de águilas y de nieve. Hizo mares, océanos y grandes desiertos de arena dorada para los caminantes. Después llamó a una pequeña estrella y la llevó hasta la otra punta del Universo para que miles y miles de siglos más tarde parpadeara para servir de guía a unos aventureros y valientes magos de Oriente.
        Con solo su mirada coloreó todas las especies de flores que había creado. Hizo crecer a los árboles, que al despertarse se agitan en el aire que forman la brisa y los vendavales. Del viento nacieron las dunas y la música primera del campo.
        Luego Dios hizo una pausa y pensó dónde poner su nacimiento y decidió que en Belén de Judá sería el lugar. Imaginó las figuras: el buey, la mula, los pastores... y le dio una estirpe a su hijo: padres, abuelos, bisabuelos... Cientos de vida para crear una vida, centenares de amores para conseguir el gesto, el tono de su voz, la mano extendida en la postura exacta para el nacimiento de Dios.
        Pensó en su madre. Toda la eternidad soñó con ella y la colocó en el nacimiento, junto a la cuna, con Jesús, vivo retrato de Dios y de María.
        También te creó a ti y a mí, y nos puso aquí para descubrir su misterio, su eterno, su infinito misterio de amor.


La Virgen y san José, con su fe, esperanza y su gran amor, salen victoriosos en la prueba. No hay rechazo, ni frío, ni oscuridad ni comodidad que los pueda separar del amor que Cristo les da y que nace con ellos.
        Ellos son los benditos de Dios que lo reciben. Dios no encuentra lugar mejor que aquel pesebre, porque allí estaba el amor inmaculado que lo recibe. María estaba allí.
        Escogida para una obra maravillosa, aunque sencilla y natural como el nacimiento de un niño.
        Ella sabe de esperanza, la invocamos como Virgen de la esperanza.
        Puesto que el Hijo de Dios, nacido de María, está con nosotros y nos acompaña, no hemos de sentirnos solos en nuestro caminar terreno. Él nos amplía también el horizonte de nuestras aspiraciones  inmediatas para considerarlas a la luz de la sabiduría divina.
        Es importante recordar que ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa de encontrarse con nosotros. Por eso la esperanza del Adviento consiste precisamente en prepararnos para ese encuentro gozoso con Quien cambia nuestra vida para salvar a todo el género humano.
        Adviento es para nosotros esperanza, acogida y escucha del mensaje del Mesías que viene a transformar el mundo por amor. Ven, ven Señor, no tardes. María, ayúdanos a vivir con esperanza.

 


En el acontecer rutinario en el que los hombres nos hallamos inmersos, acaso sin emoción, sin sobresalto, reservamos una bella palabra: Adviento, para hablar de acontecimientos altamente deseados y esperados, pues reportan grandes bienes.
        Los avatares de cada día nos obligan a vivir siempre expectantes, pues queramos o no transitamos de la mañana a la noche por caminos siempre inacabados, siempre abiertos a la sorpresa.
        Nos hacemos y rehacemos a golpe de sorpresa y esperanza. Sobre todo de sorpresas gratas y de esperanzas fundadas. Los hombres y las mujeres siempre estamos esperando.
        Si, con frecuencia, soportamos días grises y con lágrimas, en el fondo aguardamos el suceso feliz, el adviento humano, venturoso.
        Podríamos decir que es el tiempo de la esperanza firme y de la preparación robusta para dar alcance a todas nuestras promesas, a un amor difícil, a una amistad profunda, a una actitud solidaria, a una mesa compartida.
        Adviento es una hermosa palabra, es una palabra antigua y llena de hondo misterio, una palabra hermosa que siempre suena en mis oídos, en lo profundo de mi corazón anhelante, como si no solo ahora, en el final del otoño y en el invierno, fuera Adviento. Siempre es Adviento.
        La palabra Adviento me habla de tiempo y de actitud de espera, pero una espera con llegada, una espera con luz. Él viene, Él vendrá.

A todas horas, en todo momento, en los medios, en las conversaciones habituales, sale el tema de la crisis. Parece que todo está enrevesado, confuso, complejo, difícil. Decimos ¡cómo está todo!
        Es verdad, hay veces que la vida se pone patas arriba, y entonces comienzan las dudas, la zozobra, se borra la fe o, incluso, se siente más necesaria que nunca.
        La esperanza siempre está ahí. Aunque a veces pequeña, como un insignificante grano de trigo, está ahí. Nos debe dar la fuerza necesaria para comprender, y después para creer.
        No nos puede faltar la esperanza. Ciertamente hoy parece que es un don raro, extraño y asombroso en este mundo difícil, pero es un don, un don que no puede faltar.
        Este es el tiempo de la esperanza, el Adviento. Un tiempo rico de invierno en el que la naturaleza toda aguarda la plena manifestación del color y la luz.
        Viene el tiempo nuevo, el tiempo del nacimiento de Dios, el único y verdadero Dios, el Dios con nosotros que trae la aurora de la paz, el consuelo y la dicha.

Pero... ¡cuánto tiempo más ha de pasar todavía para que vuelvas Tú! ¿Cuántas cosas terribles y escandalosas han de ver aún nuestros pobres ojos?
        Nos hablaste de un reino; nos dijeron que tuviéramos esperanza, que veríamos regresar al Rey; y que cuando eso tuviese al fin su lugar, quedaríamos admirados, sobrecogidos, al contemplar y sentir cómo lo ruin y lo vil de este mundo era de repente precioso; como si nunca antes hubiese sido ruin o vil...
        Nuestra pobre esperanza incluso llegó a comprender y anhelar que lo cruel fuera misericordioso; que sería perdonado el universo como si no hubiese conocido el pecado...
        Pero... ¡qué arraigado está el mal en el mundo! ¡Cómo se resiste y con qué fuerza se niega a soltar su presa!
        Cuan hermoso será oír:
                “las maldades de antaño han terminado.
                Los días antiguos ya se fueron.
                Está surgiendo un nuevo mundo.
                Se acabaron los viejos hábitos.
                No habrá más odio, ni guerra, ni mentira, ni falsedad...
                Y será uno el pueblo, el bello pueblo del Dios Vivo.
        Tiemble pues esta tierra vieja, ante los presurosos pies del mensajero. Y proclamad la ley, la única ley vigente: la del amor.
        ¡Ven ya mi hermoso Rey y que el mundo estalle en frescura de heno y flores! ¡Dispersa el rocío de La Paz y el descanso!
        ¡Vuelve a casa, mi Señor!


El 21 de noviembre honramos la Presentación en el Templo de la santísima Virgen María.
Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en una piadosa tradición que surge de un antiquísimo documento, el escrito apócrifo llamado el «Protoevangelio de Santiago». Según este documento, la Virgen María fue llevada a la edad de tres años por sus padres San Joaquín y Santa Ana. Allí, junto a otras doncellas y piadosas mujeres, fue instruida cuidadosamente respecto la fe de sus padres y sobre los deberes para con Dios.
        Como de tantas cosas de la vida de Jesús, de María y de los santos, hallo una enseñanza en este precioso relato para mi corazón.
        Imagino cómo llegaría ella al Templo de la mano de sus padres: La mano de Joaquín, llena de fuerza y confianza, sujeta la manita tierna de la niña; y Ana, su madre, está feliz…
        Con su inocencia, jamás perdida, y su ternura, exquisitamente multiplicada en años venideros, va acercándose la pequeña al lugar del que tanto le han hablado, y va aprendiendo a reconocer y adorar al Dios eterno de sus amados padres y antepasados.
        Por estas cosas de la imaginación, descubro a una María niña, débil, alegre…
        Va subiendo las escalinatas... Al llegar al último peldaño distingo, a una prudente distancia, a la anciana profetisa Ana..., que mira a esta niña de ojos dulces, belleza serena y sonrisa de cielo.
        Y Ana guarda ese rostro en su corazón…, pues el rostro de María es inolvidable.



Dios    eterno,    ante quien mil años son un ayer que pasó, rescata nuestro  tiempo  de  su inutilidad  y  vaciedad, colmando  de  tu  plenitud,  enviándonos  el Espíritu  Santo  de  tu Hijo,   para   que   toda nuestra  vida  sea  alegría y júbilo.
         Vuélvete  Señor  hacia nosotros. Pues nuestra   vida   es   una fatiga  inútil,  nuestros años  pasan  a  prisa  y vuelan.
         Porque      estás   a nuestro   lado   no   nos acobardamos. Aunque  nuestro  exterior   vaya   decayendo, Tú vas renovando nuestro interior de día en día.
         Nuestras penalidades momentáneas y ligeras no nos destruyen, sino que gracias a Ti vivimos una riqueza eterna, en una alegría y una paz grandísimas.


La muerte es la más seria amenaza al deseo humano de vivir, el último enemigo, el máximo enigma de la vida humana.
        La muerte desconcierta, atemoriza, escandaliza. Pone en cuestión el sentido de la vida y también pone en cuestión a Dios. De uno u otro modo, brotan las preguntas: ¿Habrá algo después? ¿Estamos condenados a morir? ¿Hay una esperanza?
¿Qué anuncia el Evangelio? ¿Cómo afronta Jesús su propia muerte? ¿Se resucita en el momento de la muerte o al final de la historia? ¿Es cierto, como suele decirse, que no vuelve nadie para contarlo?
        Marta, la hermana de Lázaro, cuando ha sufrido la muerte de su ser querido, dice lo que le han enseñado, y lo dice sin mucho entusiasmo: «Ya sé que resucitará en la resurrección el último día».
        Jesús le responde con la novedad del Evangelio: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás ¿crees esto?»
        Jesús habla de su propia muerte como de un paso de este mundo al Padre, un paso de este mundo (sometido a la muerte) al mundo nuevo (resucitado a la vida). Se va, pero vuelve. Le verán los creyentes: «Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis».
        Las parábolas del grano de trigo que cae en tierra y de la mujer que da a luz manifiestan cómo Jesús ve la muerte: La muerte produce fruto; es como un parto.
Estando en la situación límite de la cruz, Jesús le dice al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».
        Dios salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por Él. Más aún, la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya posesión de los vivos que creen en Él: «El que cree, tiene ya la vida eterna».

Cuando llega este tiempo de noviembre, tan otoñal, en el que los amaneceres son más tardíos, los días más cortos, a muchos les invade una cierta tristeza… Se acuerdan de los que ya no están con nosotros porque abandonaron este mundo.
       A este mes de noviembre se le llama también “el mes de los difuntos”.
       A veces, resultan inevitables los recuerdos. El otoño es evocador, nostálgico…
       Están también aquellos que, al pensar en la muerte, pierden la paz; se atemorizan, se desasosiegan, se angustian…
       Algunas veces las noches insomnes se hacen largas, dando vueltas y vueltas a estas incertidumbres. Puede ser que incluso el panorama se presente sombrío, oscuro, al no hallar respuestas.
       Esa es una pregunta propia del ser humano: ¿Qué hay detrás de la muerte? ¿Hay más allá? ¿Cómo será esa vida que la fe nos promete con tanta vehemencia, asegurándonos que supera a ésta? ¿Qué es eso de la Resurrección…?
       También a Jesús, en aquel tiempo le hicieron esas preguntas.
       El respondía sereno, con la certeza del que tiene fe, del que ve más allá:
       “Los que mueren son como ángeles, son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección: Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos el nuestro, sino de vivos, porque para él todos viven”.


Y Dios habla. Habló ya al principio de los tiempos. Habló a lo largo de la historia. Habló claro y recio por su hijo, Cristo Jesús. Y por él continúa hablando a todos los hombres hasta el fin de los tiempos.
       Sí, Dios habla a la humanidad. Pero Dios también nos habla a todos y cada uno de nosotros en particular.
       Y se vale de muchos medios. Y tenemos que vivir con espíritu vigilante, para descubrir su voz susurrante... Nuestro mundo    de hoy exige prestar continuamente atención.
       Porque la voz de Dios no se alza sobre el griterío del mundo, sino que resuena pausada, pacificadora, invitadora, en nuestro corazón… Y el cristiano es aquel que siempre debe estar atento. Atento para responder a la llamada que nos compromete. La llamada que no es una imposición forzada, pero sí una invitación activa a dejarlo todo y seguirle. Una invitación a trabajar por la extensión del Reino. Una llamada a transformar el mundo, haciéndolo más humano.
       Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.
       Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero, en cambio, me abriste el oído. No pides un sacrificio expiatorio… Por eso, yo te digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las
entrañas.
       He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. Aquí me tienes.



    Jesucristo de mi fe, hoy te miro cara a cara, perplejo e ilusionado. Te cruzaste en mi vida desde la eternidad. Me siento feliz por haberte conocido y hoy brindaré por ese encuentro.
       Jesús amado, gracias por comprenderme, por aceptar que soy un hombre oscilante. Saberte humano como yo me da mucha tranquilidad. Me asegura que de verdad somos amigos y te siento cerca.
       Ah, Jesús de mi fe, que cerca te siento en este momento. Compartes esta alegría que no tiene origen en cosas materiales, sino en tu Pascua permanente, en la seguridad de que resolverás mi vida, para la eternidad.
       Mi Señor, mi amigo, mi íntimo compañero, el tiempo y el espacio se resumen en este instante; en la frescura y la belleza de esta madrugada de otoño. Aguardo tu luz, tu cálida luz que no ciega, ni sobresalta, que anima a seguir adelante, a buscar al Dios infinito que mora en lo escondido.
       Jesús, mi Jesús, mi noble, tenaz y amable Jesús. Has luchado por mi alma inquieta. Hoy brindaré por ti. Tú y yo nos conocemos. Gracias por venir a hablar a mi corazón.


        
Tómame, mi buen Dios, con tus brazos de Padre. Devuélveme la alegría de tu salvación. Nada hay más alegre y feliz para mí que sentir esa confianza que brota del conocimiento de tu amor. Me conoces, sí, Padre, me conoces mejor que me conozco yo mismo. ¡Y me reconoces!

       Tú me formaste del polvo de la tierra, de las entrañas de la materia, y me entregaste el soplo de tu espíritu. Guardo ese soplo aquí, muy adentro; y lo siento en mi alma como una llama viva, como una energía eterna, inextinguible, poderosa y, a la vez, silenciosa. Esa fuerza soy yo mismo; es lo que me regenera, me reconstruye y me levanta de las cenizas inertes para lanzarme a la vida, a volar en busca de tus senderos del cielo.
       Padre mío que estás en los jardines de la gloria eterna, bajo     el sol que no se apaga, y la luna plateada que siempre refulge; junto a las fuentes frescas de la vida perdurable...
       Desde ahí, ¡llámame!
       Sí, Padre mío, escucho tu voz…

        Señor, antes que fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y para siempre, tú eres Dios y permites que nosotros, frágiles y culpables, continuemos habitando en la tierra de los vivos, y nos das días y años para que adquiramos un corazón sensato.
      
   
Que el amor, Señor, nos haga siempre dóciles a tu voluntad, que  nuestras  acciones  proclamen  la  obra  de  tus  manos  para que  así  podamos  un  día  gozar  eternamente  de  la  dulzura  de tu presencia. 

       Dios y Señor del tiempo y de la eternidad, antes de que retornemos al polvo del que fuimos formados, tu paciencia nos sostiene  para  que  conozcamos  tu  voluntad.    Que  baje,  Señor, a  nosotros  tu  bondad  y  haga,  durante  este  día,  prósperas  las obras de nuestras manos, para que se manifiesten al mundo tu verdad y tu gloria.
       También Cristo ha entrado en esta finitud humana, ha pasado por la muerte, venciéndola, y con su resurrección ha inaugurado la nueva vida que es plenitud sin final.
       Dios eterno, ante quien mil años son un ayer que pasó, rescata  nuestro  tiempo  de  su  inutilidad  y  vaciedad;  cólmalo  de tu plenitud enviándonos el Espíritu de tu Hijo para que toda nuestra vida sea alegría y júbilo.
       Vuélvete, Señor, hacia nosotros, pues nuestra vida es una fatiga inútil, nuestros años pasan aprisa y vuelan.
       Porque Tú estás a nuestro lado no nos acobardamos, aun que nuestro exterior vaya decayendo; Tú vas renovando nuestro interior de día en día.
       Nuestras penalidades momentáneas y ligeras no nos destruyen. Sino que, gracias a ti, vivimos en una riqueza eterna, en una alegría y una paz grandísimas.

       
    Invoco al Espíritu de Dios: ¡Robustece mi fe! Y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda realidad celestial, mientras seguimos en la tierra.


       Tu victoria ha llegado porque Tú has llegado; Tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua, con tus propias palabras guardadas desde la creación del mundo.
       Has gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza, y has llevado a cabo tu redención. Tú has hallado la muerte y has restaurado la vida. Para siempre.
       Llevarás a término esta obra magnífica; la obra de tu amor y tu misericordia. Será eso cuando tú quieras. El día y la hora están ocultos, pero son ciertos como la misma bondad del Dios.
       Mientras tanto, gozo viendo como en sueños y profecías, como en visiones de futuro la victoria final que te devolverá la tierra entera a ti que la creaste. Todos lo veremos entonces con estos ojos nuestros de carne, y comprenderemos. Y la humanidad se unirá, y todos los hombres reconocerán tu majestad y aceptarán tu amor dulce y generoso.
       Ese día es ya mío, me pertenece igual que tus promesas.

         Día a día me voy dando cuenta: soy como un niño que va de acá para allá zarandeado por la vida. El espíritu del mal juega conmigo y me lleva a su antojo a donde no quiero…
        Se retuercen mis convicciones más hondas y me pierdo… ¿Adónde iré así?
        He de regresar a Ti…. Mas… ¿cómo hacerlo?
        Acumulo riquezas posesivas que me alejan de la pobreza limpia y serena. Me deleito en la vana gloria de éxitos vacuos.
       Desprecio a los otros, a mis hermanos. Me aferro a mis verdades, a mis mentiras, a mis engaños. Domino a los demás y sacrifico su amistad en aras de mi soberbia. Mi humildad se disipa maltratada por mi orgullo. Me embrollo en mis necesidades y mis vicios, me causo males sin cuento…
        Las redes y cadenas del espíritu del mal me atenazan, me aprisionan, me conducen a donde no quiero ir. ¿Qué haré? ¿A quién acudiré?
        ¡Ay, mi Señor, a Ti! ¿A quién sino? Me pondré enseguida en camino hacia ti. Tú sabrás limpiar tanta suciedad. Tú me darás un corazón nuevo, un espíritu nuevo, sano y feliz. ¡Hazlo mi Dios! ¡Haz ya ese milagro! Pues te amo y confío sólo en Ti.

