ARCHIVO DE LA HOJA PARROQUIAL





Situémonos

“No temáis,
yo he vencido al mundo”

            La difícil misión llena la existencia de Jeremías de conflicto con Dios y con los hombres. Pero encuentra refugio en Dios. Dios se le revela como su defensor (Jeremías 20,10-13).
       El salmista ha aguantado afrentas, ha sufrido vergüenza, se siente extraño entre los suyos, por su fidelidad al Señor. Pero sabe que el Señor escucha a sus pobres, y por eso pide: “Que me escuche tu gran bondad, Señor (Sal 68, 8-10., 14 y 17. 33-35)
Un cristiano, en su afán misionero de evangelizador, debe llegar hasta donde sea, incluso hasta poner en peligro la propia vida. Su seguridad está en Cristo, que ha muerto y resucitado para darnos la certeza de nuestra victoria, la fortaleza que nos hace superar todo temor (Mateo 10,26-33).
       La solidaridad humana tiene anverso y reverso: es solidaridad en el mal y en el bien: «por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres..., pero, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos» (Rom 5,12-15).


Meditemos

“Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte”

           Hoy, Jesús nos invita a ser auténticos y coherentes con la Buena Noticia, aunque ello lleve consigo la incomprensión, la persecución y hasta la muerte.
         Mal lo pasó el pobre profeta Jeremías que tiene que proclamar un mensaje no grato a los oídos de sus paisanos. Por ello, están acechándolo para acabar con su vida. Pero el profeta tiene la certeza de que Dios esá con él y lo librará.
         En cualquier situación que el hombre se encuentre, no debe decaer la confianza y la esperanza en la ayuda del Altísimo, que no es un Dios lejano, sino un Padre presente y cercano que mira con solicitud y amor a todas sus criaturas.
         Si queremos ser fieles a nuestra vocación cristiana, hemos de estar alerta, porque la tendencia es a adaptarnos a la manera de pensar, sentir y vivir de nuestros contemporáneos. Ya nos avisaba el apóstol: «Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios» (Rom 12,1-2).
         La vida de Jesús es el mejor ejemplo de cómo ser fieles a Dios. Llevó su fidelidad hasta la muerte de Cruz. Así vivieron los mártires de todos los tiempos, hace algún tiempo, el obispo Romero, y, últimamente, nuestros hermanos cristianos coptos.
         El discípulo tiene que parecerse a su Maestro. Ya lo dijo Jesús: “os entregarán...., os golpearán... por mi causa...; así podréis dar testimonio de mí delante de ellos” (Marcos 13,9).
         Los cristianos de hoy no debemos ser personas miedosas encerradas en la sacristía, como los apóstoles, ni guerrilleros integristas, que van imponiendo su verdad, sino evangelizadores, que, con sencillez franciscana, proclaman la Buena Noticia con la vida, y, si es necesario, con la palabra.


Pensemos

“Sufrir persecución
por la justicia”
(Leyenda de san Buenaventura, II, 2-3)

           Al verle sus conciudadanos en aquel extraño talante: con el rostro escuálido y cambiado en sus ideas, pensaban que había perdido el juicio, arremetían contra él, arrojándole piedras y lodo de la calle, y, como a loco y demente, le insultaban con gritos desaforados. Mas el siervo de Dios, sin descorazonarse ni inmutarse por ninguna injuria, lo soportaba todo haciéndose el sordo. Tan pronto oyó su padre este clamoreo, acudió presuroso; pero no para librarlo, sino, más bien, para perderlo. Sin conmiseración alguna lo arrastró a su casa, atormentándole primero con palabras, y luego con azotes y cadenas. Francisco, empero, se sentía desde ahora más dispuesto y valiente para llevar a cabo lo que había emprendido, recordando aquellas palabras del Evangelio: Dichosos los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
           No mucho después se vio precisado el padre a ausentarse de Asís, y la madre, que no aprobaba la conducta del marido y veía imposible doblegar la constancia inflexible del hijo, lo libró de la prisión, dejándole partir.
           Pero volvió el padre, y, al no encontrar en casa a su hijo, después de desatarse en insultos y denuestos contra su esposa, corrió bramando al lugar indicado para conseguir, si no podía apartarlo de su propósito, al menos alejarlo de la provincia. Pero Francisco, confortado por Dios, salió espontáneamente al encuentro de su enfurecido padre, clamando con toda libertad que nada le importaban sus cadenas y azotes y que estaba además dispuesto a sufrir con alegría cualquier mal por el nombre de Cristo.

Abramos el corazón

“Dame tu valentía, Señor”

Así, cuando tenga que decir un “sí”
no lo cambie, cobarde, por el “no”
o por el miedo al qué dirán.
¡Sí; Señor!
Otórgame ese valor que sólo la fe  da:
la que nos hace brindar por un mundo mejor;
la que nos hace soñar con un corazón nuevo;
la que nos hace descubrir la grandeza de tu amor.
Infúndeme esa valentía
que sólo tu Palabra transmite:
la que nos hace combativos en la lucha;
la que nos levanta el aparente fracaso;
la que es arma y escudo frente al adversario-
Ofréceme esa bravura que me inspira tu presencia:
Para que nunca, en el combate,
me sienta sólo ni desamparado;
para que, ante las burlas,
recuerde que, Tú, también fuiste ridiculizado;
para que, ante las incomprensiones,
no olvide que, Tú, también fuiste rechazado.
¡Sí; Señor! ¡Dame entereza en la lucha!
Para que nunca diga ¡basta!
para que huya del derrotismo que todo lo asola;
para que avance y nunca retroceda;
para que ofrezca al Evangelio
mi voz que anuncie y denuncie
lo que en el mundo tantas veces se olvida:
Tú, tu amor, tu justicia, tu paz,
tu Reino, tu voluntad y tu ternura. Amén
Javier Leoz



Situémonos

“Tomad, comed; tomad, bebed”

            La condición de desierto, hambre y sed, acompaña siempre al hombre peregrino. El agua de la roca y el maná son los signos de un Dios atento a las necesidades del ser humano (Deuteronomio 8,2-3. 14b-16a).
       Comer la carne del Hijo del Hombre y beber su sangre es vivir la comunión con Jesús. Esto se hace presente en la comida fraternal del pan y del vino, alimentos de vida eterna (Juan 6,51-59).
       Comer del mismo pan y beber del mismo vino eucarístico implica un grave compromiso de unidad entre los cristianos. Esta unidad no puede ser meramente superficial y litúrgica, sino, además, profética y comprometida (1ª Corintios 10,16-17).
       Glorifiquemos al Señor, que nos ofrece la paz, nos da su Palabra y nos sacia con flor de harina (Sal 147,12-13. 14-15. 19-20)



Meditemos

“¿Eres Eucaristía?”

            Jesús en el Evangelio se identifica con el alimento que Dios da a la humanidad: hace falta escuchar, acoger, compenetrarse con su palabra y sus sentimientos.
         No siempre es fácil aceptar la presencia de Dios: puede crear menos problema aceptar la imagen de un Dios lejano, a quien hay que aplacar con ritos y sacrificios. Un Dios que nos atrae por el hambre, por la sed, que acoge, libera, puede producir escándalo.
         Jesús se ofrece como alimento. La comunión de vida con Jesús supone ser personas eucarísticas: abrir los brazos, no juzgar ni excluir ni excomulgar a nadie, estar dispuestos a lavar los pies, a hacerse pan y paz, a contagiar esperanza. El gesto de Jesús recuerda la última Cena. La comunión con Jesús supone vida compartida, llamada continua a la fraternidad y a la solidaridad. Participar en la Eucaristía supone ser “pan” y “vino” para los demás: la puesta en práctica del amor mutuo, y la identificación con la vida, el espíritu y la misión de Jesús. Donde no hay amor, solidaridad, vida compartida y comprometida no hay Eucaristía. Lo importante no es ”oír” misas, repetir unas palabras y gestos que no transforman, sino hacer presente el proyecto de Jesús en la vida cotidiana.
         Es cuestión de vida, no de precepto ni de rito. Jesús comunicaba vida cuando curaba, cuando acogía, cuando escuchaba, cuando comía, cuando miraba... Lo nuestro es seguir su ejemplo, hacer partícipes y comunicar esa vida.
¡Ojo! Comer el maná, puede ser ineficaz para la vida. Quien come este nuevo maná se abre a las necesidades de los demás, se desvive para que todos puedan vivir con dignidad, aportando vida y esperanza.


Pensemos

“El espantapájaros”

               (Lea en clave eucarística este relato)

  En un pueblo vivía un labrador avaro. Pensó: “Haré un espantapájaros”.
            Le puso una calabaza de cabeza, dos granos de maíz de ojos, por nariz, una zanahoria y la boca, una hilera de granos de trigo. Le colocó ropas rotas y de corazón, una pera.
            Un gorrión buscaba alimento y le dijo al espantapájaros:
- Déjame coger trigo para mis hijitos.
- Puedes coger mis dientes que son granos de trigo.
            Agradecido, el gorrión besó su frente de calabaza.
            Una mañana, un conejo le miró y le dijo:
- Quiero una zanahoria, tengo hambre.
            Le ofreció su nariz de zanahoria.
            Más tarde apareció el gallo cantando junto a él.
- Mi gallina no le pondrá más huevos al dueño avaro.
- Eso no está bien. Coge mis ojos que son de maíz.
            Más tarde el espantapájaros notó que alguien lloraba junto a él. Era un niño. El dueño de la huerta no había querido ayudarle.
- Toma, te doy mi cabeza que es una gran calabaza...
            Un vagabundo se acercó y le dijo:
- ¿Podrías darme algo? El labrador me ha echado de su casa.
- Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.
            Cuando el labrador vio su espantapájaros, se enfadó y le prendió fuego. En ese momento cayó al suelo su corazón de pera. El labrador, riéndose, se la comió diciendo:
- Pues esto me lo como yo.
            Al morderla, notó un cambio. El espantapájaros le había comunicado su bondad.
Manuel Sánchez Monge


Abramos el corazón

“¡Vas por delante, Señor!”

Porque, conociendo la humanidad,
sabes que necesita de tu mano.
Que, sin Ti, está abocada
a la desilusión y al desencanto,
al pesimismo o al enfrentamiento.
¡Inyecta, Señor, un poco de tu sangre en nuestro mundo!
Porque nuestros cuerpos se encuentran débiles.
¡Danos un poco de tu Cuerpo, oh Cristo!
Porque, en las mesas de nuestra vida,
sobra el pan que se cuece en un simple horno
y nos falta ese otro Pan que se dora en el amor divino.
¡Vas por delante, Señor!
Somos nosotros, Señor, tus amigos,
los que, un día sí y otro también,
queremos llevarte como el mejor tesoro al mundo;
los que somos miembros de tu Cuerpo
y anunciadores de tus buenos y santos misterios.
¡Vas por delante, Señor!
Mira al enfermo que, desde la azotea de su sufrimiento,
te grita: ¡ten compasión de mi!
Detén tu mirada sobre el que, muerto aún estando vivo,
te pide un poco de esperanza en su caminar.
No dejes de bendecir a los que te dicen que,
entre todo lo conocido, Tú eres el más digno de ser adorado.
¡Vas por delante, Señor!
Gracias, por compartir nuestras prisas y ofrecernos calma.
Gracias, por regalarnos tantas caricias,
Gracias, porque tu Cuerpo y tu Sangre nos hace fuertes,
nos hace sentir que merece la pena caminar y vivir contigo.
Javier Leoz

Situémonos

“Bendita sea la santa Trinidad
e indivisa Unidad” (san Francisco)

            Moisés es testigo, en el monte del Señor, de la manifestación de Yahvé que se presenta como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y rico en clemencia y lealtad”, que ha oído los gemidos de su pueblo (Exodo 34,4b-6. 8-9).
       Yahvé no es Dios separado de la tierra y de los hombres, sino que ama tanto al mundo que ha envíado a su Hijo primogénito para salvarlo (Juan 3,16-18).
       Después de algunas recomendaciones, el apóstol manifiesta su deseo de vida trinitaria para con los destinatarios de la carta: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros” (Corintios 13,11-13).
       Glorifiquemos, bendigamos y alabemos a Dios: “A ti, gloria y alabanza por los siglos” (Dan 3,52. 53. 54. 55. 56).


Meditemos

“Padre, Hijo y Espíritu”

            El Evangelio refiere la entrevista nocturna entre Jesús y Nicodemo. A este hombre dominado por la Ley, Jesús le habla de otra Realidad, de otra perspectiva, de nacer de nuevo, del amor de Dios...
         Dios es amor. El amor es la única definición que podemos entender y experimentar acerca de Dios. Un amor singular y personal, y, a la vez, universal. El proyecto de Dios es que el mundo entero sea como Él, una familia. Cuenta con nosotros para realizar su proyecto. ¿Qué entrego yo para lograrlo?
         Todo se deriva del amor del Padre a la humanidad: por eso envía a su Hijo, y nos envía a nosotros, no para condenar, sino para dar vida y salvar. En las palabras y obras de Jesús  conocemos cómo es Dios: amor, acogida, comprensión y ternura. Que nuestras palabras y nuestras obras den a conocer a Jesús, y, con Él y como Él, salvemos al mundo del egoísmo, la injusticia, la insolidaridad, la falta de amor...,  de todo lo que impida a las personas ser libres y felices.
         La fe es la respuesta con la que libremente acogemos ese don gratuito. ¿En qué Dios creo? ¿Quién es Dios para mí? ¿Un Ser supremo, lejano... o un Padre/Madre, Hermano, que nos quiere, nos acompaña, nos llena la vida? De la imagen que tenemos de Dios en gran parte deriva nuestra relación con Él y con los demás: ¿esclavos, hijos, hermanos? Si mostráramos que nuestra fe no consiste en creer en un catecismo, sino en vivir como hijos y hermanos movidos por el Espíritu, tal vez sería más creíble nuestro testimonio, y haríamos más fácil el acceso de otras personas al Dios de Jesús.


Pensemos

“¡Más pequeña es tu cabeza!”


            Una tarde, paseaba San Agustín por las rubias playas de Hipona, agitado por el afán de comprender el misterio de la Santísima Trinidad.
- “¿Cómo será posible que Dios sea uno y tres personas al mismo tiempo?”
            Su cabeza ardía de ideas y de dudas, y no tenía ojos para ver el mar ni oídos para escuchar las mansas olas que alargaban sus besos hasta la punta de sus sandalias.
            De pronto, vio que un niño corría con una concha marina  llena de agua y la arrojaba en un pocito que había hecho en la arena con sus propias manos.
            El sabio se paró a observar al niño. Tenía el pelo negro y rizado, chapoteaba feliz en el agua, llenaba su concha y corría entusiasmado a echarla en el pocito, que se iba llenando muy lentamente,  porque la arena se chupaba el agua.
            San Agustín se acercó al niño cuando estaba arrojando el agua sobre el pozo.
            - ¿Qué estás haciendo, pequeño?
            - Estoy echando toda el agua del mar en este hueco.
            - Pero eso es imposible –saltó el sabio Agustín con una sonrisa tierna y condescendiente. El mar es muy grande, mide kilómetros y kilómetros y es también muy profundo. ¿Cómo piensas que vas a meter una cosa tan grande en un pocito tan chico?
            - Eso es cierto –le dijo el niño mirándole con picardía-, pero más pequeña es tu cabeza y quieres meter en ella a Dios que es infinito.


Abramos el corazón

“¿Cuál es tu secreto, Trinidad,”

para que, siendo tres personas actúes como un único Dios?
¿Cuál es tu secreto, Trinidad santa,
para que, revelándonos tu intimidad,
el amor que habita en tus tres habitaciones
viváis en un solo Espíritu, como Padre e Hijo,
como si fueras una única morada?
¿Cuál es tu secreto, Trinidad santa,
para no ser algo solitario, sino en compañía,
viviendo en comunidad que ama,
en familia que camina en la misma dirección?
¿Cuál es tu secreto, Trinidad santa?
Tu secreto, Trinidad Santa, es la comunión.
No existe el “yo” en Ti, sino el “nosotros”.
No existe lo mío, sino lo nuestro.
No existe mi bien, sino el bien de todos.
¿Cuál es tu secreto, Trinidad santa?
Tu secreto es la enemistad con el egoísmo.
Tu secreto es la búsqueda de la unión.
Tu secreto es la verdad transparente.
Tu secreto es la voz que se comunica.
Tu secreto, los tres corazones fundidos en uno:
UN SOLO DIOS Y PADRE, UN SOLO DIOS E HIJO,
UN SOLO DIOS Y ESPÍRITU, UN SOLO DIOS VERDADERO,
que, al descubrirse tal y como es, sólo nos dice:
¡MI TRINIDAD ES AMOR!
¡MI FAMILIA VIVE EN EL AMOR!
¡MI FUERZA ES EL AMOR!
¡MI SECRETO ESCONDIDO ES EL AMOR!
Javier Leoz


Situémonos

Ven, Espíritu divino”

                        Duros fueron los últimos días con Jesús: los apóstoles están “con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”. Llega Jesús, les tranquiliza e infunde en ellos el Espíritu Santo (San Juan 20,19-23).
       El ruido del cielo, el viento recio y unas lenguas como llamaradas, signos del Espíritu, llena a los apóstoles de fortaleza y valentía para abrir las puertas y ponerse a predicar a todos en la lengua de cada uno (Hechos de los Apóstoles 2,1-11).
       Vivimos en el Espíritu, que nos hace clamar «Jesús es Señor», «Abbá, Padre», y nos congrega en la unidad, porque somo miembros de un solo cuerpo (1ª Corintios 12,3b-7. 12-13).
       Pidamos al Padre que envíe su Espíritu, que repueble la faz de la tierra (Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34).


Meditemos

“Llega hasta el fondo del alma”

Los discípulos de Jesús sintieron temor tras su ejecución. El miedo impide vivir una fe que transforme la vida. ¿Cuáles son mis miedos? ¿A quién y de qué tengo miedo? En toda situación, Jesús se acerca y nos ofrece su paz. La que libera del miedo, de la condición de “encerrados”. El Espíritu de Jesús transforma una comunidad cobarde y cerrada en una comunidad valiente, con las puertas y ventanas abiertas.
Paz es el primer deseo de Jesús resucitado: integridad, justicia, coherencia, confianza, armonía personal y social. Renueva el don de la paz para subrayar que ha comenzado un tiempo nuevo. El tiempo del Espíritu. ¿Vivo en esa paz deseada?
El Espíritu llena por dentro y lanza hacia fuera. Genera un nuevo modo de ser, una misión en la vida. Nos encarga llevar libertad a los angustiados, alegría a los desencantados, Buena Noticia a todos. Para ello es necesario afrontar los retos de un mundo siempre en cambio. ¿Dispuesto a afrontar los retos?
El Espíritu Santo es la autodonación de Dios. Por el Espíritu, los discípulos se sienten libres y liberadores. ¿Qué experiencia tengo de su acción en mi vida? ¿En qué se nota la acción del Espíritu de Jesús en la comunidad de creyentes? ¿Muestro un cristianismo apagado, SIN ESPÍRITU, basado más sobre normas y miedos que sobre la alegría y la fuerza de la Vida Nueva?
El Espíritu que Jesús nos regala es Ánimo que nos infunde, Libertad que nos consigue, Alegría, Paz, Entusiasmo... Nos da una recomendación: vivir perdonando y perdonándonos. Quien escucha el Evangelio, descubre la revolución social del perdón. ¿Qué hago para concretar en mi vida la misión de reconciliación que me pide Jesús?


Pensemos

“Testimonio del Espíritu”

            Llegué a República Dominicana sufriendo una depresión, para comenzar una nueva vida.
            Tras establecerme, busqué a Dios sin encontrarlo. Un día, llegué a una reunión de carismáticos, donde me sentí a gusto.
            Ansiaba las reuniones de los lunes: disfrutaba de paz, tranquilidad, grata compañía y la alegría de alabar a Dios. Pero todavía no sentía la mano de Dios y el poder del Espíritu Santo.
            En uno de esos momentos de depresión fui al grupo de oración de los lunes. Esa noche me sentía ansioso y triste. Junto a mí, quedó una silla vacía. Unos minutos más tarde se sentó una señora. Le pedía a Dios en silencio que me diera una señal de que Él estaba a mí lado. Cuando llegó el momento de pedir por sanación y liberación, yo no sentí nada especial. No había ninguna señal. Llegó el momento de la unción y tampoco.
            En mi desesperación, oré: “¡Señor! ¿Por que no me das una señal de que estás a mi lado?”. Estaba desesperado frente al Dios que supuestamente tanto me amaba. Él no me daba señal alguna de su presencia y de su amor por mí.
            Terminó el momento de la unción, hubo una pausa antes que el Padre Darío Bencosme pidiera los testimonios. La Señora que se había sentado a mi lado se volvió hacia mí, me abrazó y me dijo al oído: “Yo no te conozco, pero el Señor quiere que sepas que él te ama y está a tu lado”. Justo lo que le había pedido a Jesús en mis oraciones, ni más, ni menos. En los testimonios di gracias a Dios porque había oído mis oraciones.
            Después supe que la persona que me había abrazado era Clara Fortuna, servidora. Siempre se sienta en el frente y nunca donde se


Abramos el corazón

“Con tu Espíritu Santo, Señor,”

gritaré que el Amor
tiene un nombre: ¡Padre!
Que Él me acompaña
y me aguarda para darme un abrazo.

Con tu Espíritu Santo, Señor,
cantaré el gozo de haber compartido mi vida contigo,
la fuerza que tus Palabras han dejado por el camino de mi vida, la ilusión de haberte conocido animándome en mi tristeza, levantándome en mis caídas y dándome Vida
donde yo sólo creía hallar la muerte.
Con tu Espíritu Santo, Señor,
proclamaré que soy de los tuyos, que en tu Iglesia doy y recibo
caridad y alegría, perdón y humildad, comprensión y compañía.

