CUARESMA, PASCUA... CICLO B


  




Situémonos

“¿También vosotros queréis iros?”

                       Al origen del pueblo bíblico hay una opción de las tribus. Ser pueblo de Dios no es un regalo de la naturaleza, sino una decisión libre y responsable. Decir sí es hacer propia la salvación que ya otros vivieron (Josué 24,1-2a. 15-17. 18b).
      Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33,2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23).
      Los judíos no podían aceptar era que aquel hombrecillo de Nazaret se presentara como el alimento divino, y que pidiese a sus discípulos ajustar la vida a la propuesta del Maestro de la carne entregada y la sangre derramada. Muchos discípulos de Jesús se echan atrás. Juzgan el Evangelio inaceptable. Sin fe suficiente también es inaceptable la Eucaristía. Sin embargo, el creyente auténtico, reunido en comunidad, cree que sólo Jesús tiene palabras de vida (Juan 6,61-70).
      Las relaciones entre marido y mujer están reguladas por el amor mutuo al mismo nivel. El apóstol nos pide que seamos sumisos unos a otros con respeto cristianos (Efesios 5,21-32).


Meditemos

«Sólo Tú tienes
palabras de vida eterna»

           Lo que pide Jesús no siempre resulta fácil. ¿Quién no encuentra duro lo de poner la otra mejilla y lo del perdón incondicional, lo de servir y no querer ser servidos...? Lo que pide Jesús es lo que más compromete y lo que más felicidad da.
         Es lógico el rechazo de quienes se han acostumbrado a un dios hecho a la medida. El encuentro con Jesús supone un proceso largo y selectivo. Dios no responde a nuestro capricho, pero sí a nuestras aspiraciones. No es como nosotros queremos, sino como nosotros necesitamos.
         Seguir a Jesús es cuestión de amor y de Espíritu. Jesús opone el “espíritu”, que es la fuerza y la vida, a la “carne”, que en la Biblia significa muerte, egoísmo, cobardía... Creer compromete. La fe no es un tranquilizante.
         Al inmenso e incondicional amor que Dios nos tiene debe responder nuestro amor. Es buen momento para agradecer nuestra fe en Jesús, las personas que la iluminan y la fortalecen, la invitación a estar en las cosas del Padre.
         Para todos resuena la pregunta directa y provocadora de Jesús: “¿también vosotros queréis iros?”. Pensemos en una respuesta que es opción de permanecer en la seguridad del suelo o de lanzarse a volar con la confianza de que Alguien nos hace sentir la vida desde la plena confianza que no falla.
         La cuestión no es “a dónde” ir, sino “a quién” ir. Las palabras que Jesús repite son vida. Es la revolución del amor en la que se ve inmersa la persona que ha experimentado el encuentro personal con Jesús. No es una obligación, sino la respuesta de una persona agraciada y agradecida que ya no entiende su vida sin Dios. Aunque no tengamos todo claro, nos identificamos plenamente con el abandono amoroso de Pedro.


Pensemos

“Las dos religiones”

           Un joven, deseoso de conocer la verdadera religión se acercó a un sabio para que lo aconsejara. El sabio lo envió a entrevistar a teólogos de varias religiones.
           Un teólogo le explicó su religión, haciéndole ver que en ella no todo se podía comprender, y que se requería fe para aceptar misterios y verdades que nuestra inteligencia no podía abarcar.
            Al joven le atrajo esta religión, pero no le gustó que hubiera tantos puntos misteriosos.
            Otro teólogo le explicó su religión, que era muy fácil, sin misterios y con creencias que se entendían claramente.
            Al joven le gustó. Volvió al sabio y le dijo:
− Encontré la religión que buscaba, donde uno comprende todo y no hay misterios ni dogmas de fe.
            El sabio le respondió:
− Precisamente ésa es la prueba de que la religión que te gustó no es la religión verdadera, sino que es hecha por hombres, a la medida de los hombres. En cambio, una religión con misterios y verdades que no entendemos con claridad, pero que son razonables, viene de Dios. Dios es tan diferente de nosotros, y nuestra inteligencia tan limitada frente a él, que al comunicarnos sus verdades, éstas nos deslumbran y quedan oscuras para nosotros. La demasiada luz nos ciega, por eso necesitamos de la fe para recibir la luz.
Segundo Galilea
¿“Este modo de hablar -de Jesús- es inaceptable” para ti?


Abramos el corazón

“Voy contigo, Señor”

Porque eres la verdad que nos hace libres,
el sol que, más allá del que alumbra alto,
nos alumbra una eternidad en el cielo.
Te lo prometo, Señor; yo no me voy.
Porque en el mundo cambian muchas cosas:
lo que es amor, luego se convierte en egoísmo;
lo que es gratuito, a continuación es alto precio.
Tú, en cambio, Señor, cumples lo que prometes
con un amor leal, legal y sin límites.
¿Se puede pedir algo más santo y bueno, Señor?
Voy contigo, Señor.
Porque, en medio del recio viento,
eres veleta que orienta para no perderme;
porque, en medio del bravío mar,
eres timón seguro que siempre lleva a buen puerto;
porque, si miro hacia atrás,
sé que el arado que agarra mis manos
no podrá trabajar con la misma fuerza y hondura
que mirándote a los ojos, Señor.
Voy contigo, Señor.
Ayúdame a no desertar, a no alejarme de Ti
Te doy las gracias, por la libertad que me ofreces para seguirte.
Te doy las gracias, porque, aún en medio de tanta seducción,
sigues optando por mí, sigues esperando mi respuesta,
sigues añorando mi presencia.
Voy contigo, Señor.
Ayúdame a cumplir con este reto,
con esta firme propuesta:
quiero estar contigo, Señor;
quiero estar a tu lado, siempre, Señor.
Javier Leoz


Situémonos

“Gustad y ved
qué bueno es el Señor”

           La sabiduría invita a su banquete a los que necesitan verdadero saber y les ofrece pan y vino, símbolo del alimento que da la vida en la plenitud. La imagen del banquete remite a la Eucaristía: banquete escatológico (Is 55,1-5), nupcial (Mt 22,1-14),  mesiánico (Le 12,37), eucarístico (Jn 6) (Proverbios 9,1-6).
      Seguimos contemplando la bondad de Dios: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33,2-3. 10-11. 12-13. 14-I5).
       El que Jesús sea alimento, puede provocar el rechazo de los que no tienen hambre ni sed de vida para siempre. Recibir a Jesús es “comulgar” con su persona y su vida, y pensar como Él pensó, amar como Él amó y vivir como Él vivió (Juan 6,51-59).
      El creyente no puede estar aturdido, sino atento a la hora de Dios, para saber comprar la ocasión, y celebrar constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo (Efesios 5,15-20).


Meditemos

«El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él»

           Jesús da a comer su carne: dejándose partir, dejándose comer, regalando liberación, contagiando resurrección, ofreciendo amistad y fraternidad, creando humanidad con palabras y actitudes que eleven, ablanden y embellezcan el mundo... ¿Cómo lo hago yo?
         Jesús nos dice cómo es Dios y cómo quiere que seamos. Lo ha puesto al alcance de nuestras manos, de nuestros labios y de nuestros sentidos: oíd, tocad, mirad, gustad, tomad, comed, bebed... Un Dios que nos cuestiona, nos compromete, nos invita a comer, beber, gustar, para poder repartirnos entre las personas tratando de enmendar la tremenda injusticia del reparto de la mesa de la humanidad.
         La comida y la bebida son imprescindibles para tener la energía necesaria para la vida. Jesús, como el pan, se parte y reparte. Nos invita a participar de su banquete para hacer lo que él hace: dar vida llenándola de sentido, liberar, humanizar, compartir, quitar miedos, contagiar alegría y esperanza.
         Ante tantas realidades injustas y personas necesitadas, tratemos de ir poniéndonos de acuerdo con Jesús, creciendo en afinidad con él. Porque comulgar no es una devoción individual, es todo un compromiso de vida.
         Para poder vivir dignamente, es necesario tener alimentos. Esta realidad, que sufren los dos tercios de la humanidad y que tendría que quitarnos el sueño al tercio restante, tiene mucho que ver con este texto. Para entenderlo hay que tener hambre de pan, de amistad, de solidaridad, de cultura..., o hacerse cargo del hambre de los demás.
         La Eucaristía es la identificación de vida con Jesús: hacer lo que él hizo y vivir como él vivió.