       

         Desde lo más hondo de mi ser clamo a ti, Señor, pues me siento como un niño entre fantasmas inquietantes.
        Tú conoces mis penas y mis trabajos, Señor, mis esfuerzos y miedos; mis problemas…
        Tú eres mi Dios presente, el Dios, el Dios infinito. Y por eso, acudo a ti con la humildad de un corazón atemorizado.
        Siento que estas aguas son más poderosas que yo y amenazan con ahogarme. ¿Puedes hacer algo por mí? Mira que soy tu hijo. No me abandones.
        Quiero sobrevivir en serena plenitud, en gozosa libertad.
        Deseo vivir sin temor. Esos miedos, esos fantasmas inquietantes son feroces: el futuro, la enfermedad, los otros, mis enemigos, la oscuridad exterior… Es un demonio grande de negro rostro.
        Mas me quedo quieto un momento, miro en el íntimo santuario de mi interior y aparece esa luz. Tú estás ahí. Gracias Dios.
        Ahora no temo. Se marcharon los fantasmas inquietantes, se convirtieron en humo y se esfumaron. ¡Ah, qué paz! Gracias, Dios.
        Tú lo gobiernas todo, Tú lo sabes todo. Eres el único capaz de devolver la paz a mi alma. Gracias, Dios, mi Dios.


          Desde lo más profundo de mi alma clamo a ti, Señor.
        Tú eres el dueño de mi existencia toda, la cual me regalaste por infinito amor.
        Te acepto como principio y fin de esta vida mía, mi creador, mi plenitud.
        Cuanto soy y cuanto seré, todo, está en tus manos, en tus amorosas manos.
        Presiento cómo eres, te veo en mi interior, a pesar de mi mal, a pesar de mis pecados.
        No me siento lejos de ti, pues aunque yo me aleje, tú no te separarás. ¡Oh, Dios, mi Dios!
        Tú eres mi Dios presente, el Dios de mis días, que me sondea y me conoce. Tú eres mi padre y yo soy tu hijo. Eso lo siento aquí, muy adentro, y nadie me lo podrá arrebatar.
        Eso transforma mi existir y me hace respirar seguro. ¡Ay, mi Dios, qué tranquilidad siento ahora! Aunque marche por cañadas oscuras, aunque sienta que puedo perderme, Tú no lo permitirás.
         Haz que no me abandone jamás esta experiencia de tu cercanía, para que mi alegría consista en alabarte sirviéndote, desde lo más hondo de mi alma…


Lléname de paz

      
Dios nuestro llena mi mente y mi corazón de paz.
       Míranos y compadécete de nosotros pues estamos apenados.
       El mal nos atenaza y apenas nos deja fuerzas.
       Con tu mano que cura cualquier enfermedad, suaviza el dolor y el sufrimiento.
       Te lo pedimos por medio de Jesús, el Cristo, que sufrió y murió por nosotros.
       Dios Todopoderoso, Tú que nos ofreces tu amor como un regalo, Tú que nos conoces y nos llamas por nuestro nombre, ten compasión por las personas que tanto amamos, mientras les llega el momento de viajar de la Tierra a los Cielos.
       Disipa nuestros temores, haz que se esfumen, para reconocer con toda esperanza el misterio de la vida, el misterio de tu amor y de tu trato divino hacia nosotros.

Clamo a Ti; Señor, con la oración de quien reconoce su pecado.
Te ruego que me ayudes a darme la vuelta por completo, a empezar a hacer las cosas de otra manera, a reconocerme y comprender mis errores.
Quiero volver a vivir en los atrios de la serenidad, en el huerto de tu ternura, de tu familiaridad, de la dulzura que emana de tu amorosa presencia.
Ha llegado el momento en que ya no me valen las meras palabras.
He de hacerlo, he de seguir tu camino, avanzar por tus sendas, cumplir tus mandatos....El momento de ser fiel a ti.
Cansado de recorrer caminos tortuosos, cansado de compañías infelices, cansado de tanta superficialidad, vuelvo al fin mis ojos hacia ti, mi Dios.
Clamo a ti, Señor, y te pido la conversión de mi alma. Aunque sé que soy débil y que volveré caer, acepta este ruego como algo definitivo. Me conozco y sé que sin tu ayuda poderosa no seré capaz de cumplir mis propósitos. Ahora, en este instante, acude en mi ayuda y recoge mi queja, que es sincera, Señor. Sáname.


En el fragor de la vida, a veces, estás tenso, agitado, y no tienes calma. Sin embargo, en el fondo de ti mismo, sientes una paz inalterable. Lo mismo sucede en la fe; la fe no es un sentir, es un saber, es certeza y no una emoción. Muchas veces no sientes nada, pero puedes afirmar: yo sé que el Señor está conmigo, tengo las certeza que Él me ama, y eso te da una gran paz.
Hay tres cosas que dan la madurez al espíritu: la certeza sobre la fe, que no es una emoción; la paz en cuanto al trato con Dios; y la esperanza


Vivir en calma es muy importante, pero la paz es distinta a la calma. La calma reside en la periferia de la persona, fuera. La paz, sin embargo, reside en el alma.
La calma es fruto de un relajamiento muscular y nervioso de saber enfrentarse  con serenidad a los problemas, sin embargo la paz es fruto directo de Dios.
Puede no haber calma y sí paz, y también lo contrario. Con frecuencia descubrimos a personas calmosas, pero que sin embargo no son capaces de vivir en paz con los demás. Tú mismo puedes percibirlo en tu propia vida. En el fragor de la vida, a veces estás tenso, agitado, no tienes calma... sin embargo, en el fondo de ti mismo, sientes una paz inalterable. Puedes estar en la aridez más enervante, pero si tienes paz, ten la seguridad de que Dios está contigo.


 Con frecuencia, acuden a mi personas  que están llenas de temores. El temor es una manera de no vivir.
El temor muchas veces crea enemigos, pues engendra  fantasmas  inexistentes.  El mal de la muerte no es la muerte  en  sí,  sino  el  miedo  a la muerte.
El  mal  del  fracaso  no  es  el  fracaso, es el miedo a fracasar.
El  mal  de  no  ser  amado,  no  es  no  ser  amado  en  sí,  sino  el  miedo  que  se  tiene  a  no ser amado. Al final el único  enemigo  del  corazón  del  hombre  es  el  temor,  que  se encuentra   en   nuestro   interior  y  que  engendramos  en  la medida en que nos resistimos mentalmente a vivir.



Entiendo por soledad, la situación de aquellos que están privados de ayuda, la compañía que, de algún modo, necesitan y, que debido a ello se encuentran en un estado de postración, de sufrimiento, algunos de desesperación.
Está la soledad de los ancianos, que están solos en sus casas. ¿Cuántos hay en nuestras ciudades? O muchos que están solos dentro de su familia; aun teniendo personas para hablar, están solos uno al lado del otro.
Es peor aquellos que están enfermos o tienen achaques y no tienen ni siquiera a quien quejarse. Está la soledad de los que no han tenido la posibilidad de encontrar a otras personas para desenvolver su vida. También nosotros, los que estamos muy acompañados, podemos sentirnos solos o incomprendidos. Finalmente están las soledades que se crean en el seno mismo de las familias y de las comunidades debido a la falta de diálogo. ¡Hay tantas lágrimas amargas que nadie conoce!
Se puede hacer una cadena anti-soledad; es fácil observar a nuestro alrededor y detectar quiénes están solos. No ir inmediatamente a importunarlos y a tratar de deshacer sus soledades de forma violenta, sino con mucho cuidado, amorosamente, ponerse al lado y esperar a que él solo se comunique.



Aprender a amar,
aprender a servir
No podemos aprender a amar sin aprender a servir. Nuestro amor se marchita cuando está hecho solo de palabras, de buenos propósitos, de impulsos mentales; tienen que entrar en acción también las manos, tenemos que hacernos cargo de las necesidades concretas de quienes están a nuestro alrededor. No hay que ir tan lejos para realizar gestos extraordinarios de solidaridad.
Lo que tenemos que hacer es aprender a tejer, a remendar, a reparar continuamente y con amor todo lo que está roto, deshilachado, todas las necesidades que hay a nuestro alrededor, empezando, por supuesto, por los que están más cerca.
Este es para nosotros el primer sentido de la palabra ‘caridad’.
Actualmente, esta casa no es una Iglesia en ruinas, como en tiempos de san Francisco, sino la sociedad que se tiene que reparar empezando por sus realizaciones más sencillas como son ante todo la familia, los amigos, la escuela, el lugar de trabajo o de ocio de cada uno, la ciudad o el pueblo.



En la dificultad
         
Hay unos bonitos versos de Epícteto, que son muy útiles para recuperar la calma en los momentos de dificultad:
No hay otro camino
para seguridad de los
humanos
sino dejar en las divinas
manos
lo que no está en las
nuestras;
el bien y el mal de cosas
                                 aparentes,
                                por no incurrir en ciego
                               desvarío
                                   ponerlo en nuestro juicio y
                                    albedrío”.

Muchas veces el mal está fuera de nosotros. No nos hace sufrir lo que nos sucede, sino lo que nos imaginamos que sucede: un fracaso, un desastre, una desilusión... Llegó el final del mundo, eso nos parece.
Pesa mucho la experiencia de sentirnos extranjeros en un reino distante y nuestra cobarde naturaleza rehúye la tarea de enfrentarse. Pero no es el aparente infortunio sino la suprema razón de la  existencia.
La máxima tentación es ver en los males el sinsentido de esta  pesarosa vida, cuando, realmente, los problemas son la sal de la vida y en ellos tenemos que encontrar la fuente para beber y seguir caminando.
 


Acude a la oración
Uno de nuestros enemigos es la dispersión, que será cuando las emociones te dominan, la ansiedad te oprime, la frustración te amarga, cuando los proyectos te inquietan.
Sentimientos, resentimientos, dudas están vivamente fijados y desintegran tu unidad interior.
Te sientes como un amasijo incoherente de pedazos de ti mismo que tiran en diferentes direcciones.
Tú, por dividido te sientes vencido y por desintegrado, derrotado; incapaz de ser señor de ti mismo, dueño de tu vida, desasosegado e infeliz.
En este estado de cosas acude a la oración. Entre los miedos, los recuerdos, los anhelos y los proyectos brotará Dios. En mitad de los ruidos, Él controlará la dispersión y tú serás señor de ti mismo.



Estás conmigo
Cuando intentes celebrar un encuentro con el Señor, después de construir el templo del silencio en fe y en paz, comienza diciéndole: 

Estás conmigo.
Tú me sondeas y me conoces.
Tú me penetras, me envuelves y me amas.
Estás conmigo, estoy contigo.
Estás en mí ser entero.
Tú me comunicas la existencia y la consistencia.
Eres la esencia de mi existencia.
En Ti existo, me muevo y soy.
Estás conmigo.
Las tinieblas no te ocultan.
La distancia no te separa.
Salgo a la calle y caminas conmigo.
Me enfrasco en los trabajos y a mi lado te quedas.
Mientras duermo, quedas velando mis sueños.
Estás conmigo.

 
El sufrimiento y la gloria
Dios es un misterio infinito. Su modo de actuar y de amar está también lleno de misterio. Los misterios para nuestra mente y para nuestra lógica humana resultan ininteligibles, solo el corazón puede entreabrir la puerta del misterio y vislumbrar una mínima parte de su sobrecogedora grandeza.
Así como los apóstoles vieron la gloria de Jesús resucitado, también nosotros podemos verla en cada vida humana, por frágil que sea. En ella está presente anticipado el reflejo de la gloria de Dios. Eso nos enseña a seguir adelante aquí en la Tierra, aunque tengamos que sufrir, con la esperanza de que Él nos espera con su gloria en el Cielo y que vale la pena cualquier sufrimiento para alcanzarlo.
Nos ayuda también a entender que el sufrimiento ofrecido a Dios se convierte en sacrificio y, así, este tiene el poder de salvar a las almas. Jesús sufrió y así se desprendió de su vida para salvarnos a todos los hombres y entender que el Cielo es algo que hay que ganar con los detalles de la vida de todos los días, viviendo aquel mandamiento que Él nos dejó: “Amaos los unos a los otros”.
Por eso te bendecimos, Dios, porque Cristo después de haber anunciado a sus discípulos su Pasión y su muerte y de haberla sufrido, resucitó.






Anakefalaiosis
Debemos hallar la calma necesaria para afrontar la realidad de vivir. Hemos de encontrar la paz, detenernos un momento y comprender que la luz llenará de nuevo la grandeza del mundo. Dios será fiel a su cita.
¡Qué orden! El mundo funcionará, nosotros también. Estamos insertos en la creación de Dios, que camino hacia la Anakefalaiosis, como decía san Pablo: la recapitulación de todas las cosas en Cristo, cuando seamos todos en Él, en la Pascua definitiva, y veamos a Dios tal cual es. Entonces seremos como Él.

 
Protección
De día y de noche, en la luz y en la oscuridad, en este tiempo de la Pascua hay que sentir a Dios cerca. Es como si Él dijera: “no temas, te comprendo, sé de tus miedos, de tus dudas, de esa honda preocupación que anida en lo más profundo de tu espíritu”.
Ciertamente, este mundo no parece ser un sitio seguro ni para el alma ni para el espíritu. Es muy comprensible el temor: el futuro es incierto.
Pero, hoy mismo hay que sentir la presencia tranquilizadora de Dios en la vida. Toda nuestra vida está bajo su protección. Acordémonos de ello en cada hora, en cada minuto, según vivimos en la plenitud de la actividad, en el constante sobresalto de la existencia es como si Dios dijera: “yo cuidaré de ti”. 

 
Camino
A veces caminamos sin ver todo con claridad, pero poniendo la confianza en la Palabra, como peregrinos nos unimos a la multitud de mujeres, hombres, jóvenes y niños que a través de la Tierra tratan de ser portadores de Cristo, sus testigos. Si pudieras rezar con muchos de ellos...
¡Oh, Dios!, que día tras día, siguiendo a los testigos de Cristo de todos los tiempos, desde los apóstoles y María, me preparo interiormente a poner mi confianza en el misterio de la fe.
Este atrevernos a rezar constantemente cada día sostiene nuestra marcha.
Pese a la confianza caminamos a veces como seres frágiles, que han sido heridos, pero también con Cristo debemos sentirnos resucitados estos días. Llevamos la marca de nuestras heridas, pero seguimos adelante.
Elegir a Cristo supone avanzar sobre un solo camino, no sobre los dos a la vez y el camino de Cristo es la seguridad de que Dios nos aguarda.
   
Confianza
El tiempo de Pascua es el tiempo de la confianza, como una mediación a través de la cual damos pruebas de un amor que se dirige a lo abierto y que pertenece a los momentos vitales y básicos de toda la vida humana y confiarse, de alguna manera, significa abandonarse a la persona en quien se cree.
Para el cristiano, la historia y los acontecimientos son invitaciones a salir de sí y a vivir para los demás.
El triunfo de la confianza es la Pascua. Desde el interior de ese misterio seguimos a Jesús en su paso pascual porque Él nos lleva a la fuente que buscamos. Así es como la confianza del corazón se convierte en una clave a través de la cual el peregrino puede poner audacia a su existencia, confía incluso cuando no se dan las evidencias porque sabe que encontrará lo que está buscando.
Si todo comenzara con la confianza en el corazón, ¿quién se preguntaría: qué hago yo en la Tierra?
Dichoso el que avanza, no por lo que ve, sino por la confianza en la fe.



Sentimientos

El  rasgo  más  humano  de  las  personas  son  sus  sentimientos, que  nos  definen,  nos   moldean   y   nos   dan   vida.   Las   ideas, mientras   sean  abstractas  son  del  dominio  general,  no  adquieren   energía   hasta   que   se   convierten en sentimiento.
Jesús sentía profundamente porque era realmente hombre  y  nosotros  reconocemos  esos  sentimientos suyos con gratitud y alegría porque  también  son  sentimientos  nuestros,  nos  podemos reconocer en Él.
Tanto en la limitación de nuestra pobreza como  en  la  realidad  de  nuestra  condición  humana,  Jesús  pasó  por  toda  la  gama  de  los   sentimientos   humanos   con  intensidad,  sinceridad,  una  personalidad  única  y  entregada.
En  estos  días  previos  a  la  Semana  Santa  podemos  buscar   ese   lado   de   Jesús   tan  lleno  de  sentimientos:  arrebatadores,      dolorosos, expansivos, felices, con  la  gran  carga  de  la  humanidad  pero  con  ese  telón  tan  especial de la divinidad.


Jesús, hombre justo

En  la  cruz  Jesús  es  el  hombre   justo. Él muestra  cómo   se  comporta  un  hombre  justo  y  cómo  el  alma  está  en su  mejor disposición.  Jesús es quien cuida   de  nuestra alma  para  que  tengamos  el  ánimo   suficiente   para   vivir   correctamente.
Platón, en el Diálogo de Gorgias, coloca a  su  maestro  Sócrates   como   ejemplo   de   la   justicia.
Al  justo  no  se  le  reconoce  por el mero hecho de ser asesinado. Sócrates se compara a sí  mismo  con  un  médico  que  es  interpelado  por  un  cocinero,  pues  da  bebidas  amargas  a  los  niños  para  cuidar  sus  heridas.
Del  mismo  modo  que  Sócrates,  Jesús  no  sólo  ha  redimido   a   los   hombres   con   palabras  bonitas:  Él  es  el  médico  que  nos  explica  las  medicinas   que   curan   nuestras   enfermedades.
En  efecto,  Él  es  interpelado  por el cocinero o por los hombres que actuaron para sí mismos  y  para  su  propio  provecho.  Con  el  anuncio  que  hace  el centurión de Jesús como “el hombre  justo”,  el  Evangelio  quiere  decir  a  todos  los  hombres: Este es el verdadero justo, que era esperado desde los tiempos  de  Platón;  es  el  médico  de  vuestras  almas;  si  le miráis os haréis justos, justificados ante Dios; la imagen de Jesús  en  la  cruz  os  hace  verdaderamente hombres justos.

Cuando oramos

Estamos  en  Cuaresma  y  se aproxima la Semana Santa.  Este  es  un  tiempo  especial  para  los  cristianos,  es un tiempo para orar.
La   oración   de   Jesús   en   el  monte  de  los  Olivos  es la  preparación  y  la  fuerza para  recorrer  el  camino  de la  Pasión.  El  evangelio  narra  la  escena  de  la  oración  con  el  trasfondo  de  la  necesidad  que, tanto antiguamente como hoy, tiene mucho que ver con la oración.
Cuando oramos, a  veces, experimentamos oscuridad; tenemos    la   sensación  de que nuestra oración está vacía, de que no es provechosa, de  que  no  ocurre  nada  en   ella; parece  que   Dios   se esconde  tras  un  grueso  muro, se  muestra  silencioso;  y,  como  no  avanzamos  hacia   Dios,  nos  ocurre,  a  menudo,  como   a   los   discípulos  que  nos  adormecemos;  nuestra  oración  se  adormece  y  Jesús  tiene  que  despertarnos  diciéndonos: orad para que podáis hacer frente a la prueba.
Nosotros  tenemos  que  pasar por las mismas tribulaciones que Jesús: soledad, miedo, abandono, necesidad y sufrimiento.
La  oración  es  para  nosotros,  igual  que  para  Jesús, el  camino  para  superar  las  tentaciones que nos permite permanecer ante Dios en las más extremas dificultades.
 