Con tu Espíritu Santo, Señor,
iluminaré las entrañas de mi corazón,
y luego, llevaré esa luz a los que se hallan en tinieblas
a los que, hace poco o mucho tiempo,
dejaron de respirar el oxigeno de tu Santo Espíritu,
sumergiéndose en una atmósfera sin sentido.
Con tu Espíritu Santo, Señor,
me sentiré niño y sabré que es mucho lo que me espera:
respirar aires de infinitud, vivir como quien nace de nuevo,
caminar sabiendo que tengo un compañero a mi lado,
mirar a los cielos con ojos bien abiertos,
soñar…con un final de mis días en tus manos.
Con tu Espíritu Santo, Señor,
hablaré, y no callaré; me entregaré, para nunca más cerrarme;
avanzaré, sin mirar atrás; cantaré, a riesgo de quedar afónico.

Javier Leoz


Situémonos

“¿Qué hacéis plantados, mirando al cielo?”

 Hoy escuchamos “Final del santo Evangelio". Es la despedida gloriosa y apoteósica de Jesús que asciende al cielo. Los discípulos, por más que todavía duden, aunque le queden preguntas, reciben el relevo: “Id y haced discípulos de todos los pueblos”. Ellos tomarán la antorcha de Jesús (Mateo 28,16-20).
       Porque no podemos quedarnos pasmados mirando al cielo, hay que continuar la obra de Jesús (Hechos de los Apóstoles 1,1-11).
       Celebremos, por una parte, con gozo y alegría, la Ascensión de Jesús (“Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas”: Sal 46,2-3. 6-7. 8-9).
       Y recibamos de Dios la sabiduría, la luz, la esperanza, la riqueza, la grandeza, de quien todo lo tiene bajo sus pies y lo ha entregado a la Iglesia, como Cabeza. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Efesios 1,17-23).


Meditemos

“Seréis mis testigos”

            Jesús reúne a los discípulos en Galilea, donde comenzó su misión. ¿Dónde me cita y me reúno con Jesús y con los demás? La presencia de Jesús provoca adoración y duda. La fe mezclada con la duda, compañera inseparable de la fe itinerante. Es el claroscuro de la fe.
         Jesús se nos acerca y nos invita y anima a seguir su camino, a ponernos en camino. Que no nos quedemos esperando a que vengan, sino que salgamos donde están ellos con sus alegrías, penas, esperanzas..., y que nos empeñemos en trabajar para que nuestro mundo sea más justo, más solidario, más limpio, más fraterno, más libre, más pacífico, más feliz. La tarea está en la vida de cada día. ¿Espero o salgo?
         Jesús nos encarga mostrar, con palabras y vida, el modelo que nos dejó: su humanidad, su sensibilidad, su coherencia y valentía, su mirada misericordiosa, su libertad y solidaridad, su capacidad de servir. Mostremos que Dios es amor, amando; que es misericordia, acogiendo y aliviando; que es gozo, viviendo y contagiando alegría; mostremos que Dios es comunidad, compartiendo,... Nuestra misión es hacerle presente en el mundo, comunicar su Buena Noticia, ser Buena Noticia. ¿Mi vida muestra la vida de Jesús?
         La Ascensión no es el final, es el comienzo de la misión de sus seguidores. Él sigue con nosotros, alimenta nuestra esperanza y nos hace capaces de proporcionar esperanza. Jesús nos dice: vivid como yo he vivido. No miréis a las nubes; mirad al mundo y tratad de poner el cielo en la tierra. Para lograrlo no estamos solos ni abandonados. Él nos acompaña todos los días. ¿Necesito a Jesús para vivir como Él vivió?


Pensemos

“Mi Cristo roto”

- ¿Quiere usted algo, padre?
- Dar una vuelta por la tienda, mirar, ver.
De pronto…, vi un Cristo roto. Debió ser un Cristo muy bello, pero ahora no tenía cruz, le faltaba media pierna, un brazo entero y había perdido la cara.
- Ohhh, es una magnífica pieza, tiene usted gusto, padre.
- ¡Pero… está tan rota, tan mutilada!
- No importa, al lado hay un magnífico restaurador.
Fingiendo que le costaba separarse de Él, me dijo:
- Tenga, 3000 pesetas, no gano nada¡ Se lleva usted una joya!
Lo rebajó a 800. De noche, en la cara del Cristo, dije:
- No puedo verte destrozado, mañana mismo te llevaré al taller.
- ¡No, no!, contestó el Cristo. ¡No me restaures, te lo prohíbo! Quiero que, al verme roto, te acuerdes de tantos hermanos tuyos rotos, aplastados, indigentes. Sin brazos, sin trabajo. Sin pies, les han cerrado los caminos. Sin cara, les han quitado la honra. Los olvidan y les dan la espalda. A ver si viéndome así, te acuerdas de ellos y te duele; a ver si así, roto y mutilado, te sirvo de clave para el dolor de los demás. Muchos cristianos se deshacen en besos, luces, flores y se olvidan de sus hermanos, cristos feos, rotos y sufrientes. Besan un Cristo bello, mientras ofenden al pequeño Cristo de carne, que es su hermano. ¡Esos besos me hieren el corazón¡ ¡Debiera haber un cristo roto en la entrada de cada iglesia, que gritara el dolor y la tragedia de mi segunda pasión, en mis hermanos! Por eso te lo suplico, no me restaures, déjame roto junto a ti.
- Sí, Señor, te lo prometo, contesté.
P. Ramón Cué
         Jesús dijo: Y sabed que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo.



Abramos el corazón



“¡Qué tarea nos dejas, Señor!”



¿Por qué desapareces

sabiendo que nos dejas huérfanos?

¿Quién dirá las palabras certeras,

cuando haya confusión o mentira?
¿Quién dará el pan multiplicado
cuando el hombre nos exija el sustento?
¿Quién calmará
los dolores de los enfermos?
¿Quién resucitará a los que han muerto, llamados a la vida?
¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Te vas al cielo y sentimos que nos va a faltar tu mano,
que tus huellas se difuminarán como las pisadas de la arena.
¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Proclamar tu mensaje cuando los oídos más cercanos,
están dispuestos para todo…menos para Ti.
Llevar tu Palabra cuando los que saben leer entre líneas,
prefieren voces sin compromiso ni verdad;
reclaman señales de tierra y no promesas de eternidad.
¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Vivir, según Tú viviste. Amar, como Tú amaste.
Orar, como Tú rezaste. Perdonar, como Tú perdonaste.
Sentir a Dios Padre como Tú, Señor, sólo lo hiciste.
¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Te vas al cielo, al encuentro con el Padre,
sabiendo que con muchas debilidades,
intentaremos sostener tu obra aquí iniciada
¡Vete, Señor! ¡Pero no nos abandones!
Vete, Señor, y ojalá vuelvas pronto
a culminar el Reino que no acaba aquí en esta tierra. Amén
Javier Leoz
 



Situémonos

“No os dejaré desamparados”

            Podemos estar seguros de la presencia continua de Dios en nuestras vidas. ¿Que a veces no se siente? Le ocurrió hasta al mismo Jesús. Él mismo estará con nosotros: “yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros”. El problema no está en que Él esté a nuestro lado, que es seguro que sí, sino que nosotros estemos a su lado. Jesús pedirá que su Espíritu esté siempre con nosotros (San Juan 14,15-21).
       El Espíritu guía a los apóstoles, es el alma de su Comunidad, y lo derraman sobre los nuevos seguidores de Jesús (Hechos de los Apóstoles 8,5-8. 14-17).
       El Espíritu habita en nuestros corazones y nos dispone para dar razón de nuestra esperanza con mansedumbre y con respeto (1ª Pedro 3,15-18).
       El Espíritu hace que aclamemos al Señor la tierra entera (Sal 65,13a. 4-5. 6-7a. 16 y 20).



Meditemos

“Vosotros me veréis y viviréis”

            “Si me amáis, guardaréis mis mandatos”. El único mandamiento de Jesús consiste en amar. El amor no es un sacrificio ni deber: que se lo pregunten a una madre o a una persona enamorada. Es la respuesta agradecida y gozosa al amor incondicional de Dios, no una ley. ¿Vivo amando o “cumpliendo”?
         “Y yo rogaré al Padre para que os envíe al Paráclito”. Jesús nos va a dejar su Espíritu, el abogado, el defensor, para que nos dejemos guiar por Él. ¿Estoy abierto, creo y me dejo guiar por Él o busco falsas seguridades como la ley, la norma,...? El Espíritu nos libera, nos ayuda a eliminar miedos y nos convierte en defensores, abogados... de quien lo necesite.
         Jesús nos asegura que no nos dejará desamparados. Si nos sabemos y sentimos incondicionalmente queridos y acompañados, caminaremos por la vida acompañando y queriendo a los demás. Mi amor ¿nace de sentirme amado?
         Me veréis en vuestro corazón, en la comunión con los hermanos, en la Palabra, en la oración contemplativa. Me veréis, en la persona empobrecida, encarcelada y necesitada. Quien me ve se llena de luz, de verdad, de mi espíritu de vida, renueva su ilusión y su esperanza, encuentra más fuerza para vivir, para servir, para sembrar. ¿Dónde lo veo?
         Jesús revela la unión que existe entre él, el Padre y nosotros. En Jesús conocemos al Padre, cercano, cariñoso, que nos quiere más que una madre a sus hijos. El Espíritu de Jesús nos lleva a vivir una relación con Dios y con los seres humanos. Y así se establece una unión íntima entre cada uno de nosotros y la Trinidad. ¿Vivo en esa comunión con Dios y con los hermanos?

Pensemos


“Huellas en la arena”

            Una noche soñé que caminaba a lo largo de una playa acompañado por Dios.   Durante la caminata, muchas escenas de mi vida fueron proyectándose en la pantalla del cielo.

            Según iba pasando cada una de esas escenas, notaba que unas huellas se formaban en la arena.

            A veces aparecían dos pares de huellas, y en otros momentos solamente aparecía un par de huellas.

            Esto me preocupó grandemente porque pude notar que durante las escenas que reflejaban etapas tristes en mi vida, cuando me hallaba sufriendo de angustia, penas o derrotas, solamente podía ver un par de huellas en la arena.

            Entonces le dije a Dios:

- “Señor, tú me prometiste que si te seguía, tú caminarías siempre a mi lado. Sin embargo, he notado que durante los momentos más difíciles de mi vida sólo había un par de huellas en la arena. ¿Por qué, Señor, cuando más te necesitaba, no estuviste caminando a mi lado ?”

            El Señor me respondió:

- “Las veces que has visto sólo un par de huellas en la arena, hijo mío, ha sido cuando te he llevado en mis brazos”.

El Señor nos dice hoy en el Evangelio:
“No os dejaré desamparados”.

Abramos el corazón

“Por ti, Señor, lo haré"
Guardaré tus mandamientos,
porque al hacerlo así,
soy consciente
de que cuido lo más santo y noble
que Dios nos legó.
Amaré tus mandamientos,
porque al amarlos,
sabré que amó lo que Tú, estando con nosotros,
amaste, defendiste y llevaste en tu mente y corazón
Esperaré al Espíritu Santo, porque en esa espera,
residirá la fuerza que me auxiliará
en el duro combate de mi vida y de mis luchas
Viviré, bajo el soplo de tu Espíritu,
porque en la carrera de mis días
siento que no puedo llegar al final si, ese Espíritu,
lo dejo de lado agarrándome a otros huracanes.
Por ti, Señor, lo haré

Miraré hacia el cielo cada vez que me encuentre
en cruel batalla con mi soledad
Buscaré respuestas en tu Palabra
cuando el discurso del mundo sea promesa hueca

Aceptaré tus mandamientos,
porque al aceptarlos, reverenciarlos y vivirlos
sé que se encuentra el secreto para dar contigo
para amar al Padre y vivir en el Espíritu.

Por ti, y porque lo necesito, lo haré, Señor

Javier Leoz


Situémonos

“¡Caminante, SÍ hay Camino!”

            No es enmendar la plana al poeta, pero hay meta (“la casa de mi Padre”), hay quien ya lo ha recorrido (“cuando vaya y os prepare sitio”), hay quien camina con nosotros como con los discípulos de Emaús (“se puso a caminar con ellos”), hay quien nos ayuda (“os llevaré conmigo”) y SÍ hay CAMINO (Yo soy el CAMINO, y la verdad y la vida) (Juan 14,1-12).
       En ese camino, UNO va en el centro (“es la piedra angular”), pero los otros también “sirven” (“vosotros, como piedras vivas”) (1ª Pedro 2,4-9); nadie va por la cuneta y nadie acapara todos los servicios: unos la oración, otros la Palabra, otros los pobres (Hechos de los Apóstoles 6,1-7).
       Y todos vamos, como peregrinos, cantando las misericordias del Señor, dando gracias con la cítara, tocando en su honor el arpa de diez cuerdas (Sal 32,1-2. 4-5. 18-19).

Meditemos

“Yo soy el camino”

            Jesús quiere que no perdamos la calma. Olvidándose de sí, conforta a sus amigos. Se va Jesús, pero quiere que, donde Él está, estemos también nosotros. Y nos enseña el camino. ¿Lo voy vislumbrando yo?
         Tomás confiesa su ignorancia de la meta y del camino. Jesús le responde: si crees que yo soy la verdad y la vida, puedes estar seguro de encontrar en mí el camino. ¿Encuentro en Jesús el camino de mi vida?
         Él ha hecho el camino delante de nosotros. No vamos sin rumbo, sin horizonte. Conocemos la meta de nuestro caminar: los brazos del Padre. ¿Voy por el camino confiado en la meta?
         Y ahora es Felipe: quiere ver al Padre. ¡Si la generosidad, el amor, todos los sentimientos de Jesús, son los sentimientos del Padre! La comunión entre el Padre y el Hijo se prolonga en todos los creyentes, en toda la humanidad. ¿Veo en Jesús el rostro más diáfano y certero de lo que es Dios?
         Por encima de todo catecismo, lo decisivo es el encuentro con Jesús. ¿Jesús es para mí el camino, la verdad y la vida.? Ante mis dudas, ¿puede responderme Jesús lo mismo que a Felipe: “tanto tiempo contigo y todavía no me conoces”?
         Lo nuestro es creer en Jesús, fiarnos de Él. En Jesús conocemos al Padre/Madre (Abbá). En el modo de actuar de Jesús vemos al Padre. ¿Por nuestra forma de actuar, podríamos decir "el que me ve a mí, ve a Jesús"?
         También nosotros debemos ser camino que facilite el tránsito hacia el Padre. Camino especialmente abierto a quienes en este mundo tienen más dificultades en su caminar. ¿Siento el deseo de que los demás encuentren expedito su propio camino y, si es posible, encuentren el camino de la Verdad y de la Vida?


Pensemos

“La luciérnaga”

            Cuentan las viejas historias que, al comienzo de los tiempos, las luciérnagas eran completamente negras, pues así las había creado Dios. Vivían muy felices y en las noches podían defenderse de los sapos porque, al ser oscuras, no las veían.
            Una noche se perdió un niño en el bosque, y, a medida que la oscuridad se volvía más y más espesa, se puso a llorar con desconsuelo. La luciérnaga quería ayudarle, pero ¿cómo? “Si al menos tuviera un fósforo para alumbrarle el camino...”
            Entonces emprendió vuelo hacia el cielo, y, cuando llegó frente al trono de Dios, le suplicó:
            - Dame  un fósforo para alumbrar el camino a un niño que se perdió en el bosque.
            Y Dios le encendió un fósforo. Pero cuando la luciérnaga lo quiso coger, casi se quema las alas.
            - No podré ayudar al niño con un fósforo. Está muy caliente y me quemo las alas.
            Entonces, Dios se puso a pensar y le dijo a la luciérnaga:
            - La solución es que tú te conviertas en luz –y tocándole el abdomen, se lo hizo fosforescente.
            La luciérnaga llegó donde estaba el niño y se puso a volar delante de él. Así, el niño pudo encontrar el camino para regresar a su casa.
            Desde ese día, las luciérnagas vuelan por las noches, alumbrando como si fueran estrellas con alas, para orientar a todos los niños que andan perdidos. Pero desde entonces la luciérnaga se hizo presa fácil de reptiles y anfibios. Es el riesgo que corren los que desean ayudar a los demás.
Jesús dijo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

Abramos el corazón

“Por tu camino, Señor”

Aunque me tiemble el pulso,
seré de los tuyos,
apoyaré, con mis débiles fuerzas,
la Verdad que tu camino me indica.
POR TU CAMINO, SEÑOR.
Creeré y esperaré
en la eternidad que me brindas
Soñaré que, más allá de la noche,
aguarda un paraíso de felicidad y de plenitud.
POR TU CAMINO, SEÑOR.
Entenderé que, más allá de la casa en la tierra,
me esperas con un sitio cerca del Padre,
volverás para cumplir, como siempre lo haces,
con tus promesas que superan
las nuestras, humanas, caducas y falsas.
POR TU CAMINO, SEÑOR.
Descubriré que, yendo Tú por delante,
eres la vía que lleva al rostro del Padre,
eres Aquel que, cuando se mira,
encuentra frente a frente al que en el cielo espera.
POR TU CAMINO, SEÑOR.
Te veremos y cantaremos la grandeza de creer en Ti.
Te conoceremos y, contigo, sabremos de Dios.
Te conoceremos y, contigo, viviremos en Dios.
Te conoceremos y, contigo, marcharemos al Padre.
Viviremos, y, viviendo contigo,
sentiremos que vivimos Aquel que te envió. Amén
Javier Leoz


Situémonos

“Las ovejas le siguen porque conocen su voz”

            El buen pastor se distingue del mal pastor por su actitud de generosidad y entrega por el rebaño. Jesús es Pastor Bueno, porque se ha hecho Cordero (de Dios), entregado en sacrificio por la salvación de todos. Lo claramente decisivo es el compromiso por el «rebaño» (Juan 10,1-10).
       Con un Pastor así, no hay que temer las cañadas oscuras, porque Él va con nosotros y su vara y su cayado nos sosiegan; nos conduce hacia fuentes tranquilas, y repara nuestras fuerzas (Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6).
       Imitemos al Buen pastor, soportando el sufrimiento, ya que Él padeció su pasión por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas (1ª Pedro 2,20b-25).
       Por eso, la primera Comunidad no tiene miedo en decir la verdad, aunque les acarree sufrimientos (Hechos de los Apóstoles 2,14a. 36-41).


Meditemos

“He venido para que tengan vida abundante”

            Es fundamental saber distinguir la voz de Jesús en medio de tantas voces. ¿Distingo su voz en mi interior, en los demás, en su Palabra, en los acontecimientos? ¡Ojo, que no es fácil!
         Jesús no recluye a sus “ovejas”, las saca fuera, a la vida. ¿Me pongo con Él y como Él al servicio del mundo, sabiendo que es posible un mundo más humano, más digno y más feliz para todos.
         La Puerta es apertura a la vida, defensa ante el peligro, libertad de entrar y salir. Con Jesús como puerta, entras libremente, porque quieres, porque le quieres, porque su voz te interesa, porque su Buena Noticia es tu alegría, tu ilusión, tu alimento. La Puerta también es cierre a toda opresión e injusticia. ¿Hay “puertas” en mi vida? ¿Son como las de Jesús?
         Jesús critica a los dirigentes religiosos que no sirven a las personas sino que se sirven de ellas. ¿Sirvo o me sirvo de...?
         Jesús es el único Pastor, los demás, todos, aprendemos de Él a trabajar para que todas las personas tengan vida y la tengan en abundancia. Las personas tienen un olfato especial para apreciar la autenticidad y captar a “los mercenarios”. Cuando alguien se olvida totalmente de sí mismo por los demás, convence. Como Jesús, ¿convenzo y convence mi vida?
         En la comunidad de Jesús, Él es el Buen Pastor. Todos los demás somos ovejas en relación con Él. Y pastores, en relación con los demás. Sigue siendo muy actual la actitud de Caín: “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?” ¡PUES SÍ......., si queremos seguir a Jesús! ¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos? El que más sirve, el que más cuida, el que más se preocupa de los demás. Rivalicemos en el servicio, pero no por ser el mayor, el mejor, sino por más y mejor servir. Como Jesús.


Pensemos

“Los dos enfermos”

            Dos enfermos graves compartían habitación en un hospital. Uno tenía la cama junto a la ventana. El otro estaba tendido en cama por su enfermedad. Cada tarde, el que estaba junto a la ventana le describía al compañero lo que veía:
- Hay un parque que tiene en el centro una laguna encantadora. Patos y cisnes juegan en el agua, mientras los niños hacen navegar sus barquitos de juguete. Los novios pasean abrazados, y los deportistas corren sudorosos por la pista que bordea la laguna. Hay también un pequeño bosque de árboles gigantescos que levantaban sus brazos vigorosos hacia el cielo.             Cada día el paisaje era distinto según el paso del tiempo y de las estaciones.
            Los dos enfermos esperaban ansiosamente esa hora que los aproximaba a la vida: gozaban de desfiles, carrozas, lluvias mansas, arcoiris increíbles, bandadas de pájaros...
            Una mañana, la enfermera descubrió que el hombre de la ventana había muerto. Cuando se lo dijeron al amigo, se entristeció y lloró al compañero que le había acercado a la vida.
            A los pocos días, el enfermo le pidió a la enfermera que lo pusiese en la cama de su amigo, junto a la ventana.
            Cuando el enfermo quedó solo, se apoyó sobre sus codos y se levantó para disfrutar el paisaje que describía su amigo. Pero sólo vio una pared gris, completamente vacía.
            Cuando preguntó a la enfermera cómo era posible que el compañero viese esas cosas maravillosas, ésta le respondió:
- Él no pudo ver ni la pared pues era ciego. Posiblemente imaginó todo para animarle a usted.
(P. Alberto García)

El Buen Pastor mantiene la vida y la espera


Abramos el corazón

“¡Abre tu puerta, que voy contigo!”

