“El Reino de Dios se parece...”
Con la alegoría del cedro que muere y renace,
habla el profeta del hundimiento de la nación y del renacer mesiánico. Una
ramita tierna será el cedro noble, que ofrezca universal refugio y abrigo
(Ezequiel 17,22-24).
El
salmista canta a Dios, pendiente de los pequeños y los pobres: “Es bueno dar
gracias al Señor” (Sal 91,2-3. 13-14. 15-16).
Antes,
el cedro; ahora, el pequeño grano de mostaza muestran la pequeñez del Reino de
Dios, sembrado por manos humanas y con una larga y paciente historia de
crecimiento. Dios es el que hace crecer, los sembradores sólo deben esparcir la
semilla, insignificante. Ella germina secretamente en el corazón de las
personas, transformándonos, a pesar de nuestras debilidades y resistencias
(Marcos 4,26-34).
El
cristiano es hombre de esperanza, tiene sembrada en él la semilla de la vida
eterna. Camina sin ver a Dios, pero guiado por la confianza y fe en Él. Así, en
destierro o en patria, se esfuerza siempre en agradarle (2ª Corintios 5,6-10).
«¿Con qué compararemos
el Reino de Dios?»
Las
parábolas son la mejor muestra del lenguaje de Jesús y de su manera de ser:
cercano, solidario, buen conocedor de la vida campesina, observador de la vida.
Los acontecimientos de cada día se convierten en buena noticia en las
parábolas. Las parábolas nos enseñan a ver el mundo con los ojos de Dios.
Transmiten esperanza, optimismo y ánimo. Ninguna termina en fracaso. La vida
triunfa sobre la muerte. Tras nuestro trabajo y la acción de Dios habrá cosecha
en abundancia.
La primera parábola
muestra que el crecimiento del Reino depende más de la iniciativa de Dios que
del esfuerzo humano. Lo nuestro es sembrar, regar y cuidar con ilusión y
generosidad, sabiendo que sólo Dios hace madurar los frutos y asegura la
cosecha. La semilla –como las personas- germina y crece por la fuerza de vida
que hay en su interior. ¿Qué semillas siembro en los ambientes en que me muevo?
La acción de Dios no se reduce sólo a lo que ves. Camina en la fe, aunque no
veas lo que esperas. ¡Tú, siembra! Todo lo demás lo hace Dios. No midas con tu
medida. Ten confianza.
Jesús está hablando
del Reino de Dios: del cambio del corazón, de la fe en la fuerza de la semilla,
de la confianza en la acción de Dios y en la fuerza transformadora de quienes
viven las actitudes y valores del Evangelio. Jesús no compara el Reino con
grandes manifestaciones externas, ni dice que se hace presente con poder y
prestigio ni de manera espectacular ni grandiosa. El Reino crece y se va
construyendo con las obras sencillas y cotidianas a favor de las personas más
necesitadas. Las parábolas interrogan, esperan nuestra respuesta y nuestro
compromiso personal. ¿A qué comparo el Reino de Dios? ¿Qué parábola uso para
construirlo?
“Las princesas sin
palacio”
En un reino, hubo un terremoto que
destruyó el palacio y fallecieron el rey y la reina, dejando solas, sin dinero
ni joyas, a sus dos hijas, las princesas Nora y Sabina.
Un anciano les habló de una profecía que decía que la
princesa que encontrase su palacio sería la reina más sabia. Y les entregó una
vieja llave. Las princesas probaron la llave en todos los palacios.
Desanimadas, llegaron a una aldea y se dedicaron a trabajar con aquellas gentes
pobres y alegres, que no sabían de su realeza, pero las acogieron como
huérfanas.
Las hermanas supieron lo que era el hambre, pero las
querían tanto que llegaron a sentirse muy felices, olvidando su pasado real. Una
noche, Sabina encontró la llave. Divertida, se la llevó a su hermana, quien,
nostálgica, pensaba en el magnífico palacio que debía estar esperándolas en
algún lugar.
- Quizá esté en algún
pequeño bosque.
- Yo, dijo la pequeña, no
necesito un palacio para ser feliz. Nunca he sido tan feliz como ahora, aunque
no tengamos gran cosa. Si tuviera que elegir un palacio -dijo mientras bailaba
e introducía la llave en la puerta de la cabaña-, sería esta cabaña.
Al momento, la habitación se llenó de luces y música, y de
la vieja puerta comenzó a surgir un maravilloso palacio lleno de vida y color,
transformando aquel lugar por completo, llenándolo de fuentes, jardines y
animales, que hicieron las delicias de todos en la aldea.
Sólo la humilde puerta de la cabaña seguía siendo la
misma, recordando así a todos cómo Sabina la Maravillosa, que así llamaron a su
sabia reina, había encontrado en una vida humilde la puerta de la felicidad.
El Reino se parece a un grano de mostaza: aunque es la
semilla más pequeña, se hace un árbol muy alto
“Dame fe
como un grano de mostaza, Señor,”
para que, orando, me olvide
de todo lo que me rodea;
y, viviendo, sepa que Tú habitas en mí.
Para que, creyendo en Ti,
anime a otros a fiarse de Ti, a moverse por Ti,
a no pensar sino desde Ti.
¿Me ayudarás, Señor?
¿Será mi fe como el grano de mostaza?
Dame la capacidad
de esperar y soñar siempre en Ti.
Dame el don de crecer
y de robustecer mi confianza en Ti.
Dame la alegría
de saber que Tú vives en mí.
Dame la fortaleza que necesito
para luchar por TI.
“Dame fe como un grano de mostaza, Señor:”
sencilla,
pero obediente y nítida;
radical,
pero humilde y acogedora;
soñadora,
pero con los pies en la tierra.
con la mente en el cielo, pero con los ojos despiertos;
con los pies en el camino, pero con el alma hacia Ti.
¿Me ayudarás, Señor?
Dame fe, como un grano de mostaza
¿Será suficiente, Señor?
Javier Leoz
«- ¿Qué has hecho? - Yo no....»
El ser humano, no
contento con todos los dones, ambiciona ser dios, y se encuentra en la más
absoluta miseria. Además, se niega a aceptar su culpa, culpando a los demás. La
descendencia de la mujer obtendrá la victoria (Génesis 3, 9-15 ).
El
salmista sí tiene claro su ser pecador y apela al perdón y la misericordia de
Dios: “Desde lo hondo a ti grito, Señor (Sal 129,1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8)
El
prejuicio y la mirada racional no sólo no son capaces de aceptar la verdad,
sino que la desenfoca. El pecado contra el Espíritu Santo no tiene perdón
precisamente porque el pecador se cierra en banda al arrepentimiento, al
trastocar los nombres de las cosas (Marcos 3, 20-35)
La
esperanza cristiana es capaz de ver horizonte de luz en la dificultad y
oscuridad. Y descubre, con mirada de fe, cómo crece el hombre interior mientras
que el exterior se desmorona (2ª
Corintios 4, 13-5, 1).
“¿Qué has hecho?”
Hoy
la liturgia nos presenta el pecado, causante de la ruptura en la familia y la
sociedad.
Es lo que descubrimos
en la primera lectura, en la que el autor sagrado nos advierte que desde los
orígenes ha habido una desintegración en nuestras relaciones con Dios, luego
entre el hombre y la mujer. El pecado está destruyendo nuestra sociedad,
comenzando por su núcleo principal: la familia. En el episodio del Génesis,
Adán, después de pecar y verse descubierto, echa la culpa a Eva y ésta traslada
la responsabilidad a la serpiente. La relación entre el hombre con Dios se
desintegra, lo mismo que con su mujer.
El pecado va minando
la armonía familiar, destruyendo los valores y generando conflictos que luego
se trasladan a la sociedad misma. Lo anormal se va volviendo normal y lo sano y
bueno se va volviendo "anticuado" y fuera de lugar.