Orar
En el evangelio aparece Jesús  como  el  hombre  de  oración.  Jesús  es  el  gran  orante.  En  los  acontecimientos  más importantes   de su  vida él ora, ora antes de las decisiones. A menudo Jesús se retira a  lugares  solitarios  para  orar  con su Padre.
Lucas,  al  describir  a  Jesús  como  el  orante,  tiene  siempre  presente  a  los  creyentes  cristianos. Para  él  la  oración es, ante todo, un camino para superar los apuros de la vida.
Del  mismo  modo  como  Jesús  soporta  su  pasión  orando,  así  debe  el  cristiano  permanecer  en  la  oración  ante  Dios  para  alcanzar  la  gloria  después  de  atravesar  todas  las dificultades.
Jesús  también  nos  muestra lo  que  nos  puede  suceder  a  nosotros  en  la  oración:  en  el Bautismo, Jesús ora y el Cielo se abre sobre él; cada vez que rezamos  se  abre  para  nosotros el Cielo.


Tú me conoces

¿Sabéis que en el oráculo de Delfos, en la antigua Grecia, había un frontispicio que abría la entrada al templo en el cual se decía aquella famosa frase: “Conócete a ti mismo”?
Ese es uno de los puntos fundamentales del conocimiento en la antigua Grecia. El cristianismo, desde el mundo judaico, dio un paso más: ese cristiano no se conoce sin Dios. Hay un hermoso salmo, el 138, que serena mucho el alma y da tranquilidad, pues nos habla de cómo Dios nos conoce íntimamente y desde ahí puede ayudarnos a conocernos: “Tú me sondeas, Señor, y me conoces”.
Señor, has puesto sobre mí tu mano; Tú formaste mis entrañas, Tú me tejiste en el vientre de mi madre; Tú conoces mi corazón y cada mañana Tú me llamas por mi nombre.
Te doy gracias por tantos prodigios, soy una sombra prodigiosa, todas tus obras son maravillosas; Tú sabes bien que no soy más que oración delante de tu faz.
Padre, heme aquí para hacer tu voluntad, que todas las acciones de este día que pasan sean contadas como oración, que tu espíritu, Señor, me conceda el don de la oración.
Sondéame, ¡oh, Dios!, conoce el fondo de mi corazón.

 
Muéstrate, Señor

“Que Dios nos bendiga, que le teman hasta los confines del orbe”. Esa es nuestra plegaria, Señor, sencilla y directa en tu presencia en este tiempo de Cuaresma, en medio de la gente con quien vivimos. Bendícenos para que los que nos ven vean tu mano en nosotros. Haznos felices para que al vernos felices se acerquen a nosotros todos los que buscan la felicidad y, al mismo tiempo, te encuentren a Ti, que eres la causa de nuestra felicidad.
Muestra tu poder, Señor, en este tiempo especial de penitencia y de oración. Muéstranos tu amor en nuestra vida para que los que lo veamos podamos verte a Ti y alabarte a Ti.
Mira, Señor, que estos seres que viven con nosotros adoran cada uno a un dios y algunos, a ninguno.
Cada cual espera de sus creencias o de sus increencias las bendiciones de la felicidad. Con ese criterio viven o mal viven.
Señor, no te conocen. Eso mismo ocurría en tiempos de Israel y por eso mismo lo único que te pido es que nos bendigas para que la gente de nuestro alrededor piensen bien de Ti.

 

El ayuno
El ayuno tiene su sentido, aparece en todas las religiones de la Tierra. Ayunar, en cierto modo, es desprenderse de las necesidades de este mundo para volver a mirar a Dios.
En el pueblo de Israel tenía su sentido, porque cuando el pueblo se hace sedentario, después de haber andado por el desierto, se deja arrastrar al sincretismo religioso. En nuestro mundo que tiene de todo, abundamos en tantas cosas, tenemos el corazón embotado y nos cuesta mucho trabajo mirar hacia Dios.
Cuando el hombre no tiene ya la energía espiritual necesaria para convertirse necesita una juventud nueva, una capacidad para volver a comenzarlo todo. Por eso, el ayuno.
Hay unas palabras muy bonitas en el libro del profeta Oseas: “le atraeré y le guiaré al desierto, donde hablaré a su corazón, allí me responderá de nuevo, me comprenderá, como en los días de su juventud, como en el día que salió de Egipto”.
Es verdad: al pasar esa necesidad el hombre mira hacia otro sitio. Uno de los efectos que produce el ayuno es la desposesión, la de colocar al hombre frente a sus propios deseos, entonces se da cuenta de qué naturaleza son las nostalgias que surgen en su corazón.




Crecer desde el dolor

Piensa en algunos  acontecimientos  dolorosos  de  tu  vida,  quizá  puede  servirte  para  mirar al pasado.
A  veces, tendemos a no recordar los momentos  malos: “eso  ya  está olvidado”, decimos. Sin embargo, cuántos de esos   acontecimientos   dolorosos son hoy motivo de agradecimiento  porque  te han servido para cambiar y crecer.
Hay  aquí  implícita  una  verdad  elemental  de  la  vida  que  la  mayoría  de  las  personas  no  llegan  jamás  a  descubrir:  los  acontecimientos afortunados hacen  la  vida  más  placentera, pero  no son  causa  de  autoconocimiento, de  crecimiento  y de libertad. Este es solo un privilegio   reservado   a   aquellas  cosas,  personas  y  situaciones  que  nos  han  ocasionado  algún  dolor.
Todo   acontecimiento   doloroso  encierra  una  semilla  de  crecimiento y de liberación.
A   la   luz   de   esta   verdad, vuelve  ahora  a  mirar  sobre  tu vida, fíjate en tal o cual acontecimiento por el que no te sientas  especialmente  agradecido,  trata  de  descubrir  todo  lo  que  te  hizo  crecer.  A  lo  mejor  no  has  tomado  conciencia  de  ello  hasta  ahora:  empieza  a  beneficiarte de ello.


Redescubrir

       


Por  qué  nos  cansamos  de todo lo que nos rodea? ¿Por  qué  no  somos  capaces  de  ver  que  el  mundo  es  nuevo  cada  día  y  cada hora?

La luz se renueva  constantemente,    cambia    de  matices, haría    su  posición...  Piensa  ahora  en  algunas  personas  a  las  que  aprecias  y  que  te  atraen. Intenta  ver  a  cada  una  de  ellas  como  si  fuera  la  primera  vez,  sin  dejarte  influir por el conocimiento o por la experiencia que tienes  junto  a  ellas  (sea  buena  o  mala),  intenta  descubrir  en  ellas  algo  que,  debido  a  la  familiaridad,  se  te  ha  pasado por  alto,  porque la vida  común  produce  rutina,  ceguera  y  aburrimiento.

No  puedes  amar  lo  que  no eres capaz de ver de un modo  nuevo, no puedes amar lo que no eres capaz de  estar   constantemente descubriendo.

Debes  mirar  a  las  personas  en  su  novedad,  recuerda   el   momento primero y la impresión que te causaron  en  su  conocimiento. Nada ha variado.

¿Tiene  tanta  fuerza  la  rutina para  deshacer  lo bueno que hay en el mundo? Creo que no.

Después  de  estudiar los  defectos,  verás  que  son muchas más las virtudes.

Amar

En todas las partes del mundo la gente anda   buscando  el  amor,  porque  todos  están  convencidos   de   que   solo   el   amor  puede  salvar  el  mundo,  pero  muy  pocos  comprenden  en  qué  consiste  realmente  el  amor y cómo brota del corazón humano.
Con   demasiada frecuencia   se  equipara  el  amor  a  los  buenos  sentimientos  para  con  los  demás,  a  la  benevolencia,  a  la  no  violencia,  al  servicio...  Pero  todas  estas  cosas  en    mismas  no  son  el  amor:  el  amor  brota  de un conocimiento consciente.
Solo  en  la  medida  en  que  seas  capaz  de  ver  a  alguien  tal  como  realmente  es  aquí  y  ahora,  no  tal  como  es  en  tu memoria o en tu deseo o en tu imaginación,  podrás  verdaderamente  amarla.  De  lo  contrario  no  será  la  persona  a  la  que  ames  sino  la  idea  que  te  has  formado  de  ella,  por  eso  fracasas;  o  bien,  será  la  persona  como  objeto  de  tu  deseo,  pero  no tal y como es ella misma.
Por  eso,  el  primer  acto  de amor consiste en ver a esa persona, a esa realidad, tal y como verdaderamente es. Así  la  podrás  perdonar,  la  podrás  comprender y la podrás amar.
 Jesús Sánchez Adalid
  


Dios te ama
Es un año nuevo y todo puede comenzar en tus profundidades, en las profundidades del ser.
Piensa  que  necesitas  un  corazón  reconciliado.  Debes  crear  ese espacio, ese tiempo, fuera de ti, en el cual sea posible la reconciliación  verdadera.  También  las  debilidades,  las  penas,  los  fracasos,  los  más  hondos  y  delicados  sentimientos  se  pueden  ir  quedando atrás, pero tú no, tú vas hacia delante, así eres tú y así, solo así, Dios te ama. Porque, sencillamente, siempre te amó, aunque a través del tiempo de los años pasados, de la vida azarosa y difícil, tú y esa propia vida tuya creasen una barrera entre Él y tú. Mas Él estaba cerca, seguía cerca, hablándote en susurros, con su voz tan especial, tan silenciosa, con su voz de amor y de vida.
La fe no puede arrancarte el corazón, ni rasgar tu ser: eso no sería fe. La fe eres tú mismo intentando, a través del tiempo, hallar el camino que te conduce a Él.
Jesús ha venido para ayudarnos a vivir, para que en medio de esta azarosa existencia, de este miedo, de estas dudas, de esta zozobra encontremos la paz.
Él,  tan  amplio,  con  el  corazón  tan  ancho,  puede  reconciliarte  porque  te  comprende,  porque  precisamente  quiere  echar  a  un lado ese desasosiego que no viene de Dios y que te repliega y te arruga y te hace temeroso. Volverás con la confianza del corazón.
                                                                                                           Jesús Sánchez Adalid




La felicidad




Aunque es invierno, veo la inmensidad de la tarde y me parece que el mundo es magnífico en sí mismo,  es  una gran obra. Enseguida pienso en  tanta  gente  que  no  es  feliz  o,  al  menos,  no  se  siente tan feliz como yo. ¿Qué puede  hacerse  para  alcanzar  la  felicidad?

No hay nada que tú, ni yo, ni  cualquier  otro  podamos  hacer.  ¿Por  qué?  Por  la  sencilla razón de que ahora mismo ya eres feliz y ¿cómo vas a adquirir lo que ya tienes? 

Si es así, ¿por qué no experimentas  la  felicidad  que  ya  posees?   Pues   simplemente   porque  tu  mente  no  deja  de  producir  infelicidad.  Arroja  esa infelicidad de tu mente y, al  instante,  aflorarán  al  exterior  la  felicidad  que  siempre te  ha  pertenecido;  es  como un  tesoro  oculto  en  el  más  íntimo santuario de tu alma.

Ahora  me  dirás,  ¿cómo  se arroja   fuera   la   infelicidad? Pues  descubre  qué  es  lo  que  la  origina  y  examina  la  causa  abiertamente  y  sin  temor: la   infelicidad   desaparecerá automáticamente.

Pero    piensa    que,    sobre todo,  la  causa  de  tu  infelicidad  es  el  apego,  ese  estado emocional  que  te  vincula  a las  personas  y  a  las  cosas, originado  por  la  creencia  de que  sin ellas  no  podrás  ser feliz.

                                                                    Jesús Sánchez Adalid

  Un año entregado a la Providencia de Dios para descubrir su amor



Un nuevo  año  es  una  oportunidad,  esto  no  es  un  tópico,  es verdad.

Ha  de  ser  celebrado  porque  lo  iniciamos  con  un  corazón agradecido.

Ha  de  ser  un  tiempo  de  encuentro  donde  tengan  cabida  la sorpresa, el milagro, el estupor.

No  es  una  esperanza  fortuita,  ni  un  producto  del  juego  del azar, sino ir al encuentro del nuevo tiempo en la esperanza en la realización plena del amor de Dios.

Si el año que terminó lo hemos puesto en las manos misericordiosas  del  Padre,  pongamos  en  su  Providencia  el  año  que acabamos  de  estrenar,  que  todos  nuestros  días  que  están  por venir estén confiados a la Divina Providencia del Señor.

Sabemos  que  cada  instante  de  nuestra  vida  depende  totalmente de Dios. Es Él quien nos cuida, es Él quien nos protege, quien nos provee de lo necesario cada día, pues cada día tiene lo necesario para que podamos descubrir su amor y cada día tiene su propio afán.

El  amor  de  Dios  se  complace  en  hacer  nuevas  todas  las  cosas, Dios renueva constantemente el mundo, lo visible y lo invisible,  y  también    eres  renovado  aunque  no  seas  capaz  de verlo.

El amor de Dios se regocija en compartirse en cada instante, es el mismo amor que nos ha creado de la nada, es Dios mismo que se comparte con nosotros en cada instante, especialmente en la Eucaristía. Por eso podemos aventurarnos ya, desde este momento,  a  esperar  y  a  desear  un  buen  año,  y  que  se  realice como nuestro Padre Dios lo haya dispuesto 

                                                                             Jesús Sánchez Adalid
  
Dios de la Creación

Miro los campos y veo el orden bello de la naturaleza y por la  noche,  cuando  miro  el  cielo,  las  órbitas  de  los  planetas,  las  fases de la luna y el puesto de cada estrella. Me fío de esa disposición.    que  el  Sol  saldrá,  como  siempre  mañana,  y  que,  aunque  el  cielo  inmenso  esté  todavía  oscuro,  me  hablará  de  esa  regularidad  y  me  dará  derecho  a  esperar  la  luz  del  día,  como cada mañana.
Ya  es  invierno,  pleno  invierno,  pero    que  el  invierno  no  durará.  Perfectamente  comprendo  que  la  primavera  está  ahí  esperando  y  todo  volverá  a  florecer  y  estará  lleno  de  vida  y  de calor. Esa es la marca de Dios sobre su creación, su sello de gracia, su poder y su garantía.
De  esta  forma    que  la  naturaleza  acudirá  también  a  completar mi ciclo: acabará este cuerpo en su invierno y Él me llevará a su primavera.
Así como me confío al Dios de la Creación, me fío también del  Dios  de  la  Salvación,  en  su  ley,  en  su  voluntad  y  en  su  amor  creo,  porque  su  ley  es  perfecta,  su  precepto  es  fiel,  sus  mandatos son rectos y su voluntad es pura.
La  creación  física  es  el  espejo  de  la  creación  espiritual.  La  misma voluntad divina que rige esas estrellas visibles gobierna el mundo invisible, así que no temo y confío en Él, especialmente ahora en el tiempo de Adviento, cuando estoy lleno de esperanza, esta es la oración que rezo a diario:
Dame fe, Señor.
Dame confianza en tu santa voluntad
que gobierna todo, que todo lo sabe.
Dirígeme, Señor, y corrígeme suavemente.
Cuídame a lo largo de mi órbita,
como a una estrella en la noche,
como a un punto de luz sereno y
visible en la oscuridad y
así llegaré hasta tu clara presencia.
Jesús Sánchez Adalid

Dios hablará

El mundo necesita tu presencia, Señor, en el silencio lo percibo. ¿Por qué te ocultas? Acude en nuestro auxilio: necesitamos sentir tu presencia, escuchar tu voz a través de los hombres y mujeres que hablen de tu nombre y obren con tu poder.
¿Por qué esta falta de mensajeros? Nuestros jóvenes están a la espera de nuevos modelos de santidad. Nuestros corazones anhelan nuevas aventuras de acción evangélica.
Queremos tener un puesto en el mundo. Los cristianos queremos que se muestre el poder de tu brazo en la crisis que hoy atraviesa la humanidad. ¿Por qué no hablas, Señor? ¿Por qué no actúas?  ¿Recuerdas el salmo de tu siervo David?: “Ya no vemos nuestros signos, ni hay profetas, nadie entre nosotros sabe hasta cuándo”.
Actúa, Señor, a través de tus escogidos, envía profetas a tu pueblo, envía mensajeros, habla Señor a través de tus santos, que tu voz nos despierte, que nos sacuda, que nos saque de la rutina.
Haznos ver las necesidades espirituales de nuestro tiempo y la manera de remediarlas con nuestra presencia cotidiana.
Haz oír tu llamada y convoca a tus emisarios y danos ojos para reconocerlos entre el gentío, en el bullicio del mundo.
Sí, Señor. En este tiempo de Adviento, Tú que vienes a salvarnos vas a hablar. Lo sé, porque siempre has hablado. Cuando quieras Tú hablarás, en tu momento, hablarás.
Jesús Sánchez Adalid
 
Adviento, tiempo de la llamada
En el Adviento miramos hacia el amanecer, hacia oriente, de donde viene la luz verdadera. El símbolo de la luz que nace en el tiempo del invierno representa la luz de Cristo que viene a disipar las sombras del mundo.
Te propongo que mañana, antes de comenzar el nuevo día, hagas un pequeño esfuerzo para serenarte. Es bueno detenerse durante unos momentos, respirar hondamente y mirar en tu interior. Mira hacia el lugar de donde viene la luz, lo puedes hacer desde tu ventana o en la terraza. Necesitas encontrar la calma para afrontar de nuevo la realidad de vivir, necesitas hallar paz.
Inspira un momento el aire de la madrugada, va a amanecer, la luz envolverá de nuevo la grandeza del mundo, siempre fiel a su cita. ¡Qué orden! ¡Qué maravilla! Todo funciona, tu cuerpo también. Perteneces al mundo, estás inserto en la creación, pero no eres totalmente del mundo.
Si inspiras de nuevo y te haces consciente del gran misterio de la vida, sentirás paz. A pesar del barullo de tus pensamientos, el orden de la creación aporta paz.
Entra en el santuario de tu interior de tu espíritu, de puntillas, sin forzar nada: ¿Quién eres? ¿Por qué vives? ¿Cuánto vivirás?
Ante el espectáculo eterno de la existencia siente un temor reverente; ante el tiempo que fluye, déjate llevar: ¿Quién te lleva? ¿A dónde vas?
Inspira una vez más y siente que Dios está ahí, percibe su misteriosa presencia. De Él procede el todo y la nada; lo lejano y lo próximo; el tiempo y la eternidad; los otros y tú mismo.
Llámale: “Ven, Señor”.
Llámale otra vez: “Ven, Señor, a mí”.
Este es el tiempo de la llamada, el tiempo de la esperanza.
Jesús Sánchez Adalid


Adviento, tiempo de esperanza

El Adviento nos habla del misterio profundo y oculto del que brota la esperanza.
Ha sucedido siempre, Señor, que Tú nos has mirado con amor complacido y quieres recuperarnos, devolvernos a tu presencia y compañía.
Aún no sabemos por qué nos apartamos de Ti, nos alejamos por caminos perdidos, aunque sabemos bien lo que quieres, Señor, porque está inscrito en nuestro corazón. Sabemos lo que quieres para nosotros; yo sé lo que quieres para mí, mas como a niños se nos olvida.