Tú, Señor, eres Buen Pastor:
tu mano me indica los caminos a seguir,
tus ojos se fijan en los míos,
cuando me siento débil y enfermo.
Si me lanzo hacia el abismo,
me socorres
Si me equivoco de senda,
reconduces mis pasos.
Tu presencia es báculo que me da seguridad;
tu Palabra es aliento y consejo certero,
que empuja mi pensamiento y mi decisión;
tu huella, de Buen Pastor,
es guía que me compromete a vivir unido a Ti
y a trabajar por tu Reino.
Tu cayado, siempre firme y eterno,
es apoyo que necesito cada día que avanzo.
En la falsedad, me haces optar por la verdad;
en la incredulidad, me sumerges en la fe;
en la tibieza, me aportas fortaleza;
en la oscuridad, me arrojas hacia la luz.
¡Abre tu puerta, Señor, que voy contigo!,
que te escucho, porque eres Pastor:
Pastor que amas y te entregas por amor;
Pastor que conoces, y llamas con amor;
Pastor que alimentas, y lo haces por amor;
Pastor que aguardas, y esperas con amor;
Pastor que hablas, hablando al corazón.
¡ERES MI BUEN PASTOR, SEÑOR!
¡ABRE TU PUERTA, QUE VOY CONTIGO!
Javier Leoz


Situémonos

“¡Qué necios y torpes sois!”

       En el camino de la vida, Jesús se hace peregrino a nuestro lado e ilumina nuestro vivir, a veces duro. La Eucaristía revive el camino de Emaús: paso de la decepción a la esperanza. La salvación nos aparece cuando nos sentamos fraternalmente en la misma mesa y partimos el mismo pan: entonces «se les abrieron los ojos y lo reconocieron» (Lucas 24,13-35).
       Pedro comunica que se ha cumplido el plan previsto por Dios: entrega, muerte en una cruz y resurrección gloriosa (Hechos de los Apóstoles 2,14.22-28).
       Ahora ya sabemos cómo nos rescataron: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo (1ª Pedro 1,17-21).
       Con el Señor presente, a nuestra derecha, no vacilaremos, pues Él nos enseñará el sendero de la vida y nos saciará de gozo su presencia (Sal 15,7-2a y 5. 7-8. 9-10. 11).


Meditemos

“Le reconocieron al partir el pan”

                        El relato recoge temas muy apreciados: el camino, la revelación progresiva, la fe, la hospitalidad… Jesús camina en nuestra misma dirección, a nuestra altura, a nuestro ritmo, aunque nuestros ojos, a veces, no sean capaces de reconocerle.
         Jesús nos hace esa misma pregunta: ¿Qué es lo que nos preocupa y ocupa mientras caminamos?
         Esperaban, pero ya no. Conocen las Escrituras, pero les falta la fe que les da sentido. Jesús enseña la diferencia entre la auténtica esperanza y las falsas ilusiones, entre el plan de Dios y los propios planes…
         Creer y captar el alcance de la resurrección es un proceso, requiere tiempo. Acudimos a la Palabra con preguntas y ella nos interroga.
         La invitación de los discípulos no es de compromiso, es grito del alma. Se va haciendo tarde. Si nos dejas, volverán las dudas y tendremos frío. Si no te quedas con nosotros, volveremos a nuestras discusiones y tristezas.
         Reconocieron a Jesús en el compartir ¿Nos reconocen a los cristianos por compartir nuestro pan, nuestro tiempo, nuestra solidaridad, nuestra alegría..? ¿Reconoce alguien a Jesús a través de nuestras palabras y nuestros gestos? Una vez recuperada la fe, ya no hace falta la presencia física.
         La fe trae consigo conversión, dar la vuelta. El viaje de ida es triste, pesimista, desilusionado. Pero vuelven llenos de alegría, abiertos los ojos del corazón, con ilusión y necesidad de anunciar la Buena Noticia ¿Se nota algún cambio en nuestra vida? ¿Lo contamos? ¿Estamos todavía en el "viaje de ida" o en el “viaje de vuelta”?


Pensemos

“El paquete de galletas”

            Cuando una señora llegó a la estación, supo que su tren se retrasaría. Fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua. Buscó un banco y se sentó a esperar.
            Mientras ella leía, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. La señora observó cómo el muchacho abría el paquete de galletas, y se las iba comiendo.
            La mujer se molestó. Con gesto exagerado, cogió una galleta y, mirándole fijamente a los ojos, se la comió.
            Como respuesta, el joven tomó otra galleta, sonrió y se la comió. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta: la señora, irritada; el muchacho, sonriente.
            Se dio cuenta de que quedaba la última galleta: "No podrá ser tan descarado", pensó. Con calma, el joven tomó la última galleta, la partió por la mitad y, con gesto amable, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco.
- ¡Gracias!, dijo, molesta, la mujer mientras tomaba la mitad.
- De nada, contestó el joven, sonriendo.
            Entonces anunciaron la salida del tren. La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla, vio al muchacho sentado en el banco y pensó: "¡Que insolente, qué mal educado...!”
            Sin dejar de mirar al joven, sintió la boca reseca por el disgusto, abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó sorprendida: allí, dentro de su bolso, estaba su paquete de galletas... ¡intacto!  Se sintió profundamente avergonzada.

            Los discípulos reconocieron a Jesús cuando partió y repartió el pan. A pesar de la cobardía, el abandono, la huida, la negación, Él está siempre dispuesto a compartir.



Abramos el corazón



“Quédate, Señor, no pases de largo”



Que, si ahora todo es luz,

sin Ti, cuando te vayas, será oscuridad.

Que, si ahora veo tu grandeza,

cuando te vayas, quedará mi pobreza.

Quédate, Señor, no pases de largo.
Porque, mis dudas con tu Palabra,
se convierten en seguras respuestas.
Porque mi camino huidizo y pesaroso
se transforma en un sendero de esperanza,
en un grito a tu presencia real y resucitada.
Quédate, Señor, no pases de largo.
Que, contigo y por Ti,
merece la pena aguardar y esperar.
Que, contigo y por Ti,
no hay cruz sino fuerza para resistir.
Que, contigo y por Ti, la sonrisa vuelve a mi rostro
y el corazón recupera su vivo palpitar.
Quédate, Señor, no pases de largo.
Porque, contigo, mi camino es esperanza.
Porque, contigo, amanece la ilusión.
Porque, contigo, siento al cielo más cerca.
Porque, contigo, veo a más hermanos
y siento que tengo menos enemigos.
Porque, contigo, desaparece el desencanto
y brota la firme fe de quien sabe que Tú, Señor,
eres el principio y el final de todo.
Amén.
Javier Leoz

Situémonos

“Si no lo veo, no lo creo..”

            Tomás es símbolo de los aferrados a los sentidos. Lo correcto sería: “si no lo creo, no lo veo”. Con la fe aparecen muchas cosas que antes permanecían ocultas, porque el mirar es diferente. Está claro que el trato continuado sofoca muchas dudas que la falta de contacto provocan. El Señor pronunciará una bienaventuranza más: Dichosos los que crean sin haber visto. Tomás está alejado de Jesús y de la comunidad: las dudas hacen mella en él. Cuando vuelve a ambos, la fe le hace clamar: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20,19-31).
       Los primeros cristianos comprendieron que la proclamación del Evangelio les exigía una actitud práctica: vivir y en unidad, en comunidad (Hechos de los Apóstoles 2,42-47).
       Dios cutodia la fe de quien no ha visto a Jesús y cree, le ama y se alegra, entre las dificultades (1ª Pedro 1,3-9), porque la misericordia de Dios es eterna (Sal 117,2-4. 13-15. 22-24).


Meditemos

“Dichosos los que crean
sin haber visto”

            “Al anochecer”, “con las puertas cerradas” y “con miedo a las autoridades” es seguir en lo antiguo. ¿Dónde estoy yo?
         Jesús abre las puertas del miedo. Está en el centro de nuestra vida, dolores y alegrías, anhelos y esperanzas.
         Y desea paz: ofrece perdón, confianza, esperanza de un futuro siempre nuevo que se abre con su Resurrección.
         Enseña las manos y el costado -¡Es Él!- y envía. Para ello es necesaria la fuerza del Espíritu: su Aliento, su Ánimo, su Vida, para que lo contagiemos y comuniquemos a los demás.
         Y les capacita para el perdón, virtud de la persona nueva y resucitada. Quien se siente gratuita e incondicionalmente perdonado se capacita para perdonar. Perdonar es parte de la misión encomendada por Jesús. ¿Cumplo yo esa misión?
         Como Tomás, a veces nuestra fe quiere certezas: ver y tocar. Recordemos que “la fe es la capacidad de soportar dudas” (Cardenal Newman). ¿He visto al Señor? ¿Dónde, cuándo, en quién lo veo? ¿A quién se lo cuento?
         Podemos aprender de la duda de Tomás a despojamos de falsos apoyos, a estar menos seguros de nosotros mismos y aceptar momentos de duda que impulsan a la búsqueda.
         Jesús se acerca a Tomás con amor. Del más “incrédulo” brota una gran confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”.
         La duda de Tomás consigue la última bienaventuranza: ¡dichosos los que crean sin haber visto! Si el testimonio de los creyentes fuera unión, acogida, alegría, apertura, solidaridad, servicio, paz, ilusión, sinceridad..., no se necesitarían milagros ni apariciones para creer en Jesús. ¿Soy consciente de que mi fe, si es auténtica, ha de traducirse en signo y misión?


Pensemos

“Una cosa es tocar y otra, `ver´”

            Max es un poeta ciego, protagonista de Luces de Bohemia, una de las obras de teatro de Ramón María del Valle-Inclán. A pesar de que Max es ciego, en algunos momentos de la obra, dice que ve.
            “Madama” Collet es su mujer: se enamoró de ella en los tiempos locos de su juventud bohemia, en París. Ahora viven en Madrid, con su hija Claudinita.
            Al principio de la obra, Max mantiene esta conversación con su mujer:

Max: ¡Espera, Collet! ¡He recobrado la vista! ¡Veo! ¡Oh, cómo veo! ¡Magníficamente! ¡Está hermosa la Moncloa! ¡El único rincón francés en este páramo madrileño! ¡Hay que volver a París, Collet! ¡Hay que volver allá, Collet! ¡Hay que renovar aquellos tiempos!

Madama Collet: Estás alucinado, Max.

Max: ¡Veo, y veo magníficamente!

Madama Collet: ¿Pero qué ves?

Max:  ¡El mundo!

Madama Collet: ¿A mí me ves?

Max: ¡Las cosas que toco, para qué necesito verlas!”

            Tomás necesita “ver” y “tocar”: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.


Abramos el corazón

“Portavoz de tu paz, Señor”

Sin miedo a los nuevos retos
y con las puertas bien abiertas.
¡Por tu paz, Señor!
Con alegría y alejándome de la tristeza,
sintiéndome llamado y comprometido,
empujado y urgido a dar razón de Ti.
¡Por tu paz, Señor!
Sabiendo que, con tu aliento,
no temeré tormenta alguna,
ni huracán alguno detendrá mi valor.
¡Por tu paz, Señor!
Si como Tomás, pido pruebas de tu existencia,
muéstrame tu rostro por la fuerza de la Eucaristía,
y, si como Tomás, no creo sino después de ver,
hazme saber que Tú, Señor, caminas a mi lado.
¡Por tu paz, Señor!
Y si las dificultades asoman en el horizonte,
que Tú, Señor, despejes con tu poder
aquello que entorpece mi labor de mensajero.
¡Por tu paz, Señor!
Porque en Ti confío. Porque en Ti espero.
Y, de tu misericordia, agradezco tus desvelos.
Y, de tu misericordia, espero tus caricias.
Y, de tu misericordia, añoro tu abrazo.
Y, de tu misericordia, deseo la paz verdadera,
la paz que Tú sólo das
la paz que, sin Ti,
no la puede alcanzar el mundo. Amén.
(Javier Leoz)
Situémonos

“Del desierto al jardín”

            Hemos pasado por el desierto, el Tabor, el pozo de Jacob, Jerusalén, Betania, terminando en el Gólgota y sepulcro. La tumba está situada en un huerto, un jardín. Ahí, al amanecer del día primero de la semana, algo nuevo se está gestando. La tumba, la muerte, va a ser absorbida por la vida del jardín, en parangón con el jardín del Edén. Jesús resucita, comienza una nueva vida.
       Allí se concitan Mª Magdalena, Pedro y Juan, por su “querencia”, para ser testigos de la vida nueva (Juan 20,1-9).
       Pedro y los apóstoles, a su vez, convocan al pueblo para testificar ante él la resurrección y nueva vida de Jesús (Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43).
       El apóstol, testigo de esa nueva vida, nos invita a buscar los bienes, los valores, de arriba (Colosenses 3,1-4).
       La liturgia nos invita a alegrarnos (¡¡¡Aleluya!!!), y, como Cristo resucitado, como la primavera, a re-nacer, como le pedía Jesús a Nicodemo (Sal 117,1-2. 16ab-17. 22-23 y la Secuencia).


Meditemos

“Vio y creyó”
            Algo ha cambiado: ya el día importante no es el séptimo, el sabat, sino el día primero de la semana. Asistimos a una nueva creación desde el primer día: esta Vida nueva es otra vida.
         Quien busca a Jesús es una mujer, la nueva Eva, la discípula a quien ha impactado la persona de Jesús. ¿Ha calado también en mí?
         Ella va entre dos luces: “al amanecer, cuando aún estaba oscuro”. Son dos actitudes interiores diferentes: la que vive en la oscuridad, en el luto, y busca a aquel que conoció, al que vio morir, llena de congoja y sufrimiento; pero se va a encontrar con que la luz del “amanecer” se va a ir abriendo paso en su interior. Ella busca al que ha muerto cuando el nuevo amanecer va iluminando el día. ¿Sé vivir entre la oscuridad y la luz?
         Una alerta surge ante sus ojos: la piedra del sepulcro está quitada. La Vida se ha abierto paso, a pesar de la rotundidad de la losa de la muerte. Pero ella sólo se fía de sus ojos y va corriendo a contárselo al grupo, representado en Pedro, la cabeza, y en el discípulo a quien quería Jesús. Les dice que se han llevado a Jesús. ¿Cómo miran mis ojos?
         La jerarquía y el carisma corren juntos, pero el amor da alas y el discípulo amado llega antes; pero deja su puesto a Pedro. Éste ve los signos, pero es el discípulo amado el que, entrando, vio y creó. ¿Cómo armonizo jerarquía y carisma?
         “Hasta entonces no habían entendido la Escritura”.
         Los signos, la presencia de la oficialidad y la espiritualidad han hecho luz en los acontecimientos: han comprendido el anuncio del Maestro: que él había de resucitar de entre los muertos. ¿Lo he “comprendido” yo?


Pensemos

“Saber mirar”

            Un maestro impartía su enseñanza:
- “El genio de un compositor se halla en las notas de su música; pero analizar las notas no sirve para revelar su genio. La grandeza del poeta se encierra en sus palabras; pero el estudio de éstas no revela su inspiración. Dios se revela en la creación; pero, por mucho que escudriñes la creación, no encontrarás a Dios, del mismo modo que no descubrirás el alma por mucho que examines el cuerpo”.
Llegado el momento del diálogo, alguien preguntó:
- “Entonces, ¿cómo podemos encontrar a Dios?

El maestro, con voz pausada, enfatizó sus palabras:
- Mirando la creación, no analizándola.

Otro, muy interesado, volvió a preguntar:
- ¿Y cómo hay que mirar?

El maestro, abstrayéndose, explicó con detenimiento:
- Si un labrador intenta buscar dónde está la belleza de una puesta de sol, lo único que descubrirá será el sol, las nubes, el cielo y el horizonte de la tierra..., mientras no comprenda que la belleza no es una “cosa”, sino una forma especial de mirar. Buscarás a Dios en vano, mientras no comprendas que a Dios no se le puede ver como una “cosa”, sino que requiere una forma especial de mirar... , semejante a la del niño, cuya visión no está condicionada por prejuicios aprendidos.

Anthony de Mello
Como el discípulo amado, como Pedro,
hemos de saber mirar para entender.

Abramos el corazón

¿Qué nos traes, Cristo, en esta mañana?
Os traigo la luz,
para que brille en la oscura tiniebla,
y mi vida, para que vuestra muerte
no sea para siempre.
¿Aún me preguntáis qué os traigo?
Mi cuerpo lacerado, pero victorioso.
Mis manos taladradas, pero abiertas para abrazaros.
Mis pies atravesados, pero dispuestos a acompañaros.
¿Y todavía me preguntáis que qué os traigo?
Os traigo el secreto para ser fuertes: la fe.
Deposito ante vosotros la posibilidad de ser libres,
el esfuerzo de quien sabe que hay un Alguien después,
la seguridad de que, tras el velo del Viernes Santo,
mi Padre os aguarda a los que esperáis y creéis en El.
¿Qué nos traes, Cristo, en esta mañana de Pascua?
Os avanzo una gran noticia: la muerte ha sido vencida:
seréis eternos, como mi Padre es eterno,
estaréis convocados a una fiesta sin final,
donde vuestros ojos se asombrarán
ante la belleza del rostro de Aquel que os creó.
¿Todavía me preguntáis qué os traigo?
Frente a un mundo pequeño, os regalo un Reino inmenso.
Frente al llanto del suelo, os garantizo la dicha eterna.
Frente a la cruz pesada, os anuncio el consuelo divino.
Frente al absurdo de la muerte, la vida conquistada.
Y, junto con todo esto, os traigo un ruego:
¡CREED EN DIOS! ¡ESPERAD EN DIOS!
Que El, como a mí, os dará vida plena y resucitada. Amén.
Javier Leoz

Situémonos

“Hosanna al Hijo de David.
¡Crucifícale, crucifícale!”

            Jesús entra como rey victorioso en Jerusalén, pero montado a lomos de un asno (Mateo 21, 1-11).
       Pero, ya en la Eucaristía, aparece el Siervo de Yavhé, dispuesto a afrontar el desprecio, la zancadilla y el ultraje porque confía en su Padre (Isaías 50, 4-7).
       Y siente el dolor del abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado” (Sal. 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24).
       Porque Él no ha alaardeado de su condición de Dios, cino que se ha hecho como uno de tantos. Por eso, Dios lo levantó sobre todo y le concedió el nombre sobre todo nombre (Filipenses 2, 6-11).
       Y ya le vemos pasando ese calvario de ir de uno a otro para sufrir el abandono de los suyos, el miedo de los otros, el desentenderse de algunos, el desprecio y la burla de los más. Sólo un puñadito de incondicionales permanece a su lado al lado de la cruz (Mateo 26, 3-5. 14-27, 66


Meditemos

“Pasión de vivir, pasión de morir”

            La traición: ¿Cómo es posible conocer a Jesús y venderle? Esa actitud, ¿es única y exclusiva de Judas?
         La cena: Es una cena de despedida, figura y anticipo del alegre banquete en el reino de Dios.
         La falsa seguridad: Pedro cree estar seguro. ¿Seguiremos con Jesús más allá del entusiasmo inicial, cuando lleguen los problemas y no entendamos a Dios?
         La antesala del sufrimiento: El mundo es un enorme Getsemaní, donde muchas personas sufren. ¿Estoy dormido ante el dolor del mundo?
         El silencio: Jesús podía haber dado respuestas elocuentes y convincentes. El silencio de Jesús es paciente, misericordioso. Así se entiende el aparente silencio de Dios.
         La negación y la huida: A Pedro le entra el pánico, y pronuncia las palabras más tristes: “no conozco a ese hombre”. Al llorar amargamente, empieza a conocerse a sí mismo. Traidores, cobardes. ¿Es  que nos creemos mejores que ellos?
         La masa: puede gritar “hosanna”, y en otro momento “crucifícalo”... ¿Puede ser mi postura?
         El abandono: grito de angustia y deseo de asirse a Dios. El “abandonado” se abandona en las manos del Padre.
         La muerte: Su muerte es la consecuencia de una vida en el servicio radical a la justicia y al amor.
         Los testigos: Para José es tiempo de pedir, de arriesgarse. Para las mujeres tiempo de permanecer como testigos silenciosos.
         La tumba: Jesús nos pide estar junto a las tumbas del mundo, para abrirlas y anunciar que la muerte no tiene la última palabra; que estamos destinados, no a la cruz, sino a la vida.

Pensemos

“Siempre hay una última cuerda”
            Paganini fue un impresionante violinista: notas mágicas salían de su violín.
            Una noche, el público aguardaba. La orquesta fue aplaudida. El director fue ovacionado. Y, cuando la figura de Paganini surgió, el público deliró.
            Paganini colocó su violín en el hombro. Fusas y semifusas, corcheas y semicorcheas parecían tener alas y volar al toque de sus dedos encantados.
            De pronto, se escucha un sonido extraño. Una de las cuerdas de su violín se ha roto. El director paró. La orquesta paró, pero Paganini, continuó. El maestro y la orquesta, exaltados, vuelven a tocar.
            Antes de que el público se serenara, otro sonido perturbador llama  la atención de los asistentes. Otra cuerda del violín de Paganini se rompe. El director para nuevamente. La orquesta para nuevamente. Como si nada hubiese sucedido, Paganini sigue sacando sonidos de su deficiente violín. El director y la orquesta, impresionados, vuelven a tocar.
            De pronto, el público, atónito, lanza una larguísima exclamación: una tercera cuerda del violín de Paganini se ha roto. El director se paraliza. La orquesta se detiene. La respiración del público se detiene. Pero Paganini continúa. Como un contorsionista musical, sigue arrancando todos los sonidos de la única cuerda de su violín.
            El público, delirante, rompe el silencio y prorrumpe en gritos de euforia. Paganini alcanza la gloria.
            Siempre hay una última cuerda y con ella podrás vibrar tú, y hacer vibrar a los demás. Victoria es el arte de continuar, donde los demás. Victoria es el arte de continuar, donde los otros resuelven parar. Pon hoy tus ojos en Jesús.