En el Evangelio, para
sus familiares Jesús está loco, fuera de sí. Y para los letrados de Jerusalén,
Jesús está poseído de un demonio. Loco y endemoniado.
Jesús no pierde la
serenidad. Enfrenta con firmeza profética a sus adversarios. A los escribas los
desenmascara colocándolos delante de sus propias contradicciones. Están
luchando para no ver, para cerrar los ojos a la verdad. Están luchando contra
el Espíritu de Dios. Ese pecado no puede ser perdonado porque es cerrazón a la
gracia.
Delante de este Jesús
valiente y libre, debemos preguntarnos cuántas veces nosotros mismos que nos
decimos cristianos, que nos decimos su comunidad, enmascaramos nuestras
cobardías ante lo nuevo de Dios y nos refugiamos en poner etiquetas y
descalificar lo que no queremos admitir.
“El esclavo de Nueva Orleans”
En Nueva Orleans había esclavitud: los
trabajos más serviles los realizaban los esclavos. El dueño del esclavo era
señor de sus cuerpos y sus almas. Podían hacer con ellos lo que deseasen,
porque eran como una posesión.
Un día, se celebraba una subasta de esclavos. Dos
granjeros pujaban por un esclavo negro que no dejaba de gritar su rebeldía. Se
rebelaba contra el sistema, contra los trabajos, contra sus compañeros, y,
sobre todo, contra sus amos: no había derecho a que una persona, por más digna
que fuese, pudiese dominar su vida, su existencia.
Finalmente, uno de los granjeros, pujó más de lo que se
podía llegar a pensar, El esclavo quedó extrañado de lo que, según ese amo,
valía para él. En ese momento, calló y no volvió a decir nada.
El amo lo subió a su carreta y se dirigió a la granja.
Aquel hombre que había vociferado todo lo que le había venido en gana, no abría
la boca.
Cuando llegaron a la plantación, el granjero lo bajó. Él
se cubrió la cara pensando que iba a azotarle.
Sin embargo, sintió que el amo le soltaba las ataduras de
sus manos y, quitándose las manos de la cara, pudo ver que el amo se agachaba
ante él, para soltarle los grillos de los pies. El amo le dijo: "Eres
libre de marcharte. Ya no eres mi esclavo. Te he comprado con el fin de darte
la libertad".
El hombre cayó de rodillas delante del amo y le dijo:
"Dueño, te serviré siempre".
“Pero del Señor viene la
misericordia”
Siempre estás en mi búsqueda;
me preguntas, como a Adán, dónde estoy.
Ya sabes, Señor, que, muchas veces,
no estoy donde debiera estar,
que hay “intereses” propios que me ciegan,
que no me conformo con los dones que me das,
que ambiciono, “cabreza loca”, ser como Tú,
no por parecerme a mi Padre,
sino para usurparte y robarte tu divina esencia.
Pero del Señor viene la
misericordia
Que sí, que me avergüenzo de ser un ingrato;
pero si reconozco mi pecado, ¿dónde queda mi autoestima?
Los otros, siempre los otros son los que tienen la culpa,
y escondo mi responsabilidad en la piel del vecino,
siempre culpable, siempre desagradecido, siempre pecador.
Pero del Señor viene la
misericordia
Es que, Señor, peinsas unas cosas, dices unas cosas...
No estás en tus cabales, no estás en nuestro hoy.
Y te queremos retirar de la sociedad y de nuestras vidas.
Pero del Señor viene la
misericordia
Es que las cosas que Tú haces... no son normales,
y las queremos silenciar porque nos comprometen,
y hasta desenfocamos tus intenciones, nosotros, mezquinos.
Pero del Señor viene la
misericordia
Mira que dar de lado a tu madre y tus hermanos...
cuando son los que miran por ti, los que te protegen....!
Pero adivino que quieres romper la esclavitud de la parentela,
que quieres abrir las puertas del corazón cerradas,
para establecer lazos con todos: los buenos y los malos,
los justos e injustos, los justos y los pecadores.
Tengo que reconocer que “Eres Único, Señor.
CUERPO
Y SANGRE DE CRISTO
“Tomó un pan, lo partió y se lo dio”
El vínculo de amor entre Dios y el pueblo se
denomina alianza. Este compromiso se sella con sangre que une los dos extremos:
el altar, signo de Dios, y las doce piedras, representación del pueblo (Exodo
24,3-8).
La
alianza se festeja con un brindis: “Alzaré la copa de la salvación, invocando
tu nombre” (Sal 115,12-13. 15 y 16bc.
17-18).
Jesús,
con su vida y con su muerte, es la Nueva Alianza que ha hecho Dios con el
hombre: Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio,
diciendo: “Éste es mi Cuerpo que será entregado por vosotros”; cogiendo una
copa, pronunció la acción de gracias y se la dio, diciendo: “Ésta es mi sangre
sangre de la alianza nueva y eterna que será derramada por vosotros y por todos
los hombres” (Marcos 14,12-16. 22-26).
En la Nueva Alianza que Dios ha hecho con
el hombre, la sangre no es la de
animales, sino la propia sangre de Cristo, constituido así mediador de la Nueva
Alianza (Hebreos 9,11-1.5).
«Tomad, comed.... tomad, bebed.....»
Celebramos
el amor del Padre y el amor fraterno en Jesús. Nos alimentamos para ser en la
vida lo que Jesús fue.
El primer día de la
fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le
preguntan a Jesús: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua?
Una casa en Jerusalén
donde son forasteros, una sala preparada, una persona. Siguiendo las
instrucciones de Jesús, confiando en Él, se encuentra todo lo que se necesita.
Compartir la mesa es
el gran símbolo de la convivencia, de la reconciliación. Quizá nos fijamos
mucho en que el pan es Jesús y menos en que Jesús es pan; más en la adoración
personal que en la comunión y el compromiso. Comulgar con Jesús es aceptar ser
pan compartido y repartido. ¿Con quién comparto el banquete de mi vida? ¿A
quién siento a la mesa de mi tiempo, mi amistad, mis intereses...? ¿A quién
excluyo?
El pan y el vino son
signo de la entrega de Jesús, y signo de nuestra propia entrega. Celebrar la
Eucaristía fue sustituido por: “oír misa entera todos los domingos y fiestas de
guardar...” ¿Tiene sentido “oír” una cena con los amigos? Recuperemos la Cena
del Señor, asamblea de creyentes en torno a la Palabra, la Fracción del Pan, la
oración en común, el compromiso vital.
En la cena de
despedida, el pan y el vino resumen la vida entera de Jesús y el de sus
seguidores: dar vida. Es la manera que Él quiere ser recordado.
Con la celebración no
se termina nada, todo empieza. Nos alimentamos para vivir y trabajar. Lo
nuestro es vivir el Evangelio, hacer nuestra la mentalidad, preferencias,
opciones, estilo de vida, manera de vivir, de pensar, de actuar de Jesús, para
ser pan y vino, sal y luz en nuestro mundo.
“La última Cena de Da
Vinci”
Existe un relato acerca de la pintura
"La Última Cena", una de las obras más conocidas de Leonardo Da
Vinci.
Tardó mucho tiempo en hacerla, debido a que era muy
exigente al buscar a las personas que servirían de modelos. Tuvo problemas porque no encontraba al
modelo para representar a Jesús, quien debía reflejar en su rostro nobleza y
los más bellos sentimientos. Por fin, encontró a un joven con esas
características. Después fue localizando a los apóstoles, a quienes pintó
juntos, dejando pendiente a Judas Iscariote, pues no daba con el modelo
adecuado. Éste debía ser una persona que mostrase en el rostro las huellas del
pecado, la traición y la avaricia. Por eso, el cuadro quedó inconcluso por
largo tiempo. Un día, le hablaron de un terrible criminal que habían apresado.