Oh Dios, Dios de la fe, nuestra fuente refrescante, nuestro alimento regenerador, el consuelo del alma vacía y triste, cuando brota esa esperanza en este tiempo podemos volver a mirarte ilusionados y perplejos sabiendo que nos has hecho libres. Nos agarras, nos arrastras, nos arrebatas de este mundo y nos llevas a la luz de la esperanza.
Compréndeme Señor, soy oscilante, solo eso, un ser que se empeña como un loco en buscar la felicidad, más un ser débil que se pierde y no sabe regresar a Ti.
En este tiempo, Señor, en que te llamamos: ven, Padre; ven, Señor; sal a por nosotros; ven a buscarnos y encuéntranos entre  las sombras, en lo más lejano, en los confines de todo, hállanos, pues no somos capaces de volver; atráenos de nuevo hacia Ti, llévanos a nuestra casa, solo allí seremos felices, y en lo profundo de nuestro espíritu, recuérdanos nuestra historia de amor: lo que hiciste por los hombres en todos los tiempos, lo bueno que eres y lo que nosotros hacemos cuando te desobedecemos, para amarte más, para sentirnos más amados, para habitar contigo en la casa del amor.
Permítenos, Señor, que en este tiempo del Adviento volvamos a estar esperanzados.
                                                                                Jesús Sánchez Adalid


Dios, cuida de nosotros

Dios nuestro, llena mi mente y mi corazón de paz.
Míranos y compadécete de nosotros pues estamos apenados.
El mal nos atenaza y apenas nos deja fuerzas.
Con tu mano que cura cualquier enfermedad, suaviza el dolor y el sufrimiento.
Te lo pedimos por medio de Jesús, el Cristo, que sufrió y murió por nosotros.
Dios Todopoderoso, Tú que nos ofreces tu amor como un regalo, Tú, que nos conoces y nos llamas por nuestro nombre, ten compasión de las personas que tanto amamos mientras les llega el momento de viajar de la Tierra a los Cielos, disipa nuestros temores, haz que se esfumen, para reconocer con toda esperanza el misterio de la vida, el misterio de tu amor y de tu trato divino hacia nosotros.
Jesús Sánchez Adalid
Así pudo ser


El día 21 de noviembre se celebra la presentación en el Templo de la Santísima Virgen María. Los orígenes de esta fiesta hay que buscarlos en una piadosa tradición antigua, que surge también de un antiquísimo documento: el escrito apócrifo llamado Protoevangelio de Santiago. Según este documento, la Virgen María fue llevada a la edad de tres años por sus padres, san Joaquín y santa Ana, al Templo. Allí, junto con otras doncellas y piadosas mujeres, fue instruida cuidadosamente con respecto a la fe de sus padres y sobre los deberes para con Dios.

Como de tantas cosas de la vida de Jesús, de María y de los santos, hallo una enseñanza en mi corazón. Imagino cómo llegaría ella al templo de la mano de sus padres. La manita de la Virgen y la mano de Joaquín, esa mano llena de fuerza y confianza, la mano de santa Ana y la manita tierna de la niña. Ana, su dulce madre, tan feliz.

Con su inocencia jamás perdida y su ternura, exquisitamente multiplicada en los años venideros, va acercándose la pequeña al lugar del que tanto le han hablado. Y va aprendiendo a reconocer y a adorar al Dios eterno de sus amados padres, de sus antepasados, el Dios que vive desde siempre y para siempre.

Por estas cosas de la imaginación descubro a una niña, María, débil pero alegre. Va subiendo las escalinatas; al llegar al último peldaño distingo a una prudente distancia a la Profetisa Ana, anciana. Mira a esa niña de ojos dulces, belleza serena y sonrisa de cielo. Ana guarda ese rostro en su corazón, pues el rostro de María es inolvidable. Nadie puede olvidarte Virgen María, una vez que se te ha conocido, no es posible el olvido. No te apartes de mí María; ayúdame, sostenme y acércame a Dios.

                                              Jesús Sánchez Adalid
 
Vida eterna

Avanza el mes de noviembre y, como siempre, mucha de nuestra gente piensa en los seres queridos que nos han dejado. Porque la muerte es la más seria amenaza del deseo humano de vivir, el último enemigo, el máximo enigma de la vida humana. Porque la muerte desconcierta, atemoriza, escandaliza, pone en cuestión el sentido de la vida y también pone en cuestión a Dios.
De uno u otro modo brotan las preguntas: ¿habrá algo después? ¿Estamos condenados a morir para siempre, irremediablemente? ¿Hay una esperanza? ¿Qué anuncia el Evangelio? ¿Cómo afronta Jesús su propia muerte? ¿Se resucita en el momento de la muerte o al final de la Historia? ¿Será cierto, como suele decirse, que no vuelve nadie para contarlo?
Marta, la hermana de Lázaro, cuando ha sufrido la muerte de su ser querido, dice lo que le han enseñado y lo dice con mucho entusiasmo: “Yo sé que resucitará en la resurrección del último día”. Y Jesús le pone en la novedad del Evangelio: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?”.
Jesús habla de su propia muerte como de un paso de este mundo al Padre, un paso de este mundo sometido a la muerte, un paso al mundo nuevo, resucitado a la vida, se va pero se vuelve, le verán los creyentes: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis”.
Las parábolas del grano de trigo que cae en tierra y de la mujer que da a luz manifiestan cómo Jesús ve la muerte: la muerte  produce fruto, es como un parto.
Estando en la situación límite de la cruz, Jesús le dice al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Dios salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por Él. Más aún, la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya la posesión de los vivos que creen en Él, porque el que cree tiene vida eterna.
Jesús Sánchez Adalid

 
Aliento y confianza

Qué penoso es ver y escuchar a tanta gente entristecida, abrumada por el peso de los problemas económicos. Antes, los ojos sabían mirar a los cielos y esperar con sabiduría sus gracias, ahora los ojos están como velados y miran en torno sin ver, porque encima falta la fe, y si no hay fe las esperanzas están muertas y no se es capaz de atisbar la luz que hay más allá de lo presente.
Aquella queja misteriosa del Hijo de Dios parece resonar en las ciudades y en los campos: “Qué lástima ver a tanta gente perdida, desorientada, como oveja sin pastor”.
Con todo, pueden hallarse en todas partes muchos hombres y  mujeres anónimos que trabajan, que luchan por los demás y que mantienen encendida, aunque pequeña y poco visible, la llama de la esperanza.
No sabemos lo que hay por delante de este tiempo tan difícil. Solo Dios lo sabe. Pero, como tantas veces a lo largo de la historia, prever y construir el mañana únicamente será posible desde la fraternidad, desde el amor.
En cambio, la espiritualidad parece estar adormilada y los corazones perezosos. Deberíamos ser profetas de esperanza y no voceros de calamidades. La gente necesita que les abran los ojos, aprender de nuevo a orar con sencillez y confianza, porque en el fondo todos queremos ver, ver más y mejor.
No obstante, ante esta desgana espiritual y el desinterés por lo sagrado, la verdadera religión es aliento divino y confianza en el que todo lo puede.          
                                                                    Jesús Sánchez Adalid

 
El Dios de la paz

Con demasiada frecuencia nos inquietamos y nos alteramos pretendiendo resolver todas las cosas de golpe y por nosotros mismos, mientras que sería mucho más eficaz permanecer tranquilos bajo la mirada de Dios y dejar que Él actúe en nosotros con su sabiduría, su poder, que son infinitamente superiores a los nuestros.
Porque Dios es el Dios de la paz. No habla ni opera más que en medio de la paz, no en la confusión ni en la agitación.
Recordemos la experiencia del profeta Elías en el Horeb: Dios no estaba ni en el huracán ni en el temblor de la Tierra ni en el fuego, estaba en el ligero y blando susurro.
Dejemos que Dios actúe en nosotros con su sabiduría, con su poder.
Bien entendido nuestro discurso no es una invitación a la pereza o a la inactividad, es la invitación a actuar, y a actuar mucho en ciertas ocasiones, pero bajo el impulso del Espíritu de Dios, que es un Espíritu afable, sereno, amoroso; no en medio del Espíritu de la inquietud y de la agitación, de la excesiva precipitación que con demasiada frecuencia nos mueve.
Dios nos hace bien y nos lo hace por sí mismo, casi sin que nos demos cuenta, hemos de ser más pasivos y activos esperando esta ayuda.
                                                                             Jesús Sánchez Adalid


Dios, acompáñanos
Dios nuestro de la vida y del amor, Tú que estás siempre cerca de nosotros y a la vez eres todo un misterio, Dios de la Creación, quédate con nosotros hoy y hasta la hora de la muerte, protégenos de los peligros y guíanos hasta el camino de la vida eterna, recibe como ofrenda nuestra vida, todo lo que somos y todo lo que hacemos, permite que el Ángel de la Guarda se quede con nosotros durante todo este día y para siempre.
Dios todopoderoso, Tú que me has otorgado la vida y me has rodeado de amor, pon tu mano curandera sobre mí. Tú has sido bondadoso con nosotros, dame esperanza en este momento y manda tu espíritu de aceptación. Bendíceme mientras sufro con Jesús ahora y por siempre.
Jesús, nuestro Redentor, Tú que viniste a vivir entre nosotros, Tú que sufriste y moriste por nuestros pecados en la cruz, acepta el sufrimiento y el trabajo de hoy, otórgame paciencia y valor para sufrir contigo, ayúdame a reconocer tu amor.
Bondadoso Señor de todos los tiempos, Tú que estás cerca de nosotros aun cuando no lo sentimos, ayúdame a vivir.
Jesús, nuestro Salvador, mantenme firme en el sufrimiento. Tú que permites que otros nos decepcionen, Tú que has dejado que te humillen para que otros puedan vivir una vida eterna, danos esperanza durante este misterio del sufrimiento.
                                                                      Jesús Sánchez Adalid

La esperanza para resistir
Esta vida no está exenta de pruebas y dificultades, eso lo sabemos bien. A veces, la tentación del desaliento, del abandono y del cansancio se alzan contra nosotros. Lo que ayer nos entusiasmaba con ardor indescriptible, hoy puede no ser más que una rutina insípida y apática.
En esos momentos de oscuridad en que no vemos muy bien el horizonte, es cuando la luz del sol aparece opacada por las nubes de la duda y la incertidumbre. Es en esos momentos en los que más debemos aferrarnos a la esperanza.
La esperanza nos hace ser capaces de resistir y sobrellevar los obstáculos en nuestro peregrinar. Así nos lo recuerda san Pablo: los padecimientos del tiempo presente no son nada con la gloria que ha de manifestarse en nosotros.
A pesar de nuestras debilidades e inconsistencias sabemos que la esperanza no falta porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.
Jesús Sánchez Adalid

 
El otoño de la vida
Estrenamos el otoño y aun persisten en el aire los recuerdos del estío. La creación entera en este tiempo aguarda el milagro de la regeneración. Todo está en tu mano Dios nuestro y sentimos que estos cuerpos nuestros hechos para la vida también esperan la consumación de todas las cosas.
En el otoño de la vida confiamos en que Tú eres capaz de hacerlo todo de nuevo, de hacer resurgir el color verde de la esperanza, del mismo modo que en los campos, en nuestra alma siempre joven.
Por eso tenemos confianza, porque esperamos en Ti que eres Salvador, que eres Redentor. Aunque a veces las brumas de las dudas vienen para acosar nuestra mente débil, humana, que se atemoriza por el paso inexorable del tiempo, por la vejez que todo lo marchita. Mas nuestro amado Dios siempre es joven, por eso no temo. Aunque algunos signos me afectan, en el fondo mi corazón está confiado en medio del dolor o de la pena.
Este otoño me regala una paz para el alma, la paz que solo puede venir de Ti, Dios mío, mi Señor generoso y providente. Alzo mis ojos al cielo y contemplo la inmensidad del firmamento. El sol luce detrás de las nubes, así también los ojos de mi alma son capaces de atisbar la luz espiritual y eterna que brota de Ti, mi Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Cada día amanece, pero es diferente
Cada día amanece puntualmente, pero no como obediencia de los elementos a una rutina ciega, quizá un aburrimiento cósmico de días idénticos los unos a los otros. Cada día amenece pero es diferente, la luz toma formas diversas a lo largo del día y los colores se mueven con libertad en el gran espacio del mundo.
Tampoco son idénticos los aromas, aunque se asemejan a otros del pasado y avivan nuestros recuerdos. No se trata de una nostalgia absurda y paralizante, sino del maravilloso milagro de existir en el tiempo, de navegar en el paso de las horas, de las semanas, de las estaciones, de los años.
Ahora puedes serenarte, a esta hora del día, y disfrutar de tan encantador misterio. Dios cuida del mundo, en su providencia están todas las cosas, nada se pierde, nada desaparece totalmente, excepto el mal que nos impide ser felices.
Dios disipará las sombras y hará crecer la luz con su mano prodigiosa, porque Él todo lo puede.
Como la naturaleza, como el todo en el que vivimos y nos movemos y existimos, tú estás en su mano. Más a ti te ama con un amor infinito, eterno, que no se acaba.
Ahora puedes serenarte y percibir el gozo de esa seguridad, en una confianza espiritual tan grande.
                                                                                                             Jesús Sánchez Adalid
 
Te vi

Porque te vi ayer en la calle, en los campos, en el pueblo, acompañando a los niños y niñas que iban al colegio por primera vez, a hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, entre ruidos, cruzándose entre los vehículos y los semáforos, al hacer su trabajo limpiando vidrios, extendiendo su mano agotados, tristes, en la ciudad, en las calles, como en tantos lugares del mundo. En pleno verano en la ciudad, en las playas, junto al inmenso mar, en la presencia impresionante de las montañas y de los bosques.
Te bendecimos y te alabamos Señor, y te pedimos que estés con nosotros ahora. Porque te vimos peregrino con aquellos que buscan un pedazo de tierra para vivir, un techo para cobijarse, un trabajo para sentirse dignos.
Te bendecimos y te alabamos, y te pedimos que no dejes de estar con nosotros. Gracias por haberte hecho presente, una vez más, y por decir aquello de “Venid a mí todos los que estáis cansados y agotados, que yo os aliviaré”. Porque te vimos en medio del odio y la violencia, en medio de la opresión y la destrucción sin sentido diciendo: “¡No. Parad, nos os matéis, no me matéis una vez más!”
Te bendecimos y te alabamos y te pedimos que estés siempre con nosotros.
Gracias porque nuevamente podemos escuchar tus palabras: “Mi paz os dejo, mi paz os doy, aunque yo no la doy como la da el mundo”. No dejes de estar hoy con nosotros.
                                                                                                                  Jesús Sánchez Adalid

Delante de ti, dentro de ti

Ahora, a esta hora del día, cuando reina el sol ahí fuera, tú puedes pensar en Él, en Aquél de quién proviene toda claridad y toda luz.
Tal vez estés algo abrumado por la vida. Es posible que esa preocupación, ese temor, oscurezca tu conciencia, tu interior. Pero tú, ahora, puedes detenerte un momento y hablar con Él.
Si no tienes cerca un santuario, un templo, puedes hablar ahí mismo, en el santuario de tu corazón. Puedes hablar con Aquél de quién viene toda claridad, toda luz. Si hay algo de oscuridad, algún resquicio de sombra en tu alma, entra en tu santuario interior y haz allí el silencio. Tu corazón guarda su secreto, tu alma tiene su misterio; ahora tú puedes hablar con Él, con Aquél de quién viene toda luz, el único que sabe hacer amanecer.
Haz que, por un momento, se disipe tu sufrimiento y clama, aun en tu oscuridad, sencillamente, y con toda confianza.
Hoy es tiempo para caminar, para avanzar hacia donde Él te aguarda, piensa que es amor, solo amor, puro y verdadero, lo que está ahí delante de ti, dentro de ti.
Jesús Sánchez Adalid

De quién soy y a quién pertenezco?

Es verdad que el dolor produce e inquiere en nosotros muchas preguntas, angustias, oscuridades... Esa pregunta, sobre todo, de quién soy yo y, en definitiva, a quién pertenezco, a qué conduce esto.
El sufrimiento parece inútil y odioso en sí mismo. Sin la fe resulta una maldición. Pero nosotros podemos clamar a Dios: ¡Ayúdame, amado Dios!, ¡ayúdanos Dios nuestro a comprender y a aceptar los momentos penosos, duros y difíciles de nuestra existencia!
Sabemos cuán pasajera es esta vida, y que todo aquí es transitorio, lo bueno, lo malo, lo placentero y lo doloroso. Pero aspiramos Señor a estar contigo y gozar definitivamente y en paz de cuanto amamos en esta vida. Esa es nuestra esperanza, ese es nuestro mayor anhelo.
Jesús Sánchez Adalid
 
El interior y la actuación


“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi”. Es un llamamiento a la honestidad con Dios, a no tranquilizar la conciencia con el cumplimiento de unas prácticas cuyo contenido se ha olvidado. Es como si Jesús nos dijera: Este pueblo me miente.

Toda acción humana arranca del corazón, pero si el corazón está manchado, el hombre entero y su actuación quedan manchados.

¡Cuántas fiestas celebramos, que tienen origen cristiano, y se han convertido para algunos en una fiesta en la que Dios está ausente! La Navidad, la Semana Santa, la Pascua, los domingos...

¡En cuántas ocasiones también, la actuación diaria en la familia y en el lugar de trabajo está manchada por la envidia, la ambición, la impaciencia, los malos modos, la egolatría!

Las obras externas quedan marcadas por la intención con que se hacen. Jesús recuerda que hay que empezar por purificar el corazón, pues de él proceden los malos propósitos. Las maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.

          Jesús Sánchez Adalid
 

Oración agradecida
    Con toda mi alma, con todo lo que puede caber en ella y lo que de ella puede manar quiero darte gracias, Dios mío, en este tiempo de verano
en que los frutos están recogidos y la tierra nos ha ofrecido el regalo generoso de tu gran bondad: el dorado trigo.
      Tú que nos sostienes Padre, Tú que nos ayudas a seguir viviendo, Tú que, a pesar de nuestras infidelidades y pecados, siempre estás ahí, amoroso, paciente, amable... recoge hoy mi oración agradecida.
      Todo cuanto tengo, cuanto soy, mis frutos, lo que recibí y lo que puedo dar, todo viene de Ti, mi Señor. Pues tuyos son este cielo y esta tierra, este calor y toda esta vida procede de Ti y Tú renuevas el mundo y das frescura al aire por la noche, cuando las aves lanzan sus vuelos y sus cantos ensalzando al Creador.
      También las gentes que van entregadas a sus afanes, que recorren las ciudades, los pueblos y los campos en busca del sustento parece que cantan y que ensalzan al dueño de la vida, de la luz, del amor, el dueño de cuanto existe.
     Con toda mi alma, con todo lo que puede caber en ella y lo que de ella puede manar quiero darte gracias, Dios mío.
Jesús Sánchez Adalid

 
Oh Dios, mi Dios


    Desde tu interior, cada día y en cada momento, puedes acudir al Dios que todo lo puede. Puedes pedirle: atiéndeme, pues te necesito. Te acepto como principio y fin de esta vida mía, mi creador, mi plenitud.