Abramos el corazón

“Eres Tú, Señor, que entras”,
a lomos de un asnillo, humilde,
y sin más pretensión que cumplir
la voluntad de Aquel que te sostiene;
para celebrar tu pasión, muerte y resurrección
y, sufrir, llorar y morir, para que no lo hagamos nosotros.
“Eres Tú, Señor, que entras”,
rodeado de música, con palmas, vítores y aclamaciones,
porque tus horas tristes, aunque sean grandes,
hoy son anunciadas y publicadas de esta manera:
Siervo, entre los siervos; Pobre, entre los más pobres;
Obediente, has la muerte; Dócil, en el camino hacia el madero;
Fuerte, ante la debilidad de los que te rodean.
“Eres Tú, Señor, que entras”:
sales al escenario de la Jerusalén, la ciudad que hoy te aclama,
y la urbe que mañana te dará la espalda;
la ciudad que hoy te bendice y que mañana gritará ¡crucifícale!
Avanzas por las calles de esa ciudad, Jerusalén,
calles por las que nosotros caminamos:
encrucijada de falsedades y de engaños, de verdades a medias, de amistades y de traiciones, de fidelidades y de deserciones;
de amigos que se compran y se venden.
“Eres Tú, Señor, que entras”,
porque sabes que, para ganar, hay que saber perder;
porque con tu entrada triunfal nos invitas a dejarnos enterrar,
para que en un amanecer despertemos a la eternidad;
porque, al subir por las calles, muestras que la cruz te espera.


Situémonos

“Yo soy la Resurrección y la Vida”

            Domingo tras domingo, vamos descubriendo a Jesús y sus dones: Agua, para no tener nunca más sed; Luz para “ver” con los ojos de Dios. Y, hoy, Vida plena y verdadera.
       El profeta anuncia la revitalización al pueblo sin esperanza. Dios, fuente de la vida, los hará salir de los sepulcros de la muerte, les infundirá su espíritu y su esperanza, y vivirán (Ezequiel 37,12-14).
       Contemplamos, en Lázaro, la figura de la Pascua, el paso de la muerte a la Vida: “sal fuera”. Ello implica el compromiso comunitario para hacer posible también la Vida en los demás: “Quitad la losa”; “desatadlo y dejadlo andar” (Juan 11,1-45).
       Si Cristo está en nosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive. Si el Espíritu que resucitó a Jesús habita en nosotros, el que resucitó de entre los muertos a Jesús vivificará también nuestros cuerpos mortales (Romanos 8,8-11).
       Todo ello es signo de la misericordia del Señor, de su redención abundante (Sal 129,1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8).


Meditemos

“Yo soy la Resurrección y la Vida”

           Agua, Luz, Vida. Para entender hoy a Jesús, hay que ir más allá de lo biológico.
         Hubiera sido más fácil curarlo que resucitarlo. Pero la intención de Jesús es manifestar la Vida. Por eso espera a que la muerte quede rotundamente confirmada (4 días, ya huele).
         Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida que él mismo posee.
         Esa Vida es de tal fuerza, que rompe el carácter catastrófico de la muerte biológica.
         “Yo soy la resurrección”: es presente. No hay que esperar a la muerte para conseguir Vida: es un nuevo nacimiento, como dice Jesús a Nicodemo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes a lo que creemos ser. ¿Morimos?
         No se trata de creer que Jesús tiene poder para resucitar a un muerto. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee y puede comunicar al que se adhiere a él.
          “Quitad la losa”: Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. ¿Nos desconcierta la compatibilidad de la Vida con la muerte? Nadie puede quedar dispensado de morir, ni el mismo Jesús.
         Al levantar los ojos a “lo alto” y “dar gracias al Padre”, Jesús se coloca en la esfera del Padre, de la Vida.
         “¡Lázaro, ven fuera!” está confirmando que el creyente no está destinado al sepulcro.
         “Desatadlo…”. Le libra del miedo a la muerte que paraliza.  Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán los miembros de la comunidad entregar su vida como Jesús, para recobrarla. Ya está la comunidad preparada para entender la muerte de Jesús y su resurrección.

Y muchos creyeron en el Dios de la Vida.




Pensemos



“El amor da Vida”



           Un profesor universitario envió a sus alumnos de sociología a las villas miseria de Baltimore para estudiar doscientos casos de varones adolescentes en situación de riesgo.  Les pidió que escribieran una previsión del futuro de cada uno. En todos los casos, los investigadores escribieron: “No tienen ninguna posibilidad de éxito”.

           Veinticinco años más tarde, otro profesor de sociología encontró el estudio anterior y decidió continuarlo. Envió a sus alumnos a que investigaran qué había sido de aquellos muchachos con tan pocas posibilidades de éxito. Exceptuando a veinte de ellos, que se habían ido de allí o habían muerto, los estudiantes descubrieron que los restantes habían logrado tener éxito como abogados, médicos y hombres de negocios.

           El profesor, pasmado, decidió entrevistarlos.

- ¿Cómo explica usted su éxito? –les fue preguntando.

           En todos los casos, la respuesta, cargada de sentimientos, fue:

- Hubo una maestra especial...

           La maestra todavía vivía, de modo que la buscó y le preguntó a la anciana, todavía lúcida mujer, qué fórmula mágica había usado para que esos muchachos hubieran superado la situación tan problemática en que vivían y triunfaran en la vida.

           Los ojos de la maestra brillaron y sus labios esbozaron una grata sonrisa:

- En realidad, fue muy simple –dijo. Todos esos muchachos eran extraordinarios y los quería mucho.


El amor es más fuerte que la muerte.
 



Abramos el corazón
“También yo quiero salir”
Cuando me digas “sal de ahí”,
quiero dejar la fría losa
que me inmoviliza,
que me detiene en la oscuridad.
También yo quiero salir
y, al verte conmovido, porque ya no estaré muerto sino vivo,
darte las gracias porque, ante todo, me darás la vida, Señor.
Porque tus promesas son más fuertes que la misma muerte,
porque tu fama, Señor, desde siempre me ha impresionado.
También yo quiero salir,
abandonando las vendas de la tiniebla y del llanto,
para, después de resucitar, cantar eternamente tu gloria,
y, con el resto de los que creen y esperan como yo,
enterrar las dudas y las desesperanzas,
sabiendo que Tú, Señor, tienes palabras de vida eterna.
También yo quiero salir
pero, mientras no llegue ese momento,
guárdame en tu corazón, amigo y Señor,
no olvides que, mientras estuve y caminé en la tierra,
pensé en Ti, di gracias por haberte conocido,
cerré los ojos al mundo con el sueño de poder escuchar un día:
¡AMIGO, SAL DE AHÍ!
Haz, Señor, que, mientras asoma ese instante de partir,
cuando algunos lloren y otros recen por mí,
te siga amando con todo mi corazón, fuerza y afecto 
(J. Leoz).


 

Situémonos

«Ahora sois hijos de la Luz»

            Hacia la mitad de la cuaresma, este domingo tiene cierto tono jubiloso: es el “domingo laetare”. La unción, el agua y la luz de la celebración de hoy son signos buatismales.

            Nos sentimos un poco a oscuras y andamos a tientas. Por eso, estos signos son esperanza de Luz y Vida.

            David es ungido rey de Israel: la unción es signo de elección, consagración, y misión (1 Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a).

            Pero todos debemos saber que el único rey, el único pastor es Dios: con Él, nada nos falta (Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6).

            Jesús se ha proclamado como Luz del mundo, y hoy, en el Evangelio, hace pasar a un ciego de nacimiento de la oscuridad material a la luz de la fe: unción, agua, confesión ante Dios y testimonio ante los hombres. Hemos de contrastar nuestra visión con la mirada que Dios tiene del mundo (San Juan 9,1-41).

            El apóstol invita a salir de la ceguera («Despierta tú que duermes.»), a caminar como hijos de la luz (Efesios 5,8-14) y, como dijo Jesús, a ser luz: “Vosotros sois la luz del mundo”.



Meditemos

“Yo soy la luz del mundo”

           En el catecumenado de cuaresma, Jesús era el pasado domingo el agua; en éste, es la luz. Jesús “ve” hoy a un ciego con mirada de misericordia. ¿Cómo miro yo?
         Los discípulos le preguntan si es castigo por sus pecados. Jesús rechaza esta creencia. El Padre no nos mira como pecadores, sino como hijos amados y necesitados. ¿Hemos desechado ya esa “teología” de los castigos de Dios?
         Jesús interviene sin que se lo pidan. Le embarra los ojos y le envía a la piscina de Siloé. El ciego se deja hacer y obedece con fe y confianza. A nosotros nos invita a la piscina de Siloé para sentir la nueva vida. ¿Me dejo hacer y guiar?
         Los que “creen ver” no perciben el hecho. Sienten amenazado su sistema. No se fijan en el bien realizado, sino en la ley. ¿Dios es juez, que aplica la ley o Padre misericordioso?
         Jesús le guía hacia otra luz más profunda, la de la fe. Su testimonio manifiesta que Jesús ha calado profundamente en él. Quien cree ve de modo diferente. ¿Cómo vivo mi proceso de fe? ¿Lo siento avanzar y madurar? ¿Mi fe me hace ver diferente?
         El que era ciego resulta ser una persona incómoda. “Ver”  tiene consecuencias y requiere valentía. El ciego recibe la luz y se convierte en luz. Como al ciego, Jesús nos libera de nuestra cegueras para que veamos de forma nueva, e iluminemos.
         Al ciego le faltaba la luz física de los ojos. Los escribas y fariseos son ciegos morales. Jesús nos invita a optar por la luz en nuestra vida. ¿Desde dónde miro yo?
         Jesús es la luz que nos ilumina y da sentido a nuestras alegrías, a nuestras tristezas, a nuestra salud, a nuestra enfermedad, a nuestra vida, a nuestra muerte... ¿Siento a Jesús como la luz que ilumina todos los rincones de mi vida?

Pensemos

“Cómo distinguir el día de la noche”

           El Maestro enseñaba cada día y pacientemente a sus discípulos. Sus enseñanzas perseguían por encima de todo, el que sus seguidores supiesen mirar, ver y percibir la profundidad de las cosas.

           Un día, preguntó a sus discípulos:

- ¿Quién de vosotros sabría decirme cómo se puede distinguir el momento en que termina la noche y empieza el día?

- Yo diría -contestó el primero- que, cuando viendo un animal de lejos, uno no sabe distinguir si es oveja o perro.

- No, -le contestó el rabí.

- Podría empezar el día -dijo otro- cuando viendo de lejos un árbol no se puede decir si es una higuera o un manzano.

- Tampoco -insistió el rabí.

- Entonces -preguntaron los discípulos-, ¿cómo podemos saber cuándo termina la noche y empieza el día?

- Cuando mirando el rostro de un hombre cualquiera ves que es tu hermano -contestó con solemnidad el rabí. Porque si no logramos ver esto, cualquiera que sea la hora del día será siempre de noche.

           La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón (1ª lectura).

         «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.» (2ª lectura).


Abramos el corazón

“¿Quiero ver, Señor,”
Tócame, Señor,
que este débil barro, con tu mano,
con un poco más de barro,
despierte mi ceguera.
¡Es tanto lo que no veo con claridad!
Confundo la verdad con mis propias verdades;
tu voluntad, con mis oportunos caprichos.
Quiero ver, Señor, pero con tus ojos.
Que no me conforme con lo puramente externo,
con aquello que, siendo bueno,
no penetra hasta el fondo de los seres.
¿Me ayudarás, Señor, a ver como Tú y contigo?
Que contemple las maravillas del mundo,
pero que lo haga con ojos agradecidos hacia el cielo.
¡En cuántos momentos, Señor,
llego a pensar que todo lo que me rodea o siento
es obra exclusiva de la invención del hombre!
¿Me ayudarás, Señor, a superar mi ceguera espiritual?
¿Me curarás cuando mis ojos ya no lloren por los demás?
¿Limpiarás mis miradas cuando sean egoístas y vacías?
¿Enseñarás a mis ojos el resplandor de tu rostro, Señor?
¿Quiero ver, Señor, pero contigo.
Que sepa descubrirte como lo más significativo;
que no me falle, hoy ni nunca, el telescopio de la fe,
ese don que sabe llegar donde el ojo humano no alcanza;
esa fe que es lente perfecta para sentirte y vivirte,
y para reconocerte como lo que eres: ¡El Señor!
Ayúdame, Señor, a creer en Ti, a esperar en Ti,
sin condiciones, pruebas ni exigencias.
Ayúdame, Señor, a verte por encima de toda apariencia,
más allá de aquello que mi ceguera espiritual no percibe.
Javier Leoz


Situémonos

“Dame de beber”

            El pueblo siente sed y se rebela. Moisés, el testigo, muestra el agua. Pero el agua que sacia plenamente es Dios mismo (Exodo 17,3-7).
       El agua va a ser el símbolo con el que Jesús va a despertar la sed de la samaritana. Con la alegoría del agua la va conduciendo a la fe: sed de Jesús, ofrecimiento del agua viva, que se convierte en surtidor, petición de ese agua, el culto verdadero, el testimonio, la confesión de fe: nosotros mismos lo hemos oído. Cada vez que obedecemos a la Palabra, es como si celebráramos la liturgia de sentarnos a la mesa con Él y alimentáramos la comunión verdadera (San Juan 4,5-42).
       Es lo que vive, experimenta y testimonia el apóstol: el amor de Dios ha sido derramado, cual agua de vida, en nuestros corazones (Romanos 5,1-2.5-8).
       Por eso, deseamos y nos comprometemos, a diferencia del pueblo en el desierto en la obediencia a Él: “Escucharemos tu voz, Señor (Sal 94,1-2. 6-7. 8.9).


Meditemos

“Mi comida es hacer Su voluntad”

Jesús, cansado y sediento se encuentra con una mujer. No le importan los prejuicios: samaritana, a solas. Reflexiona sobre tus encuentros con Jesús. ¿Qué me pide? ¿Qué le pido? ¿Qué me ofrece? ¿Qué le ofrezco?
         Aparentemente la samaritana tiene todo para calmar la sed: el pozo, el cubo, la cuerda, el cántaro.... Jesús habla de otros pozos, de otras aguas, de otros deseos, de otra sed.
         Jesús se revela al ritmo de las inquietudes de la mujer. No condena, sino que la lleva de verdad en verdad.
         Los cinco maridos son los ídolos. La samaritana no tiene marido, no tiene Dios. Jesús sustituye a todos sus dioses. Retrato de quien tiene sed y no sabe a qué pozos acudir.
         Jesús le descubre una relación nueva con el Padre: dar culto "en espíritu y en verdad“. Los ritos calman la sed de Dios. Jesús nos encuentra y le encontramos en los hermanos. Él no cabe en los espacios que se construyen para él. No es la pertenencia a una institución, sino la relación con los demás y con el mundo la que define nuestra relación con el Padre.
         Jesús es la respuesta a todas las clases de sed que hay en la humanidad. Jesús supera barreras, rompe moldes, a pesar de la sorpresa y el escándalo que continuamente provoca.
         Cuando la mujer descubre que su deseo más profundo sólo puede saciarse en el “pozo de Jesús” deja el cántaro, los apoyos exteriores, y comparte esa experiencia.
         Jesús se alimenta de su unión con el Padre, de su voluntad.
         Su testimonio, convencido y apasionado, lleva a los samaritanos a una experiencia personal de Jesús, a creer en Él. Que como a la samaritana, el encuentro con Jesús nos impulse a ser dadores de agua viva y testigos de la Buena Noticia.


Pensemos

“El sabio y el perro”

           Para honrar al sabio sufí, los discípulos idearon colocar una placa de su maestro en la fachada del nuevo monasterio.

- “Su extraordinaria sabiduría –se decían- sólo puede provenir de una inteligencia superior. Detrás de cada sabio, hay siempre un gran maestro. Debemos conocer su nombre  y grabarlo en la fachada para que no lo mate el olvido y permanezca  por los años”.

           Entonces, se acercaron y le preguntaron el nombre de su maestro.

           El sabio les miró desconcertado.

- ¿Mi maestro? –y después de pensar un rato, dijo: -mi maestro fue un perro.

- ¿Cómo? –le preguntaron desconcertados sus alumnos.

- Sí, fue un perro. Un día, vi un perro que,  muerto de la sed, se acercó a un pozo  a beber agua. Cuando vio reflejada su propia imagen en el agua transparente y limpia, escapó asustado temiendo que fuera otro perro. Como tenía tanta sed, volvió a acercarse varias veces al pozo, pero siempre le hacía huir su imagen  reflejada en el agua. Por fin, se decidió con valentía, hundió su cabeza en el agua, desapareció la imagen y así pudo saciar su sed. Aquel día comprendí que, si yo quería hundirme en Dios y calmar mi sed de él, tenía que borrar mi propio ego que se interponía entre nosotros.


Abramos el corazón

“¿Quién eres tú, Señor?,”

para que, creyendo en Ti,
crea con más fuerza
y dé testimonio de que Tú vives en mí;
para que, acogiéndome como soy,
con mis defectos y virtudes,
pueda acercarme sin temor a sentirme vacío
y beber sin límite ni tregua el agua viva que me das.
¿Quién eres tú, Señor?,
para que, viéndote sentado en el pozo de mi hueca vida,
me ofrezcas lo que yo nunca te he pedido.
¿Quién eres tú, Señor?,
para que, conociéndote como yo creía conocerte,
piense que estaba y vivía como si Tú no existieras;
como si, de repente, fueras alguien desconocido,
alguien que, en agua fresca derramada sobre mi mente,
me hace sentirme feliz y contento, dichoso por encontrarte.
¿Quién eres tú, Señor?,
para que, con la mentira y la verdad de mis palabras,
rompa y me aleje de una vez por todas
de aquello que me esclaviza o me inmoviliza;
abandone definitivamente el cántaro del agua engañosa,
el agua que, aparentemente límpida,
no da luz a mis interrogantes ni a mi sed de justicia.
¿Quién eres tú, Señor?
Porque, como la samaritana, no he buscado,
pero te he encontrado;
porque, como la samaritana, yo quería agua superficial,
y Tú me has proporcionado otra del manantial de la vida;
porque, como la samaritana, no me trataba contigo
y, ahora, ya no puedo vivir sin Ti.
(Javier Leoz)




Situémonos

“¡Qué bien se está aquí!”

            Lo mismo que el Espíritu, con Jesús, nos llamó al desierto, hoy llama hoy a Abrahán, a salir de la seguridad y de la familia, para hacerle partícipe de una misión: ser el padre de un gran pueblo (Génesis 12,1-4a).
       Asimismo, a Pablo y a Timoteo los ha llamado a ser padres en la fe de un gran pueblo: la proclamación del Evangelio no se explica por ventajas temporales, sino que supone un duro trabajo, a contrapelo de los sueños y de las aspiraciones del hombre (2ª Timoteo 1,8b-10).
       A uno, a los otros y a nosotros, hoy, Jesús nos llama, junto con sus preferidos, a lo alto de la montaña (elevación, transcendencia y sublimidad), para que vislumbremos la meta hacia la que todos nos dirigimos: la Pacua, la glorificación de Jesús y la nuestra. En nuestra vida normal, marcada por la horizontalidad, hacen falta momentos de verticalidad, de encuentro placentero con Dios. (Mateo 17,1-9). Son dones que la misericordia del Señor nos concede (Sal 32,4-5. 18-19. 20 y 22).


Meditemos

“Se los llevó a una montaña alta”

           Jesús nos invita a subir con Él, a contemplar la manifestación del Padre. Subir a la montaña, supone esfuerzo, lucha contra la comodidad, superación, elevación, oración... ¿Estoy dispuesto a subir con Él?
         La nube significa la proximidad de Dios. Pero el Tabor es punto de partida, no meta. Hay que bajar al llano, a la realidad. El encuentro con Dios nos da fuerzas y ánimos para seguir adelante y ser coherentes en nuestra vida. No podemos instalarnos en nuestras tiendas de comodidad, como quería Pedro. Tenemos que bajar de las nubes e implicarnos en la vida cotidiana. ¿Mi fe la vivo en las nubes o en el llano de la vida?
         Ahora el Padre se dirige a todos nosotros: “Éste es mi Hijo”. Vivid la Palabra de mi Hijo y seréis hijos: ésa será vuestra transfiguración. ¿Qué hago para conocer mejor y  hacer vida el mensaje de Jesús? ¿Escucho su voz en cada persona y en los acontecimientos de cada día? ¿Me siento hijo amado en todas las circunstancias de mi vida?
         La Ley y los Profetas desaparecen. Sólo queda Jesús, quien, en cariñoso gesto, toca a los atemorizados discípulos, como se acerca a nosotros. No siempre es fácil aceptar que “sólo Jesús basta”. Pueden resultar más fácil la ley, el templo, el culto. ¿”Sólo Jesús basta” o necesito muchos apoyos “rituales”?
         La razón de la Transfiguración se encuentra en el prefacio de la fiesta: Manifestó su gloria, el resplandor de su divinidad, a unos testigos predilectos, para fortalecer la fe de sus apóstoles, para que pudiesen sobrellevar el escándalo de la cruz. La Cuaresma, con su gozo y sufrimiento, luz y oscuridad..., tiene como meta la alegría de la Pascua. Todo conduce a la Vida. Pero, por si se pudiese malentender su misión, Jesús no quiere que se divulgue su mesianismo.