Fue a verlo, y era exactamente el Judas que él quería para terminar su obra,
por lo que solicitó al alcalde que le permitiera al reo que posara para él. El
alcalde aceptó y llevaron al reo, custodiado y encadenado, al estudio del
pintor.
Durante el tiempo que posó, el reo no dio muestra de
emoción, mostrándose callado. Al final, Da Vinci, satisfecho del resultado, le
mostró la obra. Cuando el reo la vio, sumamente impresionado, cayó de rodillas,
llorando. Da Vinci, extrañado, le pregunto el por qué de su actitud, a lo que
él respondió:
— Maestro Da Vinci, ¿es
que acaso no me recuerda?
Da Vinci, observándolo fijamente, le contesta:
— No, nunca antes le había
visto.
Llorando y pidiendo perdón a Dios, el reo le dijo:
— Maestro, yo soy aquel
joven que hace 19 años usted escogió para representar a Jesús en este mismo
cuadro.
Sentarse a la mesa con
Jesús no presenta dificultad. Pero, ¡ojo!, en ella están tanto Juan como Judas
Iscariote.
“Tan cerca y tan lejos, Señor”
En el cielo, pero sin olvidarte de la tierra;
en la mano abierta y en el corazón cerrado;
en los labios que pronuncian tu nombre
y en los pies que buscaron otros caminos;
en el paladar que recibe tu Cuerpo
y en el alma que se siente grande cuando Tú entras en ella;
en el pensamiento o en la mente, iluminada por tu presencia.
Hoy, cuando divisas nuestras calles y nuestras plazas,
nuestras miserias y fiesta, nuestra crisis económica y moral,
te sentimos, Señor, cerca y lejos a la vez.
Cerca, cuando a Ti confiamos nuestro futuro
y, lejos, cuando nos empeñamos en desterrarte de lo inmediato.
Cerca, cuando en Ti ponemos nuestras esperanzas
y, lejos, cuando nos sentimos señores de la existencia.
Cerca, cuando a Ti sólo adoramos y cantamos;
lejos, cuando nos postramos ante otros dioses y amos.
Cerca, cuando miramos al cielo buscando respuestas;
lejos, cuando clavamos los ojos en la efímera tierra.
No dejes, con tu Cuerpo y con tu Sangre,
de alimentar los huesos y las venas de nuestro mundo.
No dejes, con tu Palabra, de animar nuestro decaimiento;
con tu mirada, de guiar nuestros pasos inciertos.
No dejes, con tu mano, de sacarnos de tanta incertidumbre.
¡Nos haces tanta falta, Señor.....!
Te hemos sacado para pongas futuro en el fracaso,
para que siembres en nosotros testimonio y valentía,
para que nos hagas ser custodias de carne y corazón.
¡Gracias, por tu presencia! ¡Gracias, por tu inmenso amor!
¡Gracias, por tu pan multiplicado! ¡Gracias, por tu entrega!
¡Gracias, Señor, por llamarnos al amor con tu AMOR!
Javier Leoz
“Trinidad, misterio de amor”
Dios ha querido acercarse a nosotros para
mostrarnos su amor.
El
pueblo de Israel percibe su cercanía. Y lo encontró; o fue encontrado por Él, y
se sintió amado por Él. Llegar a Él por la confianza da a la vida humana dicha
y plenitud (Deuteronomio 4,32-34. 39-40).
Por
eso, podemos proclamar con el salmista: “Dichosa la nación cuyo Dios es el
Señor” (Sal 32,4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22).
Jesús
vive con nosotros un tiempo, y se va, pero se queda de otra manera: “Sabed que
yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y nos deja una
misión: acercar a los demás a la Trinidad, bautizándolos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mateo 28,16-20).
La
irrupción del Espíritu hace comprender al discípulo que es hijo en el Hijo, y
le puede llamar papaíto (Abba), y es, por eso, heredero, coheredero con Cristo,
de todos los bienes y dones de Dios (Romanos 8,14-17).
«En el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo»
La
cita con Jesús en Galilea hace posible la transformación interior. ¿Dónde me
cita a mí? ¿Dónde y en quién le encuentro? Dudar no es impedimento para la
misión. Jesús sabe que la duda es compañera inseparable de la fe itinerante.
Jesús los envía a
“hacer discípulos” en nombre de la Trinidad. Ser discípulo es establecer una
relación íntima y personal con el Maestro, y anunciar su mensaje para hacer
seguidores y seguidoras de Jesús. Si deseo el encuentro con Jesús tengo que
ponerme en camino, ir donde él estuvo, estar con quienes estuvo y sigue
estando. La misión se extiende a todos, no tiene fronteras.
Somos enviados a
transmitir, no algo propio, sino lo que hemos aprendido de Jesús. Mirando a Jesús
conocemos cómo es Dios: Dios es sólo Amor. Su gloria y su poder es sólo amar. A
Dios Trinidad le conocemos en Jesús. La Trinidad define perfectamente la
relación de Dios con nosotros y de nosotros con Dios, como la mejor de las
madres, como palabra, como aliento que refresca, inspira, fortalece y anima.
Las últimas palabras
de Jesús son tan consoladoras y entrañables que nada ni nadie se podrá
desanimar. Jesús estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. No
estamos solos, abandonados. Hemos de aprender a reconocer a este Jesús que nos
acompaña en las “Galileas” de nuestra vida cotidiana. Nuestra adhesión a Jesús
no se realiza mejor que en la ayuda y solidaridad con los demás: “Cuanto
hicisteis a uno de estos pequeños a Mí me lo hicisteis”.
Entiende la Trinidad
quien cultiva el perdón, quien promueve solidaridad, quien no vive para sí,
quien se gasta por los demás, quien es capaz de dar vida y dar la vida.
“El rey que quería
ver a Dios”
Había un rey que lo tenía todo, pero
le faltaba algo: aún no había visto a Dios.
Reunió a los sabios y les dijo:
- ” Os doy tres días para
que me digáis cómo puedo ver a Dios.”
Pasaron los días y ¡nada! Pero..... se presentó un
leñador:
- ”Te enseñaré cómo puedes
ver a Dios. Ven acompáñame”.
Llevó al rey a un campo abierto y le enseñó el sol:
- ”Mira”.
- “¿Acaso quieres que me
vuelva ciego?”, respondió enojado.
El leñador le replicó:
- “Señor, el sol es sólo
una pequeña creación del gran Dios, si no eres capaz de mirar su creación ¿cómo
lo vas a ver a Él?”. El rey lo
entendió. Pero siguió con sus preguntas:
- ”Dime, ¿qué había antes
de Dios?”
- “¡Empieza a contar!”, le
dijo el leñador.
Cuando contaba “uno, dos.....”, el leñador le interrumpió:
- ”No. Debes contar desde
antes del número uno.”
- “No hay nada antes del
número uno.”, le respondió el rey.
Replicó el leñador:
- “De la misma manera, no
hay nada antes que Dios.”
- “Una pregunta más y me
basta”, dijo el rey. “¿Qué hace Dios?”
- “Eso te lo voy a
contestar si dejas que cambiemos las ropas.”
El rey cambió sus ropas con el leñador.
- “Así es Dios”, explicó
el leñador. “Baja de su trono, se viste como los hombres y los trata con tanta
bondad que quiere darles su misma ropa de rey.”
Entonces dijo el rey:
- ”¡Soy necio! Quería ver
a Dios. Sé lo que hace y me basta”.
Leo Tolstoi
(adaptado)
Queremos comprender los misterios de Dios con nuestras pobres luces. Veamos
lo que hace Jesús: sólo Él basta.
“Amor que te descubre”
Amor que, siendo Padre,
se despliega en el Hijo,
y que, acariciando con las manos del Hijo,
se hace eco, susurro y soplo
en el aliento del Espíritu.
¿Cómo lo haces, oh Dios?