     Me siento en tus manos amorosas y nada temo. Cuanto soy y cuanto seré... todo Tú lo conoces, y respetas mi libertad. Por eso libremente acudo a ti, como un hijo que pide ayuda a su padre sabiendo que no se la negará. Presiento cómo eres y te veo en mi interior, a pesar de mi mal, a pesar de mis pecados.

     No me siento lejos de ti, pues aunque yo me aleje Tú no te separas, oh Dios, mi Dios.

     Tú eres mi Dios presente, el Dios de mis días que me sondea y me conoce. Tú eres mi Padre y yo soy tu hijo, eso lo siento muy adentro y nadie me lo puede arrebatar. Eso transforma mi existir y me hace respirar seguro.

     Ay mi Dios que tranquilidad. Aunque marche por cañadas oscuras, aunque sienta que pueda perderme, Tú no lo permitirás porque no me abandona jamás esta experiencia de tu cercanía para que mi alegría consista en alabarte sirviéndote desde lo más hondo de mi alma.


                                                                                      Jesús Sánchez Adalid

Vivir
            
         Aunque a veces se siente esa especie de desconcierto, ese temor que suscita las dudas ante los hechos inexplicables de la vida, ante los fracasos, las frustraciones, la enfermedad, he de mostrarme agradecido: vivir es un regalo.
     Debo extasiarme ante el misterioso encantamiento de existir, por las sorpresas de los caminos de este mundo y por la deliciosa maravilla de tener cerca a quienes podemos amar, quienes nos aman. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios que nos ha dado el aliento que ha suscitado, dentro de nosotros, el alma eterna, el latido vital del corazón y la insondable capacidad de la mente humana. Para conservar en nuestra esencia la imagen y la semejanza de Dios.
Jesús Sánchez Adalid
 
 Abre tu alma
             Aunque  vivimos  en  unos  tiempos  que  no  son  muy  diferentes  a  otros  tiempos,  este  hombre  de  hoy  tiene  sus  propias esperanzas y sus propios anhelos.

         Es  verdad  que  las  discusiones  teológicas  en  torno  a  las preguntas sobre Dios tienen, en este tiempo, poco sentido. Sin  embargo,  no  son  pocas  las  personas  que  se  preguntan cómo pueden experimentar a Dios. Las gentes no se conforman con creer en Dios; quieren sentirlo, quieren participar de su amor.

      Puede ser que las palabras sobre Dios resulten vacías, en realidad toda palabra sobre Dios será excesiva, ya que Él es y permanece inmutable, inefable.
           Sin embargo, se pueden crear espacios para abrir el alma, donde encontrase con Dios. Allí muy dentro de ti, escondido,  permanece  ese  gran  misterio  y  ante  él  reconoces  quién eres. No miras ya a tu alma, sino que miras a Dios y en Él ves quién eres tú.
                                                                                                                          Jesús Sánchez Adalid

 
¿Dónde estás tú?
    


      Dios nos habla de muchas maneras. Él no sólo quiere hacernos entender dónde estamos, cuál es nuestro problema y nuestra necesidad, sino que también nos revela su amor y su poder. Nos busca para ayudarnos, para salvarnos.

     Tal vez hoy estemos escuchando la misma pregunta que oyó Adán, ¿dónde estás tú? Si estamos alejados de Dios, si caímos en el abismo del mal, si sentimos que hemos transgredido sus mandamientos y sus enseñanzas, no nos desesperemos.
     Siempre se puede regresar a Dios, recuperar su presencia en nuestras vidas y ganar esa confianza en Él que tanto ha de tranquilizarnos.
     Donde quiera que estemos el Señor nos alcanza con su amor. Él, en forma muy especial, nos habla con el Espíritu Santo para decirnos, dónde quiera que estemos, que el Espíritu quiere guiarnos a los pies de Jesucristo. Allí el Señor se acerca a nosotros para mostrarnos que hay perdón y que hay esperanza. Aceptemos su invitación y por la fe llegaremos a Dios.
Jesús Sánchez Adalid
SÉ FELIZ
  Cada día vive como si fuera el primero, y el último y el único
   No critiques. Si notas que algo anda mal, colabora en la solución con palabras de amor, con cariño.
No permitas que los problemas económicos te causen intranquilidad y recuerda que al final del camino lo único que podremos llevarnos serán las buenas acciones realizadas.
Mantén el buen humor ante cualquier circunstancia, ya que la alegría es la mejor medicina para la vida.
Sonríe. Procura no tomarte demasiado en serio las cosas, manifiesta tu amor hacia los demás con gestos y palabras dulces.
Aprovecha el tiempo para aprender y haz una buena base sólida de conocimiento que te conduzca a llevar una vida triunfadora.
Evita las discusiones vanas que solamente conducen al distanciamiento y al rencor hacia los semejantes.
Valora tu trabajo, pero sobre todas las cosas, acuérdate de que el amor al prójimo es el secreto de la felicidad.
Jesús Sánchez Adalid
 
Mi redentor vive
       
      Nosotros no seguimos a un muerto, por importante que haya sido su vida. Seguimos a uno que está vivo. Creo en un Dios que vive para siempre y eso llena de tranquilidad mi alma.

        Ante las dudas, ante la inevitable presencia del dolor, ante el frío aviso de la muerte, siempre me repito: yo sé que mi redentor vive y que al final de los tiempos me rescatará del polvo.
        Lo veré yo mismo y no otro, mis propios ojos lo contemplarán, y en esta carne mía veré a Dios, mi salvador.
Jesús Sánchez Adalid

 
Tu victoria


Invoco al espíritu de Dios y le pido: robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda la realidad celestial mientras seguimos en esta tierra.

          Tu victoria ha llegado porque Tú has llegado. Tú has andado los caminos del hombre y has hablado nuestra lengua con tus propias palabras guardadas desde antes de la creación del mundo. Has gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza y has llevado a cabo tu redención. Tú has hallado la muerte y has resucitado, y has restaurado la vida para siempre.
             Llevarás a término esta obra magnífica, la obra de tu amor y de la gran misericordia del Padre. Eso será cuando Tú quieras. El día y la hora están ocultos pero son ciertos como la misma bondad del Dios.
Jesús Sánchez Adalid




              Aquellos primeros cristianos vivieron el anuncio de la resurrección de Jesucristo como el contenido central de la Buena Noticia.
             Desde entonces comenzó a difundirse hasta los confines de la tierra: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo ha resucitado y está vivo, con una vida nueva en un cuerpo glorioso que pertenece a una dimensión espiritual trascendente, y ha querido hacernos partícipes de su resurrección, de modo que también nosotros vivamos y seamos eternamente felices.
             Este anuncio constituye una invitación a poner la mirada en las realidades eternas, no a quedarnos en lo meramente terreno, que es transitorio.
             La fe del cristiano no es una ideología, ni una escuela filosófica, ni siquiera puede reducirse a una doctrina para mejorar el mundo. La resurrección de Cristo, y con él la de todos los hombres y mujeres es la esencia del cristianismo.
             Hay vida tras la vida, cada hombre con sus pensamientos, con su identidad, como ser único e irrepetible merece ser inmortal ante la presencia de Dios.
Jesús Sánchez Adalid

 
Pascua florida




       Pascua es un nombre que invoca a la alegría plenamente justificada.

        Porque la Pascua coincide con la estación en la que tras el letargo invernal, la naturaleza vive de forma repentina y casi inesperada, la explosión de la luz, el color, de las formas, perfumes, vida y belleza. Todo lo que denominamos con esa palabra: primavera, Pascua florida.

             Une en perfecta armonía las fiestas cristianas y litúrgicas, y la experiencia natural y vital que subyace en ella.

              Es toda una invitación para nosotros, para hacer aflorar en la conciencia la necesidad de la vida, la renovación que llevamos dentro.

              Para aquellos que celebramos la Pascua, nuestra fe nos da toda la confianza en el que pudo vencer el mal y ese gozo es eterno.

              Hoy le damos gracias a Dios por las muchas bendiciones y oramos para que venga su paz a los asuntos de toda la humanidad.

Jesús Sánchez Adalid
 
Jesús está contigo
    
    La mirada conmovida de Cristo se detiene también hoy sobre los hombres y sobre los pueblos; sobre ti, que esperas tanto de Él.
   Jesús está contigo, ante las insidias que se oponen a la paz de tu corazón.
    Se compadece de las multitudes como entonces, la defiende de los lobos, aun a costa de su vida.
      Con su mirada, Jesús abraza a las multitudes y a cada uno; te abraza a ti y te entrega al Padre.
     Amparándote en sus promesas, en las promesas de Dios y de la fe. En medio de este mundo que no cree, donde todo está racionalizado, donde el hombre va por delante de Dios. Es posible que te hayas olvidado de aquellas creencias que tanto te ayudaron, que te enseñaban a ser quién eres entre tanta incertidumbre. Es posible que, entre tanta sequedad, en este desierto, busques la frescura de tu sagrada verdad, amparándote en sus promesas y de la fe a Jesús. 
Jesús Sánchez Adalid

El amor de Dios
     En la larga y milenaria andadura de la humanidad, los hombres y las mujeres de cada tiempo se han preguntado por el sentido de sus vidas. Seguramente tú también llegaste a querer saber qué se pedía de ti.

 Hemos buscado y hemos caminado como peregrinos a lo largo de nuestra existencia y ¿qué hemos hallado? Solo sacrificio, fatigas, dolor, soledad. Pero también amor. Siempre hubo amor. Tal vez era poco perceptible pues no era escandaloso. Tampoco era efusivo ni acelerado, mas era penetrante, sutil y silencioso.
             Es verdad, siempre hubo amor y estaba en ti. Ese gran amor misterioso y eterno que venía de Dios, solo de Él. Hoy lo hemos encontrado y hallamos las respuestas a tantas preguntas.
             Él vive para siempre por puro amor. Seguramente tú también llegaste a saber lo que se pedía de ti. Vive para Él.
Jesús Sánchez Adalid


Acompáñame, Señor
             
Conozco Señor los temores de este mundo. Miro a mi alrededor y descubro esos temores. A veces la vida me parece un desierto; un vastísimo, árido y oscuro desierto. En él me debato fatigosamente, avanzo y busco la salida. Necesito, Señor, encontrar tu lugar.
              ¿Dónde estás, Señor mío? ¿Por qué te ocultas de mí?
              Temo Señor no poder aguantar una vez más el esfuerzo de ser como debo ser, como me obligan a ser, como otros quieren que yo sea.
              Pero, en mitad de este desierto que tanto me asusta, presiento tu presencia repentina. Eres mi refugio. Tú guías mis pasos. Mi único remedio está en Ti, Señor. Por eso, sé que debo caminar en alegría. Sostén mi mano. No me dejes, no te apartes de mí en el nuevo día, mi Dios.
Jesús Sánchez Adalid

 
El amor de Dios
Estamos en Cuaresma. Este es un tiempo ideal para retornar sobre tus pasos y para tratar de hallar esa luz, esa llama que, aunque ahora es pequeña, casi insignificante, sigue encendida en el fondo de tu alma.
Iluminado por ella, al amparo de su resplandor, podrás descubrir que todo, absolutamente todo, es pasajero y que hay cosas eternas más allá que te aguardan frondosas y puras al final del camino.
Hoy es tiempo para caminar, para avanzar hacia donde Él te aguarda. Piensa que es amor, solo amor puro y verdadero, lo que está allí delante de Él.
                                                                                                                 Jesús Sánchez Adalid


El abrazo de Jesús
         

        El hombre vive entre tentaciones, así es la vida. Mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de manera ilusoria en nuestras propias fuerzas, Dios nos guarda y nos sostiene. Efectivamente, hoy el Señor escucha también tu llamada, tu clamor en medio del deseo de alegría, de paz y de amor.

          Como otros seres humanos, como en todas las épocas, es posible que hoy te sientas abandonado. Sin embargo, en la desolación de la miseria, de la soledad, de la enfermedad y del temor al futuro que sin duda afectan sin distinción a ancianos, adultos y niños, Dios no permite que predomine la oscuridad.
          En  efecto,  hay  un  límite  impuesto  al  mal  por  el bien divino, y ese límite es la misericordia de Dios.
Jesús Sánchez Adalid

Acompáñame, Señor
             
Conozco Señor los temores de este mundo. Miro a mi alrededor y descubro esos temores. A veces la vida me parece un desierto; un vastísimo, árido y oscuro desierto. En él me debato fatigosamente, avanzo y busco la salida. Necesito, Señor, encontrar tu lugar.
              ¿Dónde estás, Señor mío? ¿Por qué te ocultas de mí?
              Temo Señor no poder aguantar una vez más el esfuerzo de ser como debo ser, como me obligan a ser, como otros quieren que yo sea.
              Pero, en mitad de este desierto que tanto me asusta, presiento tu presencia repentina. Eres mi refugio. Tú guías mis pasos. Mi único remedio está en Ti, Señor. Por eso, sé que debo caminar en alegría. Sostén mi mano. No me dejes, no te apartes de mí en el nuevo día, mi Dios.
Jesús Sánchez Adalid


El amor de Dios
Estamos en Cuaresma. Este es un tiempo ideal para retornar sobre tus pasos y para tratar de hallar esa luz, esa llama que, aunque ahora es pequeña, casi insignificante, sigue encendida en el fondo de tu alma.
Iluminado por ella, al amparo de su resplandor, podrás descubrir que todo, absolutamente todo, es pasajero y que hay cosas eternas más allá que te aguardan frondosas y puras al final del camino.
Hoy es tiempo para caminar, para avanzar hacia donde Él te aguarda. Piensa que es amor, solo amor puro y verdadero, lo que está allí delante de Él.
                                                                                                                 Jesús Sánchez Adalid



El abrazo de Jesús
         

        El hombre vive entre tentaciones, así es la vida. Mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de manera ilusoria en nuestras propias fuerzas, Dios nos guarda y nos sostiene. Efectivamente, hoy el Señor escucha también tu llamada, tu clamor en medio del deseo de alegría, de paz y de amor.

          Como otros seres humanos, como en todas las épocas, es posible que hoy te sientas abandonado. Sin embargo, en la desolación de la miseria, de la soledad, de la enfermedad y del temor al futuro que sin duda afectan sin distinción a ancianos, adultos y niños, Dios no permite que predomine la oscuridad.
          En  efecto,  hay  un  límite  impuesto  al  mal  por  el bien divino, y ese límite es la misericordia de Dios.
Jesús Sánchez Adalid


 
Nos ponemos en camino

   La Cuaresma es un tiempo privilegiado de la peregrinación interior.  Un  camino  silencioso  hacia  Aquél  que  es  la  fuente de la misericordia.

   Es una peregrinación en la que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, de nuestros miedos, de nuestra falta de fe.
    Pero puedes estar seguro de que Él avanza con nosotros, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría intensa de la Pascua. Incluso al pasar por el «valle oscuro» por esos lugares de la vida tan desolados  y  tan  tristes.  Eso  también  es  penitencia.  También  nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos, y a encontrarle a Él.
Jesús Sánchez Adalid

¿Tienes un rato…?



Escuchado durante la imposición de ceniza en la Eucaristía de Miércoles.

La traducción ha sido rezada durante la homilía.



Escucha esta maravilla:

El "Miserere", también llamado "Miserere mei, Deus"; una composición creada por Gregorio Allegri en el siglo XVII, durante el pontificado del papa Urbano VIII. La letra es el salmo 51 del Antiguo Testamento.

Se compuso para ser cantado en la capilla Sixtina durante los maitines del Miércoles de Ceniza.

El original se canta en latín.

Pero me he permitido traducirlo a mi modo:



Conforme a tu gran amor y dulzura;

Conforme a la grandeza de tu misericordia,

Ten piedad de mí.

Borra mis rebeliones.

Lávame más y más,

Límpiame de mis maldades.

Porque yo reconozco mi rebeldía.

¡De verdad!

Mi torpeza la tengo siempre presente.

Cuando... frente a tu mirada penetrante...

Lo reconozco: ¿Qué soy?

¡Nada! Un tozudo pedazo de barro.

Aunque sé que tú amas la verdad íntima

Y me has hecho encontrar sabiduría en tu hondo misterio.

Lávame con tu agua y quedaré limpio;

Y seré más blanco que la nieve.

Envía hacia mí el gozo puro y la pura alegría,

Y estos pobres huesos abatidos danzarán de pura dicha.

Aparta tu mirada de mi torpeza,

Borra todas mis maldades.

Y pon en mí, oh Eterno, un corazón limpio,

Y un alma nueva ¡joven!

No me eches a un lado,

No pases de largo

Y no quites de mí tu santo Espíritu.

Envuélveme en el gozo de tu salvación.

Entonces enseñaré

Tus caminos a los transgresores,

Para que vuelvan contigo.

Líbrame del horror vacuo,

¡Oh Maravilla oculta y salvadora!

Y cantaré y bailaré en presencia de tu justicia.
¡Como un loco! Abre mis labios,
Y mi boca gritará tu alabanza.
Porque no quieres sacrificios ni penas;
No quieres dolor absurdo.
Amas el espíritu roto de amor;
El corazón lleno de humildad no lo desprecias.
Envía tu bondad a los que amo.
Edifica sus cuerpos y sus mentes.
Entonces te agradarán nuestras pequeñas cosas,
El encanto de la ofrenda sincera,
Nuestras vidas sencillas...
Pues simple ceniza somos,
Ceniza que vuela a lo alto,
Ceniza dulce y encantada...
 

Jesús Sánchez Adalid
 Te escucho, Señor


    Hago el silencio en mi interior y reconozco que me cuesta mucho hallarte dentro de mí. Por eso necesito alejarme de mí mismo.
   Dejar atrás esta fallida vida mía, sembrada de errores, de vanidades, de recelos y de dudas.
  Cómo necesito creer en Ti, Dios mío. Qué necesidad tengo de tenerte conmigo.
    La vida se pasa y sigo aquí solo con mis cosas, con mis problemas. A veces me parece, incluso, que no hay nada más. Pero entonces me digo ¿Por qué estas dichosas dudas? Si Tú estás aquí.
    Es cierto, oigo tu voz tan cercana. Me hablas ahora, en este preciso momento, y me hablas de mí mismo, y yo te escucho.
    Hoy, Señor, me elevo para escucharte. Dios de la verdad, de la luz, de la paz.
                                                                         Jesús Sánchez Adalid

 
Descanso en ti, Señor



     A esta hora en que parece la vida se pone más calmada y que el mundo deja de brillar, pero mantiene esa serenidad de la luz del atardecer en la que vuelvo a echar mi alma a volar.