Pensemos

“El ruiseñor”

           Hace muchos años vivió un emperador sordo. Como no podía escuchar a los pájaros ordenó que fueran castigados.
           Un día, su hija Litay Fo se emocionó al oír a un ruiseñor que cantaba en el jardín desde las ramas de un durazno.
— Querido amigo, vete, pues te aguarda un fuerte castigo.
— No importa, estas noches frías acabarán conmigo.
           Litay Fo lo llevó a sus aposentos. Una mañana, el emperador entró en la habitación y descubrió al pájaro.
— ¡Huye para salvar tu vida! —gritó Litay Fo.
           El pajarillo obedeció. Pero, con el tiempo, la pequeña sintió tristeza de su ausencia. El emperador trajo a un médico.
—No podemos hacer nada por ella —afirmó éste.
           El padre aprovechó para preguntar por su sordera.
— Para ésa sí hay una cura: consiste en aplicarle al oído el corazón caliente de un ruiseñor —indicó el médico.
— ¡Que busquen uno de inmediato! —ordenó el rey.
           En ese momento, el pajarillo de Litay Fo entró volando:
— Disponga usted de mi vida. Su hija se sentirá feliz si usted recupera el oído.
           Emocionado por la bondad de la pequeña ave, los ojos del emperador se arrasaron de lágrimas.
— De ninguna forma. Prefiero seguir siendo sordo antes que hacerte daño —indicó.
           El ruiseñor siguió viviendo en el palacio. Litay Fo recuperó su alegría y el emperador supo que aquel pajarillo era el más hermoso de todos, no por su canto, sino por el bondadoso corazón que había salvado una vida.
“Gustad y ved qué bueno es el Señor” (salmo responsorial).


Abramos el corazón

“La fiesta eres Tú, Señor”

Cada domingo, con la Eucaristía,
nos unimos en un mismo sentir,
en una misma esperanza.
Brota la alegría de creer
la esperanza del más allá.
Nuestra fiesta, la auténtica fiesta, eres Tú, Señor.
Cada domingo, la mesa del altar
se agranda de tal manera
que nadie puede quedar sin pan;
sin el pan de la fraternidad,
sin el pan de tu Palabra,
sin el pan de tu presencia.
¿Qué tiene tu pan, Señor?
Tiene el sabor de la eternidad,
el brillo del cielo,
el amor de Dios,
la fuerza del Espíritu
¿Qué tiene tu pan, Señor?
Tiene el gozo de la vida cristiana.
Es fiesta adelantada del cielo;
es pregón de lo que un día nos espera.
Sí, Señor; ¡Eres fiesta, eterna fiesta!
Aquí, en esta mesa del altar, aperitivo,
un adelanto de lo que estamos llamados a gustar
de una forma definitiva y eterna,
junto a Ti, junto a Dios, en el Espíritu,
con María, la Virgen, allá en el cielo.
Eres fiesta, cada domingo Señor,
eres fiesta que pone en vilo nuestras almas.
Amén
Javier Leoz

Situémonos

“El que cree
tiene vida eterna”

           El sentimiento de abandono pone en desesperación agónica al profeta que huye. Se echa a morir en el desierto. Allí recibe un pan inesperado, como el antiguo maná, alimento del cuerpo y del espíritu. Con, él pudo hacer el largo camino hacia el monte de Dios (1 Reyes 19,4-8).
      Invitémonos a contemplar la bondad de Dios: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 33,2-3. 4-5. 6-7. 8-9).
      La catequesis de profundización que, a partir del signo de la multiplicación de los panes y los peces, imparte Jesús llama continuamente a la fe con relación al nuevo pan que ofrece, que es Él mismo en persona. Aquí la relación y la comunión se profundiza, porque lo recibimos a Él en nosotros: “el que coma de esta pan vivirá para siempre”. (Juan 6,41-52).
      El apóstol pide desterrar todo sentimiento negativo, ser  imitadores de Dios, y vivir el amor de Cristo (Efesios 4,30-5,2).


Meditemos

«El que coma de este pan
vivirá para siempre»

           Es más fácil y cómodo creer en un Dios lejano, de otro mundo, que en alguien encarnado en la humanidad que nos cuestiona y nos compromete. Que nuestros ojos sean capaces de descubrir en el carpintero, hijo de José y María, el  único “pan” que puede alimentar nuestro espíritu. Que la fe que profesamos no nos impida conocer a Jesús.
         ¿Tenemos facilidad para murmurar? Jesús sigue recomendándonos: “No sigáis murmurando”. Es la fe la que nos anima, la que da sentido a nuestra vida cristiana. La fe no consiste en conocer conceptos o verdades abstractas, sino en conocer a Jesús, tratar de ser y actuar como él. No es cuestión de ideas, sino de relación personal.
         En esta autopresentación, Jesús se manifiesta como la respuesta a las esperanzas  y  necesidades del ser humano. Seguir a Jesús es tener "vida eterna“, desde ahora. De esa vida Jesús es el pan, el que la alimenta y la fortalece. La expresión “vida eterna” no significa sólo una vida de duración ilimitada. Se trata de un vida vivida en profundidad y calidad nueva. Una vida plena, que va más allá de nosotros mismos. Una vida que no puede truncar ningún mal acontecimiento. Ni la muerte.
         Creo que Jesús es vida. Creo que la humanidad de Jesús me lleva a tener presente el hambre y la sed de las personas que las padecen y a repartir el “pan del cielo”: alimento, alegría, utopía, solidaridad, paz, vida...
         La invitación a comer no se refiere aquí al acto físico de llevarse un alimento a la boca para tragarlo y digerirlo. Jesús va más allá y pide a quienes le escuchan que se nutran interiormente de él, que asimilen su palabra y  su persona. Para poder ser, como él, alimento y vida para el mundo. 


Pensemos

“Las señales”

           Se cuenta que un viejo árabe, analfabeto, oraba con tanto cariño cada noche que, en cierta ocasión, el poderoso jefe de una gran caravana lo llamó a su presencia y le preguntó:
- ¿Por qué oras con tanta fe? ¿Cómo sabes que Dios existe cuando ni siquiera sabes leer?
           El viejo respondió:
- Gran señor, conozco su existencia por las señales que nos muestra. Cuando usted recibe una carta de alguna persona ausente ¿cómo sabe quién la escribió?
- Por la letra.
- Cuando usted recibe una joya, ¿cómo obtiene información acerca de la persona que la elaboró?
- Por la firma del orfebre.
           El viejo sonrió y agregó:
- Cuando oye pasos de animales alrededor de la tienda ¿cómo sabe, después, si fue un carnero, un caballo o un buey?
- Por las huellas -respondió el jefe, sorprendido.
           Entonces, el viejo creyente lo invitó a salir de la barraca y, mostrándole el cielo, donde la luna brillaba, rodeada por multitudes de estrellas, exclamó, respetuoso:
- Señor, aquellas señales, allá arriba ... ¡No pueden ser de los hombres!
           En ese momento, el orgulloso jefe de la caravana, con lágrimas en sus ojos, se arrodilló en la arena  y comenzó a orar también.
            Dios, aunque invisible a nuestros ojos, nos deja señales en todas partes: en la claridad de las mañanas, en el día que transcurre con
el calor del sol o con la lluvia que moja la hierba..., en el Pan que recibimos y que alimenta nuestras vidas.


Abramos el corazón

“¿Te conocemos, Señor?”

Hijo del pobre José,
pero rico y expresivo en tu lenguaje
Hijo de la sencilla María,
y complicado en tu vida.
Hermano de tus hermanos,
y defensor de la verdad sin distinción.
¿Te conocemos, Señor?
Decimos quererte, y no entramos en Ti;
decimos amarte, y no vivimos con el impulso de tu amor;
¿Te conocemos, Señor?
decimos alabarte, y lo hacemos despegando los labios,
pero, tal vez, sin abrir el corazón;
Decimos honrarte, y olvidamos que, en el obrar,
es donde te damos gloria y comprometida alabanza.
¿Te conocemos, Señor?
¿Sentimos al que te envió?
¿Acogemos al que te hizo nacer pobre y niño en Belén?
¿Obedecemos al que te hizo obedecer subiendo a la cruz?
¿Te conocemos, Señor?
¡Creemos, Señor, pero aumenta nuestra fe!
Fe para verte
como Hijo de Dios
Fe para recibirte
como el enviado del Padre
Fe para dejarte
compartir nuestra existencia
Fe para transformarnos
con el pan de la vida
Fe para llenarnos de felicidad
 con el pan de la Eucaristía
Javier Leoz
 

Situémonos

“Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”

      El desierto es situación de carencia; aflora en todo lugar y condición. El maná del desierto es sustento corporal; pero lo es también del hambre de infinito (Éxodo 16,2-4. 12-15).
      El salmista recuerda cómo Dios cuida de su pueblo: “El Señor les dio pan del cielo” (Sal 77,3 y 4bc. 23-24. 25 y 54).
      Las gentes buscan a Jesús porque comieron pan hasta saciarse, pero no ven el signo: Dios cuida y alimenta a su pueblo de muchas maneras. Les habla de un pan que no sacia sólo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. Jesús ha empezado por darles pan, pero termina ofreciéndose y dándose como pan (Juan 6,24-35).
      El cristiano debe abandonar el anterior modo de vivir,  basado sólo en el deseo de placer, para renovarse en la mente y en el espíritu (Efesios 4,17. 20-24).