¿Cómo consigues ser tres y uno a la vez?
¡Dinos dónde encontrar el secreto de tal misterio!
¡Dinos cómo comprender lo que, al entendimiento,
resulta tan lejano, inaccesible e imposible?
Amor, sí; amor que funde al Padre con el Hijo en el Espíritu.
Amor, sí; amor que construye una única casa,
donde habitan, comparten y disfrutan, por amor,
el Dios Único con el Padre, el Hijo y el Espíritu.
Amor, sí; amor que, cuanto más ama,
con más amor nos aguarda.
¿Cómo lo haces, oh Dios?
¿Cómo llegas a tal comunión íntima y perfecta?
¿Cómo, sin perder naturaleza alguna,
te presentas de formas tan distintas
y, a la vez, tan armónicamente unidas?
Amor; sí; amor que busca el bien y la felicidad divina.
Amor; sí; amor que disfruta entregándose.
Amor; sí; amor que es secreto de la grandeza trinitaria.
Amor; sí; amor que asombra y nos acerca a este Misterio.
Amor; sí; amor que irradia el núcleo del corazón trinitario.
Amor; sí; amor que exige ser también UNO con Dios,
como el Hijo y el Espíritu son también con el Padre.
Amén.
Javier Leoz
“Ven, Espíritu divino”
Ante nuestra situación de ”anochecer”,
“puertas cerradas” y “miedo”, el mostrar Jesús sus manos y su costado nos
inspira alegría, confianza y esperanza. Si a ello se une el don del Espíritu,
la vida se transforma y renacen la fuerza y la valentía (Juan 20,19-23).
Testigos
de esta transformación son los discípulos que abren las puertas y ventanas del
Cenáculo para anunciar a todos y a cada uno, y en su lengua, con valentía, la
buena noticia del Evangelio de Jesús (Hechos de los Apóstoles 2,1-11).
El
Espíritu es el admirable constructor de la unidad, dentro de la riqueza que
supone la diversidad. A Él le pedimos en la Plegaria Eucarística de cada
Eucaristía que nos congregue en la unidad (1ª Corintios 12,3b-7. 12-13).
Al Espíritu, Señor y Dador de Vida, le
suplicamos: “Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (Sal 103,
1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34).
«Recibid el Espíritu Santo»
Cuando
los discípulos están encerrados a cal y canto, Jesús irrumpe en sus vidas y
nuestras vidas, derribando los muros del desánimo y el miedo, que impiden
lanzarse a la vida. ¿Estamos también nosotros encerrados como los discípulos?,
¿tenemos miedo a algo o a alguien?
El encuentro con
Jesús es fuente de alegría. Él nos desea la paz: vida, justicia, confianza,
armonía. ¿Cómo me acerco a las personas? ¿Mi saludo, como Jesús, transmite
alegría y paz?
Jesús, enviado por el
Padre, ahora envía a los discípulos. La Buena Noticia no puede quedar encerrada
tras ningún muro. Nuestra misión, como la de Jesús, es liberar, dar paz,
perdonar, amnistiar, dar vida, ser levadura, sal y luz. Sólo hay vida en la
comunidad cuando vibra con la misión, cuando arriesga y rompe viejas
seguridades. No se trata de convencer, sino de contagiar la felicidad que
supone seguir los pasos de Jesús.
Para cumplir su
misión, Jesús les regala el Espíritu Santo. Con Él, los discípulos se sienten
libres y liberadores: reciben su Alegría, su Libertad, su Ánimo, su Paz, su
Entusiasmo y despiertan en los demás la alegría y la paz.
Al soplo sigue una
recomendación: la de vivir perdonando. Es una manera de dar vida, de liberar y
sentirnos liberados. Nuestra misión se nos presenta como una tarea de perdón
universal. ¿Qué espíritu nos empuja?. ¿Hacia dónde? Dejemos actuar al Espíritu,
que sigue vivo y manifestándose en el mundo y en las personas. “He aquí que
hago Nuevas todas las cosas. ¿No lo notáis?”
Que el Espíritu nos
llene y nos dé el coraje de creer que su bendición se derrama sobre esta tierra
nuestra, pues no sólo el cielo está lleno de tu gloria (Karl Rahner). Hemos
recibido un espíritu que nos hace clamar ¡Abbá, Padre!.
“Espejos”
Un día, descubrió Satanás un modo de
divertirse. Inventó un espejo con una propiedad mágica: en él se veía feo y
mezquino todo cuanto era bueno y hermoso y, en cambio, se veía grande y
detallado todo lo que era feo y malo.
Satanás iba por todas partes con su espejo. Y cuantos se
miraban en él se horrorizaban: todo aparecía monstruoso.
Un día le pareció tan delicioso el espectáculo que se
desternilló de risa y el espejo se le fue de las manos, partiéndose en millones
de pedazos. Un huracán, potente y perverso, desperdigó por el mundo los trozos
del espejo.
Algunos trozos eran muy pequeños y penetraron en los ojos
de muchas personas. Comenzaron a verlo todo al revés: sólo percibían la maldad
por todas partes.
Cuando Dios se dio cuenta, se entristeció, y decidió
ayudar a los hombres. Se dijo: "Enviaré al mundo a mi Hijo. Él es mi
espejo, el reflejo de mi bondad, de mi justicia y de mi amor. Refleja al hombre
como yo lo he pensado y querido".
Y Jesús vino como un espejo del Padre para los hombres.
Quien se miraba en él descubría la bondad y hermosura, y aprendía a
distinguirlas del egoísmo, la mentira y la injusticia.
Muchos amaban este espejo y siguieron a Jesús. Otros, en
cambio, decidieron romperlo. Y lo asesinaron.
Pero se levantó un huracán: el Espíritu Santo. Arrastró
los fragmentos por todo el mundo. El que recibe una mínima centella de este
espejo empieza ver el mundo y las personas como las veía Jesús: las cosas
buenas y hermosas, la justicia y la generosidad, la alegría y la esperanza; mas
la maldad y la injusticia aparecen como vencibles y cambiables.
Bruno
Ferrero
“Porque sólo Tú, Espíritu Santo,”
eres soplo en el espinoso camino de la fe,
avívanos para que, lejos de desertar,
seamos altavoces del amor de Dios.
Porque sólo tú eres la verdad,
atráenos a la luz de la Palabra de Jesús
y así regresemos de la oscuridad del error.
Porque sólo tú eres fuego,
consume la leña de nuestro orgullo y cerrazón,
para que, abriéndonos con lo que somos y tenemos,
brindemos al Señor nuestros dones y nuestro ser.
Porque sólo tú eres impulso creador,
muda nuestras acciones humanas en divinas;
nuestras ideas, en frutos de santidad;
y la siembra de nuestras manos y de todo esfuerzo,
en proyecto de un mundo nuevo con Dios.
Porque sólo tú eres aliento divino,
enciende nuestros senderos inciertos;
acompáñanos en las soledades y encrucijadas;
levántanos de las caídas y tropiezos;
sálvanos del maligno que amenaza lo divino;
aconséjanos en las decisiones e incertidumbres.
Porque sólo tú eres fuerza,
infúndenos valor para evangelizar sin timidez alguna;
impúlsanos coraje para defender nuestra fe;
provócanos serenidad para no responder con violencia;
inyéctanos conocimiento para comunicar a Dios;
engéndranos coherencia para vivir según lo qué creemos;
fecúndanos paciencia para no sucumbir ante las pruebas.
Porque sólo tú eres voz de dios,
sé mano tendida y abierta en esta nuestra hora evangelizadora.
Javier Leoz
«Extendió la mano y le tocó»
La ley judía defiende la comunidad de enfermedades
contagiosas: las considera «impureza» ritual. El sacerdote debe dictaminar la
segregación. El enfermo es separado y ha de hacerse notar, para que nadie se
contagie (Levítico 13,1-2. 44-46).