     Me elevo sobre los tejados, sobre la ciudad, sobre la carretera, sobre los campos silenciosos, sobre las montañas, sobre el mar. Veo la grandeza y la belleza del mundo. La inmensidad de la creación. Tu creación, Dios mío. En el viento fresco siento tu presencia, mi Dios. Me veo más humilde e insignificante como un grano de arena. Disminuyo en mí mismo y me empequeñezco hasta casi desaparecer ¿Quién soy yo para que te fijes en mí? ¿Para qué te acuerdes de mí?

        Me acoges en tu mano cálida y creadora y me reintegras a ti, a tu tono maravilloso a tu infinitud amorosa. Yo me regocijo, me sereno y me expando en ti.

                                                                                      Jesús Sánchez Adalid
 

Aquí estamos, Señor
Señor, antes que fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y para siempre, tú eres Dios y soportas que nosotros, frágiles y culpables, continuemos habitando en la tierra de los vivos y nos das días y años para que adquiramos un corazón sensato: que el amor, Señor, nos haga siempre dóciles a tu voluntad, que nuestras acciones proclamen la obra de tus manos para que así podamos un día gozar eternamente de la dulzura de tu presencia.
             Dios y Señor del tiempo y de la eternidad, antes de que retornemos al polvo del que fuimos formados, tu paciencia nos sostiene para que conozcamos tu voluntad.
             Que baje, Señor, a nosotros tu bondad y haga, durante este día, prósperas las obras de nuestras manos, para que se manifiesten al mundo tu verdad y tu gloria.
Jesús Sánchez Adalid
 

El protagonista en la oración
    
    Venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos que abandonarnos en Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.
     Si tratáis a Cristo oiréis también vosotros, en lo más íntimo del alma, los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas. Hay que orar en medio de esta vida confusa y difícil. Hay que buscar la voz del buen Dios.
      En la oración, pues, el verdadero protagonista es Él. El protagonista es Cristo, que constantemente me libera de la esclavitud, de la corrupción y me conduce hacia la libertad.
     Protagonista es el Espíritu Santo, que viene siempre en ayuda de nuestra debilidad.
Jesús Sánchez Adalid



En la oración
   Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro.
   Cuando parece que Él no satisface nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida.
     El desafío es «abrir nuestro corazón» alabando Su Nombre, buscando Su Reino, aceptando Su Voluntad.
                                                                                                  Jesús Sánchez Adalid


Jesús vino por ti
   
     La fe no puede arrancarte el corazón ni rasgar tu ser, eso no sería fe. La fe eres tú mismo intentando encontrar el camino que te conduce hacia Él.
     Jesús ha venido para ayudarnos a vivir, para que en medio de esta azarosa existencia, de este miedo, de esta zozobra, hallemos la paz.
     Él,  tan  amplio,  con  el  corazón  tan  ancho  puede reconciliarte. Viene a reconciliarte. Viene a echar a un lado ese desasosiego que no viene de Dios, que te repliega y que te arruga.
     Volverás con la confianza del corazón... volverás a Él.
Jesús Sánchez Adalid
  


Dios te ama
     Todo comienza en tus profundidades. Necesitas un corazón reconciliado. Debes crear ese espacio, dentro y fuera de ti, en el cual sea posible la reconciliación verdadera.
         Tus debilidades, tus penas, tus fracasos... tus más hondos y delicados sentimientos se hacen presentes. Ese eres tú. Así eres tú. Y así, solo así, Él te ama. Siempre te amó.
        Aunque a través de tu vida azarosa y difícil, esa propia vida tuya con la que creaste una barrera entre él y tú.
        Mas él estaba cerca, seguía cerca, hablándote en susurros, con su voz tan especial y tan silenciosa. Su voz de amor y de vida.
Jesús Sánchez Adalid


Para encontrar la luz
      El sufrimiento es un misterio que se esconde en la propia esencia de la vida, esperando saltar a cada paso del camino.
     Ante la prueba, ante el dolor cada uno siente la tentación de sucumbir como si todo estuviera perdido, se apagan repentinamente las luces de la razón y del entendimiento y la vida empieza a adquirir un color oscuro y triste.
     Pero la respuesta al sufrimiento es siempre personal e intransferible, cada uno tiene que encontrarla.
     Para el creyente, la oración es un camino que nos conduce a encontrar la luz.
     Él es el motivo de toda confianza, el manantial de toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba. Dios no es indiferente ante el bien y el mal. Es un Dios bueno y no un lado oscuro indescifrable y misterioso.
    Por eso, aunque el aparente triunfo de la dificultad puede inducir a desfallecer, al desaliento, el verdadero creyente sabe que Dios le librará de todo mal, pues Dios ama el bien, ama infinitamente el bien.

Jesús Sánchez Adalid
    
Natividad

       Ninguno de los textos antiguos nos dan datos sobre el nacimiento de Jesús, excepto el hecho de que se produjo en los alrededores de Belén y que fue depositado en un pesebre que se utilizaba para los animales. Este detalle se repite hasta tres veces en el relato del evangelista Lucas, y constituye probablemente una modesta, pero muy significativa, clave de lectura para todo el episodio.

      Este niño que ha nacido es, en cierto modo, un niño como los demás. Sería inútil buscar en Él un signo divino, pero la extraordinaria precariedad de su primera situación, inaceptable incluso para los pobres pastores que tenían al menos el orgullo de poseer una tienda propia, llama la atención de todos los que pasan por allí, o se sienten llamados hacia ese lugar por una voz interior o que viene de lo alto.

      Para el que se acerca con los ojos de la fe constituye además, incluso en los días de mayor bienestar, un signo inolvidable de lo que tiene valor y de lo que cuenta realmente a los ojos de Dios: la humildad, la sencillez, la pobreza de los hombres.

Jesús Sánchez Adalid
     
   
 La promesa
     Es posible que hoy, como otras veces en tu vida, te encuentres algo vacío, sin fuerzas, triste. Confundido o envuelto en las brumas de tus recuerdos.
     Tal vez amanece para ti un día más en la rutina de la semana y de los meses, que se parecen mucho los unos a los otros. Es posible que no tengas planes precisos ni aguardes nada especial. Es posible hasta que hayas perdido la esperanza, la fe o el amor. Es posible que ni siquiera te diga nada la palabra: Navidad.

   Pero escucha, hay un aviso para ti, expresamente para ti. Un mensaje enviado desde los siglos para ti. Es una promesa. Una vieja profecía que alienta las almas: Vendrá el Señor y nos salvará.
     Alégrate por eso, te lo ruego, y álzate sobre tu triste postración. Fíate de Dios. El gran Dios te ama a ti, y viene a salvarte.
Jesús Sánchez Adalid

La fe en el Adviento
     En este hermoso tiempo que se avecina, en el que los hombres cantan y se alegran aún sin saber por qué, podemos invocar el precioso don de la fe, un don raro y verdaderamente asombroso en un mundo tan complejo, pero una gran ayuda y una inestimable gracia para poder vivir.
 

Y sentir como antaño, que Jesús de Nazaret es el Mesías esperado de Israel y adorarlo como a tal, por eso y por nada más, debe ser este tiempo tan jubiloso, porque no hay hombre que haya perdido toda su esperanza. Porque Dios viene, precisamente, a rescatar a los que viven en tristeza, en angustia y en sombras de muerte.

     En este hermoso tiempo, de Adviento y Navidad, podemos invocar el precioso don de la fe.
Jesús Sánchez Adalid
 
ADVIENTO
      Adviento es una hermosa palabra. Es una palabra antigua y plena de hondo misterio. Una palabra que siempre resuena hermosa en mis oídos, en lo profundo de mi corazón anhelante, que me habla del tiempo y de la actitud de espera de los hombres, con llegada.

  En el acontecer rutinario en el que los hombres nos hallamos inmersos, acaso sin emoción, sin sobresalto, reservamos esa bella palabra, adviento, para hablar de acontecimientos altamente deseados y esperados desde antiguo, pues reportan grandes bienes.


      Serás hoy feliz si sabes vivir en constante adviento, si comprendes lo qué es adviento. Feliz el hombre cuyos advientos humanos colman sus esperanzas, pero más feliz todavía aquel cuyos advientos son religiosos pues hablan de la venida, del advenimiento del Dios, que es el más bello y sublime, el más alto que cabe en la escala de las esperanzas.
Jesús Sánchez Adalid
 
Señor, yo confío en Ti
       Dios eterno, ante quien mil años son un ayer que pasó, rescata nuestro tiempo de su inutilidad y vaciedad; cólmalo de tu plenitud enviándonos el Espíritu Santo de tu Hijo para que toda nuestra vida sea alegría y júbilo.

     Vuélvete, Señor, hacia nosotros, pues nuestra vida es una fatiga inútil, nuestros años pasan aprisa y vuelan.

     Porque Tú estás a nuestro lado no nos acobardamos, aunque nuestro exterior vaya decayendo; Tú vas renovando nuestro interior de día en día, porque nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen, gracias a ti, una riqueza eterna, en una alegría y una paz grandísima.

                                                                         Jesús Sánchez Adalid



Santa Cecilia

      El 22 de noviembre celebramos a santa Cecilia, que durante siglos ha sido una de las mártires de la primitiva iglesia más venerada por los cristianos. Sabemos que pertenecía a una familia patricia de Roma, que fue educada en el cristianismo y que creía y confiaba en el único Dios verdadero.

      Cecilia fue martirizada por no sacrificar a los dioses paganos. Fue sepultada junto a la cripta pontificia en la catacumba de san Calixto.

Santa Cecilia es muy conocida en la actualidad por ser la patrona de los músicos.

       Sus actas cuentan que el día de su matrimonio, en tanto que los músicos tocaban, Cecilia cantaba a Dios en su corazón.

        Al final de la Edad Media empezó a representarse a la santa tocando el órgano y cantando.



      ¿Qué sería de nuestra liturgia sin la música? La música tan esencial, la música que eleva nuestros corazones. Decía san Agustín: “quien canta, ora dos veces”.     

      Qué bien sabemos eso los que celebramos a diario la fe de nuestro Señor, sobre todo, los que nos reunimos para cantar salmos y adorar a Dios con la música.

      Pedimos la protección de santa Cecilia, que ayude a nuestra Iglesia a elevarse siempre con sus cantos y a encontrar al Creador con la música.

                                                                          Jesús Sánchez Adalid 

Tu bondad, Señor
       Señor, antes de que fuera engendrado el orbe de la Tierra, desde siempre y por siempre, Tú eres Dios y permites que nosotros, frágiles y culpables, continuemos habitando en la tierra en que vivimos y nos das días y años para que adquiramos un corazón sensato.
        Que el amor, Señor, nos haga siempre dóciles a tu voluntad.
      Que nuestras acciones proclamen la obra de tus manos, para que así podamos algún día gozar de la dulzura de tu presencia.

        Dios y Señor del tiempo y de la eternidad, antes de que retornemos
al polvo del que fuimos formados, tu paciencia nos sostiene para que conozcamos tu voluntad.
       Que baje, Señor, a nosotros tu bondad y haga durante este día prósperas las obras de nuestras manos, para que se manifiesten al mundo tu verdad y tu gloria.
Jesús Sánchez Adalid

La muerte y la resurrección
      La muerte es la más seria amenaza al deseo humano de vivir, el último enemigo, el máximo enigma de la vida humana. La muerte desconcierta, atemoriza, escandaliza, pone en cuestión el sentido de la vida y también pone en cuestión a Dios.
     De uno u otro modo brotan las preguntas: ¿habrá algo después? ¿Estamos condenados a morir? ¿Hay una esperanza? ¿Qué anuncia el Evangelio? ¿Cómo afronta Jesús su propia muerte? ¿Se resucita en el momento de la muerte o al final de la Historia? ¿Es cierto, como suele decirse, que no vuelve nadie para contarlo?
      Marta, la hermana de Lázaro, cuando ha sufrido la muerte de su ser querido, dice lo que le han enseñado y lo dice sin mucho entusiasmo: “Yo sé que resucitará en la resurrección del último día, Señor”. Y Jesús le responde con la novedad del Evangelio: “Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?”.

      Jesús habla de su propia muerte como de un paso de este mundo al Padre, un paso de este mundo sometido a la muerte, un paso al mundo nuevo resucitando a la vida, se va pero se vuelve, le verán los creyentes: “dentro de poco, el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis”.
      Dios salva la vida a cuantos creen en Jesús, a cuantos la pierden por Él. Más aún, la vida eterna a la que resucitan los muertos es ya la posesión de los vivos que creen en Él. El que cree tiene ya la vida eterna.
Jesús Sánchez Adalid
    
Mes de los difuntos
     Cuando  llega  este  tiempo  en  el que  los  atardeceres  son  más  tempranos  y  los  días  más  cortos,  a muchos  les  invade  cierta  tristeza, se acuerdan de los que ya no están con nosotros porque abandonaron este mundo.
     Al mes de noviembre se le llama también “el mes de los difuntos”. A  veces,  resultan  inevitables  los recuerdos.  El  otoño  es  evocador, nostálgico...

    Hay,  también,  quien  al  pensar en la muerte pierden la paz, se atemoriza,  se  desasosiega  y  se  angustia.  Algunas  veces,  las  noches insomnes se hacen largas dando vueltas y vueltas a estas incertidumbres. Puede ser que incluso el panorama se presente sombrío, oscuro, al no hallar respuesta.
     Esta  es  una  pregunta  propia  del  ser  humano:  ¿qué  hay  detrás  de  la  muerte?  ¿Qué  hay  más  allá?  ¿Cómo  será  esa  vida que  la  fe  nos  promete  con  tanta  vehemencia  asegurándonos que supera a esta? ¿Qué es eso de la resurrección?
     También  a  Jesús,  en  aquel  tiempo,  le  hicieron  esas  preguntas. Él respondía sereno, con la certeza del que tiene fe, del que ve más allá.
      Los que mueren son como ángeles, son hijos de Dios, siendo hijos  de  la  resurrección.  Eso  de  que  los  muertos  resucitan  ya lo  había  indicado  también  Moisés  en  el  episodio  de  la  zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abrahám, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
     No es un Dios de muertos, el nuestro, sino de vivos, porque para Él, todos viven.                                    
Jesús Sánchez Adalid


Paciencia
     La vida es un gran ejercicio de paciencia, un esfuerzo hecho de constancia, de la suma de muchas obras buenas.
      La paciencia es muy importante, beneficiosa y necesaria en la vida diaria del cristiano, es uno de los frutos del Espíritu Santo.

     La carrera cristiana es larga y necesitamos paciencia. “Por tanto, nosotros también teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso del pecado que nos asedia y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. Son palabras de la Carta a los Hebreos.

     Para hallar el significado pleno de nuestra existencia, no debemos procurar el significado que esperamos, sino pacientemente el significado que nos va siendo revelado por Dios; el significado que nos llega desde la nube trascendente de su misterio y del nuestro: no conocemos a Dios y no nos conocemos a nosotros mismos.
      Entonces, ¿cómo imaginarnos que podemos trazar nuestro curso hacia el descubrimiento de nuestra vida? Este significado no es un sol que sale todas las mañanas, aunque hemos llegado a pensarlo así, y las mañanas que no sale lo sustituimos con alguna luz artificial nuestra para no admitir que esa mañana fue absurda. En el fondo esto es impaciencia.

      Roguemos pues al Espíritu Santo que nos dé la paciencia suficiente para entender el conjunto del significado de nuestra vida.
Jesús Sánchez Adalid

Las cosas grandes están hechas de bagatelas

Cuentan  que  el  gran artista    Miguel    Ángel tardó mucho tiempo  en dar  los  últimos  toques a  una  de  sus  obras  más famosas:  aquellas  bellísimas pinturas de la Capilla  Sixtina.  


    Dicen  que el Papa que le había encargado  la  obra  lo  visitaba  casi  todos  los  días y  le  preguntaba  siempre:   ¿qué   has   hecho hoy? A lo cual el maestro  contestaba:  hoy  he perfeccionado  ese  detalle en la mano, he mejorado la sombra en aquella  arruga,  he  arreglado la  luz  en  aquella  parte del vestido...



     “Pero eso son bagatelas”, replicaba el Papa.



    “Ciertamente -contestó Miguel Ángel- pero la perfección se hace de bagatelas y la perfección no es una bagatela”.



    La vida del cristiano está hecha de muchos pequeños detalles, las pequeñas cosas de cada día. No hay cosa tan pequeña que no merezca nuestra atención. Puede parecer una bagatela, pero no olvidemos que de esas pequeñas bagatelas está hecha nuestra vida y la vida no es una bagatela.

                                                                                  Jesús Sánchez Adalid

 
Clamar a Dios
     Es verdad que el dolor produce en nosotros e inquiere muchas preguntas, angustias, oscuridades...
     Esa pregunta sobre todo de quién soy yo y, en definitiva, a quién pertenezco, a qué conduce esto.
     El sufrimiento parece inútil y odioso en sí mismo. Sin la fe, resulta una maldición.
     Pero nosotros podemos clamar a Dios:
     “Ayúdame amado Dios.
    Ayúdanos Dios nuestro a comprender y aceptar los momentos penosos, duros y difíciles de nuestra existencia.
     Sabemos cuán pasajera es esta vida y que todo aquí es transitorio: lo bueno, lo malo, lo placentero y lo doloroso.
     Mas aspiramos, Señor, a estar contigo y gozar definitivamente y en paz de cuanto amamos en nuestra vida.
     Esa es nuestra esperanza.
     Ese es nuestro mayor anhelo”.
     Jesús Sánchez Adalid
 
El sufrimiento
     A veces el sufrimiento se presenta de repente, sin llamar antes a tu puerta.
     Entonces viene y hace la pregunta: ¿quién eres tú?
    Al sentirnos interpelados de esta manera, al vernos tocados en lo más profundo de lo que somos, de lo que hemos deseado ser, al vernos convertidos en otra cosa, en seres solos, acosados, débiles... podemos desconcertarnos de momento como nunca antes nos había sucedido.
    El dolor inquiere de nosotros muchas preguntas, angustias, oscuridades... Y entonces hemos de responder: ¿quién soy yo? En definitiva, ¿a quién pertenezco? ¿Vendrá alguien en socorro mío? ¿Seré ayudado? ¿Seré confortado? ¿A qué conduce esto?
    Pero el hombre de fe, aunque a veces padezca cierta oscuridad, cierta zozobra, sabe que más allá de sus sufrimientos hay luz, hay sosiego y que puede hallar la paz de su corazón, aun en medio de las mayores penalidades.