Pensemos

“La cita de la estrella”

           Dos monjes vivían en lo alto de la montaña: mayor uno, joven el otro. El viejo era alto, seco, muy austero. Antes de rayar el alba, ya estaba en oración. ¡Cómo resplandecía su rostro cuando iluminaba el sol la cumbre!
           El monje joven, era todo ojos, todo oídos, para escuchar cuanto hacía y decía el Maestro. Sentía verdadera veneración.
           La cumbre era ideal para la oración. El inconveniente era hacer las compras en el valle y subir, cargados de alimentos.
           A mitad de la pendiente bullía una fuente. El viejo monje se acercaba a la fuente, ofrecía su sed a Dios... y pasaba de largo. Y Dios se lo agradecía cada noche, haciendo brillar una estrella. Era como la sonrisa de Dios, aceptando su renuncia.
           Pero, un día, el anciano dudaba. No es que él necesitara beber, pero aquel novicio... sudoroso, fatigado, los labios resecos, cargado con el pesado saco de alimentos.
- ¿Qué hago? Si bebo, Dios no me sonreirá esta noche con la estrella; pero si no bebo, tampoco beberá él y desfallecerá. Beberé, antes es el amor. Dios mismo lo ha dicho.
           Y lo hizo. También el joven novicio bebió largamente. Cuando se hubo saciado, le dijo, sonriente, al Maestro:
- Gracias... ya no podía más: me estaba muriendo de sed.
           Reanudaron la marcha. Pero el viejo empezó a dudar:
- No debía haber bebido... Treinta años privándome de beber... ¡Esta noche no se me aparecerá Dios en la estrella amiga!
           Por la noche, sus ojos no se atrevían a mirar al cielo. Aquella noche no acudiría Dios a la cita en la estrella amiga. De reojo, miró y gritó. Sus ojos no veían una estrella: veían dos.
Su viejo corazón de ermitaño se desbordaba:
- Gracias por la lección.... ¡Gracias, Señor!


Abramos el corazón

“Cámbiame, Señor.”

Para que, mi rostro
al igual que el tuyo,
sea irradiación del Dios
que vive en mí y tanto quiero.
Y, descubriéndolo
como mi todo y mi vida,
hable de tal manera con El
que, en el monte de mi existencia,
pueda exclamar: ¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
Cámbiame, Señor.
Y que, sintiéndome tocado por tu gracia,
no acalle ni limite la voz que pregone tu poder,
la voz que cante tus hazañas,
la voz que alabe tu santidad y tu grandeza.
Cámbiame, Señor.
Que, cuando la prueba me asalte en el camino,
sepa que tu presencia me acompaña,
me guía, me consuela y me empuja a seguir adelante.
Que, cuando mire al cielo, como Tú miraste,
crea, escuche y me embargue
la presencia de un Dios que se fía de mí,
que confía en mí y que espera tanto de mí.
Cámbiame, Señor.
Siendo testigo de tu reino
de que otro mundo todavía es posible,
porque Tú, Jesús, eres el enviado,
el Ungido, el preferido, el amado;
Aquel que es capaz, por su obediencia,
de cambiar a toda la humanidad.
Javier Leoz

Situémonos

“Jesús fue llevado al desierto
para ser tentado”

            Todos, incluso Jesús, somos tentados de milagrismo (creerse dispensado del esfuerzo de los mortales), de triunfalismo (presentarse como un espectáculo a aplaudir) y de ambición política (integrarse en el poder o convertirse ella misma en poder) (Mt 4, 1-11).
       Adán es retrato del ser humano: creaturidad y aspiración a infinitud, referencia a la tierra y a Dios. Pero, cuando desea conquistar lo que es don, se hunde en el pecado. Lo peor no es sucumbir a la tentación, sino no reconocer la culpa, y, además, culpar al otro del propio pecado (Gn 2,7-9;3.1-7).
       Lo importante no es tanto pecar cuanto reconocer ante el Señor la propia miseria y pedir perdón: “Misericordia, Señor, hemos pecado” (Sal 50,3-6.12-14.17).
       Entonces pasamos del pecado de Adán, que es nuestro propio pecado, a la gracia que se ha desbordado y derrochado con Cristo Jesús: si creció el pecado, más desbordante fue la gracia obtenida en Jesús (Rm 5, 12-19).


Meditemos

“Sólo a tu Dios adorarás”

           Es importante contemplar el contrapunto de la 1ª lectura y el Evangelio.
         Los “primeros padres” se hallan en el Paraíso porque así lo ha querido el buen Dios, mientras que Jesús, por voluntad propia, se adentra en el desierto. Los unos tienen de todo porque Dios se lo proporciona; al otro, a Jesús, le falta hasta el alimento.
         Las tentaciones en uno y otro caso es la ambición de querer ser como Dios o servirse de las prerrogativas de Dios.        Quienes lo tienen todo, ambicionan llegar a usurpar el poder de quien les ha situado en esa posición de privilegio. ¡Tamaña ingratitud..! Ellos quieren poder definir el bien y el mal.
         Quien tiene la condición de Dios, ante la tentación de usar su posición para facilitar su misión, repite “está escrito”, y opta por su condición de encarnado, viviendo todas las limitaciones propias del ser humano.
         Los unos no querrán reconocer su pecado y echarán su culpa a los otros. Jesús se reconoce tentado.
         Los unos al final se sienten “desnudos”, sin nada, y expulsados del “paraíso”, mientras que a Jesús se le acercan los ángeles y le servían.
         “La verdadera conquista de lo humano, se consigue en el interior. Solo [en el desierto] lejos del bullicio, del ruido y de la vorágine de los sentidos, te puedes encontrar contigo mismo y dilucidar tu futuro. No te dejes engañar por los cantos de sirena. Son cada vez más y con más poder de seducción. Pero la fuerza del Espíritu, siempre será mayor, y, si te dejas guiar, te conducirá a la plenitud” (Fr. Marcos).
         Sigamos los pasos del Maestro.


Pensemos

“Cómo libró de la tentación a un hermano, y los bienes de la tentación”

(2Celano, 118)

                        Un hermano tentado que estaba una vez a solas con el Santo, le dijo:
            - «Padre bueno, ruega por mí, pues creo que, si tienes a bien rogar por mí, me veré en seguida libre de mis tentaciones. Es que me siento tentado sobre mis fuerzas; y estoy seguro de que el caso no es cosa oculta para ti».
            - Créeme, hijo -le dijo San Francisco-, que por eso mismo te tengo por mayor servidor de Dios, y sábete que cuanto más tentado seas, te amaré más.
            - Te digo en verdad -añadió- que nadie ha de creerse servidor de Dios hasta haber pasado por tentaciones y tribulaciones.
            - La tentación vencida -añadió aún- es, en cierto modo, el anillo con que el Señor desposa consigo el alma de su siervo.
            - Muchos -siguió diciendo- se complacen de méritos acumulados por años y se alegran de no haber tenido ninguna tentación. Y porque el terror solo bastaría para hundirlos antes del combate, el Señor ha tomado en cuenta la debilidad de su espíritu.
       - Que los combates fuertes -terminó diciendo- rara vez se presentan si no es allí donde existe una virtud recia».


Abramos el corazón

“Aprended de mí”,
que soy débil y frágil como vosotros.
Aprended de mí
a transformar la debilidad en confianza y la fragilidad en vigilancia.
Aprended de mí,
a confiar más en la fuerza del Espíritu
que en vuestras propias fuerzas.
Aprended de mí,
a escuchar al Padre en la oración,
a ir al silencio para escudriñar la propia conciencia
y discernir qué es lo que El quiere de ti.

Conozco bien el peso de la tentación,
he sido tentado igual que vosotros:
aprended de mí que, en estos momentos difíciles,
me he dejado llevar más de la Palabra de Dios
que de mis propios gustos.

También a mí me atraía el dinero
pero dije: "No sólo de pan vive el hombre;
hay otros valores en la vida".
Y me tentaba el figurar, las apariencias, el que me admiraran,
si me veían lanzarme desde la altura
y a los ángeles recogiéndome;
pero dije: "No tentarás al Señor tu Dios";

Y me tentaba el poder, ser el dueño de todos los reinos;
pero dije: "Sólo al Señor tu Dios adorarás"

Las tentaciones de Jesús son las "tentaciones del hombre". 
Porque todos estamos sometidos a prueba.
Sólo que de la prueba, o se sale vencido, o se sale vencedor. 
Jesús salió vencedor.


Situémonos

“Conviértete y cree en el Evangelio”

            El miércoles de Ceniza es el principio de la Cuaresma, del camino de vuelta a Dios.
       La ceniza simboliza el reconocimiento de la condición débil y caduca del hombre, de la situación de pecado, y el deseo de convertirnos a Dios.
       Este símbolo se emplea al principio de la Biblia cuando se nos cuenta que "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gn 2,7). Y se le recuerda que ése es precisamente su fin: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).
       Esto nos conduce a asumir una actitud de humildad ("humildad" viene de humus, "tierra").
       En la Palabra de hoy, el profeta nos convoca: “Dice el Señor: Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto (Joel 2, 12-18). Nosotros reconocemos nuestro pecado: “Misericordia, Señor: hemos pecado” (Salmo 50). Nos reconciliamos con Dios (2ª Corintios 5,20-6,2), y comenzamos una vida, basada en el compartir (limosna), en el diálogo con Dios (oración) y en la penitencia (ayuno) (Mateo 6, 1-6. 16-18).


Meditemos

Misericordia, Señor:
hemos pecado
            Metidos en el ajetreo diario, vamos perdiendo el rumbo.
         Pero no somos capaces por nosotros mismos de reconocer nuestra situación y hace falta que alguien, un “profeta”, nos la descubra y nos convoque, en nombre de Dios, al proceso de nuestra conversión (Joel 2, 12-18).
         Éstos se desgañitan a nuestro lado, sin obtener nada, porque somos gente de dura cerviz. Y hasta la tomamos con el profeta y le ponemos zancadillas o lo acechamos, porque es muy molesto que alguien te esté gritando día y noche al lado de tus oídos, y más, cuando no te halagan, sino que ponen al descubierto nuestras actitudes erradas, nuestros pecados.
         El profeta, a menudo, es la Iglesia, madre y maestra, que ofrece tiempos en que hace resonar insistentemente la Palabra, que cual espada doble filo, juzga los deseos e intenciones del corazón. La cuaresma es uno de esos tiempos de gracia y regeneración espiritual.
         Cuando, por fin, nos damos cuenta de nuestro pecado,  mal que tanto daño nos hace y hace a cuantos nos rodean, aflora a nuestros labios la confesión “Misericordia, Señor: hemos pecado” (Salmo 50), inicio de nuestra conversión.
         No falta en esos momentos, otra vez, el profeta que nos invita a a volver al Señor, a retomar nuestra relación con Él, a reconciliarnos con Dios (2ª Corintios 5,20-6,2). Ese momento es pura epifanía, Dios se desborda sobre nosotros, ofreciéndonos su perdón y su paz.
         Nace en nosotros, entonces, el deseo de caminar en vida nueva, departiendo con Dios (oración), compartiendo con los hermanos (limosna) y huyendo de toda ocasión que nos haga volver a las andadas (ayuno). 


Pensemos

“Las dos vasijas de agua”

Un aguador de la India llevaba colgadas en sus hombros, a los extremos de un palo, dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo. Una tenía varias grietas, por donde perdía lentamente parte de su agua, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua.
Un día, la tinaja quebrada le habló al aguador:
- Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo, porque debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.
El aguador, le dijo compasivamente:
- Cuando regresemos a casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.
En efecto la tinaja agrietada vio muchísimas flores hermosas a lo largo del camino; a pesar de todo se sentía apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua.
El aguador le dijo entonces:
- ¿ Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado; y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Maestro. Si no fueras exactamente como eres, no hubiera sido posible crear esta belleza."

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas... Todos somos en algún aspecto como esa vasija agrietada, pero debemos tener presente que siempre existirá la posibilidad de aprovechar nuestras propias "limitaciones" para que, en vez de sufrirlas, logremos sacar de ellas el mejor provecho, y que si allí están..., quizás sean para algo...

Abramos el corazón

“Miércoles de ceniza”

Miércoles de ceniza:
es hora de volver a casa,
desde el país sin alimento
que pueda saciar mi hambre.

Miércoles de ceniza:
hora de hacer una hoguera
con todo mi egoísmo y mi estupidez;
hora de reducir a cenizas mi absurda torre de Babel
y bajarme a la tierra y comenzar a dar manos;
hora de quitar estorbos de mis oídos,
y hacer silencio para volver a escucharte y a escucharme.

Miércoles de ceniza:
como ella, debo entrar en el horno de tu Espíritu
y dejarme transformar en el cántaro que tú quieras.
Aunque mi sí quedó hecho cenizas,
sé que puedo renovarlo. Y quiero hacerlo, con tu ayuda.

Miércoles de ceniza:
cuarenta días para dejarme encontrar por Ti,
para darme cuenta de que me esperas a la puerta de casa;
cuarenta días para pedirte perdón
y ayunar de tantas cosas que me sobran y otros necesitan;
cuarenta días para escuchar más atento tu Palabra,
y dejar que sea tu Pan el que me sacie
y tu perdón el que me restaure.

Un poco de ceniza en el rostro
me puede poner en camino de verdad:
Y hoy mismo comienzo el camino de retorno a Tu casa.

Sergio García

Situémonos

“¿No podéis servir
a Dios y al dinero?”

            “La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas... de ninguna manera nos altera. Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades” (Papa Francisco, La Alegría del Evangelio, nº. 55).
       Jesús dice que habría que comenzar por colocar primero el amor y Dios, que no son dos, sino uno: Dios es Amor. Luego, tendríamos que desechar el dinero cuando se convierte en un rival de Dios o un enemigo del amor (Mateo 6, 24-34).
       De una cosa hemos de estar seguros: Dios nos ama como nadie pueda hacerlo jamás (Isaías 49, 14-15).
       Por eso, podemos confiar y repetirnos: “Descansa sólo en Dios, alma mía” (Salmo 61).
       Así: “que la gente sólo vea en vosotros servidores de Cristo” (1ª Corintios 4, 1-5).


Meditemos

“Descansa sólo en Dios, alma mía”

           Jesús nos invita hoy a buscar lo fundamental en la vida, dejando de lado aquello que nos puede esclavizar y distraer. ¿Soy libre frente al dinero y los bienes materiales? ¿Qué me preocupa? ¿Qué me agobia?
         Jesús está convencido de que la felicidad no depende de los bienes materiales. El deseo de acumular esclaviza y aleja del amor generoso y gratuito del Padre y rompe la solidaridad entre los hermanos. Jesús nos asegura que la codicia, la ansiedad, la ambición, no son el camino a la felicidad. Lo que hace feliz al ser humano es el respeto a sí mismo y a los demás, practicar la generosidad, la bondad, el amor..., poniendo la fe y la confianza, en Dios. Sólo el amor es digno de fe.
         Jesús sabe que la seducción del dinero hace ver la vida como ganar y acumular cuanto más mejor, sin pensar en Dios y en los demás. ¿Hay en nosotros posturas tolerantes con el ídolo del capitalismo y posturas muy rígidas en temas doctrinales, morales...? ¿Eso coincide con Jesús?
         Jesús no nos anima a la pasividad, esperando la actuación de la providencia divina, sino a confiar plena y activamente en Dios, colaborando en su proyecto de construir un mundo más justo, más solidario, más amable, más humano para todos, teniendo siempre la profunda seguridad de que, en todas las circunstancias, contamos con el amor maternal de Dios (1ª lectura).
         El espíritu del Reino es abandonar el futuro en manos de Dios y compartir lo que se tiene, especialmente con quienes más necesitan. “Vaciarse de toda voluntad de poder o instinto de posesión es hacer posible el reino de Dios” (Leonardo Boff).
         Seguir a Jesús supone que la riqueza y el éxito no consisten en atesorar y triunfar, sino en compartir y servir.


Pensemos

“¡Disfruta el café!”

           Un grupo de profesionales triunfadores en sus respectivas carreras, visita a su antiguo profesor.
           Pronto la charla pasó a ser quejas, acerca del interminable 'stress' que les producía el trabajo y la vida.
           El profesor fue a la cocina y regresó con una cafetera grande y una selección de tazas de lo más variada: de porcelana, plástico, vidrio, cristal, unas sencillas y baratas, otras decoradas, unas caras, otras realmente exquisitas...
           Les dijo que escogieran una taza y se sirvieran el café, recién preparado. Cuando lo hubieron hecho, el viejo maestro, y con mucha calma y paciencia, se dirigió al grupo:
- Se habrán dado cuenta de que todas las tazas bonitas se terminaron primero, y quedaron pocas, de las más sencillas y baratas; lo que es natural, ya que cada uno prefiere lo mejor para sí mismo. Ésa es realmente la causa de muchos de sus problemas relativos... al 'stress.'
           Continuó:
- Les aseguro que la taza no le añadió calidad al café. En verdad, la taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos. Lo que ustedes querían era el café, no la taza, pero instintivamente buscaron las mejores. Después se pusieron a mirar las tazas de los demás. La vida es el café: Los trabajos, el dinero, la posición social, etc., son meras tazas, que le dan forma y soporte a la vida, y el tipo de taza que tengamos... no define ni cambia realmente... la calidad de vida que llevemos. A menudo, por concentrarnos sólo en la taza,...  dejamos de disfrutar el... café. La gente más feliz no es la que tiene lo mejor de todo, sino la que hace lo mejor con lo que tiene. Y recuerden: la persona más rica no es la que tiene más, sino la que necesita menos.

Abramos el corazón

“Ayúdame, Señor,”

a ocuparme, razonablemente,
en aquello que sea para tu gloria,
para el beneficio de todos,
de los míos y de mí mismo;
a disfrutar el presente, sin estar tan pendiente
de lo que pueda ocurrir mañana;
A mirar hacia el futuro,
aportando las semillas que siembro hoy en el camino.

Ayúdame, Señor,
a sentir tu mirada en aquello que veo;
a palpar tus manos
en mis pequeñas obras de cada día;
a escuchar tu Palabra en las mías,
pobres, torpes y atropelladas.

Ayúdame, Señor,
a vivir comprometido pero sin ansiedad;
a caminar ligero, pero sin prisas;
a trabajar con empeño, pero sin nervios;
a soñar con un futuro mejor
sin olvidar que puedo superar el presente.

Ayúdame, Señor,
a confiar en tu mano providente;
a no tener miedo al mañana que me aguarda.
Contigo, Señor, me basta.

Amén.
Javier Leoz

Situémonos

“Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?”

            El camino de santidad se anda o se desanda en la relación con los hermanos (Levítico 19,1-2. 17-18).
       Y, ya lo sabemos, “El Señor es compasivo y misericordioso” (Sal 102,1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13).
       Los cristianos debemos ser conscientes de nuestra dignidad, evitando el sacrilegio de quienes somos templos de Dios (1ª Corintios 3,16-23).
       El amor cristiano es desbordante y no puede medirse por el rasero de la estricta justicia. En este texto Jesús no pretende dar normas concretas, sino poner ejemplos concretos para que se entienda esta gran verdad universal: el amor cristiano, si es verdadero, será siempre sorprendente y difícilmente encasillable. La sabiduría del Evangelio hace descubrir que hasta quien le persigue es hermano suyo. Dios acepta nuestra Eucaristía si es signo de nuestro amor, que no se venga, y perdona porque es santo (Mateo 5,38-48).


Meditemos

“Como Tú, Señor”

           Seguimos escuchando a Jesús en su Sermón de la Montaña.
         Pretende cambiar nuestra mentalidad, un poco “judía”, de la búsqueda de una supuesta justicia. Jesús va más allá: no sólo pretende que seamos justos, sino que seamos “como Dios”, a cuya imagen y semejanza fuimos hechos. La primera lectura nos pide que seamos “santos como Dios es santo”, y el Evangelio que seamos “perfectos como Dios es perfecto”. Tanto es así, que, como dice la segunda lectura, somos templos de Dios: ésa es nuestra dignidad. La mayor felicidad para nosotros sus hijos e hijas sería imitar su ejemplo.
         Dios es definido y proclamado en el salmo responsorial así: “El Señor es compasivo y misericordioso”. Nosotros somos beneficiarios de esa bondad: por eso, se nos pide que bendigamos al Señor.
         Hoy Jesús quiere ir más allá de la justicia que pedía la ley del talión: el castigo debía ser como había sido la ofensa. Pero Jesús no quiere que la injusticia se combata con injusticia.
         Aprender hoy la gran lección del amor de Jesús; amor generoso, gratuito e incondicional.
         Jesús pide a sus seguidores unas relaciones nuevas, fundamentadas en el amor, no como sentimiento, sino como actitud. Aquí no caben ni el odio, ni la venganza, ni el rencor (1ª lectura). Amar al enemigo, actuar siempre con bondad y generosidad..., y no esperar nada a cambio.
         Aquí se da un salto cualitativo: el objeto de nuestro amor ya no es el prójimo (el que está cerca, el próximo), sino todas las personas. Amar a su estilo es posible, construye un mundo mejor y es saludable: el odio, la venganza, el rencor nos hace daño.


Pensemos

“El Gato y el pajarito”

           El gato grande y el pajarito no podían ser amigos.

           El gato grande era gordo y perezoso.
           El pajarito de los siete colores tenía una pequeña caja de música en su suave garganta, y todo el día estaba cantando y saltando en su jaula.

Esto era lo que cantaba:
"Vengo a decir una cosa
y pongan mucha atención
el gato grande es tan flojo
que no caza ni un ratón."

           Cierto día el pajarito se salió de su jaula –él también quería su libertad- y el gato grande se propuso desquitarse de sus bromas.

           Pero cuando iba a hacer esto, el pajarito de los siete colores abrió su cajita de música y cantó:

" Vengo a decir una cosa
y pongan mucha atención
el gato grande es tan bueno
que no mata ni un ratón."

           El gatazo, conmovido, lo abrazó.
           El pajarito después cogió vuelo y se fue muy lejos.
           Pero dicen que algunas veces regresa y visita al gato grande. 
          Porque desde aquel día en que se abrazaron son los mejores amigos del mundo.
 

Abramos el corazón

“¿Cómo me pides tanto, Señor?”

¿Sonreír al que me estropea la vida,
perdonar a quien me afrenta,
ayudar a quien me arruina,
y asistir a quien me olvidó un buen día?

¿Cómo me pides tanto, Señor?