Meditemos

«Yo soy el pan de vida»

           La gente sigue buscando a Jesús: ¿qué hago yo para encontrarme con Jesús? Surge una primera reflexión y un compromiso. Cuando Jesús advierte que lo buscan por interés, les dice que hay un alimento superior, que les conviene más, el que da “vida eterna”. No se refiere a la “otra vida”, sino a una vida distinta de la existencia anterior.
         Jesús sale al paso, ante la actitud de querer confiar sólo en las propias obras, diciendo que basta una sola obra: creer en él. La nueva vida se alcanza creyendo en Jesús, orientándose por él, yendo con él a través de la vida. La fe es la adhesión a Jesús, a su mensaje, a su forma y estilo de vida. ¿Qué lugar ocupa la fe en mi vida? ¿Tiene que ver con lo que hago o sólo me “sirve” en momentos de dificultad? Cuando el Evangelio se hace en nosotros convicción, empezamos a vivir esta vida distinta, la vida que nos cambia y cambia el mundo.
         La señal que Jesús ofrece es que lo fundamental es una vida en la que se imponga, antes que ninguna otra cosa, la bondad, el cariño, el respeto, la solidaridad, la compasión. Porque así la vida se llena de alegría y sentido y se resuelve no sólo el problema del hambre material, sino muchos de los problemas que hacen desgraciadas a las personas. ¿Qué señal ofrezco para que, al verla, las personas crean, tengan vida y se sientan más felices? ¿Cuál es mi obra?
         Como está hablando con judíos, establece un contraste entre el ayer -el maná del desierto- y el hoy, la fe en Jesús.
         Con frecuencia no vemos ni entendemos ni sospechamos que tenemos delante lo que necesitamos. Las palabras de Jesús son de esperanza para todas las personas que se sientan hambrientas y sedientas en el desierto de la vida.


Pensemos

“La bolsa de piedras”

           Cuentan que una vez un hombre caminaba por la playa en una noche de luna llena mientras pensaba:
- Si tuviera un auto nuevo, sería feliz. Si tuviera una casa grande, sería feliz. Si tuviera un excelente trabajo, sería feliz. Si tuviera pareja perfecta, sería feliz.
           En ese momento, tropezó con una bolsa llena de piedrecitas. Pensó en la paciencia que había tenido el niño para ir recogiéndolas de la playa y guardándolas en la bolsa.
           Y, como si se tratase de un ritual, empezó a tirarlas una por una al mar mientras volvía a repetir sus pensamientos:
- Si tuviera un auto nuevo, sería feliz, se decía mientras tiraba una piedra.
           Así lo hizo hasta que solamente le quedó una piedrecita en la bolsa, la cual guardó.
           Al llegar a su casa, sacó la piedrecita de la bolsa y se dio cuenta de que era un diamante muy valioso.
           ¿Te imaginas cuántos diamantes arrojó al mar sin detenerse y apreciarlos?
           ¡Cuántos de nosotros pasamos arrojando nuestros preciosos tesoros por estar esperando lo que creemos perfecto o soñado, sin darle valor a lo que tenemos cerca de nosotros!
           Mira a tu alrededor y te darás cuenta cuán afortunado eres, y no lo valoras suficientemente. Observa las piedrecitas, que desechas cada día, sin darte cuenta del valor que tiene. Entre ellas, la Eucaristía, diamante de gran valor. Depende de ti aprovecharlo o lanzarlo al mar del olvido para nunca más poder recuperarlo.


Abramos el corazón

“Pan vivo en un mundo muerto”

Fortaleces con tu pan
al que, hambriento de otros panes,
cae bajo el peso de su propia debilidad.
Nos sacias, Señor, con tu ternura
y, cuando falla el calor humano, te haces encuentro, caricia,
abrazo, respuesta y amor entregado
Eres pan vivo, Señor:
en un mundo que, creyéndose seguro,
es zarandeado al viento de su propio egoísmo.
Eres pan vivo, Señor:
que, cuando se recibe con fe, produce el milagro del amor,
el milagro de la fe sin fisuras, el milagro de las manos abiertas,
el milagro de darse sin agotarse.
Eres pan vivo, Señor:
y quien te recibe vive eternamente,
quien te recibe cree y espera,
quien te come, ama y se entrega,
quien te comulga, perdona y olvida.
Eres pan vivo, Señor:
ayúdame a responderte con mi fe;
enséñame a ver más allá de mi mismo;
condúceme hasta tu regazo
para que, allá donde yo vaya,
siempre contigo me encuentre.
Y, cuando yo crea sentirme demasiado vivo,
haz que, con tu pan,
comprenda que el mundo está demasiado muerto
cuando es incapaz de reconocerte
como el pan vivo y verdadero sustento.
Amén
Javier Leoz

Situémonos

«Comerán y sobrará»

           En las «florecillas» de Eliseo se incluye una multiplicación del pan. El profeta intenta orientar con signos hacia Dios: el hombre no vive en plenitud sino con el sustento de dos clases de pan (2º Reyes 4,42-44).
        Proclamemos y pidamos: “Abres tú la mano, Señor, y sacias de favores a todo viviente” (Sal 144,10-11. 15-16. 17-18).        El milagro de Jesús del Evangelio no es tanto la multiplicación de los panes y los peces cuanto el milagro del compartir, que multiplica los bienes llegando a sobrar. Las comunidades cristianas deben ser signos visibles de ese compartir, y deben rehuir, como Jesús, toda tentación de triunfalismo, sea del tipo que sea (Juan 6,1-15).
        Aceptar a Dios como único Padre y Señor es la mejor garantía de que entre los hombres haya fraternidad, compartiendo dones y bienes, y que ninguno pretenda ser «señor» de los otros (Efesios 4,1-6).





«¿Con qué compraremos panes para que coman?»

           El evangelio de Juan ofrece “el discurso del pan de vida”, que iremos leyendo en los cinco próximos domingos: el milagro de los panes (domingo 17), el diálogo sobre el maná del desierto (domingo 18), qué significa "creer" en Jesús (domingo 19), qué significa "comer" a Jesús (domingo 20) y finalmente las reacciones de sus oyentes y de sus discípulos (domingo 21).
         Jesús toma la iniciativa. Se adelanta a la necesidad de pan material y del Pan de la Palabra antes de que se lo pidan.
         El problema no se soluciona comprando, sino compartiendo. Dios hace crecer y fructificar lo que aportamos, aunque aparentemente sea insuficiente.
         Además de la multiplicación de la comida, el milagro es lo que ocurre en el interior de las personas: se sintieron interpeladas por Jesús y, olvidando el egoísmo, compartió cada uno lo que tenía, y se maravillaron viendo que el alimento se multiplicó y sobró. ¿Con qué “pan” alimento yo mi vida: con el del afán de dinero, o de fama, o con el pan del servicio?
         Si compartiéramos lo que tenemos, habría suficiente para todos. Para que coman todos es necesario compartir lo que hay, que es de todos y para todos.
         Toda la gente está dispuesta a aclamar a Jesús como Mesías. A lo que no está tan dispuesta es a cambiar su imagen de Mesías, a admitir que no va a ser el Rey que esperan. Jesús nos invita a una revisión profunda de su estilo y nuestro estilo,
sus valores y los nuestros. Seguirle es abandonar falsas seguridades, dejarnos transformar por él.


Pensemos

“La adoración de los mendigos”

           Los reyes magos salieron del pesebre de Belén dejando oro, incienso y mirra.
         En ese momento llegaron tres personas extrañas, sin cortejo y con aspecto siniestro. El primero tenía harapos, parecía hambriento y cansado. El segundo llevaba cadenas en las manos y los pies, y grandes cicatrices. El tercero tenía un cabello largo y sucio, sus ojos desfallecidos buscaban alivio.
         Los vecinos del pesebre estaban asustados. Se apostaron a la puerta para protegerla, y le dijeron a san José: Ten cuidado con esta mala gente que quiere entrar al pesebre.
         San José les respondió: Todos, pobres o ricos, pueden presentarse ante el niño. El niño no pertenece a nadie, ni siquiera a sus padres. Dejad entrar a estos viajeros.
         Los tres necesitados estaban inmóviles, delante del niño.
         José se dirigió hacia el lugar donde estaban los regalos de los magos y ofreció el oro al hambriento, la mirra al prisionero y el incienso al triste. La gente indignada gritaba:
- No tiene derecho. Esos regalos son del niño.
         Los tres visitantes agradecieron a José su generosidad pero no aceptaron el regalo.
         Luego pasó una cosa extraña. El primero dejó su abrigo envejecido y remendado a los pies del recién nacido, el prisionero le entregó sus cadenas y el triste, su mirada perdida: - Tómalos. Acepta. Un día necesitarás un abrigo cuando estés desnudo, y bálsamo para curar tus heridas, y cadenas cuando te traigan cautivo. Acuérdate de nosotros ese día.
         Se hizo un silencio larguísimo y los tres mendigos salieron del pesebre consolados y fortalecidos. Habían compartido su vida y sus cosas con su Dios.