Jesús Sánchez Adalid


Corazón impuro
     “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. Es un llamamiento a la honestidad con Dios, a no tranquilizar la conciencia con el cumplimiento de unas prácticas cuyo contenido se ha olvidado. Es como si Jesús nos dijera: “Este pueblo me miente”.
    Toda acción humana arranca del corazón, pero si el corazón está manchado, el hombre entero y su actuación quedan manchados.
     ¿Cuántas fiestas celebramos, que tienen su origen cristiano, se han convertido para algunos en una fiesta en la que Dios está ausente: la Navidad, la Semana Santa, la Pascua, los domingos...?
    ¿En cuántas ocasiones también la actuación diaria en la familia y en el lugar de trabajo está manchada por la envidia, la ambición, la impaciencia, los malos modos, la egolatría...?
     Las obras externas quedan marcadas por la intención con que se hacen.
Jesús recuerda que hay que comenzar por purificar el corazón, pues de él proceden los malos propósitos.
    Las maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Jesús Sánchez Adalid


Con nosotros

     Porque te vi ayer en la calle y en los campos; en el pueblo acompañando a los niños y niñas que iban al colegio por primera vez; a hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, entre ruidos, cruzándose entre los vehículos y los semáforos; al hacer su trabajo, limpiando vidrios, extendiendo su mano, agotados, tristes, en la ciudad, en las calles, como en tantos lugares del mundo; en pleno verano, en la ciudad, en las playas, junto al inmenso mar, en la presencia impresionante de las montañas y de los bosques.

     Te bendecimos y te alabamos Señor y te pedimos que estés con nosotros ahora, porque te vimos peregrino con aquellos que buscan un pedazo de tierra para vivir, un techo para cobijarse, un trabajo para sentirse digno.

     Te bendecimos y te alabamos y te pedimos que no dejes de estar con nosotros. Gracias por haberte hecho presente una vez más y por decir aquello de “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”.

     Porque te vimos en medio del odio y de la violencia, en medio de la opresión y de la destrucción sin sentido diciendo “¡No, parad! No os matéis. No me matéis una vez más”.

     Te bendecimos y te alabamos y te pedimos que estés siempre con nosotros. Gracias porque nuevamente podemos escuchar tus palabras: “mi paz os dejo, mi paz os doy, aunque yo no la doy como la da el mundo”. No dejes de estar hoy con nosotros.
Jesús Sánchez Adalid


            La amistad
    Collins afirmó: “En la prosperidad nuestros amigos nos conocen, en la adversidad nosotros conocemos a nuestros amigos”.

   Es verdad. Los problemas, la adversidad, es la piedra de toque de la genuina amistad.

   No conocemos realmente a nuestros amigos si no hemos sufrido con ellos.

   Lo expresa con singular belleza este proverbio chino: “Se conoce una buena fuente en la sequía y un buen amigo en la adversidad”.

     Los verdaderos amigos son aquellos que comparten nuestra desgracia sin ser llamados, los que tenemos a nuestro lado en los momentos difíciles y cuya alegría, en los momentos de éxito, es de tal modo sincera que no se detecta ni la mayor sombra de envidia en su alma.
                                                                                                                Jesús Sánchez Adalid
 
Habla con él
    Ahora, a esta hora del día, tú puedes pensar en Él, en Aquel de quien proviene toda claridad y toda luz.
    Tal vez estés algo abrumado por la vida. Es posible que esa preocupación, ese temor, oscurezca tu conciencia, tu interior, pero tú ahora puedes detenerte un momento y hablar con Él.
    Si no tienes cerca un santuario, un templo, puedes hablar ahí mismo, en el santuario de tu corazón, puedes hablar con Aquel de quien
viene toda claridad, toda luz.
    Si hay algo de oscuridad, algún resquicio de sombra en tu alma, entra en tu santuario interior y haz ahí el silencio.
   Tu corazón guarda su secreto. Tu alma tiene su misterio. Ahora tú puedes hablar con Él, con Aquel de quien viene toda luz, el único que sabe hacer amanecer.
    Haz que por un momento se disipe tu sufrimiento y clama, aún en tu oscuridad, sencillamente y con toda confianza.
    Hoy es tiempo para caminar, para avanzar hacia donde Él te aguarda, piensa que es amor, solo amor, puro y verdadero, lo que está ahí, delante de ti, dentro de ti.

Jesús Sánchez Adalid
 
Oración agradecida

    Con toda mi alma, con todo lo que puede caber en ella y lo que de ella puede manar quiero darte gracias, Dios mío, en este tiempo de verano en que los frutos están recogidos y la tierra nos ha ofrecido el regalo generoso de tu gran bondad: el dorado trigo.
    Tú que nos sostienes Padre, Tú que nos ayudas a seguir viviendo, Tú que, a pesar de nuestras infidelidades y pecados, siempre estás ahí, amoroso, paciente, amable... recoge hoy mi oración agradecida.
    Todo cuanto tengo, cuanto soy, mis frutos, lo que recibí y lo que puedo dar, todo viene de Ti, mi Señor. Pues Tuyos son este cielo y esta tierra, este calor y toda esta vida procede de Ti y Tú renuevas el mundo y das frescura al aire por la noche, cuando las aves lanzan sus vuelos y sus cantos ensalzando al Creador.
    También las gentes que van entregadas a sus afanes, que recorren las ciudades, los pueblos y los campos en busca del sustento parece que cantan y que ensalzan al dueño de la vida, de la luz, del amor, el dueño de cuanto existe.
    Con toda mi alma, con todo lo que puede caber en ella y lo que de ella puede manar quiero darte gracias, Dios mío.
Jesús Sánchez Adalid

Eterno es su amor

      Yo sé que mi Dios es bueno, por eso le doy gracias porque percibo que su amor es eterno y lo repito constantemente en mi interior: eterno es su amor.
      También sé que todo aquí es transitorio, fugaz, perecedero, que soy un peregrino en este mundo, un ave de paso, pasajero de viaje hacia otro lugar.
     Por eso acudo al santo Dios, que gobierna mis pasos y vigila mi sendero, celebro la gran misericordia de ese Dios y lo escucho
y me repito: es eterno su amor. Lo dicen quienes veneran al Señor en la casa de Dios, del único Dios, en su santo templo.
      En mi caminar clamo a Él y Él me entiende, me da respiro, me calma. Por eso ahora no temo a nada porque sé que está conmigo, que es mi auxilio y que finalmente triunfaré sobre mis males, que llegaré a mi destino y me confortará con amorosos cuidados de padre y de madre.
     Me doy cuenta de que lo mejor es refugiarse en Dios, mucho mejor que fiarse de los hombres y muchísimo mejor que confiar en los poderosos.
    Cuando me rodean peligros y me asaltan las dudas me acuerdo del nombre de mi Dios y le invoco. Él escucha mi voz suplicante y acude enseguida en mi ayuda. No con ruido, ni con escándalo sino en pacífico silencio. Me cubre con su energía, serena mi alma, me acaricia y me dice: “No temas, yo estoy aquí”. 
Jesús Sánchez Adalid

Guardar silencio
     Tan pronto como guardo silencio y miro en mí interior afloran en mí muchos sentimientos que reprimo: decepciones, heridas, pasiones, miedos...
     Muchos huyen de estos pensamientos y buscan el bullicio del mundo y una actividad desmedida. Se pierden en pos de mil cosas para no verse a sí mismos.
     El silencio tiene tres partes: en primer lugar, nos hace contemplar la realidad, ver cómo estoy en la vida y qué se mueve en mi interior;
 en segundo lugar, me ayuda a desprenderme de lo que me ocupa constantemente, me ayuda a crear una distancia y a poder controlarme; en tercer lugar, gracias al silencio puedo identificarme con mí mismo y unificarme con el Dios. 

     El silencio me conduce hacia la pura presencia. Soy un ser pleno en ese momento de acuerdo con mi vida; uno conmigo, con la creación, con el ser humano y con el Dios.
     Ya no medito más en Dios sino que estoy en Él, estoy en Dios.
Jesús Sánchez Adalid

Tú me has creado así

      Sé que dentro de mí me llevo a mí mismo, convivo con el ser que Dios me ha dado desde que tengo conciencia.
      Aunque cambiara de aspecto, aunque envejeciera más, aunque mi cuerpo se tornara diferente... seguiría llevándome dentro a mí mismo. Aunque cambie de casa, de ciudad, de ocupación, de lugar en el mundo... quien se lleva dentro a sí mismo no va a cambiar.
      Por eso, todos, en un momento u otro de nuestras vidas, soñamos con un sueño que en el fondo sabemos falso.
    Si me hubiera pasado esto o aquello en la vida... Ay, si hubiera tenido aquella oportunidad, aquel trabajo... Si aquella persona amada me hubiera querido a mí... Si yo me fuera a vivir a otra parte... Si cambiara de ambiente, de amigos... Si comenzara de nuevo... Si en vez de ser así, como soy, fuera de otra manera... Si pudiera controlarme... Si tuviera éxito... Si fuera feliz... Si no estuviera enfermo...
     Todo esto es una vana fantasía.
     Gracias Señor por ser quien soy. Tú me has creado así y así me amas.
    Mi hacedor, mi Padre eterno, acepto lo que reservas para mí desde siempre y para siempre.
Jesús Sánchez Adalid
Confío en Ti
     Presento mis manos abiertas y acepto todo lo que Dios quiera enviarme  y me abandono en El, en mi Dios.
     Miro hacia adelante y aparecen los temores como las sombras: lo que en el pasado me sucedió, lo que todavía se manifiesta amenazante, lo que ya he sufrido... A veces, me apeno tanto...
     Pero clamando a Ti, Padre, desde lo más profundo de mi ser, desde mis mayores temores, me libro de esta existencia incierta.

     Esa oración mora en mí y no deseo desprenderme de ella, forma parte de mi ser, pues soy tu hijo y ¿a dónde acudiré? Lejos de Ti mi alma está seca. Hoy reconozco que me has creado realmente para acudir a Ti. Estoy en camino y nada podrá detenerme.
     Esa es la verdad, mi única verdad. No puedo menos que tener mis manos abiertas alzadas hacia Ti y seguir clamando.
     Para guiarme y sostenerme en este camino cuento con la pequeña llama que arde en mi corazón: tu aliento, el aliento del Espíritu de mi Dios.
     Por todo lo que hoy te he dicho, Señor, te ruego una vez más que no me abandones. Como un hijo confiado voy a esperar en el mejor de los padres. Y ahora, más, tranquilo, seguro en Ti, puedo afrontar este día.

Jesús Sánchez Adalid


La Trinidad
     No todo podemos saberlo, pero creemos en Ti, Dios nuestro, y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de, tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción.
     De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.
     En todos los misterios del Cristianismo, llámense como se quieran, está girando el misterio del amor trinitario y todo lo que encierra los misterios de ese amor infinito es la Santísima Trinidad.

     "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" comenzamos todas nuestras oraciones, comenzamos la santa Misa y la celebramos de todos los sacramentos y actos de la Iglesia.
     Al persignarnos hacemos una señal de la Cruz pequeña sobre la frente, la boca y el pecho, encima del corazón. ¿Qué estamos indicando? Que la cruz sobre la frente se refiere al Padre, que está sobre todo. La cruz en la boca indica el Hijo, la Palabra eterna del Padre brotada desde el seno del Padre celestial desde toda la eternidad, y la cruz sobre el corazón simboliza el Espíritu Santo.
    Cuando pasemos a la eternidad podremos contemplar a Dios directamente, gozar de El y ser como El.
Jesús Sánchez Adalid

Tuyo soy
     Mi esperanza se enciende en Ti que alimentas el sentido último y deslumbrante de cada ser, en Ti que siempre escuchas, que siempre inclinas tu oído hacia mí.
    En el torbellino de mis búsquedas, de mis miedos y de mis fracasos me consuela saber que Tú compartes cada una de mis horas difíciles.

   Recuerdo que la profundidad de tu audacia creadora fue compañera de los hombres que de Ti se fiaron, mientras que aquellos que obraban a espaldas tuyas, a espaldas de tus designios, construyeron la trampa que arruinaría su propio esfuerzo.
     Por eso, sé Señor que no debo apartarme de Ti, pase lo que pase por mi mente confusa, atribulada y, a veces, absurda.
    Yo convierto en canciones la esperanza del camino gracias a la luz de tu palabra que ahuyenta todo error.
   Extranjero algunas veces entre hermanos que te ignoran o te niegan, hallo en tus palabras mi morada, mi paz y mi mesa más reconfortante.
   Tuyo soy en lo que tengo y en lo que aguardo, derribadas por tierra todas mis vanas seguridades, tuyo en la urgencia de entregar mi vida al futuro al tiempo que corre inexorable y me lleva en volandas hacia lo desconocido, pero mi esperanza se enciende en Ti, que alimentas el sentido último y deslumbrante de cada ser, en Ti que siempre escuchas, que siempre inclinas tu oído hacia mí.
Jesús Sánchez Adalid
Apuntes para el día a día
     Camina plácidamente en medio del ruido y de la prisa y recuerda cuánta paz puede haber en el silencio.
Tanto como sea posible y sin abandonar, llévate bien con todos.
    Di tu verdad tranquila y claramente y escucha a los otros, incluso al simple y al ignorante, ellos también tienen su historia.
     Evita a los exaltados ya los agresivos, pues ofende al espíritu y evita tú esa exaltación aunque te cueste, haz un esfuerzo, pídeselo a Dios, El te escuchará.
     Si te comparas con otros puedes envanecerte o amargarte, ya que siempre habrá quien sea más o quien sea menos que tú.
      Disfruta con los logros de tu vida, aunque te parezcan menudos a simple vista, son un regalo del Dios que todo lo puede y haz proyectos.
Mantente interesado en tu trabajo por humilde que sea, es un bien real entre las cambiantes formas del tiempo.
     Sé precavido en tus asuntos porque el mundo está lleno de trampas, pero piensa que hay mucho de bueno a tu alrededor y en ello puedes ver, puedes apreciar, la eterna bondad de Dios.
Jesús Sánchez Adalid
Tu eterno amor
      Te doy gracias Señor porque eres bueno y porque constante es tu amor, que no se acaba nunca.
     Te doy gracias Señor, Dios de todo, porque en todos mis asuntos Tú intervienes y haces maravillas en mi vida, aunque a veces yo no puedo apreciarlas.
     Me sacaste de aquellas cosas que en otro tiempo me hacían esclavo, con mano fuerte y extendiendo tu brazo. Como se tira de uno. Como tira de uno aquel que es un buen amigo.
     Cuando no tenía fuerzas me abriste el camino, pasé y fui salvado por ti. Sentí en mi vida, una vez más, que es constante y eterno tu amor conmigo.
    Sacaste de muy dentro poderes escondidos, rompiste mis cadenas y viniste conmigo y yo, a tientas, descubro que Tú me das, Señor, el pan que necesito, el pan que me da la vida y aunque me canso, vivo.
     No me dejes ahora que soy tuyo y hazme experimentar que es constante y eterno tu amor conmigo.
Jesús Sánchez Adalid

Tu victoria
     Invoco al espíritu de Dios y le pido: robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda la realidad celestial mientras seguimos en esta Tierra.
     Tu victoria ha llegado porque Tú has llegado. Tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua con tus propias palabras guardadas desde la creación del mundo. Has gustado nuestra miseria, también nuestra grandeza y has llevado a cabo tu redención. Tú has hallado la muerte y has resucitado, y has restaurado la vida para siempre.
    Lleva a término esta obra magnífica, la obra de tu amor y tu misericordia. Será eso cuando Tú quieras. El día y la hora están ocultos pero son ciertos como la misma bondad del Dios.
     Mientras tanto, gozo viendo cómo en sueños y profecías cómo en visiones de futuro, la victoria final te devolverá la Tierra entera a Ti que la creaste.
    Todo lo veremos entonces con estos ojos nuestros de carne y comprenderemos, y la humanidad se unirá y todos los hombres reconocerán tu majestad, y aceptarán tu amor dulce y generoso. Ese día ya es mío, me pertenece igual que tus promesas.
Jesús Sánchez Adalid

Sé feliz
     Cada día, y especialmente en este tiempo de Pascua, agradece a Dios el privilegio de tener un día más de vida y vívelo así como si fuera el primero, el único y el último.
     No critiques. Si notas que algo anda mal, colabora en la solución con palabras de amor, con cariño.
     No permitas que los problemas económicos te causen intranquilidad y recuerda que al final del camino lo único que podremos llevarnos serán las buenas acciones realizadas.
     Mantén el buen humor. Es primavera. Aunque cualquier situación vaya mal, la alegría es la mejor medicina para la vida. Sonríe en cualquier circunstancia y procura no tomarte demasiado en serio las cosas que no van demasiado bien.
     Manifiesta tu amor hacia los demás con gestos y palabras dulces. El buen trato convertirá tu vida en un paraíso sin dolores ni sufrimientos.
     Aprovecha el tiempo para aprender y haz una buena base sólida de conocimiento que te conduzca a llevar una vida triunfadora.
      Evita las discusiones vanas que solamente conducen al distanciamiento y al rencor hacia los semejantes.
     Valora tu trabajo haciéndolo con amor, ya que ennoblece a los que lo realizan con entusiasmo.
     Y, sobre todas las cosas, acuérdate de que el amor al prójimo es el secreto de la felicidad.
Jesús Sánchez Adalid

El gozo de la resurrección
     ¡Cristo ha resucitado!
     Siéntete hijo de Dios.
     Percibe ese espíritu de servicio que distinguía a Jesús con su manera de dignificar y perdonar a los demás, con la sencillez que lo llevaba a levantar a los más pequeños, a los débiles y a los caídos, con la transparencia de sus palabras, con la fidelidad de su amor, con el recogimiento y la cercanía al Padre de todos en la oración.
     Cuando lo hacemos así nos sobrecoge una experiencia nueva.
    Hasta nuestras renuncias y privaciones, hasta nuestra soledad y nuestra pobreza, hasta nuestras enfermedades y fallecimientos llega la luz y el fuego del amor de Dios, el gozo de la paz y la resurrección de Jesucristo.
Jesús Sánchez Adalid

La luz de la vida

     Alabado seas, Señor, por este misterio, por la fragilidad humana que pone al descubierto la muerte, pues nos introduce en el camino de la confianza al descubrir lo único esencial: tu vida dentro de nosotros.
    Cuento con mi fragilidad humana a la hora de avanzar en esta peregrinación de la vida. Sea como sea mi fe, tengan el alcance que tengan mis dudas, el final del camino solo Tú lo conoces.
    Alabado seas, Señor, por el sepulcro abierto de Cristo que nos asegura el hecho de la muerte verdadera de nuestro amado Jesús.
     En ese lugar, en el silencio de la tumba, me igualo a Él, me igualo a la voluntad de Dios. Él aceptó la muerte, yo también la acepto con toda serenidad, con toda confianza, porque sé que en ese momento no me abandonarás, porque sé que allí no estaré solo.
    En el gran silencio y en la suprema quietud del tiempo sin tiempo, sabré aguardar tranquilo a que me llames por mi nombre, a que repitas con voz colmada de amor las sílabas de la palabra que escogió para mí desde el vientre materno y con fe extasiada obedeceré a esa llamada.
   Como en esta mañana de primavera, saldré a la luz de la vida, sintiendo la novedad de mi ser, la resurrección, respirando el fresco y aromático hálito de Dios.
Jesús Sánchez Adalid

Tiempo santo

     Señor, aquí me tienes. He entrado en este tiempo santo casi de puntillas. Ahí fuera la luna llena ilumina los campos y los tejados convirtiendo el mundo en un reflejo de plata. Mi corazón se tranquiliza y mi alma vuela hacia Ti, Señor.
      Me gustan estos días, este tiempo de la Semana Santa. Escucho en mi interior la llamada de la fe, las voces serenas que me hablan de Ti, Dios mío.
      Veo el bullir de la gente en la ciudad y me llega el aroma sagrado de tu templo. Aun percibo el rumor de los cantos y el agitarse de las palmas y las ramas de olivo.
     Es tu tiempo, Dios. El bendito tiempo de mi Dios. Siento cómo acudes a mi ciudad interior, a las moradas de mi alma para recorrerlas con tus pasos limpios, pacificándome, reconciliándome, ayudándome a comprender.
    Me abro completamente a Ti y te dejo entrar. Hazlo Señor, mi Dios.
    Mi Señor, sondea mi alma y recompón mi espíritu, que es tuyo, todo tuyo.
      En el inicio de esta santa semana, me comprometo a buscarte con mis pies cansados y bien sé que te hallaré.
Jesús Sánchez Adalid

No te olvides del Señor

     No te olvides del Señor “Procurad no olvidar al Señor”. Leemos estas palabras en el Antiguo Testamento cuando Moisés anima al pueblo de Dios a no olvidarse de Él. Tener presente lo que Él ha hecho en el pasado por ellos. Varias veces le dice: “Procurad no olvidar al Señor. Tened cuidado de no olvidaros del Señor, nuestro Dios”.
     Es muy fácil olvidarse de las cosas que Dios ha hecho en nuestras vidas. Él actúa de una forma muy profunda y amorosa y ahí le conocemos, ahí nos rendimos a Él y le agradecemos. 
      Pero pasan los meses y los años y ya no nos acordamos más de lo maravilloso de su actuar en nuestras vidas.
    A veces pasamos por pruebas y tiempos difíciles, tal vez para humillarnos y saber si vamos a seguir confiando.
     Nos olvidamos de que el Señor nos ama y nos rescató de las tinieblas. Es justamente ahí cuando debemos recordar lo que el Señor ha hecho por nosotros.
    Hoy recordemos también el día en que le conocimos como nuestro Salvador.
    No te olvides del Señor, de lo que Él ha hecho por ti. Él es el motivo de tu alabanza. Él es tu Dios que ha hecho grandes y maravillosas obras por ti.