Jesús es muy sensible al sufrimiento de estos
excluidos por la sociedad o la religión. La curación del leproso es un ejemplo:
en su carne, la marca de su exclusión; apartado de todos, es un ser impuro.
Jesús se conmueve ante la súplica humilde: «Si quieres, puedes limpiarme».
Jesús ha quedado impuro, está mal visto, es un excluido. ¡Y no le importa!: el
amor supera todos los prejuicios (Marcos 1,40-45).
Sintiendo en nosotros la mano amorosa y
salvadora de Jesús, decimos: Tú eres mi refugio; me rodeas de cantos de
liberación (Sal 31,1-2. 5. 11).
El apóstol procura contentar en todo a
todos, no buscando su propio bien, sino el de ellos, para que todos se salven
(1ª Corintios 10,31-11,1).
“Quiero,
queda limpio”
Un leproso se acerca a Jesús, aunque
estaba prohibido. Dice una bonita oración que supone su mucha fe. Somete toda
su vida a la voluntad de Jesús: puedes hacerlo, no hace falta que me toques, ni
que hagas ni digas nada, basta que quieras...
¿Cómo me acerco a Jesús? ¿Qué espero de Él? ¿De qué me gustaría ser
limpiado?
Los leprosos eran excluidos del pueblo para que no
contaminaran; perdían los derechos civiles y religiosos. El leproso era además
un castigado de Dios. Entrar en contacto con un leproso significaba quedar
impuro y ser excluido de la comunidad hasta no haberse purificado. ¿Excluyo a
personas por su ideología, su comportamiento, su manera de ser....?
Jesús siente “compasión”: hace suyos los sufrimientos de
los demás.... Y ¡lo toca!. Jesús ha quedado impuro legalmente y parece que no
tiene intención de purificarse. Supone la marginación de Jesús: se dice que “ya
no podía entrar en los pueblos”. La pauta para quien quiera seguirle es sentir
como propio el dolor de las personas que sufren, a través de las manos,
acariciando; a través de tus ojos, mirando con ternura; a través de tus oídos,
escuchando las súplicas; a través de..., y “pasando” de cualquier prohibición
legal o ritual. ¿Soy capaz de arriesgarme a ser excluido por amar?
Las órdenes de silencio es el recurso que utiliza Marcos
para evitar que las personas se hagan una imagen errónea de Jesús y su misión.
Sin embargo, es tan grande el entusiasmo de este hombre que, a pesar del
mandato de silencio, se convierte en testigo y pregonero de la bondad de quien
le ha curado.
La curación del leproso es la mejor “parábola” para que
todos comprendan que quienes sufren desamparo y exclusión son dignos de ser
amados por Dios. ¿Actúas como Jesús?
“El
rabino”
Había una
vez un rabino que tenía fama de santo.
Pero La gente vivía intrigada porque
todos los viernes desaparecía.
Alguno decía haberlo visto disfrazado
de campesino: nada bueno podría hacer cuando quería pasar desapercibido y que
nadie supiese lo que hacía.
Otro decía que lo había visto entrar en
casa de una pagana y relacionarse con ella.
Dedujeron que los viernes se encontraba
con su amante.
Para salir de dudas, encargaron a
alguien que siguiera secretamente al rabino
y averiguara a dónde iba y qué hacía.
El viernes, el “espía” siguió al rabino
a las afueras de la ciudad y descubrió que éste se disfrazaba de campesino y,
así vestido, entraba en una casa que no era judía.
El espía pensó que tenían razón
aquellos que pensaban que iba a
encontrarse con su amante. Siguió observando para ver qué hacía. Entonces se
dio cuenta de que se remangaba, cogía un cepillo, una fregona y un plumero y se
ponía a hacer la limpieza de la casa. Se fijó más y vio a una mujer que estaba
continuamente sentada en un sillón: sin duda, se trataba de una mujer
paralítica. Después, el rabino lavó y planchó la ropa de la enferma, le preparó
comida para varios días, y cortó leña para alimentar el fuego toda la semana.
Cuando el “espía” regresó a la
congregación, todos los miembros de la comunidad le rodearon ansiosos.
Uno, con cierto tono burlesco, le
preguntó:
-
¿Qué, a dónde fue el rabino? ¿Le viste subir al cielo?
-
No –respondió el “espía”. Le vi subir mucho más arriba.
El
amor supera el qué dirán, y hasta se expone a que los demás puedan pensar mal
de él. El amor lo puede todo.
“Estás de nuestro lado, Señor”
Palpas nuestras miserias y y nos levantas;
mudas nuestra pobreza en riqueza;
das tu misericordia, contagiando tu amor;
nos integras sanos, alegres y radiantes
en el mundo y en la realidad que nos rodea.
¡Estás de nuestro lado, Señor!
Cuando el ambiente y las ideas nos dejan de lado;
cuando, por creer en Ti o ver el mundo de otra manera,
sentimos que nuestras voces y hasta nosotros mismos
contamos poco o casi nada.
¡Estás de nuestro lado, Señor!
Cuando no entendemos el volcán
de tantos dolores, injusticias, enfermedades,
llantos, soledades y heridas,
que se estallan en la tierra y en el corazón del hombre.
¡Estás de nuestro lado, Señor!
Y sentimos que, Tú como nadie,
sabes estar cerca de nosotros,
que te encanta vivir y compartir nuestras aflicciones,
que sabes, como ningún médico lo hace,
acercarte a cada enfermo, a cada situación,
y preocuparte, día y noche,
por aquel que sufre amargamente.
¡Estás de nuestro lado, Señor!
Por eso, porque estás junto a nosotros,
sentimos que no es tan grande nuestra soledad,
que no es definitivo nuestro abandono,
que, con tu mano, sanas nuestras heridas,
y las cargas, todas ellas, sobre tus hombros.
¡Gracias, Señor, por estar de nuestro lado!
Javier Leoz
«La cogió de la mano y la levantó»
Llegados a cierta
edad aparecen el dolor, el sufrimiento, la enfermedad. ¡Qué duro y difícil
resulta soportar su realidad y aceptar sus secuelas!
Job,
en su monólogo no ve más que la sombra de la condición humana: esclavitud sin
horizonte: la vida entera es corta y frágil. Cuando pase del monólogo al
diálogo, la noche se le tornará día (Job
7,1-4. 6-7).
En las actividades de Jesús, su
predicación iba siempre acompañada de gestos de liberación. En este caso, la
“curación” de la suegra de Pedro es el gesto (Marcos, 1,29-39).
Ante esta cruda realidad, sólo cabe la
imitación de Jesús (“se acercó, la cogió de la mano y la levantó”), el ejemplo
de algunos testigos (viven esta realidad con generosidad de ánimo y con gozo) y
la oración del salvado: “Alabad al Señor, que sana los corazones
quebrantados” (Sal 146,1-2. 3-4. 5-6).
El evangelización lleva consigo hacerse
todo con todos: reír con el que ríe, llorar con el que llora; debe ser
cercanía, ayuda, ternura y amor, mucho amor (1ª Corintios 9,16-19. 22-23).
“Curó
a muchos enfermos”
La
actuación de Jesús no se limita al ámbito religioso. Abarca al ser humano en
todas sus dimensiones y en todos los lugares: la casa -en este caso, de Pedro-
es un lugar idóneo para recibir y vivir el mensaje de Jesús. Y su suegra, la
receptora de su mensaje de sanación.
Acercarse y tomar de la mano son gestos
propios de su estilo entrañable y humano, y es una buena terapia. Por el
contacto con Jesús las personas descubren que pueden levantarse y caminar. Nos ofrece
su mano para curarnos y liberarnos de todas nuestras fiebres: envidia, pereza,
egoísmo, insolidaridad... La respuesta de la nueva discípula al don recibido es
el servicio alegre y desinteresado. Posteriormente, amplía el horizonte de
sanación a todos los enfermos
¿Sabemos curar? ¿Pasamos de largo sin
ver o sin querer ver el sufrimiento de las personas? Necesitamos ser sanados,
individual y socialmente. ¿Cómo podemos llegar a ser sanadores unos de otros?