Abramos el corazón

“Aquí me tienes, Señor”

Soy poco, muy poco o casi nada,
pero con tus manos
multiplicarás lo que en el mundo
sea más necesario por tu Reino.
Conoces mi debilidad, mis pecados,
mis carencias y errores,
más sé que con tu mirada, y por mí fe,
multiplicarás lo bueno que en mí pusiste
y harás que, aquellos que me rodean,
puedan servirse de la bondad que desparramas.
Aquí me tienes, Señor.
Quiero ser uno de esos cinco panes,
para que, el hambriento que sale al camino
no marche a su casa sin haber comido
del pan de mi fraternidad
del auxilio de mi solidaridad
del agua de mi caridad
Aquí me tienes, Señor.
Tal vez, sea insuficiente;
mis capacidades, mi pensamiento,
mi alabanza, mi oración,
mi entrega, mi testimonio.
Tal vez sea poco
lo que la cesta de mi corazón albergue.
Pero, aquí me tienes, Señor
Mucho me diste y, por ello,
te doy las gracias, te bendigo y te alabo.
Mucho me diste y, por ello,
te pido que nunca deje de ser sensible
a las necesidades de mis hermanos.
Javier Leoz




Situémonos

«El Señor es mi pastor»

           El profeta ve que los reyes y guías religiosos, representados con la imagen del pastor, han dispersado y perdido el rebaño. Ello despierta la esperanza de un pastor que no disperse, ni expulse, ni deje perder; sino que congregue, y guíe a la vida (Jeremías 23,1-6).
      Jesús invita a los suyos a vivir el sosiego y la paz necesarios para transmitir la Palabra de Dios. Pero tiene que interrumpir la situación porque descubre la necesidad del pueblo: "andan como ovejas sin pastor". Y se pone a enseñarles con calma. No podemos permanecer indiferentes ante tanta gente que anda buscando alimento. Seamos todos pastores que los alimenten (Marcos 6,30-34).
      Jesús, con su entrega ha hecho posible que todos vivamos reconciliados con Dios y unidos en un solo cuerpo  (Efesios 2,13-18).
      Todos tenemos necesidad de un Buen Pastor: “El Señor es mi pastor, nada me falta” (Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6)


Meditemos

«Andaban como ovejas sin pastor»

            Jesús quiere preguntar, saber, hacer balance, compartir, alegrarse, descansar... con sus amigos. Quiere que se vayan identificando con él, que tengan sus mismos sentimientos. ¿Comparto con Jesús lo que he vivido y he hecho?
         Jesús invita a los suyos a buscar la soledad y el reposo. Todos necesitamos  momentos y espacios para descansar, cargar las baterías del espíritu, reflexionar, encontrarnos con nosotros mismos para mantener la paz y el sosiego interior. Es un mensaje liberador para quienes andan agobiados por los deberes cotidianos.
         A Jesús no sólo le siguen, también se le adelantan y le esperan. Jesús atrae a las personas. Quieren estar cerca de él, sus palabras llevan liberación y luz a sus vidas.  Todos le buscan. Jesús da respuesta a sus deseos más profundos. ¿Nos buscan a los cristianos? ¿Qué mensaje transmitimos a las personas que buscan respuestas? ¿Nuestra Buena Noticia es reposo y descanso para las personas que viven cansadas y desorientadas?
         Jesús mira a su alrededor, descubre la necesidad y siente compasión. Ante las personas que le esperan, que le quitan su tiempo, no se inquieta ni se impacienta. Todo lo contrario, la necesidad de las personas es el criterio inmediato de lo que puede o no puede hacer. Acoger y compartir son actitudes fundamentales de Jesús y de quien quiera ser su discípulo. Ante las personas Jesús tiene una reacción profundamente humana, entrañable, Su sensibilidad no está puesta en su descanso sino en el desamparo de la gente. ¿A mí qué criterios me mueven y me conmueven? ¿Qué me impulsa, anima, alegra y llena mi vida? ¿Coinciden con los criterios y actitudes de Jesús?



Pensemos

“El salmo del pastor”

           Al final de una cena en un castillo inglés, un famoso actor de teatro entretenía a los huéspedes declamando textos de Shakespeare.
            Después se ofreció a que le pidieran algunas interpretaciones.
            Un tímido sacerdote preguntó al actor si conocía el Salmo 23(22). El actor respondió:
 - Sí, lo conozco, pero estoy dispuesto a recitarlo sólo con la condición de que después también lo recite usted.
            El sacerdote se sintió incómodo, pero accedió.
            El actor hizo una bellísima interpretación, con una dicción perfecta.
 - El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar....
            Los huéspedes, al final, aplaudieron vivamente.
            Llegó el turno del sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras del Salmo.
            Esta vez, cuando terminó, no hubo aplausos, sino un profundo silencio.
            Todos lloraban.
            El actor se mantuvo en silencio, después se levantó y dijo a todos, notablemente emocionado:
 - Señoras y señores, espero que se hayan dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche: yo conocía el Salmo, pero este hombre ¡CONOCE AL PASTOR!



Abramos el corazón

“Venid a un sitio tranquilo”

Me gusta volver a reunirme contigo
para contarte lo que he visto,
lo que he hecho, lo que he vivido,
me gusta decirte mis cosas,
porque tú me escuchas, me enseñas y me orientas.
Venid a un sitio tranquilo.
¡Cómo deseo aceptar tu invitación a ir a un sitio tranquilo!
Porque, la verdad, muchas veces me siento muy estresado;
porque necesito poner en orden mis ideas y mi vida;
porque me siento tremendamente cansado,
y necesito verte, hablarte, oírte, escucharte y sentirte cerca.
Venid a un sitio tranquilo.
Este ir y venir mío entre unas cosas y otras,
entre lo más superficial y profundo,
entre lo más alto y lo más rastrero,
entre la prudencia de la serpiente y la sencillez de la paloma,
entre las personas y las cosas, entre lo vivaz y mortecino,
me cansa y me dispersa, me exaspera y me agota.
Venid a un sitio tranquilo.
Sí, a descansar un poco, sólo un poco,
porque enseguida me volverás a decir “levántate y anda”.
Y es que contigo no se puede estar parado mucho tiempo,
ya que al momento volverás a decir:
vámonos a otra parte, que para eso he venido.
Venid a un sitio tranquilo.
Es que son muchas las necesidades de las gentes,
y ¡cómo conectabas Tú con ellas, sintiéndolas como propias!,
¡cómo sentías lástima del que necesitaba tu mano,
tu palabra, tu cercanía, tu fuerza, tu abrazo!,
porque no podías verlos como ovejas sin pastor.
Javier Leoz


Situémonos

“Ellos salieron a predicar”

           El sacerdote de Betel no puede acallar al profeta, que no es un profesional, que se doblega a la injusticia establecida para ganar su pan (Amós 7,12-15).
      La llamada de Dios no repara en antecedentes humanos y es irresistible; nos empuja a anunciar la Buena Noticia. La proclamación evangélica debe tener estas cualidades: ser praxis liberadora, no presentarse espectacularmente y no insistir en la aceptación (Marcos 6,7-13).
      Por eso, seguimos pidiendo a Dios: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Sal 84,9ab-10. 11-12. 13-14).
      El plan de Dios sobre la humanidad y el mundo no es su destrucción, sino la elevación de estas realidades terrenas al vértice de su plenitud. Esto es lo que San Pablo llama «recapitular todas las cosas en Cristo». Los cristianos, pues, debemos estar presentes en la evolución de la Historia (Efesios 1,3-14).


Meditemos

«Los fue enviando
de dos en dos»

           La misión –anunciar el Reino- es la esencia del seguimiento de Jesús. ¡Ay de mí, si no evangelizare!, llega a decir el apóstol de los gentiles.
         Todos somos enviados e invitados a echar los espíritus inmundos del cansancio, crispaciones, tristezas, cobardías..., mostrando que la felicidad es estar apoyados en Jesús, en su Palabra, en su Vida.
         Y somos enviados “de dos en dos”. No es bueno que el apóstol esté solo, que el que va a predicar el amor y la fraternidad vaya solo por el mundo: necesita vivir en comunidad, vivir en familia, compartir su vida aunque sólo sea con el compañero de camino.
         La austeridad y la pobreza que quiere Jesús requiere no acumular "bastones, dinero, sandalias ni túnicas“, sentirse más peregrinos que instalados, sin buscar seguridades ni prestigios humanos. La pobreza y el desinterés es un lenguaje que convence y que todo el mundo comprende. Confiar en los propios medios, en el propio equipaje más que en la fuerza del mensaje, hace perder credibilidad.
         No se sigue a Cristo porque haya prometido éxitos y aplausos fáciles, sino por el convencimiento de que hoy y siempre la vida que él ofrece es la verdadera liberación y la puerta de la felicidad auténtica.
         Lo que nos toca a nosotros es anunciar y construir el Reino. Si seguimos a Jesús en nuestra vida de cada día, iremos haciéndonos más humanos, transformando y mejorando nuestro entorno y el de los demás.
 