Jesús Sánchez Adalid


Dios es misericordia

     La misericordia es el atributo de un Dios que extiende su compasión hacia aquellos que le necesitan de verdad.
    Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento ilustran que Dios desea mostrar toda su misericordia al pecador.
     Cristo revela la verdad acerca de Dios, como un Padre de misericordia.
    Nos permite verlo especialmente cercano al hombre, sobre todo, cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad.
     Cristo muestra a Dios como Padre que es amor, que es rico en misericordia.
    ¿Te das cuenta? En la parábola del hijo pródigo no se utiliza ni siquiera una sola vez el término ‘justicia’, como tampoco en el texto original se usa la palabra ‘misericordia’. Sin embargo, se hace obvio que el amor se transforma en misericordia. El padre se compadece del hijo que es pequeño e insensato, errado, inconsciente, humano, débil.
    El hijo pródigo, consumadas las riquezas recibidas de su padre, merece a su vuelta ganarse la vida trabajando como jornalero en la casa paterna y, eventualmente, conseguir poco a poco una cierta provisión de bienes materiales, pero quizá nunca en tanta cantidad como había malgastado; tales serían las exigencias de la justicia. Pero nuestro Dios es algo más que un Dios justo, nuestro Dios es amor. Y Él sabe sacar bienes de nuestros males.
    La misericordia se fundamenta verdaderamente cuando extrae el bien de todas las formas del mal existentes en el mundo, incluso en el corazón del hombre.
Jesús Sánchez Adalid


El cuidado y amor de Dios



     En esta soledad mía he descubierto Señor, mi Señor, que Tú has deseado el amor de mi corazón, tal cual es el amor de un hombre.
     Todo un Dios se ha fijado en tanta pobreza, en la vida de un hombre que está quebrado y atemorizado, pero que es amable para Ti atrae la mirada de tu gran misericordia.
     Esta soledad mía me va enseñando también que no debo ser un ángel para que Tú me ames, para que te aproximes a mí, sino que te conmueve más la humildad del que está caído, del que se acerca sigilosamente a Ti para tocar solo el borde de tu manto.
    Mas para Ti, Señor, nadie es insignificante, a pesar de los errores, aunque se aleje por caminos perdidos, absurdos, insensatos... No, mi Señor, Tú a nadie desprecias, si está contrito y teme y espera.
    Tú no quieres que yo me vuelva grande ante tu mirada, que me crezca creyéndome, por mis buenas obras, el ser más elevado. Te conmueves, como siempre, en la pequeñez, en la humanidad que tanto amas, ese barro cálido que puedes moldear con tus manos amorosas.
    Ahora que vivo bajo tu misericordioso cuidado, te doy gracias y me reconozco criatura amada, deseada, rehecha una y mil veces, pero no desechada. Es necesario que yo sea humano, pequeño y frágil para comprender un misterio tan grande: el de tus cuidados y tu amor sin medida.
Jesús Sánchez Adalid
 
El abrazo de Jesús

     Como otros seres humanos, como en todas las épocas, es posible que hoy te sientas abandonado.
    Sin embargo, en la desolación de la miseria, en la soledad, en la enfermedad, en el temor al futuro, en tus desilusiones, en tus males, en tus faltas... que afectan sin distinción a ancianos, adultos, a niños... Dios no permite que predomine la oscuridad.
     En efecto, hay un límite impuesto al mal por el bien divino y ese es la misericordia.
   Por eso, en este tiempo, el tiempo de Cuaresma, debes mirar directamente hacia la misericordia de Dios y debes ponerte en sus manos.
    La mirada conmovida de Cristo se detiene también hoy sobre los hombres y sobre los pueblos; sobre ti, que esperas tanto de Él.
Jesús está contigo, ante las insidias que se oponen a la paz de tu corazón.    
     Se compadece de las multitudes como entonces, la defiende de los lobos, aun a costa de su vida.
      Con su mirada, Jesús abraza a las multitudes y a cada uno; te abraza a ti y te entrega al Padre.
Jesús Sánchez Adalid

Cuaresma: peregrinación interior

    La Cuaresma es un tiempo privilegiado para hacer la peregrinación interior que a veces pide la vida.
    Un tiempo silencioso hacia Aquel que es la fuente de toda misericordia.
    Es un camino en el que Él mismo nos acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, de nuestros miedos, de nuestra falta de fe, de nuestra inconsistencia...
   Pero puedes estar seguro de que Él avanza con nosotros, sosteniéndonos en el camino hacia la alegría inmensa de la Pascua. Incluso al pasar por el valle oscuro, por esos lugares de la vida tan desolados, tan tristes, donde nos alejamos de nosotros mismos en el dolor, la soledad, el pecado, el desdén de los otros, el desprecio...
    Mientras el tentador nos mueve a desesperarnos o a confiar de manera ilusoria en nosotros mismos, Dios nos guarda y nos sostiene.
   Efectivamente, hoy el Señor escucha también tu llamada, tu clamor en medio de tu deseo de alegría, de paz y de amor.
Jesús Sánchez Adalid
 
El tiempo de Dios

Quienes claman a Dios son escuchados.
Quienes día y noche alzan sus voces a Él no se sientan desamparados.
La respuesta está escrita en la misma petición. Jesús lo asegura: son escuchados prontamente y sin tardar.

El profeta Isaías lo recuerda en el nombre del que todo lo puede: un día es ante Dios como mil años y mil años son como un día.
¿Por qué entonces nos parece, a veces, que Dios se queda tan lejos?
Tal vez porque Él responde en un instante que es equivalente a la eternidad, nosotros clamamos día y noche en la duración del tiempo.
Él responde en un instante de Dios.
Aquí vivimos el tiempo de los hombres, mas todo   tiempo es de Dios.
Por eso Dios quiere que oremos sin desfallecer nunca.
Ahí está la prueba y el combate de la oración.
Jesús Sánchez Adalid

Fiesta de la luz
     Este Jesucristo nuestro, hecho hombre y nacido de mujer, misterio de misterio, claridad de claridades, plenitud del amor humano, ahora en este tiempo del Sol recién nacido, se cruza en nuestras vidas concretas y nos llama para estar con Él.


     Esta es la gran fiesta de la luz. Miramos la inmensidad del mundo y sentimos la plenitud de la redención de Dios, la culminación de su obra, la recapitulación de todo según su santa voluntad.

    Así los temores se disipan como las sombras de la noche porque sentimos que el destino está en manos de Dios, porque sabemos que todo, sea lo que sea, todo acabará bien.

     Los males tienen contado el tiempo. Las penas se escapan ya hacia el despeñadero y caen al vacío de la nada. Los malos recuerdos se quedan muy atrás. Solo reluce el bien, el bien supremo que espera la primavera de la divina bondad.

    Este es el designio misericordioso de Dios.

Jesús Sánchez Adalid
El futuro

     ¿Qué sucederá en el futuro? No me refiero a mañana, ni a pasado mañana, ni siquiera me pregunto por los años venideros. Quiero decir: ¿Qué sucederá al final? En el fin de los tiempos, ¿qué pasará? ¿A dónde iré? Y aquellos a quienes tanto amo, ¿dónde irán ellos, vendrán conmigo?

     Entonces me brota un presentimiento muy bello: todo lo recuperaré, más transformado, pleno, luminoso. Dios lo hará. Sí, Él sabrá hacerlo, porque Él puede hacerlo. Cuando todo llegue a su final el Dios restaurará todas las cosas en Jesús. Será una recapitulación. Lo que constituye la fe en que todo, absolutamente todo, será uno con Dios, y que se denomina apocatástasis o restauración de todas las cosas, tal como anunció san Pedro poco después de Pentecostés. San Pablo lo llama recapitulación, “anakefalaiosis” en griego; expresado por el sabio san Irineo como un momento final y esplendoroso donde todo cobrará sentido.

     El itinerario de cada persona es el itinerario de todo el cosmos. Regresamos al punto del que habíamos partido. Al final del recorrido volvemos a encontrarnos en el Dios llenos de experiencia de amor y de conocimiento. Es como decir con una confianza feliz: todas las cosas, sean las que sean, acabarán bien.
 Jesús Sánchez Adalid  

Buscar el silencio

    Si me detengo durante un momento en esta hora del día en que cae la tarde y guardo silencio, aflorarán dentro de mí muchos sentimientos.
    Tal vez haya decepciones, heridas, pasiones, miedos, tal vez dudas.
    Por eso es que muchos huyen del silencio y buscan el bullicio del mundo o la actividad desmedida, tal vez huyendo de sí mismo, para no encontrarse consigo.
    Pero para saber quién soy debo buscar el silencio, aunque sea de vez en cuando. Este silencio producirá en mí varios estados.
    Primero, me ayudará a encontrar la realidad que está oculta entre tantos ruidos, ver qué se mueve en mi interior, qué me pasa, cómo estoy, ¿tengo problemas de afecto o soy yo mismo mis problemas?
    Mi miedo está ahí, es verdad, pero yo no soy mi miedo.
   Ahora veo que estoy necesitado, entonces me uno a Dios.
   Señor, te necesito, ven a mí.
   Soy un ser pleno, tengo a Dios. Él ya tiene resuelto mis problemas. Es mi Padre, qué he de temer. Soy uno conmigo mismo y con los demás y con toda la creación.
  Ya no medito más en Dios porque estoy en Él.
Jesús Sánchez Adalid

El sufrimiento

El sufrimiento es un misterio que se esconde en la propia esencia de la vida, esperando saltar a cada paso del camino.

Ante la prueba, ante el dolor cada uno siente la tentación de sucumbir como si todo estuviera perdido, se apagan repentina- mente las luces de la razón y del entendimiento y la vida empieza adquirir un color oscuro y triste.

Pero la respuesta al sufrimiento es siempre personal e intransferible, cada uno tiene que encontrarla.

Para el creyente, la oración es un camino que nos conduce a encontrar la luz.

Él es el motivo de toda confianza, el manantial de toda esperanza en el día de la oscuridad y de la prueba.

Dios no es indiferente ante el bien y el mal. Es un Dios bueno y no un lado oscuro indescifrable y misterioso.

Por eso, aunque el aparente triunfo de la dificultad puede inducir a desfallecer, al desaliento, el verdadero creyente sabe que Dios le librará de todo mal, pues Dios ama el bien, ama infinitamente el bien.

                                                                                                               Jesús Sánchez Adalid

Porque es Navidad
     ¡Qué maravilla! A pesar de todo, el Cielo se sigue derramando en amor durante estos días porque es Navidad. Dios está aquí. Hay alegría por los caminos. Abre tu alma, amigo, nada te cuesta. Porque las promesas se cumplirán. Porque es Navidad.
     El Dios hizo el firmamento y lo llenó de estrellas. Hizo la luz y luego el Sol, y encendió una lámpara blanca en la noche para que se viera más clara la cara de Jesús, no fuesen a equivocarse los ángeles y los pastores y los magos. Hizo las montañas y las coronó de águilas y de nieve. Hizo mares, océanos y grandes desiertos de arena dorada para los caminantes. Después llamó a una pequeña estrella y la llevó hasta la otra punta del Universo para que miles y miles de siglos más tarde parpadeara para servir de guía a unos aventureros y valientes magos de Oriente.
     Con solo su mirada coloreó todas las especies de flores que había creado. Hizo crecer a los árboles, que al despertarse se aguan en el aire que forman la brisa y los vendavales. Del viento nacieron las dunas y la música primera del campo.
    Luego Dios hizo una pausa y pensó dónde poner su nacimiento y decidió que en Belén de Judá sería el lugar. Imaginó las figuras: el buey, la mula, los pastores... y le dio una estirpe a su hijo: padres, abuelos, bisabuelos... Cientos de vida para crear una vida, centenares de amores para conseguir el gesto, el tono de su voz, la mano extendida en la postura exacta para el nacimiento de Dios.
     Pensó en su madre. Toda la eternidad soñó con ella y la colocó en el nacimiento, junto a la cuna, con Jesús, vivo retrato de Dios y de María.
     También te creó a ti ya mí, y nos puso aquí para descubrir su misterio, su eterno, su infinito misterio de amor.
                                                                                                    Jesús Sánchez Adalid

Hay un aviso para ti

    Puedes preguntarte qué te pasa, porque es posible que hoy te encuentres abatido, triste, confundido, o envuelto en ese montón de brumas de los recuerdos.
    Tal vez este día que acaba es para ti un día más en la rutina de... las semanas y de los meses, que se parecen los unos a los otros y en los que tampoco nada especial sucede.
    Es posible que no tengas planes precisos, ni aguardes a nadie ni a nada en especial. Hasta es posible que hayas perdido la esperanza, la fe, el amor. A pesar de ello, tengo un aviso para ti, mensaje enviado desde los siglos. Es como una promesa, como aquellas viejas profecías que alentaban las almas. Es un anuncio que supera todas las expectativas caducas de este mundo, una promesa para los hombres, pero especialmente para ti y está enviada desde toda la eternidad. Te ruego que te alegres y lo escuches, aunque no puedas, aunque sientas que no puedes. Álzate sobre tu triste postración, fíate de Dios, pues hay un aviso para ti, muchos lo hicieron. Graba este anuncio en lo más hondo de tu corazón y sal a su encuentro: ¡es Navidad! Viene a ti para siempre.
    Es posible que hoy te encuentres abatido y sin fuerzas pero el aviso sigue ahí, aunque nada te diga esa palabra. Es Navidad y debes vivir como si fuera Navidad siempre, pues hay un aviso para ti, un aviso desde toda la eternidad
Jesús Sánchez Adalid




Esperanza

    La Virgen y san José, con su fe, esperanza y su gran amor, salen victoriosos en la prueba. No hay rechazo, ni frío, ni oscuridad, ni incomodidad que les pueda separar del amor que Cristo les da y que nace con ellos.

    Ellos son los benditos. de Dios que le reciben. Dios no encuentra lugar mejor que aquel pesebre porque allí estaba el amor inmaculado que lo recibe. María estaba allí, escogida para una obra maravillosa, aunque sencilla y natural como el nacimiento de un niño.

    Ella sabe de esperanza. La invocamos como Virgen de la Esperanza. Puesto que el Hijo de Dios, nacido de María, está con nosotros y nos acompañado hemos de sentirnos solos en nuestro caminar terreno. Él nos amplía también el horizonte de nuestras aspiraciones inmediatas para considerarlas ala luz de la sabiduría divina.

    Es importante recordar que ha sido Dios quien ha tomado la iniciativa de encontrarse con nosotros. Por eso, la esperanza del Adviento consiste precisamente para prepararnos para ese encuentro gozoso con quien cambia nuestra vida para salvar a todo el género humano.

    Adviento. Adviento es para nosotros esperanza, acogida y escucha del mensaje del Mesías, que viene a transformar el mundo por el amor.

    Ven, ven Señor, no tardes.

    María, ayúdanos a vivir con esperanza.

                                                             Jesús Sánchez Adalid
  
  Tiempo de espera

El Adviento es un tiempo lleno de significado. Ahora es Adviento y Adviento es como decir tiempo de espera. Este tiempo de la esperanza, un tiempo rico de invierno en el que la naturaleza toda aguarda la plena manifestación del Color y de la luz.
Viene el tiempo nuevo. El tiempo del nacimiento del Dios. El único y verdadero Dios. El Dios con nosotros que trae la aurora de la paz, el consuelo y la dicha. Viene Él. Ten esperanza. Ya no temas, pues tu corazón pequeño y frágil, asustado y rebosante de buena voluntad está hecho todo para Él y su calor te hará vivir y te regenerará.
Viene Él y tú debes tener esperanza. En su profundo y misterioso designio, Dios ya tiene la solución de nuestros problemas. Vivimos en el tiempo. Todo es cuestión de tiempo y nuestro Dios es el rey del tiempo y la eternidad.
Jesús Sánchez Adalid
 Adviento es una hermosa palabra.

Es una palabra antigua y plena de hondo misterio, una palabra que siempre resuena hermosa en mis oídos y en lo profundo de mi corazón, en mi corazón anhelante que me habla del tiempo y de actitud de espera, una espera con llegada.
Esa es la marca de Dios sobre su creación, un sello de gracia, su orden y su garantía.
De esta forma sé que la naturaleza acudirá también a completar mi ciclo.
Acabará este cuerpo en su invierno y Él me llevará a la primavera. .
Así como me fío de la creación, me fío también del Dios de la salvación.
Esta es su ley y su voluntad. .
Por eso, en Adviento vivo lleno de esperanza.
Esta es la oración que rezo a diario:  
           “Dame fe.
            Dame confianza en tu santa voluntad que gobierna todo, que todo lo sabe.
            Dirígeme Señor y corrígeme suavemente.
           Cuídame a lo largo de mi órbita, como a una estrella en la noche, como a un punto de luz sereno y visible en la oscuridad y así llévame hasta tu clara presencia”.
Jesús Sánchez Adalid

No hay comentarios:

Publicar un comentario