¿Amar al que tal vez nunca me amó,
abrazar al que, ayer, me rechazó,
llorar con el que, tal vez,
nunca yo encontré consuelo en la aflicción?
¡Cómo, Señor! ¡Dime cómo!
Cuando ya es difícil
amar al que nos ama;
caminar con el que queremos;
dar al que conocemos
o alegrarnos con el que nos aplaude.
¡Cómo, Señor! ¡Dinos cómo hacerlo!
Cuando nos cuesta rezar por los nuestros,
o prestar nuestra mejilla
a quien ya nos da  un beso.
Cuando nos cuesta ser felices
con aquellos que con nosotros conviven
¿Cómo me pides tanto, Señor?
Ayúdanos a estar en comunión permanente con Dios
y entonces, Señor,
tal vez ni nos parezca tanto, ni un imposible
ser cómo Tú eres y llevar a cabo lo que Tú quieres:

AMOR SIN CONDICIONES.
Amén.
Javier Leoz

Situémonos

“Habéis oído...,
pero yo os digo”

            La persona es libre. Ante ella, están la muerte y la vida. Depende lo que decida hacer con su vida. (Eclesiástico 15,16-21).
       Son “Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor”, en los mandamientos (Sal 118,1-2. 4-5. 17-18. 33-34).
       Aunque parece contradictorio que Jesús diga que no ha venido a abolir la ley, y seguidamente proclame «...pero yo os digo», es porque la ley no se debe acatar y cumplir ciegamente, sino con sentido de la responsabilidad. La Eucaristía es la expresión perfecta de la ley cristiana del amor. Celebrar «la cena fraterna» es superar con creces la ley externa y liberarnos de todos los legalismos asfixiantes que impiden el descubrimiento del Evangelio (Mateo 5,17-37).
       La fe es revelación de una sabiduría misteriosa, escondida, ofrecida por el Espíritu (1ª Corintios 2,6-10).
       Ese amor hoy se concreta en el compartir: “El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida” (Campaña contra el Hambre).

Meditemos

“Yo ni mato, ni robo, ni...”

           Todavía seguimos escuchándolo en cristianos. ¡Por Dios...! Y, con eso, no somos justos, pues hay todo un mundo del amor en el que siempre es posible crecer: evitando lo que dificulte el amor y viviéndolo mucho más en positivo.
         Hace falta que nos convenzamos que los mandatos, preceptos, mandamientos, leyes..., son formas que nos propone el Señor para que seamos felices y hagamos más felices a los demás (primera lectura). Es su voluntad, lo que Él desea para nosotros, lo que nos brinda para que seamos felices. Luego hay dos motivos para vivir sus mandamientos: hacer lo que a Él le agrada (“tu voluntad es mi delicia”) y posibilitar una vida feliz en nosotros y en los demás. Continuamente, en el Padrenuestro, estamos pidiendo al Padre que se cumpla su voluntad en la tierra como en el cielo. Por eso, podemos confesar con el salmo: “Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor”.
         A veces, damos la impresión de vivir aún en el Antiguo Testamento con esa manera de entender los diez mandamientos. Ellos son para el cristiano,  en esa formulación negativa, el “mínimo”, la barrera que nos guarda que caigamos al precipicio, pero hay todo un mundo en positivo que hoy nos descubre Jesús: es posible seguir creciendo en el amor. Después de escucharle, ¿quién dice que no tiene pecado?
         ¿Será ésa la sabiduría escondida, misteriosa, de la que habla el apóstol? (segunda lectura).
         Hoy la Iglesia nos invita a vivir ese amor en el compartir: celebramos la Campaña contra el Hambre con el lema “El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida”. Vivamos el gesto de la paz y profundicemos en “la fracción del pan”.
 

Pensemos

“¿Quién es quién?”

           Se cuenta que, en un pueblo, había un hombre fiel y cumplidor: observaba los mandamientos de la ley de Dios y los de la santa Madre Iglesia, acudía puntualmente a la misa de los domingos, cumplía la ley del ayuno y la abstinencia....
           Tenía como vecina, una señora mayor, que era muy descuidada con los mandamientos: había veces que se le olvidaba rezar porque se liaba de cháchara con sus vecinos;  otras, faltaba el domingo a misa porque se había ido a preparar la comida a una familia cuya ama de casa estaba en cama con fiebre; un día de Navidad no fue a las celebraciones porque se le ocurrió preparar chocolate con churros a los ancianos de la residencia. En fin, que no era una cristiana cumplidora.
           El señor que tenía por vecino, preocupado por ella, le decía que tenía que ser más creyente y mejor cristiana, que si no, se iba a condenar; que las normas están para cumplirlas, aunque a veces cuesten y no nos gusten. Ella le oía de buen grado, pero, enseguida, se le olvidaban los buenos consejos de su vecino, y volvía a las andadas.
           Coincidencias de la vida, murieron los dos el mismo día.
           Cuando se enteraron los del pueblo, la casa de la señora,  era un ir y venir de vecinos: unos llevaban café, otros dulces, otros platos de comida, otros bebidas. ¡Vamos, que no parecía que sintiesen mucho la muerte de la señora!
           Por el contrario, en la casa del señor, su vecino, había sólo un puñado de personas, en estricto silencio, vestidos de negro y en completo ayuno.
           Acertó a pasar por la calle el borrachín del pueblo, y, con mucha dificultad, llegó a decir: “éeesse.... eeess el cieeeelo, aaaquéeelll....., 

Abramos el corazón

“Que no sea rebelde, Señor,”

a tu Palabra, pues ella me ilumina,
me enseña los caminos hacia tu Reino;
a tu presencia, pues contigo y en Ti,
encuentro la felicidad plena,
la dicha verdadera y las razones para vivir.

Que no sea rebelde, Señor,
a tus leyes, pues con ellas
podré ser libre de verdad,
sin someterme a otras, que en el mundo,
son injustas y caprichosas.

Que no sea rebelde, Señor,
a tu voluntad, para no ser esclavo de nadie,
y, sirviéndote a Ti, pueda descubrirte
en mi entrega sencilla pero sincera a los demás.

Que no sea rebelde, Señor,
a tu proyecto sobre mí,
y llevar a buen puerto
lo que mis débiles fuerzas me permitan.

Que no sea rebelde, Señor,
a tus exigencias en la vía hacia la perfección,
a tu corazón, para moldear el mío frío y duro,
a tu llamada, para no olvidarme
de lo mucho que, hoy y siempre, me amas.

Amén.
Javier Leoz


Situémonos

“Vosotros sois sal y luz”

            El predicador inspirado enseña que la religión no está tanto en las prácticas religiosas cuanto en la obras de justicia con el necesitado, pues ahí está Dios. El que esto hace es luz de Dios en medio del mundo (Isaías 58,7-10).
       Eso decimos en el salmo: “El justo brilla en las tinieblas como una luz” (Sal 111,4-5. 6-7. 8a y 9).
       Dios no se demuestra como un teorema. Dios es gratuito. Sólo puede ser mostrado cuando el creyente se presenta ante el mundo de la razón sin razones y, por lo tanto, «con temor y temblor» (1ª Corintios 2,1-5).
       La proclamación del Evangelio es oferta, no imposición. La fe se propaga más bien por contagio. Por eso, cuando es tibia, es como sal que no sazona. En la Eucaristía nosotros volvemos a encontrar el verdadero sabor de las cosas y a dar gusto y sentido al quehacer cristiano en el mundo. Así nos realizamos como hijos «luminosos» y «`salaos´» del Padre de los cielos (Mateo 5,13-16).


Meditemos

“Vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”

           Quien vive el espíritu de las bienaventuranzas contagia, no puede ocultar su propia felicidad y el bienestar que crea a su alrededor. Por ello, Jesús propone dos imágenes: la sal y la luz.
         Jesús pretende ilusionar recordándonos que Dios nos ha concedido la capacidad de dar sabor e iluminar a todos.
         Debemos saber que ninguna de las dos imágenes es provechosa por sí misma, si no se pone en función de una misión o un servicio. Además, la sal, para salar, tiene que deshacerse, disolverse, dejar de ser lo que era; y la lámpara o la vela produce luz, pero el aceite o la cera se consumen. La existencia del cristiano solo tendrá sentido en la medida en que se “consuma” en beneficio de los demás. Así define Jesús la misión de todos los que quieran seguirle. La Buena Noticia se ha de anunciar -vivir- con gracia y “salero”, para dar buen gusto a la vida de los demás. Así será luz, faro, señal y sentido.
         ¿Cómo ser “salao” y tener luz y brillo? La primera lectura dice que las ceremonias religiosas, especialmente el ayuno, no se ganan el favor de Dios, sino el compromiso con el que pasa hambre, tiene sed, está desnudo y sin techo (las obras de misericordia). Lo mismo dice el salmo responsorial.
         Jesús avisa del peligro de volverse sosos e insípidos, y ocultar la luz, ocultarnos por miedo o vergüenza, por rutina, por incoherencia,...?, y desvirtuar la fuerza del Evangelio. Nuestra misión no es sólo en anunciar un mensaje, sino transformar el mundo, con nuestro trabajo, vida, transparencia, optimismo y alegría para que la convivencia humana tenga mejor sabor. El testimonio es sabroso (sal) y luminoso (luz) cuando se comparte el pan, el agua, el vestido, la casa...


Pensemos

“¡Esto es sal, esto es luz!”

           Una historia que pocos conocen es que Plácido Domingo y José Carreras se enemistaron por cuestiones políticas, en 1984.
           Ambos hacían constar en sus contratos que sólo actuarían en un espectáculo si el adversario no era invitado.
           En 1987, a Carreras le apareció un enemigo mucho más implacable que Plácido Domingo: ¡la leucemia! Su lucha contra el cáncer fue muy sufrida, se sometió a muchos tratamientos. En estas condiciones no podía trabajar y, con el tiempo, perdió casi toda la fortuna, amasada con su trabajo.
           Cuando ya no podía soportar económicamente el tratamiento, oyó hablar de una fundación, en Madrid, llamada "Hermosa", cuya finalidad era ayudar a los leucémicos. Gracias al apoyo de la fundación, Carreras venció la dolencia y volvió a cantar. Agradecido, trató de asociarse a la fundación. Al leer sus estatutos, descubrió que el fundador , mayor colaborador y presidente, era Plácido Domingo. Luego supo que había creado la entidad, en principio, para atenderle y se había mantenido en el anonimato para que Carrera no se sintiera humillado.
           Lo más conmovedor fue el encuentro de los dos: sorprendiendo a Plácido Domingo en una de sus actuaciones en Madrid, Carreras subió al escenario, se arrodilló a sus pies, le pidió disculpas y le dio gracias públicamente. Plácido Domingo le ayudó a levantarse y, con un fuerte abrazo, sellaron el inicio de una gran amistad.
           En una entrevista a Plácido Domingo, la periodista le preguntó por qué había creado la fundación "Hermosa", beneficiando a un "enemigo". Su respuesta fue corta y definitiva: "Porque no se puede perder una voz como ésa..." 

Abramos el corazón

“¿Yo, sal? ¿Yo, luz?”

Señor, las cosas claras:
ni soy sal ni soy luz.
En realidad, soy un cristiano rutinario y soso.

Como cristiano,
ni siquiera ando por mí mismo.
Son otros, más militantes,
los que me tienen que remolcar.
Yo dejo que me lleven
y, para mayor ironía,
tengo la sensación
de que les estoy haciendo un favor.

Muchas veces, mi cristianismo
es tan poco sentido
que me aburre.

Tú me pides que sirva de ejemplo
para que los demás sepan cómo seguirte.
Quieres que te siga
con un estilo alegre y sencillo.

La verdad es que, en el fondo
me gustaría ser así.
Pero me falta motor
y me sobra pereza.
   
De todos modos,
seguiré intentando
vivir como sal,
vivir como luz.


Situémonos

“¿Dichosos?”

            El pueblo de Dios está en los humildes y los pobres. Son un pequeño resto de la nación que sobrepasa sus fronteras. Para ellos  son la promesa de la vida (Sofonías 2,3; 3,12-13).
       En las comunidades cristianas no deberían ocupar los primeros puestos las excelencias mundanas. Allí el orden social se invierte en forma desconcertante. (1ª Corintios 1,26-31).
      En las bienaventuranzas, el Reino de Dios que se les promete a los pobres, sufridos..., no es sólo para el más allá, se inicia en el más acá. Cuando Jesús proclamaba el Reino de Dios, simultáneamente curaba a los enfermos, ciegos..... La dimensión última de las Bienaventuranzas es la pobreza, que nos hace descubrir la riqueza de los dones de Dios para acercarnos a Él y dejarnos llenar de Él. Acerquémonos a Dios con indigencia, para dejarnos llenar de El (Mateo 5,1-12a).
       Por eso, proclamamos “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos”, ya que su riqueza es Dios (Sal 145,7. 8-9a. 9bc-10).


Meditemos

“Bienaventurados”

           Con el destierro, el pueblo de Israel no tiene dónde apoyarse y pone su confianza en Dios. Así, tras el destierro, nace un pequeño resto, los “anawin”, gente sencilla y pobre que tiene únicamente a Dios como su Señor. Ése es el pueblo que quiere escogerse el Señor.
Jesús, desde su nacimiento, viene haciendo opción por un tipo de vida sencilla y humilde y por un determinado tipo de personas: los necesitados y marginados.
El Sermón del Monte es la proclama de esa opción de vida de Jesús que nos ofrece a nosotros. No va a proclamarse en un monte escarpado, entre truenos y relámpagos, como el Sinaí, sino en una suave loma; no a una sola persona, sino ante un gentío; no descalzos y de rodillas, sino sentados.
Las Bienaventuranzas son el comienzo y marco de ese Sermón de Monte. Ellas son la mejor propuesta creyente que se puede ofrecer a nuestro mundo. Para entenderlas, hay que creer, y, si somos sinceros, no es fácil, que Jesús es el modelo de una vida feliz, aunque pase por momentos muy difíciles y acabe en un aparente fracaso.
Las Bienaventuranzas, auténticas antítesis y paradojas, son la opción por la vida sencilla y humilde que eligió y vivió Jesús y que nos regala a nosotros: ¡vaya regalito! Con esas actitudes, es más fácil contemplar el “Señorío” de Dios y no poner nuestra confianza en el oropel de los valores caducos.
Las Bienaventuranzas crean en nosotros una mirada de misericordia ante los hermanos: medita en tu corazón el salmo. Ellas nos sitúan, de manera fiel, en las actitudes que debemos tener en este nuevo pueblo de Dios: “el que se gloríe que se gloríe en el Señor” y en su cruz (medita la lectura apostólica).



Pensemos

“Pobre a Su manera”

           Un joven párroco vivía en una zona de clase media.

           Su coadjutor era un sacerdote entrado en años, enfermo y difícil para la convivencia. El párroco procuraba ignorarlo lo más posible.

           Su sacristán era un hombre muy pobre al que, por caridad, le había dado ese trabajo en la parroquia. A pesar de su buena voluntad, era incompetente, y el joven cura tenía que preocuparse de todo. Muchas veces perdía la paciencia con él.

           Había además en la parroquia una niña joven, que iba a hacerles la comida, pero cocinaba mal y casi siempre lo mismo. El párroco la toleraba de mala gana, debido a que ella mantenía a su madre.

           El joven cura siempre había deseado trabajar en un barrio realmente pobre, con los más pobres y con un estilo de vida pobre. Pedía una y otra vez ser trasladado, pero diversas circunstancias, por ahora, no se lo permitían. Se sentía frustrado en sus ideales, le parecía estar perdiendo el tiempo. Creía más evangélico estar en un barrio pobre, que dentro de su casa, con un sacerdote  difícil, un sacristán incompetente y una intolerable  cocinera. No se daba cuenta qué pobreza quería para él Dios.

           En una ocasión en que hizo un largo retiro, Dios le hizo descubrir que los pobres que él buscaba los tenía en su misma casa, y que la mayor pobreza que deseaba la estaba ya viviendo, aunque no a su manera, sino a la manera de Dios.

Padre Eusebio Gómez Navarro



Abramos el corazón

         “Seremos bienaventurados....”

                             Si somos desprendidos

                                      y no cerrados.

                                                           Si abrimos los ojos

ante los sufrimientos ajenos.

Si trabajos por la paz

y no solamente hablamos de ella.

Si somos sencillos y humildes.

Si buscamos la felicidad,

no solamente en lo que vemos.

Si pedimos la felicidad

que viene del cielo.

Si ante las lágrimas de los demás,

somos solidarios.

Si ante la abundancia,

no olvidamos a los más pobres.

Si ante las dificultades,

no dejamos de confiar en Dios.
Javier Leoz

Situémonos

“Convertíos”

Ante la invasión enemiga, el profeta anuncia que Dios está más allá de lo que los ojos ven: en la luz que rompe la tiniebla, en la alegría que sustituye la humillación (Isaías 9,14).
En la adversidad, el pueblo experimenta la cercanía iluminadora y la presencia robustecedora del Señor: “El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal 26,1. 4. 13-14).
La luz que anunciaba Isaías ha aparecido en Galilea: Jesús nos libra de las «sombras de muerte». Su mensaje es una invitación a la conversión al Reino. A unos pocos los elige y los llama para convertirlos en mensajeros de esa Buena Noticia. Su palabra es gracia, llamada, liberación (Mateo 4,12-23).
Para los cristianos no hay facciones ni banderías, que lo único que hacen es dividir y distraer de la contemplación de lo principal. Las comunidades cristianas no tienen más que un solo Señor: Jesús. Pablo disuade de ello, aun a aquellos que pretenden tomarlo a él como bandera (1ª Corintios 1,10-13.17).


Meditemos

“El Reino de Dios está....”

           Presentado Jesús el domingo anterior, preso Juan, Jesús toma el relevo y se sitúa en un pueblo de la Galilea de los gentiles, de los paganos: Cafarnaún. Juan había elegido como lugar de su acción apostólica el Jordán, y Jesús elige la orilla del lago de Tiberíades.
         El centro de su vivir van a ser las gentes que con anterioridad habían sido oprimidos. Ésa ha sido desde su nacimiento y lo será durante toda su vida su línea de acción: lo que hoy llama el evangelio “curar las enfermedades y dolencias”. Por eso, se llama Evangelio a su anuncio, porque es buena noticia, llamada a la salvación a los que se sentían condenados a ser por siempre alejados, marginados.
         A ésos y a nosotros Jesús nos invita a convertirnos, a cambiar, que, para Juan, tenía un tono de exigencia con amenaza y un contenido de comportamiento ético, y que para Jesús, es no desaprovechar la llegada y el paso inminente del Reino y supone encontrarnos con Alguien que quiere hacernos más y mejores personas, y más felices. Lo nuestro no es tanto “obedecer” como “aceptar”, no es tanto “cumplir con esfuerzo” como “descubrir con gozo”.
         Lo vemos en la narración posterior: Jesús llama a personas sencillas que estaban realizando su trabajo: a Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan. Y no hay que dejar el antiguo trabajo, pescadores, sino reorientarlo: pescadores de hombres.
         Esa llamada es permanente y nueva cada día.
         Jesús acompaña sus palabras con hechos. Ve a las personas angustiadas, y les anuncia que ¡Dios es Padre!
         Los seguidores y seguidoras de Jesús han de contagiar su mensaje de paz, libertad interior, fraternidad, alegría, luz...


Pensemos

“¡Sígueme!”

           Iba bajando, las manos en el bolsillo, el cuello del abrigo tapando hasta las orejas y el corazón conmovido por la palabra que había sentido en lo más íntimo.
           Era la noche de un día más bien frío. La gente, como siempre, ruidosa, caminando sola o en pequeños grupos, caminando, errando y hablando. Una pequeña humanidad de todos los colores y con todas las tonalidades. Una buena mezcla de gozo y de pánico, un interrogante clavado en el mismo muelle de la vibración afectiva.
           Y venía de ti. Como si me hubieras clavado la mirada, amable, dulce y fuerte, diciendo con aquel lenguaje que va más allá: ¿quieres? No era la primera vez que me planteabas la posibilidad de dejarlo todo y saltar a la otra orilla para consagrarme a ti en cuerpo y alma. Intentar hacer un seguimiento afectivo y total, para irme identificando contigo. Pienso que hasta te evité. Huía de ti. ¡Como sería posible que cortara todos los proyectos! ¿Porqué yo? Seguro que encontrarías muchos mejores, y me podrías a mi dejarme en paz para hacer mi vida. Creo que ahogué tu llamada acumulando razones contrarias hasta pensar, sin estar convencido, que aún te hacía un favor.
           Pero hoy, después de la oración de jóvenes, y cantando aquella letra “no fijéis los ojos en nadie más que en Él”, casi de repente, he entendido lo que me decías: ¿quieres?
           “¿Qué esperas de mi, Dios mío?” Ya estoy al lado del mar. No hay nadie. El viento es helado. Querría decirte que sí. Tan sólo por una razón. “Te lo mereces, Jesús”. No te hago ningún favor, ya lo sé; pero te lo mereces, me estás seduciendo definitivamente.
Jesús Renau, S.J.

Abramos el corazón


“Quiero ser de los tuyos, Señor,”

para ver dónde y cómo vives,
para enseñarme el camino de la verdad,
para que sea profundamente feliz.

Quiero ser de los tuyos, Señor,
y que me enseñes a pescar la alegría,
y que me empujes a pescar personas para Ti,
y que me dejes a mirarte a los ojos.

Quiero ser de los tuyos, Señor,
y escuchar tu Palabra para saber qué quieres de mí,
y participar de tu Eucaristía para ser fuerte,
y rezar junto a Ti para no sentirme sólo.

Quiero ser de los tuyos, Señor,
y que me cambies  en aquello que no soy  bueno,
y que me cambies mi corazón duro,
y que me cambies si estoy equivocado

¡GRACIAS, SEÑOR!