Pensemos

“La mejor predicación”

           Se cuenta que en una ocasión -una nueva florecilla franciscana- san Francisco le dijo al hermano León que esa mañana irían a predicar a Asís.
           Fray León, ovejuela de Dios, como le gustaba llamarlo a san Francisco, era un fraile sencillo que siempre acompañaba a san Francisco, era algo así como su sombra.
           El hermano pensó en otras ocasiones en que san Francisco había predicado en plazas, iglesias,. O cuando, para fomentar la humildad, envió a Fray Rufino a predicar, sólo vestido con los paños menores.
           Bueno, pues a Asís se encaminaron los pasos de los dos hermanos, siguiendo la exhortación de Jesús que envió a sus apóstoles a predicar de dos en dos.
           Subieron la cuesta que conducía a Asís y llegaron a la villa. Allí se pusieron a caminar por sus calles y plazas, quizá diciendo el saludo que solía usar san Francisco: “Pace e Bene, buona gente”, nuestro Paz y Bien.
           Y el padre san Francisco, después de pasear por las calles y plazas, volvió a encaminar sus pasos, junto al hermano León, a la Porciúncula, bajando la cuesta de Asís.
           El hermano León solía hablar poco, pues respetaba el recogimiento de san Francisco. Pero lo que había dicho no se correspondía con lo que habían hecho: habían ido a predicar, y se volvían sin haberlo hecho. Así que, ni corto ni perezoso, le preguntó a san Francisco si no habían ido a predicar a Asís.
- En efecto, hermano León, y eso es lo que hemos hecho, porque predicar no es sólo ni principalmente, pronunciar   palabras, sino invitar con la presencia a pensar en Dios, a alabarlo, a ser testigos del amor que Dios nos tiene.


Abramos el corazón

“Ilumíname, Señor, y mándame”

con tu Espíritu para que cante
tu plan, tu locura por la humanidad;
con tu presencia
para que, lejos de sentirme sólo,
en la tribulación seas mi consuelo;
en las dificultades, un cayado donde apoyarme;
en los fracasos, un aliento para seguir adelante.
Ilumíname, Señor, y mándame
para que  mis cosas nunca sean las más importantes,
ni mis gestos sean el centro de muchas miradas,
ni mi persona sea un muro entre el hombre y el Misterio,
ni mis ideas eclipsen la grandeza del evangelio.
Ilumíname, Señor, y mándame
para que mire al mundo con amor y no con pena;
para que observe los acontecimientos con esperanza;
para que, cerrando mis ojos,
sienta que los tuyos miran por donde yo avanzo;
para que, sin juzgar y trabajando,
sepa que no soy yo el que siembro,
sino tu mano poderosa quien sostiene la mía.
Ilumíname, Señor, y mándame
para que, con ellos, mantenga alzada la luz de la fe;
ayude a quien necesite una palabra o un amigo;
levante al que la vida lo ha dejado arrastrado;
ame a los que, incluso, rechazan mi misión.
En Ti confío, Señor, no quede defraudado:
envíame y que seas Tú Señor
el centro de lo que digo, siento, predico y hago.
Amén
Javier Leoz


Situémonos

“¿No es éste......?”

El profeta es testigo, habla en nombre de Dios. Su testimonio obliga a tomar actitud ante un signo, en este caso ante Dios. El profeta es un simple mortal, que ha recibido fuerza para comunicar un mensaje (Ezequiel 2, 2-5).
       Jesús en su ciudad natal era un hombre del pueblo. Por eso, sus paisanos no podían aceptarlo como profeta. Sin embargo, Dios escoge a los humildes para enseñar y confundir a los de arriba (Marcos 6, 1-6).
San Pablo, el gran proclamador del Evangelio,  sentía la tentación del triunfalismo. Por eso, agradece a Dios que lo rodee de debilidades de todo género: poca salud, críticas duras, privaciones materiales, insultos, persecuciones, para que se vea que es Dios quien actúa y no él (2ª Corintios 12, 7-10)
       El salmista -y nosotros-, queremos escuchar a Dios, a sus profetas y sus signos: “Nuestros ojos están en el Señor, esperando su misericordia” (Salmo 122, 1-2a, 2bcd, 3-4).

Meditemos

«Y se extrañó de su falta de fe»

           Tras días de trabajo en Cafarnaún, Jesús va a su pueblo, Nazaret. Todos le habían visto jugar, ir a la escuela, trabajar... Creían conocerlo bien. También podemos creer que conocemos bien a Jesús, cuando en realidad sigue siendo el gran desconocido.
         Quienes escuchan a Jesús se sorprenden cuando se dan cuenta de que no piensa ni habla ni vive como ellos, ni como esperaban ni como les conviene. La novedad de Jesús es rechazada por las personas de su pueblo.
         Quienes creen conocer a Jesús formulan preguntas entre la desconfianza y la ironía. Jesús es rechazado porque remueve los cimientos sobre los que tienen instalada la vida. Con frecuencia resulta más fácil buscar a Dios en lo espectacular, mágico y extraordinario que donde realmente está: en lo sencillo, habitual y normal. Todo comienza a cambiar cuando en lo cotidiano se sabe descubrir a Jesús, quien llena la vida de sentido, de confianza y de libertad.  ¿Cuáles son mis preguntas sobre Jesús? ¿Qué me asombra de Él, de su Evangelio, de sus palabras y sus hechos? ¿Ese asombro qué hace surgir en mí?
         Donde se espera encontrar aliento, puede haber incomprensión e incluso hostilidad. En la vida hay fracasos y heridas. Saber integrarlos supone madurez y posibilidad de encuentro con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
         El rechazo no desanima a Jesús. Sigue predicando y curando a las personas enfermas y pobres. Se sorprende de que la gente prefiera la seguridad de siempre a los nuevos caminos del Reino. En mi vida de fe, ¿de qué se sorprende hoy Jesús? ¿Impido que realice los “milagros” que quiere hacer en mí? “La raíz de la incredulidad está en la incapacidad de acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano” (R.Fabris).

Pensemos

“La subasta”

           Un hombre muy rico y su hijo gozaban coleccionando obras de arte. Cuando estalló la guerra de Vietnam, el hijo fue a la guerra. Murió mientras rescataba a un soldado.
           Un mes más tarde, alguien llamó a su puerta.
- Señor, yo soy el soldado por quien su hijo dio la vida. Con frecuencia hablaba de usted y de su amor por el arte.
           El joven le tendió un paquete:
           El padre lo abrió: era el retrato de su hijo, pintado por el joven. Miró con asombro cómo había captado la personalidad de su hijo. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
           Le dio las gracias al joven y le quiso pagar el cuadro.
- Oh, no, Señor, nunca podría pagar lo que su hijo hizo por mí.        Cuando alguien le visitaba, el padre le enseñaba primero el cuadro de su hijo y luego el resto de las obras maestras.
           Cuando murió el padre, sus cuadros fueron subastados.
- Empezamos por el cuadro del hijo. ¿Quién ofrece algo?
           Silencio. Todos aguardaban los cuadros famosos. El subastador persistía:
- El hijo. ¿Quién puja por el hijo? ¿Alguien ofrece algo?
           Nuevo silencio. Habían venido por los Van Goghs, los Rembrandts..
           Finalmente, una voz que venía del fondo de la sala, el jardinero del hombre y de su hijo, gritó:
- Yo doy 10 dólares por el cuadro.
- Déselo y pujemos por los maestros, dijeron los otros.
           El subastador dijo:
- La subasta ha terminado. En el testamento se dice que al que compre el cuadro del hijo, se le entrega el resto de las obras.