Además, Jesús “desdemoniza” al ser
humano, lo libera de culpas y temores. Jesús acoge, consuela, libera y sana.
La oración es muy importante y muy
frecuente en la vida de Jesús. Necesita del retiro y oración para experimentar
ese amor de Dios y mantener la orientación de la vida de acuerdo a su proyecto.
¿Qué experiencia tengo de encuentro con Dios?
Jesús no se queda “instalado”,
satisfecho con el éxito obtenido. Sigue su camino, continúa su misión de
predicar, curar, liberar.... Nos invita
a ir con Él. Que nuestras manos sean las suyas para servir y ayudar, que
nuestro corazón sea compasivo como el suyo, que nuestra voz sea su palabra que
anuncia vida, alegría, esperanza, paz... a todos. Nos corresponde actualizar
hoy las curaciones y ser terapeutas.
“El
joven fraile enfermo”
Esto no es un relato ni un cuento; de
lo que voy a referir soy testigo:
Había un franciscano cuyo mayor deseo era
agradar a Dios y a la Virgen.
Era inteligente, sabio, amable y causaba gran impacto
entre las gentes por su autenticidad y coherencia.
Pasaba largas horas haciendo oración y siempre estaba
dispuesto a acoger a quienes viniesen a él.
La vida quiso que una enfermedad congénita le fuese
privando de autonomía: primero andaba descoordinado, después parecían sus
andares de borracho. Un día, andando por la ciudad, al cruzar la calle, un taxi
tuvo que frenar para no cogerlo. El taxista, enfadado por la maniobra que había
tenido que hacer, le soltó:
- ¡A ver si miramos por
donde vamos, borracho!
El buen fraile agachó la cabeza y, supongo que avergonzado
de tener que oír semejante barbaridad, prosiguió su marcha.
Posteriormente, tuvo que usar la silla de ruedas para
desplazarse o para que le desplazaran. La gente veía así más clara la imagen
del santo, del hombre de Dios, y acudían más a visitarle y a buscar respuesta a
sus interrogantes y problemas.
¡Una persona tan joven, con tanta valía y en una silla de
ruedas...! Humanamente, era para vivir amargado el resto de sus días. Pero
había en él algo inexplicable que sorprendía a propios y extraños: esa sonrisa
suya siempre en los labios.
Era sorprendente la respuesta que daba a todos cuantos se
interesaban por su salud:
- ¿Qué tal estás.
- Bien, muy bien –y
siempre con esa sonrisa suya en los labios.
“El sana los corazones destrozados,
venda sus heridas”(salmo).
“Sana, Señor, mi corazón destrozado”
Como Job,
Señor, yo también tengo rachas; siento herida mi carne, gastada mi mente; no
veo luz clara y me falta esperanza.
Sana,
Señor, mi corazón destrozado.
Como la
suegra de Pedro, desearía que me tendieses tu mano,
mano
amiga y tierna, mano que sostiene y levanta
para
poder servir, para poder amar,
para, en
todo, amar y servir.
Sana,
Señor, mi corazón destrozado.
Como la
población entera,
me acerco
a la puerta, espero tu mirada,
tu
palabra y tu sonrisa,
en ese
anochecer frío y oscuro del invierno,
cuando ya
se ha puesto el sol y falta su luz y claridad,
su calor,
su fuerza y su vida.
Sana,
Señor, mi corazón destrozado.
Te pido
que me cures de mis muchos males,
de mis
escondidos y traidores demonios,
que no
les dejes hablar, que yo oiga sólo tu Palabra.
Sana,
Señor, mi corazón destrozado.
Como Tú,
Señor, necesito levantarme de madrugada,
marchar
solo al descampado y ponerme a orar,
hablar
con “nuestro” Padre, pero contigo y muy junto a Ti,
para que
sea tu querer y su voluntad las que guíen mi oración.
Sana,
Señor, mi corazón destrozado.
Como Tú,
he de salir de los aplausos, ir a “otras aldeas”,
sin
quedarme en los halagos, reconocimientos y parabienes,
y
anunciar en todas partes el Reino de Dios.
Sana,
Señor, mi corazón destrozado.
Quiero
proseguir siempre en el camino, en tu camino.
¡Qué día más completo, Señor: curar, acompañar, servir, rezar!
Javier Leoz
«¡Ojalá escuchéis hoy su voz!»
Todo creyente, profeta o discípulo, se caracteriza
por la escucha de la Palabra de Dios que hace suya, vive y proclama.
Dios se deja sentir cerca por su Palabra y
por el mediador que es el profeta. Este mitiga la luminosidad del infinito, al
traducir su presencia en lengua humana. El profeta no posee la palabra, sino
que la palabra lo posee a Él. (Deuteronomio 18,15-20).
El asombro de la gente ante Jesús es que
«enseñaba con autoridad»: no sólo era Maestro, profeta que enseñaba, sino que
actuaba también en consonancia con la Palabra, la Buena Noticia de liberación
que anunciaba (Marcos 1,21-28).
Ante Jesús, ante el profeta, digámonos
unos a otros: “Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros corazones”
(Sal 94,1-2. 6-7. 8-9).
Los consagrados a la Palabra deben estar
libres de toda preocupación para dedicarse plenamente a la difícil aventura de
escuchar, vivir y proclamar el Evangelio. Por eso, san Pablo aconseja que sean
célibes (1 Corintios 7,32-35).
“Enseñaba
con autoridad”
Jesús se
estrena hoy en su misión pública, desempeñando una doble actividad: enseñar y
liberar. Demuestra que su palabra no es como la de los otros maestros, “que
dicen y no hacen”. La autoridad de Jesús viene de su autenticidad. No predica a
los demás obligaciones que Él no cumple. Hace lo que dice. Confirma sus
palabras con sus obras.
Jesús cura en sábado. El descanso
sabático era de estricto cumplimiento. Curar en sábado suponía quebrantar la
Ley. Jesús pasará muchas veces sobre esta prohibición, lo que le supondrá
graves y continuos enfrentamientos.
El primer gesto de Jesús es liberar y
sanar a las personas de todo lo que las esclaviza y oprime. La palabra, el
poder y la cercanía de Jesús nos sana, nos alivia y nos libera.
Jesús no se pierde en largos
comentarios y citas de autoridad, ni repite lo mismo de siempre, ni trata de
imponerlo gritando o intimidando a sus oyentes. Habla con autoridad, arriesgando,
innovando. Habla con sencillez, con cercanía, de modo que todos le entienden y
a todos asombra, convence e ilusiona. Su autoridad es el don de sí mismo y el
servicio a los demás. Ejerce su autoridad poniéndose a los pies de los
discípulos para realizar el oficio de siervo y lavarles los pies. Tenemos clara
su invitación: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Haced vosotros lo
mismo”.
¿Tenemos fama los seguidores y las
seguidoras de Jesús por realizar su tarea liberadora? ¿Por sembrar alegría y
comunicar ilusión y esperanza? ¿Por ayudar a los demás a vencer los “demonios”
de la tristeza, el egoísmo, los miedos, la rutina, insolidaridad..., todo lo
que impide a las personas ser libres y felices?
“El
`sabio´ y el `necio´”
Un sabio se acercó al necio y le dijo:
- Cuéntame un cuento.
El necio comenzó a narrar despacito:
- Érase una vez un hombre
inteligente y listo que, por su conocimiento, creía dominar el tiempo. Tenía
una cajita, pequeña y redonda, llamada reloj, donde guardaba los segundos, los
minutos y las horas, pensando que, teniéndolos allí encerrados, era como si le
perteneciesen.