Javier Leoz

Situémonos

“Yo lo he visto y doy testimonio”

       El profeta consolador presenta la misión del siervo paciente. Ve en él fuerza divina para orientar al pueblo sufriente hacia Dios: "luz de las gentes", que abre perspectiva de elevación a todos los sufrimientos (Isaías 49,3.5-6).
       Dios no quiere sacrificios, sino la ofrenda de la persona para cumplir su voluntad: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad (Sal 39,2 y 4ab. 7-8a. 8b-9. 10).
       Las relaciones entre las comunidades eclesiales y sus dirigentes deben ser esencialmente dialogales. El ministerio en la Iglesia es un servicio, no una imposición (1ª Corintios 1,1-3.)
       La grandeza de un profeta es precisamente desaparecer para dejar paso a lo que viene detrás. En la proclamación del Evangelio no hay nadie imprescindible, y todos pueden compartir la misma misión. Juan Bautista “ha visto” y da testimonio de Jesús (Juan 1,29-34).
      Experiencias de Dios tenemos, vivencia íntima con Jesús, también. ¿Qué nos impide dar cumplido testimonio de Él?


Meditemos

“Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”

El Señor elige a su siervo desde el vientre materno, le concede sus dones y le hace “luz de las gentes”, para que su salvación llegue hasta el confín de la tierra. Muestra su predilección para con él, pues lo va a necesitar, ya que él va a salvar al pueblo de sus pecados, a costa de su propia vida. De manera similar, los cristianos estamos llamados a gozar del Señor, pero también a entregar nuestra vida.
Así nos ofrecemos en el salmo responsorial: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Esa actitud han tenido todos los elegidos del Señor: “Hágase en mí, según tu palabra” (María), “Señor ¿qué quieres que haga” (Pablo, Francisco de Asís). No hay que ocultar que, junto al gozo de sentirse elegido, se encuentra también el sufrimiento de cumplir su voluntad, como rezamos continuamente en el Padrenuestro.
         Juan fue descubriendo a Jesús y, a partir de ese descubrimiento, encontró su misión. Para todos, el conocimiento de Jesús es progresivo. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué es Jesús para mí? ¿Creo en Jesús? ¿Creo a Jesús? ¿Ayuda mi vida a alguien a conocer, a encontrar, a Jesús?
         Juan comunica su maravilloso descubrimiento: confiesa a Jesús y su liberación. El pecado del mundo, del que “quita” el elegido, no es sólo el pecado personal, sino todas las injusticias, egoísmo, ambición... que hace insostenible la vida de una tercera parte de la humanidad. Seguir a Jesús es comprometerse por quitar el pecado del mundo: liberar de todo lo que destruye la felicidad de las personas. Dejándonos guiar por el Espíritu, como Jesús, iremos aprendiendo a estar en el mundo, dando esperanza, contagiando alegría, como auténticos testigos, al estilo de Juan.


Pensemos

“El cordero del campanario”


                       Un turista visitaba una iglesia en Alemania y cuál no fue su sorpresa al ver la escultura de un cordero en lo alto del campanario.

           El sorprendido turista preguntó el porqué de aquel cordero allá arriba.

           Le dijeron que, cuando la iglesia se construía, un trabajador cayó del andamio. Sus compañeros acudieron corriendo, esperando encontrarlo muerto. Pero se alegraron muchísimo al verlo vivo y con pequeñas heridas.

           ¿Cómo sobrevivió? En aquel momento pasaba por allí un rebaño de ovejas y cayó encima de un cordero. El cordero murió pero el trabajador se salvó.

           Para conmemorar aquel milagroso acontecimiento, alguien esculpió un cordero que se colocó a la misma altura de la que había caído el trabajador.


           El evangelio de hoy nos invita a todos a “mirar al Cordero de Dios”. Los que se apoyan en Él sobreviven y son salvados, a pesar de las heridas que la vida nos causa en el fragor del diario vivir.


Abramos el corazón


“Has venido por mí, Señor,”
para que , conociéndote,
sepa que no existe alguien mayor que Tú,
cimientos más sólidos que los tuyos
(la fe y la esperanza, el amor y la vida).


Has venido por mí, Señor,
para que, viéndote, te ame y me fie de Ti;
para que, amándote,
ame y me confíe a los que me necesiten.

Has venido por mí, Señor,
y te doy las gracias y te bendigo
y te glorifico y te busco,
y, buscándote, pido que reines en mí;
para que, siendo Tú el Rey de mi vida,
no me rinda en las batallas de cada día,
ni me eche atrás a la hora de defenderte
ni  oculte mi rostro,
cuando, a mi puerta, llamen los dramas humanos.

Has venido por mí, Señor,
para que, mis dolores, siguiéndote,
se sientan aliviados por tu presencia;
para que, mis pecados, llorando ante Ti,
sean perdonados por tu mano misericordiosa.

¡Has venido, por mí, Señor!
¡Gracias, Señor!
Javier Leoz


Situémonos



Éste es mi Hijo amado: escuchadle”

            La figura del siervo del Señor es palabra de esperanza y fuerza en el sufrimiento. El siervo es manso, pero no se quiebra en su misión (Isaías 42,1-4. 6-7).
        Todos los que entran en comunión con la persona de Jesús, reciben la potestad de ser hijos, de tener una actitud verdadera de hijos en relación con Dios Padre, como la tiene Cristo, el Hijo Unigénito. Desde esta comunión podemos purificar y renovar todas nuestras relaciones paterno-filiales según el espíritu que nos revela la Epifanía (Mateo 3,13-17)
        Llevar el bautismo a toda clase de pueblos, de razas y de personas implica la superación de todo nacionalismo, de todo racismo, de todo «apartheid» y de todo clasismo. Pero para hacer realidad este bautismo universal hay que obrar como Jesús de Nazaret: hacer el bien y luchar a favor de los oprimidos (Hechos de los Apóstoles 10,34-38)
        La voz del Señor se cierne sobre las aguas (del Bautismo) y “El Señor bendice a su pueblo con la paz” (Sal 28,1a y 2. 3ac-4. 3b y 9b-10).


Meditemos

“El Espíritu bajó sobre Él”

           Juan se proponía como alternativa al Templo y a todo su sistema sacerdotal centrado en los sacrificios cruentos.
         Jesús se pone en la fila de los pecadores, como signo de la solidaridad y cercanía que durante toda su vida iba a mostrar con las personas más débiles y más necesitadas.
         A Jesús su bautismo le cambió la vida. Salió del silencio de Nazaret y comenzó la predicación del Reino. Nosotros hemos sido bautizados como Jesús, ungidos por su Espíritu para continuar su obra liberadora. ¿En qué nos distingue e identifica nuestro Bautismo?
         La persona bautizada con el Espíritu de Jesús tiene que procurar ser calco y copia de la vida de Jesús. El Bautismo es el sacramento del compromiso adulto y responsable y la conversión  personal a la fe y al Evangelio. No es costumbre social, cultural  o religiosa.  El bautismo, aunque se administre a los niños, no es cosa de niños.
         El cielo, desde la Navidad ha quedado abierto, por Jesús ha desaparecido todo lo que impedía la comunicación con Dios. Sigue con Jesús el Espíritu que está con Él desde su nacimiento y que le acompañará en todos los momentos de su vida. El sentirse amado incondicionalmente por el Padre, y lleno del Espíritu, llevó a Jesús a ponerse con plena confianza en sus manos. ¿Me siento, como Jesús, amado incondicionalmente por Dios, siempre y en todas las circunstancias? El amor es lo que más libera y lo que más compromete. Tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada. Eso te dice sin cesar el cielo.
         El sentido, la esperanza, la vida de toda persona, se fundamenta en la seguridad inquebrantable de saberse amada.


Pensemos

El bautizo

           Un domingo, empezó a sonar la campana de la iglesia. Un hombre gritó:
- Ea, Melina, vamos ya, que están tocando.
           Un viejo sentenció:
- Está visto, nunca acaban de prepararse las mujeres.
           Por fin, apareció una mujer, que llevaba en brazos un niño de dos meses. Salió detrás, cogida del brazo de su marido, la madre, y a continuación seguían los invitados.
           El sacerdote aguardaba junto al altar: era tío del niño. Bautizó, cumpliendo todos los ritos, a su sobrino, y éste rompió a llorar cuando sintió el sabor de la simbólica sal. Terminada la ceremonia, salieron; ahora caminaban aprisa. La comadrona, un poco cansada, le dijo al cura:
- Señor cura, ¿le importaría llevar un rato a su sobrino?
           Tomó el sacerdote al niño; aquella carga tan liviana le embarazaba, porque no sabía cómo tenerlo. El padre le gritó:
- Eh, señor cura. ¡Si quieres otro, no tienes más que pedirlo!
           Y empezaron las cuchufletas, al estilo campesino. Cuando se sentaron a la mesa, estalló la alegría: se lanzaban frases muy cargadas de pimienta, que hacían reír.
           El niño, debido al vocerío, rompió a llorar. Alguien gritó:
- Oye, tú, curita; dale de mamar.
           La explosión de carcajadas hizo retemblar el comedor. La madre cogió a su hijo y le dio de mamar en la habitación de al lado. Allí lo dejó y volvió a comer. El niño, al rato, volvió a llorar, pero nadie lo oyó, a excepción del cura que entró a atenderlo. Cuando pasó un tiempo, la madre fue a ver si el niño dormía. Allí, de rodillas junto a la cuna, con la frente apoyada en la almohada en que descansaba la cabeza del niño, el cura dormía tiernamente.
(Adaptación del relato de Guy de Maupassant)


Abramos el corazón

“¡Gracias, Dios y Padre!”

Porque, en el bautismo de Jesús,
de nuevo te revelas y hablas.
Te expresas, como siempre lo haces:
con autoridad y, a la vez, con amor.
Lo haces porque, sabes que el hombre,
necesita del soplo de Jesús para vivir
de su mano, para levantarse
de su amor, para llegarnos hasta Ti,
de tu mirada, para sentirnos amados.
¡Gracias, Dios y Padre!
Porque, sorprendentemente,
las nubes se abren y, lejos de desprender agua,
derraman palabras divinas,
consuelo para una humanidad resquebrajada
esperanza para un mundo perdido.
¡Gracias, Dios y Padre!
Porque, al bajar Jesús al río Jordán,
tienes sed de nosotros,
de nuestro amor y de nuestra generosidad,
de nuestra conversión y de nuestro corazón.
Porque no dejas de buscarnos:
lo hiciste en Belén,
lo hiciste con ángeles pregonando la Navidad,
lo hiciste con una estrella buscando a los Magos,
lo harás, dejando a tu Hijo, clavado en una cruz,
lo harás siempre que sea necesario, Señor.
Por el hombre…todo.
Eres así, Dios y Padre,
siempre ofreciendo amor al hombre.
¡Gracias, Dios y Padre!
(Javier Leoz)
 
Situémonos

“Sobre todo, amor”

         En la Sagrada Familia, se nos exige amor, respeto, auxilio (Eclesiástico 3,3-7. 14-17a). Se canta la familia: mujer, parra fecunda; hijos, flechas y renuevos de olivo (Sal 127,1-2. 3 4-5). La Sagrada Familia deberá aceptar la persecución y la incomprensión (Mateo 2,13-15. 19-23). La Eucaristía ha de ir creando la familia, proyecto de Dios para la humanidad (Colosenses 3,12-21).
        Se inicia el nuevo año 2017 bajo protección de María, la Madre de Jesús (Gálatas 4,4-7) y Madre nuestra, modelo ejemplo para todo cristiano: “María conservaba estas cosas meditándolas en su corazón” (Lucas 2,16-21). E imploramos la bendición de Dios: con la bendición aaronítica (Números 6,22-27), con el salmo responsorial: “El Señor tenga piedad y nos bendiga” (Sal 66, 2-3. 5. 6 y 8). Y nos comprometemos a ser instrumentos de paz en la jornada mundial de la Paz.


Meditemos

“Se levantó, y cogió al niño y a su madre”

           La familia es tan importante en nuestra vida que puede ser nuestra salvación o nuestra “perdición”. Hoy se nos muestra la Sagrada Familia: tuvieron que disfrutar mucho, pero también hubieron de vivir una vida de esfuerzo, sufrimiento y dolor. Cantamos las bondades de la familia en el salmo responsorial: mujer-parra fecunda; hijos flechas-renuevos de olivo. Pero también se nos presenta la persecución y la itinerancia, como sucedió con el pueblo de Israel: son autoexiliados. Consciente de la importancia de la familia en la construcción de la persona y de la sociedad, la primera lectura nos invita, en una exhortación tan actual, a respetar, servir y amar a los padres: “no lo abandones....”, “no lo abochornes”. Ante ese ideal de familia, que es el proyecto de Dios para la humanidad y para la Iglesia, el apóstol aconseja a mujeres, maridos, hijos y padres.

“El Señor te bendiga y su madre te proteja”

           En el estreno del año nuevo, la Iglesia nos presenta a la Madre de Jesús, como madre nuestra, como abogada e intercesora que nos guiará por los senderos de los días de este nuevo año. Ella es también modelo para todo cristiano a la hora de afrontar los acontecimientos que nos acaecerán a lo largo del año: “María conservaba estas cosas meditándolas en su corazón”.
         La Iglesia, como a los encargados de una misión, nos bendice con la fórmula aaronítica, y nosotros le pedimos en el salmo responsorial que el Señor tenga piedad y nos bendiga.
         Y se nos hace un encargo en la Jornada Mundial de la Paz: ser, como Francisco de Asís quería, instrumentos de paz, instrumentos de su Paz, en un mundo que tanto la necesita.


Pensemos

“El abuelo y el nieto”

           Había una vez un abuelo, que dejaba caer la sopa, y a veces se le escapaba la baba.
           La mujer de su hijo y su mismo hijo le dejaron en un rincón de un cuarto, donde le llevaban la comida. El anciano lloraba con frecuencia y miraba con tristeza hacia la mesa. Un día se le cayó, y se le rompió la escudilla. Su nuera le llenó de improperios. Le compraron entonces un cuenco de madera, en el que se le dio de comer de ahí en adelante.
           Poco después, su hijo y su nuera vieron al niño, muy ocupado en reunir los pedazos del plato que había en el suelo.
- "¿Qué haces?", preguntó su padre.
- "Un cuenco, para ti y para mamá cuando seáis viejos."
           El marido y la mujer se miraron sin decirse una palabra, se echaron a llorar, y volvieron a poner al abuelo en la mesa.
Hermanos Grimm
“El padre no creyente”

           Una nochebuena, la mujer y los hijos invitaron al padre al oficio navideño de la parroquia, pero él se negó:
- ¡Tontería! ¿Por qué Dios se iba a rebajar viniendo a la tierra?
           Al rato, se desató una nevada. Algo golpeó la ventana. Cuando disminuyó, salió para averiguar qué había sido. Vio fuera una bandada de gansos salvajes. Sorprendidos por la tormenta, no pudieron continuar. Quiso ayudarlos a entrar en el granero, pero los gansos no entraban ¡Si fuera uno de ellos, podría salvarlos! Entró al establo, cogió un ganso doméstico y lo soltó entre las aves salvajes. Una por una, las aves lo siguieron. El campesino recordó las palabras que le había dicho a su mujer y, de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria:
- "¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!".


Abramos el corazón

                                               “Como ellos, Dios mío.”
                                             Que sea como la Sagrada Familia.
                                                          Como JESÚS:
                                                     Dispuesto a darlo todo,
y amando cuando todos callan,  niegan o traicionan.
Pobre, pero con el corazón inmensamente rico.

Como MARÍA:
Mirando hacia el cielo, buscando la voz de Dios,
y, no olvidando el clamor de los que llaman en la tierra.
Cultivando la sencillez, para disfrutar con lo poco.

Como SAN JOSÉ:
Con mis dudas, pero buscando respuestas;
con mis silencios, pero optando por Ti, Dios mío;
Con mi pobre cayado, pero apoyado en Ti.

Quiero, que de los tres, me concedas tres regalos:
-El amor que Jesús me trae. -La confianza con que María cree y
espera en Ti. -La fe de San José para acogerte y nunca perderte.

“¡Madre!”
Pronunciaré tu nombre, en medio de mis pensamientos.
Lo pronunciaré sin razonamientos, porque estoy ante ti
como un niño que llama a su madre cien veces,
feliz de poder llamarla... ¡Madre!

“Quiero un Año Nuevo”
Dame, Señor, un Año Nuevo pero con vida nueva:
en aquello que fui torpe, infúndeme acierto,
para que, buscando la perfección en lo que hago y digo,
no repita mis errores de siempre.
Concédeme, un Año Nuevo pero con sentimientos nuevos:
Fe, para nunca dudar de que Tú vas por delante
Amor, para ofrecerme y dar a quien me necesite
Optimismo, para no desanimarme en las luchas de cada día.


Situémonos

“¡Nos ha nacido un Niño!”

        Con la nación en ruinas, el profeta anuncia la victoria. Es algo tan cercano, que ya ve por el camino al mensajero de la buena noticia y a los vigías de la ciudad gritando y cantando al Dios que viene como libertador (Isaías 52,7-10)
        Frente a la continua pretensión del hombre de ser como Dios, hoy Dios se ha hecho como nosotros: nace de una doncella, es recostado en un pesebre, porque no hay sitio para Él en la posada, y es visitado, en primicia, por unos simples y sencillos pastores, gremio fuera de la ley, malvistos en la sociedad, especialmente, por los bienpensantes (Lucas 2,1-14).
        Por eso proclamaban y hoy proclamamos que “los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios (Sal 97,1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6).
        De muchas maneras habló Dios desde antiguo, pero ahora nos habla por Jesús. Él es la última Palabra de Dios, y es inútil buscar a Dios si no es partiendo de Cristo y de su mensaje evangélico (Hebreos 1,1-6).

Meditemos

“¡Dios con nosotros!”

           Jesús nace en un lugar y un tiempo concretos: en una aldea, pequeña, Belén, la ciudad del rey David; y en la paz que trajo Augusto con su reinado.
         Para ser más concretos, nace en la “periferia”, allá donde el Papa Francisco quiere que salgamos: en una cueva que sirve de establo para los animales, porque “no hay sitio para Él” en la posada. Desde entonces, toda vida que necesita ser protegida, envuelta en pañales y cariño, cogida, acunada y cuidada en un regazo,  sigue siendo señal de la encarnación de nuestro Dios. Pañales y pesebre serán ya los signos de sus preferencias: vida sencilla y pobre. Por eso, Santa Clara dirá: “¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es acostado en un pesebre” (CtaCla4, 20-21). Y san Francisco nos invita: ”Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones; humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él” (CtaO, 28).
         Otra de sus preferencias ya la había mostrado con la elección de sus padres: personas humildes y sencillas. Escuchemos un villancico: “Los pastores son, los pastores son los primeros que en la Noche Buena fueron a cantarle su linda canción”. Los invitados por la corte celestial para “presentar sus respetos” son los pastores, gente sencilla, impura, ya que no podían guardar el descanso del sábado, al margen de la sociedad, sin derechos religiosos ni civiles. Ésa es la preferencia de Dios. ¿Coincide con mi actuación y mis preferencias? Los pastores estaban vigilando, estaban despiertos. A la primera señal, se ponen en camino. Su vigilancia y respuesta son ejemplo de fe.
         Navidad nos invita a tener el valor de ser pequeños.


Pensemos

“Los dos niños”

Dos americanos fueron invitados por el Ministerio de Educación Rusa para enseñar, en prisiones y en un orfanato, moral y ética, basada en principios bíblicos. En el orfanato había unos 100 niños abandonados, abusados y dejados en manos del Estado. Allí nació esta historia contada por los dos profesores:
“Se acercaba la Navidad y los niños escucharían por primera vez la historia de la Navidad: María y José, al no encontrar posada, fueron a un establo, donde el Niño nació.
A lo largo de la historia, los chicos y los empleados del orfanato no podían contener su asombro. Una vez terminada la historia, les dimos a los chicos trozos de cartón, servilletas, trozos de franela  y fieltro para que hicieran un Belén.
Mientras los huérfanos construían sus pesebres, yo caminaba entre ellos. El pequeño Misha, de unos seis años, no tenía sólo un niño, sino dos en el pesebre. Le dije al traductor que le preguntara por qué había dos niños. Misha repetió el relato bíblico, y, cuando María pone al Niño en el pesebre, Misha empezó a inventar su propio final para la historia:
- Cuando María dejó al Niño en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía un lugar para estar. Entonces Jesús me dijo que yo me podía quedar con Él. Le dije que no, porque no tenía regalo que darle. Pero entonces pensé que un buen regalo podría ser darle calor. Por eso le pregunté a Jesús:
- Si te doy calor, ¿ése podría ser un buen regalo para ti?
Y Jesús me dijo:
- Ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido.
           Por eso me metí con Él en el pesebre.


Abramos el corazón

“¿Por qué, Señor!,”

Aprovechas la orfandad de la noche
sin más corte que el amor de una Virgen
y el cayado de un anciano,
para nacer pobre siendo inmensamente rico?
“¿Por qué, Señor!,”
pudiendo ser agasajado por cortejos reales
prefieres la bondad y las sencillez de unos pastores
y el calor de una mula y un buey?
“¿Por qué, Señor!,”
comunicándote como siempre lo has hecho
a través de profetas y reyes, signos, milagros  y portentos
te sirves tan sólo de unos ángeles que pregonan tu nacimiento?
“¿Por qué, Señor!,”
siendo Dios, te humillas tanto a favor de aquellos
que, siendo hombres, queremos ser “dioses”
Dinos, Señor: ¿Por qué te haces tan pequeño?
“¿Por qué, Señor!,”
rompes las fronteras del cielo
y te adentras, sin ruido ni aspavientos,
en la débil humanidad que espera tu salvación?
“¿Por qué, Señor!,”

Sólo hay una respuesta, tan grande como Tú mismo
y tan corta la palabra que te define:
¡Todo por amor!
Por amor naces y por amor bajas.
Por amor lloras y por amor redimes.
Por amor te dejas adorar y, por amor, un día también,
en otro trono, de madera también,
demostrarás lo mucho que nos amas.
¡Por amor, Señor, vienes al mundo!
(J. Leoz)




Abramos el corazón

“Conviérteme, Señor,”

del ruido, que me impide escucharte,
a la paz que me permite sentirte;
de la comodidad, que me desfigura
a la sobriedad que necesita mi alma,
a la belleza interior, a la perfección

Conviérteme, Señor,
de mi voz, suave y tímida para pregonarte,
a un testimonio vivo ,eficaz y valiente,
para proclamar que, como Tú,
nada ni nadie ha de salvar al hombre.