Abramos el corazón

“Que yo no te rechace, Señor”

Si por la puerta de mi vida
entra el sufrimiento,
la prueba que intenta debilitarme,
la contradicción que me desestabiliza,
la sin razón que intenta doblegarme,
Que yo no te rechace, Señor.
Que sepa aceptar todo lo que Tú me propones:
el amor, y no sólo acoja mis amores;
tu caridad, y no sólo regale mis detalles a cuentagotas;
tu perdón, y no sólo venda mi escasa comprensión.
Que yo no te rechace, Señor.
Tu Palabra, y no sólo escuche las que me convienen;
tu cruz, y no sólo la lleve a pequeños trozos;
tu Verdad, y no sólo defienda la mía.
Que yo no te rechace, Señor.
Ante la indiferencia, yo proclame tu presencia;
ante el vacío, yo lleve el contenido de tu Gracia;
ante el absurdo, yo siembre el horizonte de tu cielo;
ante la confusión, anuncie la clave de tu reinado.
Que yo no te rechace, Señor.
Que no me conforme con decir que Tú eres el Hijo de Dios,
que lo sepa y lo intente vivir en propias carnes;
que no vea camino fácil el escuchar tu evangelio;
que lo sepa gritar por los cuatro senderos de mi existencia;
que no confunda mi altruismo con tu amor,
tu alegría con mi sonrisa,
tu entrega con mi dedicación,
tu corazón con mis impulsos,
tu oración con mi corta piedad.
Que yo no te rechace, Señor.
Javier Leoz


Situémonos

"Irá delante del Señor
a preparar el camino"

            El Señor elige, llama, desde el vientre materno al profeta para que restablezca las tribus y convierta a Israel: le hace luz de las naciones, para que su salvación alcance hasta el confín de la tierra (Isaías 49,1-6).
       Por esa elección y llamada, el salmista dice: “Te doy gracias porque me has escogido portentosamente” (Sal 138).
       De la descendencia de David, sacó Dios un Salvador, Jesús, del que Juan predicó al pueblo; y cuando estaba para acabar su vida, decía: detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias (Hechos de los Apóstoles 13,22-26).
       Cuando el hijo de Zacarías e Isabel fue circuncidado, no recibió el nombre de algún pariente, sino que su padre anunció que se llamaría Juan, que significa “fiel a Dios”Con ello se significó la especial vocación de aquel niño: “profeta del Altísimo porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados” (Lc. 1, 57-66. 80).


Meditemos

“Esta es nuestra vocación:
ser voz que anuncia a Jesús

            Celebramos hoy la fiesta del nacimiento de Juan Bautista, del que Jesús dijo: "Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor".
         Cuando nació Juan Bautista la gente se preguntaba: "¿Qué llegará a ser este niño?"
         Su nacimiento fue fruto de "la compasión manifestada por el Señor" y motivo de felicitaciones y de alegría para todos.
         "Al octavo día fueron al templo para cumplir con el niño el rito de la circuncisión y ponerle un nombre".
         Querían llamarle Zacarías como su padre. El nombre en la Biblia indica una vocación, un ministerio.
         Y le pusieron por nombre Juan que significa "Dios es fiel".
Juan es el favor de Dios a una familia buena, el favor de Dios para un pueblo que espera al Mesías, "el que salva".
         Juan es el nombre de un hombre al que Dios usará para preparar el camino del Señor.
         Un nombre nuevo para un tiempo nuevo.
         Cuando Zacarías escribió "Juan es su nombre” se le soltó la lengua". Purificado de su pecado empezó a alabar a Dios y dejó impresionado a todo el vecindario.
         Esta no es la fiesta de los mudos sino la fiesta de los que con su boca confiesan la misericordia y el favor de Dios.
         Nosotros, humanamente hablando podemos ser fruto del amor verdadero o de la casualidad, pero como cristianos podemos decir: Yo soy querido y amado por Dios y para Él soy muy importante.
         Juan decía: "Él debe crecer, yo debo disminuir". Esta es nuestra vocación cristiana, nuestra llamada: ser camino que lleva a Jesús, ser voz que anuncia a Jesús, ser luz que ilumina a Jesús.


Pensemos

Jesús vendrá a visitar tu casa”!

           Un día gélido de invierno, apareció un hombre forastero en la plaza del pueblo.
- La gente lo miraba expectante.
De pronto, se arropó con du manto y se dirigió a una de las casas, y llamó. Cuando le hubieron abierto, les dijo:
- “Os invito a mi fiesta de cumpleaños que celebraremos por la noche en la plaza. Va a ser muy divertida, no falten. Ah, lleven un tronco de leña y algo de comida para compartir”.
Lo mismo hizo en todas las casas del pueblo.
Tras un momento de perplejidad, todos cogían un tronco y, en la cocina, preparaban algo de comida para el cumpleaños.
Llegó la noche y toda la gente se dirigió a la plaza con su tronco y su plato. Allí los esperaba el cumpleañero con ramitas de romero que fue repartiendo conforme iban llegando las gentes. Fue cogiendo sus troncos y apilándolos para hacer un fuego. Apilados todos, sacó un mechero de “torcía” y los prendió fuego. El ambiente se fue caldeando poco a poco: ya no sentían frío.
El forastero les pidió que se colocasen la ramita de romero entre los dientes y llevasen su plato de comida a la persona que pensasen que más necesitaba de su cariño. Así lo hicieron: el romero desprendía un olor que junto a la comida resultaba muy agradable. Al llevarle la comida, podían ver la cara de satisfacción de aquellos que la recibían y se fundían en un cálido abrazo.
           Después invitó a todos a cogerse de las manos, y dar vueltas alrededor del fuego cantando una melodía que decía: “Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego que alumbra al irse el sol, y es fuerte, hermoso, alegre: loado, mi Señor”.

 

Abramos el corazón

“¿Qué va a ser este niño?

Ahí tienes a tu pariente Isabel, que,
a pesar de su vejez, va a concebir un hijo. Porque para Dios nada hay imposible
María entró en casa de Zacarías
y saludó a su prima Isabel
La criatura saltó de alegría en su vientre.
Isabel se llenó de Espíritu Santo
y levantando la voz dijo:
Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre
Quién soy yo para que me visite
la madre de mi Señor.
Bendita tú que has creído
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Y María dijo:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,
porque se ha fijado en la humildad de su sierva.
María se quedó con ella unos tres meses
y después volvió a su casa
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo.
Se enteraron los vecinos y parientes y decían:
El Señor le ha hecho
una gran misericordia, y la felicitaban.
Tocaba circuncidar al niño y querían llamarle Zacarías,
pero la madre intervino diciendo que se iba a llamar Juan.
Lo corroboró el padre.
Inmeditamente se le soltó la lengua
y empezó a alabar y bendecir a Dios.
La gente, admirada, decían:
¿Qué va a ser este niño?


Situémonos

“El Señor confirmaba la Palabra con los signos que acompañaban”

           La Ascensión está unida a la misión: es el momento de dejar de mirar al cielo y proseguir lo que Él inició (Hechos de los Apóstoles 1,1-11).
      Esa misión es proclamación del Evangelio y realización de signos en función de liberación humana. La Iglesia, para evangelizar bien, tiene que hacer claros gestos a favor de todos los oprimidos, explotados y alienados (Marcos 16,15-20).
      La Ascensión de Cristo es el dominio definitivo sobre lo que amenaza a la existencia humana: “para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos” (Efesios 1,17-23).  Aclamaciones y trompetas son signos de la alegría, porque ha sido reconocida la misión que ha realizado Jesús: “Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas” (Sal 46,2-3. 6-7. 8-9).

Meditemos

«Subió a los cielos»

           La Ascensión de Jesús no es un alejamiento, sino el comienzo de un nuevo modo de presencia. Su ausencia física abre un tiempo nuevo: el tiempo del testimonio. El mensaje de Jesús debe llegar a toda la humanidad a través de nosotros.
         El anuncio de la buena noticia ha de ir acompañado de signos de vida y de liberación. Somos enviados a anunciar la buena noticia, a practicar el arte de acoger, de acariciar, de curar, de amparar, no a presagiar castigos. Porque ternura, liberación y cobijo es lo que esperaban de Jesús y de nosotros.
         Con la Ascensión, Jesús Resucitado vive la misma vida de Dios, motivo de alegría y de esperanza. Eso se cumplirá en nosotros también. Estamos llamados al cielo. ¿Con que sentimiento espero ese momento: angustia, alegría. ¿Por qué?
          La misión de Jesús, recibida del Padre, es ahora la misión de los discípulos, recibida de Jesús. El Evangelio se comunica por contagio. Nos deja el encargo de mostrar, con nuestras palabras y nuestra vida, el modelo que nos dejó: su sensibilidad, su misericordiosa, su servicio. Debe haber coherencia entre lo que se anuncia y se practica. Para lograrlo no estamos solos; el Espíritu de Jesús nos acompaña.
         Todos los evangelistas terminan su obra con la misión. Cuando Jesús “se va”, su misma misión queda en manos de sus seguidoras y seguidores: hacer de la humanidad el Reino que el Padre quiere. Testimonio de vida, no sólo de palabra. Digamos que Dios es amor, amando. Digamos que Dios es misericordia, compadeciendo. Digamos que Dios es gozo, contagiando la alegría. Digamos que Dios es comunidad, compartiendo, uniendo...El testimonio y la misión es dar a conocer no sólo el amor de Dios, sino que Dios es amor.