Así, siempre estaba ocupado, corriendo de un lado para
otro, como si la vida se le fuese a escapar. Y, efectivamente, la vida se le
escapaba. Dejó de disfrutar de las charlas con sus amigos, dejó de saborear un
buen vino y de degustar una sabrosa comida, dejó de pasear por la playa o por
la montaña y de respirar el aire a bocanadas; dejó de contemplar un atardecer y
de dar gracias a Dios por tanta hermosura; dejó de soñar, de reír, de “perder
el tiempo”, ocupado en sus asuntos, preocupado por todo.
Y, lo más importante, dejó de escuchar, escuchar el canto
de los pájaros, el correr de un río, la voz de las personas, el corazón de los
que sufren, el roce de las hojas de los árboles, la música, el silencio… Dejó
de escuchar la voz del Espíritu. Dejó de escuchar los cuentos de los necios.
Al terminar su relato, el sabio ya no estaba.
Probablemente, habría tenido que salir corriendo a hacer algo urgente, que sólo
él podría hacer, en no se sabe dónde por no se sabe quién.
“¡Ojalá
escuchéis hoy la voz del Señor!”,
dice el
salmo responsorial.
“Sin Ti, nada, oh Dios”
¡Sorpréndeme,
oh Padre,
para que,
dejándome guiar y llevar por Ti,
Tú, sólo
Tú, seas el soplo
que
conduzca y empuje el navío de mis días.
¡Sal a mi
encuentro, con tus brazos abiertos!
Que nunca
me falte tu aliento en mis pasos,
tu
Palabra en mis débiles obras,
tu
consejo en las noches de incertidumbres.
¡Necesito
tanto saber que me acompañas en mis luchas...
creer que
me arropas en mis proyectos...!
Sin ti,
nada, oh Dios y contigo todo.
Eres la
fuente de mi inspiración,
la
semilla que mis manos dejan en el surco,
la llama
viva con la cual intento prender el mundo,
el amor
infinito que pone al descubierto el mío:
limitado,
cerrado e interesado.
Eres, oh
Dios, el dueño de la existencia,
Aquel que
en el silencio habla
y en el
amor tiene su último y mejor mensaje;
Aquel
que, cuando se le llama,
tarde o
temprano responde;
Aquel
que, cuando se le arroja fuera del mundo,
sigue
aguardando el retorno con manos tendidas y abiertas.
¡Sin ti,
nada, oh Dios!
Ayúdanos,
Padre, a sacar de nosotros lo que nos paraliza;
a
dinamitar los muros que nos apartan de Ti;
a
expulsar al maligno que, en lucha encarnizada,
nos
quiere para el abismo y no para el cielo.
¡Sin ti,
nada, oh Dios!
Y
contigo, lo podemos hacer todo…Señor.
Javier Leoz
«Se ha cumplido el plazo»
En toda la Palabra de Dios de este domingo se
respira la urgencia, el apremio: a Nínive se le da un ultimátum, Jesús dice que
se ha cumplido el plazo y san Pablo invita a vivir ya “como si....”
estuviéramos en los últimos tiempos.
Jonás recibe encargo de llevar a Nínive,
personificación del mal, una llamada última a la conversión. Para su sorpresa,
el pueblo se convierte, y Dios lo perdona (Jonás 3,1-5. 10).
Jesús proclama que se ha cumplido el plazo
y está cerca el Reino de Dios, y pide conversión y creer en la Buena Noticia.
Llama a las dos parejas de hermanos y éstos responden con prontitud, dejándolo
todo y siguiéndole (Marcos 1,14-20).
San Pablo nos dice que el momento es
apremiante y nos pide que vivamos sin enredarnos en lo que hacemos, “como si
no....”, con los ojos puestos en el final (1 Corintios 7,29-31).
Por eso, reconociendo que Dios es ternura
y misericordia para con los pecadores, le pedimos: “Señor, instrúyeme en tus
sendas” (Sal 24,4bc-5ab.6-7bc. 8.9).
Jesús les dijo: “Venid conmigo”
Con el
arresto de Juan se termina la antigua ley. Con Jesús llega un tiempo totalmente
nuevo y definitivo. Él nos pide “conversión", que es cambiar de
mentalidad, cambiar la dirección de la vida. Siempre es buen momento para
convertirse, porque siempre es buen momento para amar, para agradecer, para
dejarse transformar, ya que Dios nos hace mejores personas, más humanas y más
felices. La conversión supone "creer en el evangelio", que es Buena
Noticia. Lo fundamental es que vayamos transformando el presente de acuerdo con
el sueño de Dios. A ello se dedicó Jesús.
No se trata de acudir a una escuela y
aprender la doctrina de un maestro, sino de seguir su camino, su proyecto
vital. Jesús va delante, siempre tiene la iniciativa, llama cada día, en el
ambiente habitual, en medio de las tareas cotidianas de las personas. La
respuesta también ha de ser nueva y renovada cada día. Ser discípulo es seguir
a Jesús, estar con él, compartir su estilo de vida. ¿Qué “redes” tengo que
dejar para poder avanzar, para seguir a Jesús?
Jesús pasa, mira, ve, se acerca y
llama. El discípulo de Jesús no se caracteriza no tanto por haber dejado algo,
sino por haberse dejado encontrar por Alguien. La llamada va dirigida a todos
los cristianos sin distinción, -el Evangelio es único para todos-, a cada cual
en su realidad diaria y personal. Me llama –hoy, ahora- para que le siga, para
hacerme feliz, para que haga lo que hace Él: anunciar la Buena Noticia del amor
incondicional del Padre/Madre: consolar, liberar, aliviar, alegrar,
ilusionar... La respuesta hay que darla con la mirada puesta en los demás. El
resumen final de todo y para todos es el “lo que hicisteis..... a mí me lo
hicisteis”.
“La
pequeña vela”
Erase una vez una pequeña vela que un
día, sintió curiosidad por saber para qué servía ese hilo negro y fino que
sobresalía de su cabeza. Una vela vieja le dijo que era su "cabo" y
servía para ser "encendida", algo muy doloroso.
Pero ella comenzó a soñar con ser encendida. Por fin, un
día, alguien la encendió. Ella se sintió feliz de recibir la luz que vence a
las tinieblas y da seguridad a los corazones.
Muy pronto comprendió que eso era una alegría, pero
también una exigencia. Se dio cuenta de que para que la luz perdurara, tenía
que alimentarla, a través de un diario derretirse, de un permanente consumirse.
Su alegría fue más profunda, pues entendió que su misión era consumirse al servicio
de la luz y aceptó su nueva vocación.
A veces pensaba que hubiera sido más cómodo no haber sido
encendida, pues en vez de derretirse, podría haber "estado ahí",
tranquilamente. Hasta tuvo la tentación de no alimentar más la llama, de dejar
morir la luz para no sentirse tan molesta.
También comprendió que en el mundo existen corrientes de
aire que apagan la luz. Y defendió la luz de las corrientes.
Más aún: su luz le permitió mirar a
su alrededor y se dio cuenta de que existían muchas velas apagadas. Unas porque
nunca habían tenido la oportunidad de recibir la luz. Otras, por miedo a
derretirse. Las demás, porque no pudieron defenderse de algunas corrientes de
aire. Y se preguntó muy preocupada: ¿Podré yo encender otras velas? Y descubrió
también su vocación de transmitir la luz. Entonces se dedicó a encender velas,
de todas las características, tamaños y edades, para que hubiera mucha luz en
el mundo. Y nuestra pequeña vela fue feliz
cumpliendo su vocación, hasta derretirse por completo.
“Llámame porque es mi hora, Señor.”
Que tengo
ganas de conocerte
y,
siguiéndote como lo bueno y noble,
soltarme
de las redes que me esclavizan.