Conviérteme, Señor,
de mi autosuficiencia, orgullo y seguridades,
a la humildad para saber y poder encontrarte.

Conviérteme, Señor,
de mis apariencias, simples e interesadas,
a la plenitud que me ofrece tu presencia,
real y misteriosa, dulce y exigente,
divina y humana, audible….y a veces silenciosa,
con respuestas….y a veces con interrogantes.

Conviérteme, Señor,
y dame un nuevo corazón para alabarte;
y dame un nuevo corazón para bendecirte;
y dame un nuevo corazón para esperarte;
y dame un nuevo corazón para amarte.

Amén.
Javier Leoz



Situémonos

“¡Dios con nosotros!”

            El signo de la cercanía del Señor hoy es la Virgen encinta, grávida, embarazada.
       El profeta anuncia que Dios salva, cuando el pueblo y el rey están acobardados ante la inminente invasión, con la imagen de la joven mujer del rey que va a dar a luz un niño, que confirma la promesa davídica y es “Dios-con-nosotros” (Isaías 7,10-14).
       La encarnación está lejos de triunfalismo. En María, Dios se encarna, asume el turbio ambiente de la sospecha y la calumnia. Pero José, personaje del Adviento (Isaías, Juan, José, María), tiene su anunciación y su fiat, y es ejemplo de servicio en silencio, de sincera humildad y reciedumbre, hombre bueno, hombre de los sueños (San Mateo 1,18-24).
       El Evangelio es la Buena Noticia: Dios se encarna en un hombre, Jesús, realizando así con la humanidad unas bodas sin posibilidad de divorcio (Romanos 1,1-7).
      Preparémonos pues, a recibirlo porque “va e entrar el Señor. Él es el Rey de la Gloria” (Salmo 23, 1-2, 3-4ab, 5-6).



Meditemos

“Enmanuel”

           Hoy es el domingo del nacimiento: todas las lecturas nos hablan de nacimiento.
         La primera nos muestra el signo de esperanza que supone el nacimiento de un niño, que manifiesta que Dios es Enmanuel, Dios-con-nosotros, ante la situación trágica del pueblo que se haya sitiado. La “esperanza”, siendo hermana menor, sostiene a sus otras dos hermanas.
         En el Evangelio, se cumple la palabra del profeta: el Dios Enmanuel, está con nosotros. Esto lo hacen posible los dos personajes del Adviento que anteceden la llegada del Señor: José y María. Los dos reciben, cada cual según su misión, la anunciación, los dos responden con su fiat, se ponen a disposición de la voluntad de Dios. Hoy el protagonismo recae en José: quien, ante la supuesta infidelidad de María, elige la separación en privado y no la lapidación, como preveía la ley. La misericordia triunfa sobre el juicio.
         ¿Acojo, con la misma fe y amor que María y José, la acción del Espíritu para que pueda actuar y hacer maravillas?
         José es justo porque acepta el plan de Dios, aunque no lo entienda y le desconcierte. ¿Lo acepto yo? De José aprendemos a no juzgar ni herir a los demás, a ponernos en su lugar, a aceptar lo que no entendemos, el valor del silencio...
         Dios no se sirve de grandes personajes, sino de una joven  y sencilla pareja que se conoce, se enamora y se casa.
         El nombre de Jesús, “Dios salva”, expresa su misión. Todos tenemos un nombre en el corazón de Dios y una misión.
         Si, como María y José, nos abrimos al Misterio, Dios viene a nuestra casa, y llena nuestra vida de encuentro, de alegría, de esperanza y de sentido. Y en cada uno de nosotros nace Dios.

Pensemos

“Las apariencias engañan”

Un niño de 10 años entró en una heladería y se sentó a una mesa. La camarera se acercó a él.

- ¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con almendras?, preguntó el niño.

- Cincuenta centavos, respondió la camarera.

El niño metió la mano en su bolsillo y sacó un número de monedas.

- Y.. ¿cuánto cuesta un helado solo, sin almendras?, volvió a preguntar.

Algunas personas estaban esperando y la camarera estaba ya un poco impaciente.

- Treinta y cinco centavos, dijo ella bruscamente.

El niño volvió a contar las monedas.

- Quiero el helado solo, sin almendras, dijo el niño. 

La camarera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se fue.  El niño terminó el helado, pagó en la caja y se fue.

Cuando la camarera volvió a limpiar la mesa, tuvo que tragar saliva por lo que vio. Allí, puesto ordenadamente, junto al plato vacío,

había veinticinco centavos …, su propina. El niño había sacrificado las almendras de su helado por dejar su propina a la camarera.

¡Cuántas buenas acciones son mal interpretadas o malentendidas por no conocer la verdad y las buenas intenciones de los demás!

 

Abramos el corazón

“Te espero, Señor.”
Con María, la que no teniendo nada
al tener en sus brazos a Jesús,
lo tendrá todo.
Con José, con sus dudas y sombras,
pero con respuestas
después de un dulce sueño.
Te espero, Señor.
porque, más allá de luces artificiales,
necesito de una luz más eterna e interior;
como la de María: llena de Dios;
como la de José: soplada por la voluntad del Creador.
Te espero, Señor.
para ser feliz y , con tu nacimiento,
ser mejor e intentar cambiar a mejor;
para darme, y al ver cómo tú naces,
descubrir que, es en la pequeñez,
donde siempre podré encontrar a Dios.
Te espero, Señor.
con la confianza de María,
con mi corazón abierto,
para que no pases de largo;
con la serenidad de José,
con mis pasos firmes,
para que nada me aparte de TI.
Te espero, Señor.
Ven pronto…, ilumina mi camino.
No tardes…., que temo cansarme por esperarte.
Ilumina al mundo…., que dice no necesitarte.

Te espero, Señor.
(Javier Leoz)






Situémonos

“Los ciegos ven, los cojos andan...”

            La liturgia nos invita a vivir la alegría de la cercanía del Señor: es el domingo “Gaudete”.
          
  El profeta, ante las precariedades que limitan la persona, presenta la vida, fortaleza y salud, vistas desde el Dios que viene como salvador. La esperanza gesta ya el maravilloso renacer (Isaías 35,1-6a. 11).
            Juan le manda preguntar a Jesús y éste le responde con los signos del Mesías: los cojos andan, los ciegos ven y salen de su indigencia los pobres. Cada creyente debe ser en su vida un precursor, un profeta y un pionero, que hace todo nuevo, renueva la faz de la tierra: con las obras, no sólo de palabra. Jesús ensalza a Juan (Mateo 11,2-11).
            La esencial actitud cristiana de espera y de esperanza de la venida del Señor no es una actitud pasiva, sino que ha de estar llena de la actividad batalladora y operante (Santiago 5,7-10).
            Pero necesitamos pedirle a Dios: “Ven, Señor, a salvarnos” (Sal 145,7. 8-9a. 9bc-10).

Meditemos

“Estad alegres en el Señor”

           La liturgia nos invita a la alegría, porque el Señor está cerca.
           ¿Alegres, hoy? Los signos que tenemos alrededor parecen invitar a todo lo contrario.
           La primera lectura es un canto de esperanza porque el Señor está cambiando y renovando todo: la naturaleza florece aun en los lugares más insospechados, todo lo que limita al ser humano se ha acabado, Dios infunde fortaleza y ánimo.
           Eso mismo es lo que “certifica” Jesús ante los enviados por Juan. Éste había proclamado un Mesías juez, no liberador. Lo que le cuentan de Jesús no concuerda con sus previsiones. Por eso, duda, se interroga. Necesita abrirse a lo nuevo. Jesús no responde a la pregunta. Remite a sus obras: que Jesús ayuda a ver, ofrece apoyo para caminar, limpia y llena la vida de Buena Noticia. Los rasgos de Jesús y su misión son de esperanza, liberación y curación, no de amenaza, juicio ni condena. Estos «hechos» son la prueba de identidad del Mesías y de sus seguidores para preparar la llegada del Reino.
           Jesús nos regala una bienaventuranza: dichoso quien no se escandalice de él, porque llega con humildad, paz, solidaridad, compasión, predilección por los necesitados. Su mensaje entusiasma a los sencillos y defrauda y escandaliza a los prepotentes. ¿Me escandalizan las actuaciones de Jesús?
           “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”, dice el Papa Francisco en su encíclica Evangelii gaudium.
           ¿Cómo preparo el camino para que llegue Jesús a mí y a los demás? ¿Elimino obstáculos con gestos, palabras, con las manos, con el corazón, como Jesús? ¿Busco que en mi entorno haya paz y alegría? ¿Hago algo para que las personas sean más felices? ¿Contribuyo a que la sociedad sea más solidaria?
Pensemos


“El Heraldo”


Moría la noche, palidecían las estrellas. De repente, la piedra filosofal de la luz matutina lo tiñó todo de oro.

Un clamoreo corrió de boca en boca:

-         ¡El Heraldo! ¡El Heraldo!

Erguí la cabeza y pregunté:

-         "¿Viene ya?"

De todas partes estallaba el "¡sí!" de la respuesta.

El Pensamiento, atormentado, decía:

-        "¡Todavía no está la cúpula de mi palacio! ¡Nada está en regla!"

Vino una voz del cielo:

-        "¡Derriba tu palacio!"

-        "¿Por qué?" - preguntó, estupefacto, el Pensamiento.

-        "Porque hoy es el día del Advenimiento, y tu palacio estorba el paso".

¡Ojo con los preparativos!, que el Señor “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”  (Canto de la Virgen María).

Abramos el corazón

“¡Eres nuestra sonrisa, Señor!”

En medio de nuestros males,
nos infundes valor y esperanza
y, en la tiniebla, disipas con tu luz
lo que nos impide verte o encontrarte.
¡Eres nuestra sonrisa, Señor!
Vienes y, porque apareces pequeño,
disparas nuestras ganas de vivir,
de aportar ilusión a nuestro mundo.
Haces que nuestros corazones
brillen de generosidad y de amor.
¡Cómo no vamos a estar alegres, Señor!
Eres Tú quien abres nuestros labios,
para que riendo lo digan todo: ¡Vas a nacer!
Eres Tú, quien al acercarte hasta nosotros,
alzas con tu humildad nuestra débil condición;
animas, con tu llegada divina y oportuna,
los fracasos aparentes de la humanidad.
¡Eres nuestra sonrisa, Señor!
Fuente de una felicidad inexplicable,
surtidor de una alegría indescriptible,
maná de un gozo santo, bueno y eterno,
manantial que brota en nuestra pobre vida.
¡Gracias, Señor, por tu venida!
Te sentimos y, porque intuimos tu presencia,
estamos jubilosos, expectantes,
contentos y mirando hacia el cielo.
¿Sabes por qué, Señor?
Porque Tú, Jesús, aunque algunos no se den cuenta,
sigues dando alegría profunda…alegría verdadera (J. Leoz)

Situémonos

“Convertíos, porque está cerca”

       Ante la evidente injusticia, se presenta un mesías davídico, con los dones del espíritu de Dios, que ha de hacer valer al desvalido y recuperar la armonía en toda la creación (Isaías 11,1-10).

Eso es lo que pedimos en el salmo responsorial: “Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”. El pueblo ora por ese rey, pero, a la vez está recordándole sus deberes: hay un proyecto de Dios, al que tanto el rey como nosotros, debemos tratar de amoldarnos (Sal 71,2. 7-8. 12-13. 17).
        Juan, varón austero por el hábitat, el vestido, la alimentación, pide conversión ante la llegada del Reino de Dios: preparar el camino, allanar los senderos. Ante ello, no valen los privilegios sociales ni religiosos (fariseos y saduceos). La gratuidad del don de Dios llega a lugares y personas insospechados: Dios puede sacar hijos de Abrahán hasta de las piedras (Mateo 3,1-12).
    El apóstol nos pide estar de acuerdo entre nosotros, tanto “judíos” como “gentiles”, y acogernos mutuamente como Cristo nos acogió (Romanos 15,4-9).




“¡Otra vez con la conversión!”

Pues sí: es que si no nos colocamos en la onda de Dios, no nos volvemos a Él, ni hacemos de Él nuestro centro, difícilmente vamos aprovechar el Adviento. Así lo hizo Juan Bautista, yéndose a vivir de forma austera al desierto. Tendremos que descubrir esos signos de austeridad para nosotros hoy: saber cuál es nuestro desierto, nuestra piel de camello y esa comida tan especial. Juan nos invita a cambiar de vida: “no cambiaremos la vida, si no cambiamos de vida”.

           La primera lectura presenta el mundo paradisíaco que está dispuesto a crear el Señor: un mundo en el que reina la paz entre los contrarios. Viven en armonía lobo y cordero, pantera y cabrito, novillo y león, vaca y oso, niño y serpiente.
            Es lo que deseamos y pedimos todos: “Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”.
           El apóstol lo traduce en estar de acuerdo entre nosotros y acogernos mutuamente, sin hacer distinciones (judíos y gentiles) a las que estamos tan acostumbrados.
           Pero, para eso, hay que cambiar de vida como nos pide Juan. Muchos se sintieron tocados por su persona y mensaje. ¿Nos sentimos nosotros también tocados? Pero había también “mirones”: los fariseos y saduceos. ¿No seremos nosotros de ellos? Porque Juan los pone de vuelta y media, y les habla de talar el árbol que no da buen fruto y echarlo al fuego.
            Además de seguir el mensaje de Juan, también hemos de ser, precursores de Jesús: donde hay montes de soberbia, orgullo y egoísmo, pongamos humildad, solidaridad y generosidad; donde hay colinas de vanidad, ambición y envidia, pongamos bondad, austeridad y compasión. Quitemos los obstáculos que impiden la llegada de Dios, hagamos posible el mundo paradisíaco que Dios quiere crear para nosotros.


Pensemos

“El profeta”

Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza mayor, que era necesario un cambio de la marcha del país.

El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escuchar sus voces, aunque más por curiosidad que por interés.

Y el profeta ponía toda su alma en sus voces, exigiendo el cambio de las costumbres.

Pero, según pasaban los días, eran menos cada vez los curiosos que rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida. Pero el profeta no se desalentaba y seguía gritando.

Hasta que un día ya nadie se detuvo a escuchar sus voces. Mas el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza. Y pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba.

Al fin, alguien se acercó y le preguntó:

- ¿Por qué sigues gritando? ¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?

- Sigo gritando -dijo el profeta-,porque si me hubiese callado, ellos me habrían cambiado a mí.

Abramos el corazón

“Conviérteme, Señor,”

del ruido, que me impide escucharte,
a la paz que me permite sentirte;
de la comodidad, que me desfigura
a la sobriedad que necesita mi alma,
a la belleza interior, a la perfección

Conviérteme, Señor,
de mi voz, suave y tímida para pregonarte,
a un testimonio vivo ,eficaz y valiente,
para proclamar que, como Tú,
nada ni nadie ha de salvar al hombre.

Conviérteme, Señor,
de mi autosuficiencia, orgullo y seguridades,
a la humildad para saber y poder encontrarte.

Conviérteme, Señor,
de mis apariencias, simples e interesadas,
a la plenitud que me ofrece tu presencia,
real y misteriosa, dulce y exigente,
divina y humana, audible….y a veces silenciosa,
con respuestas….y a veces con interrogantes.

Conviérteme, Señor,
y dame un nuevo corazón para alabarte;
y dame un nuevo corazón para bendecirte;
y dame un nuevo corazón para esperarte;
y dame un nuevo corazón para amarte.

Amén.
Javier Leoz


DOMINGO I DE ADVIENTO

(Ciclo A)

Situémonos



“Velad”



            Comienza un nuevo año litúrgico. Adviento llama a nuestra puerta, anunciando la llegada del Señor y rogando que preparemos su venida. Él se merece la mejor bienvenida, la preparación más exquisita, la disposición más noble y digna. Es hora de espabilarse, que llega el Señor.

            La espera de la venida de Cristo hace de los cristianos los seres más activos en la construcción del mundo. De aquí la exhortación primordial de Jesús: «Velad» (Mateo 24,37-44).

            La fe es un proceso de permanente atención a las sorpresas de nuestro Dios que siempre está viniendo: “es hora de espabilarse” (Romanos 13,11-14).

            Toda esta esperaes para encaminarnos todos los expatriados hacia el “monte” en el que Dios nos espera para gozar en su presencia (Isaías 2,1-5).

            Nos animamos e invitamos a caminar hacia el encuentro con Dios: “Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor. El camino será como una peregrinación jubilosa entre hermanos y compañeros (Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5. 6-7. 8-9).
 


Meditemos

“Es hora de espabilarse”

El Adviento es tiempo para despertar. Vivimos demasiado adormecidos en nuestro diario vivir. Pocos espacios, trabajos y relaciones favorecen el estar despiertos.
La repetición del día, la semana, el año hace que la costumbre se adueñe de nuestra voluntad y nazca la rutina: la robotización del ser humano quita la entrada de lo nuevo, la chispa y la alegría. Es más, cuando surge algo que no estaba previsto nos causa inseguridad y angustia.
Frente a nuestro actuar y nuestra actitud está nuestro Dios haciendo siempre nuevas las cosas, creando permanentemente la vida, haciendo de las sopresas la salsa de la vida, la chispa que hace mantenernos la vida, que lucha por mantenernos conscientes y despiertos.
Conocedor de nuestros hábitos, el Señor nos invita hoy a estar en vela, a esperar la llegada de la novedad y de la vida, a sumarnos a la fiesta y la alegría. El Apóstol nos dice que es hora de espabilarnos para ser conscientes del momento en que vivimos. Viene la Luz y el Sol, y nos sentimos llenos de esperanza. Éste es el mensaje de Adviento. ¿Sientes temor ante la venida del Señor, Él que es tu hermano y amigo?
            Jesús está viniendo continuamente a nuestra vida, en las personas, en el trabajo, en la comunidad, en nuestro interior... Viene a llenarnos de esperanza. ¿Le dejas entrar en tu vida?
            Jesús está con nosotros. Su Palabra es Fuente de confianza, paz y alegría. ¿Sientes esa paz y esa alegría con Él?
            Celebrar el Adviento supone una actitud de atención, vigilancia y espera activa, no vivir dormidos ni angustiados, ni despreocupados, ni con temor. Es vivir en esperanza y sembrando esperanza. El Dios que viene es el que esperamos, el que anhelamos, en quien confiamos ¿Crees esto?




Pensemos

“El centinela”

Había una aldea con un castillo. La vida era aburrida, nadie iba por allí.
Un día llegó un mensaje de que Dios pasaría por allí. Las autoridades repararon calles, fachadas, construyeron arcos triunfales…., y nombraron centinela al más noble de la aldea. Éste viviría en la torre más alta del castillo y desde allí avisaría de la llegada de Dios.
El centinela pensaba: "¿Cómo será Dios? ¿Cómo vendrá? ¿Con un gran ejército? ¿Con carros majestuosos?"
Día y noche permanecía en pie y con los ojos abiertos.
Pasaron algunos días y el sueño le pudo, pero pensó que Dios vendría con sones de trompetas y se despertaría.
Pasaron semanas, y la gente regresó a su vida diaria. Pasaron años y los habitantes abandonaron la aldea. Se quedó solo el centinela esperando. Pensaba: "¿Para qué va a venir Dios a esta pequeña aldea?”. Pero, como le habían dado esa orden, seguía cumpliendo su misión.
Un día se dio cuenta de que se había vuelto viejo, a sus piernas le costaban subir a la torre, apenas veía y la muerte se acercaba. Entonces dijo: "Me he pasado toda la vida esperando la visita de Dios y me voy a morir sin verle."
Y fue en ese momento, cuando oyó una voz. El centinela, aunque no veía, estalló de alegría: "¡Oh, ya estás aquí! ¿Por qué me has hecho esperar tanto?" La voz respondió: "Siempre he estado cerca de ti, a tu lado, más aún, dentro de ti. Has necesitado muchos años para darte cuenta. Pero ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: yo estoy siempre con los que me esperan y sólo ellos pueden verme."




Abramos el corazón

“Que no me duerma, Señor.”

Así, cuando llegues y llames,
encontrarás mi mente despierta,
mi corazón inclinado totalmente a Ti,
mis pies sin desviarme de tu camino,
y, mis manos, ¡ay mis manos!
volcadas de lleno con las piedras de tu Reino.
Sí, Señor, que no me duerma
y que, en la noche de mi vida,
mantenga encendida la lámpara de mi fe;
abierta, sin temor alguno,
la ventana de mi esperanza;
confiada, sin ninguna fisura,
la grandeza de mi alma.
Que no me duerma, Señor.
¡Son tantos los que desean verme adormecido!
¡Son tantos los que insinúan que no vendrás!
¡Son tantos los que se cansaron de esperar!
Ayúdame, Señor, a ser persona de esperanza;
a esperar, con la ilusión de un niño,
el destello de la estrella de un eterno mañana,
la noche mágica y santa de una Navidad luminosa,
el misterio, que sin comprenderlo,
asombrará totalmente a mis ojos,
al ver tu humanidad y divinidad juntas.
Que no me duerma, Señor.
Y que, cuando mañana despierte,
siga mirando, por el balcón, hacia el horizonte,
sabiendo que, tarde o temprano, llegarás,
porque, pronto o tardíamente,
cumplirás lo que has prometido: que vendrás. Amén.
Javier Leoz

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