Pensemos

“El gusano y la mariposa”

           Una vez iba una oruga paseando por la rugosa superficie de un tronco. La vio una mariposa y, posándose ante ella, le dijo:
- Hola, hermana del pasado. ¿Por casualidad sabes tú que vendrán en el futuro días en que abandonando esa envoltura terrena te hagas voladora como yo y asciendas hacia el cielo?
           Y la oruga le dijo:
- Sí. Eso es lo que me enseñaron mis padres y a ellos les enseñaron mis abuelos. Decían que después de ésta hay otra vida donde podemos liberarnos de las cadenas de la tierra y ascender alados a nuevos lugares. Mas yo no lo creo, y aunque en mis días y en mis noches pienso que camino hacia algo, mi imaginación se para aquí donde adoro el latido de la savia y el palpitar de las hojas cuando me acarician los pies”.
           Entonces la mariposa se fue hacia arriba y desapareció. Pasaron varios días, que fueron años para la oruga, y ésta notó que le llegaba su final. Se fue hacia una rama saliente de pino y, cuando se ponía el sol, hizo su tumba de seda, acostándose para esperar la venida de la muerte.
           Pero cuando llegó la primavera, sintió vida en su interior, abrió un agujero en el capullo, extendió sus alas y rauda se ensimismó en el aire y dio sus primeros aleteos hacia el sol de la mañana.
           Cuando volaba, vio una oruga que subía trabajosamente por un tronco. Entonces, posándose delante de ella, le dijo:
- Hola, hermana del pasado. ¿Sabes que vendrán días............?
Cayetano Arroyo

"Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y me voy al Padre" (Jn 16. 28).- "Bajó Dios, subió el hombre" (s. Ambrosio)


Abramos el corazón

“Marcha, Señor, pero acompáñanos”

Gracias por tus palabras de vida,
y por tu mano que nos regaló salud.
Gracias por tus gestos de Salvación,
y por tus ojos de lo eterno.
Gracias, Señor, por tus caminos,
que nos hicieron abandonar los nuestros perdidos,
o colapsados del polvo, mentira y tristeza.
Marcha Señor hacia el cielo, pero no dejes de guiarnos.
Que, nuestras voces, necesitarán de tu voz;
que, nuestros pies, pedirán impulso de tu Espíritu;
que nuestro corazón reclamará amor de tu Amor.
Marcha, Señor, pero acompáñanos.
Que, en tu Ascensión, queremos agarrarnos nosotros
para compartir y ansiar  la eternidad.
Que, en tu Ascensión, nos dejas pistas y senderos,
que conducen hacia esa Ciudad de Dios.
Que, después de tu trabajo, valiente y sincero,
mereces ser coronado y festejado, en estancia feliz del cielo
Marcha, Señor, pero acompáñanos.
Que, sin tu mirada, nuestras miradas caerán hacia el suelo.
Que, sin tu mano, nuestros ideales se cruzarán de brazos.
Que, sin tus palabras, nuestros labios son dique seco.
Que, sin tu corazón, nuestros amores serán mezquinos.
Marcha, Señor, pero acompáñanos.
No te decimos, Señor, adiós sino ¡hasta siempre y hasta pronto!
Porque, bien sabemos, amigo y Señor,
que siempre cumples todo lo que dices o prometes.
Que, tarde o temprano, de mañana o en la oscura noche,
vendrás, regresarás, en definitiva vuelta, hasta nosotros.
Marcha, Señor, pero acompáñanos.
Javier Leoz

Situémonos

“Esto os mando: que os améis”
                       Jesús se está despidiendo y la liturgia se centra en las últimas recomendaciones de Jesús.
             El Maestro y Amigo presenta la dinámica del amor: el Padre ama a Jesús, Jesús ama a sus discípulos y éstos deben permanecer en su amor, guardando sus mandatos de Jesús, entre los que sobresale el “Amaos los unos a los otros” (Juan 15,9-17).
      Juan lo comprendió perfectamente: Dios ama al hombre, porque Dios es Amor. Solo el que ama a Dios podrá decir que conoce algo de Dios (1ª Juan 4,7-16).
      Pedro empieza a comprender la universalidad de ese amor, lejos de todo personalismo personal o de pueblo: el Espíritu Santo ha descendido sobre una comunidad de paganos (Hechos de los Apóstoles 10,25-26. 34-35. 44-48).
       Ya no hay un solo pueblo elegido: a todas las naciones ha revelado el Señor su salvación: “El Señor revela a las naciones su justicia” (Sal 97,1. 2-3ab. 3cd-4).



Meditemos

«Como yo os he amado»

           La palabra clave del texto de hoy es “amor”. Jesús habla de lo que más le gusta y necesita el ser humano: amor, alegría, amistad. Seguir a Jesús es cuestión de amor.
         El amor que nos tiene es el mismo que el que el Padre le tiene a Él. Jesús nos ofrece la posibilidad de compartir su misma alegría.
         Amar, ser amado es un grito y un don. Lo que nos alegra es el amor hecho detalle, hecho realidad cotidiana. Lo que más duele es el desamor, la falta de amor. Jesús añade un “pequeño” matiz: “como yo os he amado”. Amar como Jesús es novedad. No brota sin más. Lo aprendemos mirándole y escuchándole.
         Jesús expresa su relación con nosotros con una palabra clave: amistad. Ser cristiano es ser amigo de Jesús. Amigo, no siervo. La amistad supone comunicación, compartir la alegría, sentir como propios los sentimientos de quien amamos. Como hacen los amigos, Jesús comunica y comparte lo que Él sabe, su mejor noticia: que Dios es Amor, Padre cercano y cariñoso.
         Quien se compromete con las necesidades y aspiraciones de los demás está cerca de Dios, conoce a Dios, da fruto, sea católico, agnóstico o ateo: ”lo que hicisteis a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
         El mandamiento de Jesús consiste en amar. El amor es la respuesta agradecida y gozosa al amor de Dios, no una ley. Al decirnos: “que os améis”, Jesús nos indica la dirección. Jesús no dice que le amemos, sino que nos amemos, que prolonguemos su amor hacia los demás.
         Una escucha más honda del evangelio, una apertura mayor a su Espíritu pueden hacer brotar poco a poco de nuestro ser posibilidades de amor que hoy ni sospechamos.


Pensemos

“El anciano diácono”

           Juan es un estudiante universitario. No viste muy bien: descalzo, despeinado, camisa rota. Es brillante... pero callado.
           Frente a la universidad hay una iglesia de gente refinada. Tienen deseos de poder evangelizar a los jóvenes estudiantes, mas, no saben cómo hacerlo.
           Un buen día, Juan decide ir a dicha iglesia. La misa ha comenzado; camina por el pasillo en busca de un lugar para sentarse, pero no halla lugar. Juan se acerca al altar y se sienta en el piso alfombrado, apropiado en la universidad, pero aquí....
           ¡Hay tensión en el ambiente... la gente está incómoda! De pronto, el bien vestido, anciano y canoso diácono se encamina lentamente hacia Juan. Es un hombre piadoso, culto y refinado. Mientras camina hacia Juan, la gente piensa dentro de sí: "No podemos culparle por lo que va hacer. Después de todo, es de esperar que un anciano reprenda a un joven, y mucho más, sentado así, en el piso.". Su bastón va sonando mientras camina. El silencio es absoluto. Ni siquiera se oye el respirar de los presentes.
           Llegado donde está sentado Juan, el anciano diácono suelta su bastón en el suelo y, con dificultad, se sienta en el piso junto a Juan para, junto a éste, adorar a Dios. La emoción no tarda en embargar a todos los presentes.
           Cuando el sacerdote logra calmar sus propias emociones, les dice a los presentes:
- Lo que les iba a predicar, tal vez, lo olvidarían, mas, lo que acaban de ver, jamás lo olvidarán. Tengan sumo cuidado con la manera en que viven. Podría ser que ustedes sean la única Biblia que algunas personas alcancen a leer.
“... no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango pasando por uno de tantos” (Fil 2, 6-11).



Abramos el corazón


“Que no fracase, Señor,”

en el intento de descubrir y pregonar
la dignidad de las personas que me rodean;
sólo así, Jesús, podré ser imagen tuya;
en el testimonio del amor
que se comparte y reparte;
en el convencimiento de que el amor engendra más amor;
en la seguridad de que el amor se propone y no se impone.

Que no fracase, Señor,
en sembrar,  con amor,  todo lo que soy y tengo;
en decir, con palabras de amor, lo que pienso y espero;
en transformar, con obras de amor,
aquello que, en tu nombre, toco con mis manos;
en llevar, con amor, tu Palabra y tu aliento,
tu mensaje y tu reino, tu presencia y tu voluntad.

Que no fracase, Señor,
en dar la vida, mirando si florecen resultados;
en servir, esperando algo a cambio;
en responderte, cuando el Evangelio me exige;
en continuar el camino, sabiendo, hoy y siempre,
que en esa aventura yo no estoy sólo,
que Tú, Señor, me acompañas.

Que, Tú, Señor, eres la fuente del AMOR VERDADERO.