¡Deseo
tanto encontrarte, Señor!
No pases
de largo de la orilla de mi vida
y, si por
lo que sea no te respondo, no dejes de insistir, Señor.
Tal vez,
el ruido de la comodidad me impide saltar a tu camino;
tal vez,
la seducción de lo fácil
no me
deja escuchar la dulzura de tu voz;
Tal vez,
mis caprichos me tienen en un mar sin fondo,
en una
habitación sin más vida que lo efímero,
en una
realidad que, mañana, ya no existirá.
¡Llámame
porque es mi hora, Señor!
Porque
tengo miedo de que pases de largo,
de que,
viéndome ocupado en lo mío, no cuentes conmigo.
Porque
tengo miedo de que no distinga la grandeza de tu Reino.
Porque
tengo miedo de que, amarrado en mis redes,
no pueda
soltarme a tiempo de ellas
y ser
libre contigo para siempre.
¡Llámame
porque es mi hora, Señor!
Que, hoy
más que nunca, me siento Iglesia;
que, hoy
más que nunca, creo y espero en Ti;
que, hoy
más que nunca, quiero dejar algo por Ti;
que, hoy
más que nunca, deseo ser pescador
de otros
mares y en otros puertos.
Como
padre o madre, sacerdote o labriego,
profesor
o anciano, niño o joven, estudiante o contemplativo
arquitecto
o religiosa, obrero o empresario…..
Pero
siempre contigo, Señor.
¡Contigo
y por tus mares!
Javier Leoz
“¿Qué buscáis?”
Samuel no buscó la Palabra, la Palabra lo buscó a
él, y lo encontró abierto, receptivo, vigilante: “Habla, Señor, que tu siervo
escucha”. Por eso fue su profeta, su mensajero (1 Samuel 3,3b-10. 19)
Ese encuentro con Dios se da también entre
los primeros discípulos y Jesús: Él sale al encuentro, mas no se impone. Se
deja seguir, y, a su pregunta de profundidad -”¿qué buscáis?”-, responden con
otra pregunta, vital -”¿dónde vives?”-, y, en el mismo sentido experiencial,
Jesús responde: “Venid y lo veréis”. Y fueron, vieron y se quedaron con Él
(Juan 1,35-42).
Nosotros queremos estar también abiertos,
y vivir esa experiencia. Por eso, le decimos: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad” (Sal 39,2 y 4ab. 7-8. 8b-9. 10).
A partir de ese momento, todo se entrega,
se consagra a Él: también el cuerpo. “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo
del Espíritu Santo?” Por eso comerciar con él es un doble pecado: contra la dignidad
humana y contra la representación divina (1 Corintios 6,13c-15a. 17-20).
“Éste
es......”
Juan VE que
Jesús pasa y lo comparte con quienes están con él. Jesús pasa todos los días
por nuestra vida: las personas y situaciones de la vida cotidiana. Es necesario
estar atentos para VERLE pasar. Juan comparte su experiencia personal: ¿Hablo
yo de mi experiencia con Jesús?
El inicio de la relación con Jesús
comienza con la búsqueda y el diálogo. «¿Qué buscáis?» es la fundamental pregunta
que nos hace hoy Jesús. ¿Qué busco yo? ¿Qué quiero encontrar? La búsqueda, la
inquietud, la necesidad de Dios... es condición del ser humano. Él es la
respuesta a esa necesidad.
Los discípulos no preguntan qué tienen
que aprender o hacer. Buscan y quieren estar con Él, gozar de su compañía...
Jesús nos responde: venid, quedaos
conmigo. Lo importante es que nos conozcamos, que nos sintamos a gusto con Él.
¿Dedico momentos para “VER”?
Como todo gran acontecimiento que marca
la vida, se recuerda.... hasta la hora: todos tenemos esas “cuatro de la
tarde”, momentos de encuentro con Jesús, que llenan de sentido la vida y nos
sostienen en los momentos difíciles.
A Andrés le falta tiempo para comunicar
la buena noticia a su hermano. El testimonio es una consecuencia lógica del
encuentro con Jesús. La vida convence más que las palabras. “Lo llevó a Jesús”.
Gran misión la de llevar a los demás a Jesús.
Jesús se fija en Pedro -y en mí y me
llama por mi nombre-, lo que en lenguaje bíblico significa saberse amado en
profundidad por Jesús. Así, quedo implicado en su tarea, en su proyecto, en la
construcción del Reino, irradiando confianza, libertad interior, bondad, amor,
alegría profunda, paz, compasión, desprendimiento... Como Jesús.
“Los
tres árboles”
Érase una vez, en la cumbre de una
montaña, tres pequeños árboles juntos, y soñando sobre lo que querían ser.
- Yo quiero ser cofre que
guarde oro y piedras preciosas”.
- Yo quiero ser
embarcación que lleve reyes y poderosos.
- Yo quiero crecer tan
alto que cuando la gente me mire, levanten su vista al cielo y piensen en
Dios”.
Los años pasaron. Llovió, brilló el sol y los pequeños
árboles crecieron altos. Un día, tres leñadores subieron a la cumbre de la
montaña y cortaron los tres árboles.
El primer árbol se convirtió en una caja de alimento para
animales de granja. El segundo árbol fue convertido en un bote de pesca. El
tercer árbol fue llevado a un almacén de madera.
Una noche, el primer árbol fue iluminado por una luz de
estrella dorada cuando una joven doncella puso a su hijo recién nacido en la
caja de alimento, diciendo: “Este pesebre es hermoso”. Supo que contenía el
tesoro más grande del mundo.
Un día, un viajero cansado y sus amigos se subieron al
bote de pesca. El viajero se durmió. De repente, surgió una tormenta. Todos se
llenaron de temor, pero el hombre cansado se levantó, alzó su mano y dijo:
“¡calma!” La tormenta se detuvo. Supo que él llevaba navegando al rey del cielo
y de la tierra.
Un viernes, el tercer árbol fue tomado de aquel almacén,
llevado entre multitudes enojadas y unos soldados clavaron las manos de un
hombre en su madera. Se sintió áspero y cruel. Pero la mañana del domingo, la
tierra tembló debajo de su madera. Desde entonces, cada vez que la gente piensa
en el tercer árbol, sus mentes se elevan a Dios. Eso era mucho mejor que ser el
árbol más alto del mundo.
¡Brillante
“vocación” la de cada uno de los tres árboles!
“Iré contigo, Señor,”
para que,
viendo dónde y cómo vives,
poder
vivir para Ti, contigo y para los demás.
Porque mis
días no están colmados de vida,
ni mis
labios desgranan palabras de verdad;
porque
mis caminos no siempre son los tuyos,
ni mis
verdades son la Verdad de tu Reino.
Iré
contigo, Señor,
para
servirte anunciando tu Evangelio,
y, pregonándolo de balde,
saber qué
es lo más grande qué me puede ocurrir,
lo más
grandioso que, en tu nombre, yo puedo hacer.
Iré
contigo, Señor,
y, donde
Tú vayas, contigo y por Ti lo haré:
si hay
sufrimiento, seré mano tendida;
si brota
el llanto, desdoblaré el pañuelo de mi consuelo;
si no
amanece, irradiaré la luz de tu presencia.
Iré
contigo, Señor,
porque ir
agarrado de tu mano
es sentir
que el cielo me aguarda;
es creer
en un mañana mejor;
es añorar
esa Ciudad sin lágrimas ni dolor.
Iré
contigo, Señor,
y, cuando
vea dónde y cómo vives,
sabré que
el AMOR lo puede todo;
entenderé
que el AMOR lo vale todo;
comprenderé
que el AMOR lo inunda todo.
Iré
contigo, Señor,
porque,
vivir dónde Tú vives
es el
mejor lugar donde ser feliz y permanecer para siempre.
Amén.
Javier Leoz
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