Amén.
Javier Leoz


Situémonos

“Yo soy la vid,
vosotros, los sarmientos”

           Una imagen muy apreciada es la de la vid y los sarmientos. La fe nos hace entroncarnos a Cristo como el sarmiento en la vid. Esta comunión con Él nos empuja a vivir su misma vida en el amor mutuo y el servicio fraternal (Juan 15,1-8). Se impone mantener una estrecha y constante relación con Él para que demos los frutos de su Evangelio y no del nuestro.
      Pablo es un nuevo injerto en Cristo y, al principio, lo miran con recelo, pues viene de las filas contrarias (Hechos de los Apóstoles 9,26-31). Esta actitud se repetirá cuando se desconfíe del que no es «cristiano viejo».
      Por todos los nuevos injertos hemos de bendecir al Señor: “El Señor es mi alabanza en la gran asamblea” (Sal 21,26b-27. 28 y 30. 31-32).
      Permanecemos en Jesús y Él en nosotros, cuando no sólo profesemos nuestra fe en Él con palabras, sino con obras, guardando su mandamiento del amor (1ª Juan 3,18-24).


Meditemos

«Que deis mucho fruto,
así seréis mis discípulos.»

           Es el “discurso de despedida”. Jesús comparte mesa y confidencias. Es como su testamento espiritual.
         Habla Jesús de “el Padre y vosotros”, sus grandes amores. Jesús dice que es la vid, incluyendo también los sarmientos y el fruto. La poda es la actividad del Padre. Planta, cultiva, limpia y cuida con cariño de su viña. Nos corta los brotes de soberbia, de egoísmo, de comodidad, de insolidaridad..., que nos impiden dar fruto.
         Vid y sarmientos forman un todo. La unión es vital, dinámica, total, íntima... Pero la Savia, el Espíritu, la Vida,  no brota de los sarmientos, sino que la recibe de la Vid. La vitalidad cristiana se muestra en nuestra “permanencia” en Jesús, en su palabra, para dar fruto, tener y comunicar vida.
         “Sin mí no podéis hacer nada”. Nadie puede asumir este protagonismo. Él es la vid, nosotros los sarmientos. La unión es con Él: fuerza, libertad, vitalidad y alegría en nuestra vida.. Dejemos que Jesús sea la vid, y nosotros, los sarmientos.
         El Padre hace los cortes necesarios, con maestría y ternura, para dar energía y vida, para orientar, para crecer, para encauzar. Él hace mi vida fecunda sólo con dejarle actuar. Sus cuidados siempre conseguirán los mejores frutos.
         Las expresiones que más repite Jesús son: “permanecer” y “dar fruto”. Los frutos proceden del Espíritu de Jesús. El Espíritu de Jesús es no buscar ser servido sino servir, estar a los pies de los demás para lavarlos. Es compadecerse siempre, preocuparse por las necesidades, alegrías, ilusiones... de los demás. Ponerse a su disposición para curar, aliviar, servir, acompañar, alegrar...  El secreto está en PERMANECER EN JESÚS.
 

Pensemos

“La ciudad de los pozos”

           Allí había muchos pozos, pero secos.
          Un día surgió la "moda" de que se debía cuidar más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino lo profundo. Unos pozos empezaron a llenarse de joyas. Otros, más prácticos, de electrodomésticos. Algunos optaron por el arte: pinturas, pianos... Los intelectuales se llenaron de libros. Se llenaron hasta que no cabía más. Por eso, se ensancharon.
           Un pozo, pequeño, vio que así se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad. Pensó que podría crecer pero no a lo ancho sino hacerse más profundo. Se dio cuenta de que lo que tenía le impedía profundizar, Debía vaciarse. Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, lo hizo. Vacío de posesiones, el pozo empezó a hacerse más profundo.
           Un día, sorprendentemente, tuvo una gran sorpresa: adentro, y muy en el fondo, encontró ¡¡¡agua!!! Empezó a jugar con ella, humedeciendo las paredes y sacando el agua hacia afuera. La tierra, revitalizada por el agua, empezó a despertar: las semillas brotaron en hierbas, árboles y flores.
           Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro. Él respondía que buscando en el interior, en lo profundo. Muchos quisieron imitarle pero desistieron cuando se dieron cuenta de que, para ser más profundos, tenían que vaciarse.
           Sólo lo consiguieron los que tuvieron el coraje de vaciarse de cosas y buscar en lo profundo de su ser. Es allí donde brota la alegría profunda, esa agua cristalina que todos anhelamos.
Revista La barca de santa Úrsula (adaptación)

           Jesús gritó: "el que tenga sed, que venga a mí y beba. De sus entrañas manarán torrentes de agua viva" (Juan 7, 37-39).


             El agua, la savia son las que fecundan nuestra vida.


Abramos el corazón

“Sin Ti, nada, Señor”

Me siento algo, y poco y nada:
a veces, me creo, grande e imprescindible.
¿Cuándo entenderé que, sin Ti, no hay vida?
¿Cuándo comprenderé que, sin Ti,
mi vida es fracaso, cruz, pena sin gloria?
Sin Ti, aunque no me lo crea a veces,
siento que soy nada y que me aguarda la nada.
Perdóname por las veces que rompo contigo:
por aquellos momentos en que, siendo solo hombre,
alardeo de ser un pequeño “dios”.
Perdón, mi Señor, vid del sarmiento de mi vida:
por presentarte frutos de segunda o de tercera,
cuando tu esperabas de mi vida… frutos de primera.
Acompáñame, Señor, y aliméntame con tu Palabra:
que sea savia que corra por mis venas cristianas.
Auxíliame y corta todo aquello que hace estériles mis caminos.
Sin Ti, nada, Señor.
Es imposible dar lo que uno no tiene;
es difícil regalar lo que uno quiere para sí;
es utopía ver al otro como hermano, siendo adversario.
Mas, contigo, Señor, ofrendo hasta lo que no tengo,
no mido lo que mi mano enseña,
sé que he de contestar con un amor sin límites.
Ayúdame, Señor,
a permanecer unido a Ti: TÚ ERES LA VIDA;
a pensar unido a Ti: TÚ ERES EL PENSAMIENTO;
a caminar unido a Ti: TÚ ERES EL CAMINO;
a trabajar unido a Ti: TÚ ERES EL FUTURO;
a amar unido a Ti: TÚ ERES EL AMOR;
Sin Ti, nada, Señor….
Javier Leoz



Situémonos

«Yo soy el Buen Pastor»

           La imagen del Buen Pastor presenta a Jesús cuidando y protegiendo, no sólo a los suyos, sino también preocupándose de los que son de otros «rediles». A todos quiere comunicar Vida y por todos está dispuesto a dar la Vida (Juan 10,11-18). Dar la vida es ponerla al servicio de los demás, como hizo Él. Sólo lo que se da se gana. Todo lo que se guarda, se pierde. De la vida sólo permanecerá lo que se entregue.
      Pedro, en su predicación, ofrece sin tapujos el mensaje: el Jesús rechazado por los jefes de Israel es el único Salvador (Hechos de los Apóstoles 4,8-12).
      Él, “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 117,1 y 8-9. 21-23. 26 y 28cd y 29).
      El cristiano se gloría de la grandeza de ser hijo de Dios. Y aún nos se ha manifestado todo lo que será: semejante a Él, porque lo verá tal cual es. Esta condición de hijo de Dios es ofrecida a todo ser humano (1ª Juan 3,1-2).


Meditemos

Yo doy mi vida por las ovejas”

           “Vino sin perros, sin asalariados, sin bastón... Sólo con actitud de clemencia, con los arreos del amor” (San Ambrosio).
         Jesús se define como Buen Pastor: conoce, defiende, da vida, reúne, acompaña... Cuando en el “pastoreo” entran los intereses del dinero, el cargo, el ascenso, los honores, los propios intereses..., ya tenemos un mercenario.
         “Conozco a las mías y las mías me conocen a mí”: conocer en la Biblia significa amor recíproco, comprenderse sin palabras, íntima comunión, relación profunda y personal. Sólo Jesús me conoce del todo. A mí me corresponde conocerlo más, escuchar su voz y dejarle ser Pastor de toda mi vida.
         Jesús nos revela cómo es Dios: cura, quita el hambre y la sed, prefiere a los últimos, es capaz de sembrar y sembrarse, es levadura, sal y lámpara, arriesga la vida, reconcilia, perdona, da vida, se compadece. ¿Qué sentimientos y actitudes provoca en mí saberme conocido y amado por Jesús, y saber que, como a mí, conoce y ama a todos los seres humanos?
         Jesús muestra su programa universal: el Padre le ha encargado de reunir a todos los hombres en una familia de hijos y hermanos, hogar abierto a todos y donde todos puedan sentarse en torno a la misma mesa sin escandalosas desigualdades. Para ello, se han de derribar tronos y fronteras, abrazar a los heridos del camino, curar sus heridas.
         Todos estamos llamados a ser transparencia del Buen Pastor. Es nuestra misión, no una carga, sino un encargo.
         En la comunidad de Jesús todos somos pastores y ovejas, hermanos a quienes incumbe el cuidado de los demás. Sentirse “pastor” o sentirse “oveja” depende de mi situación y de la del hermano, de su necesidad y de la mía, de mis fuerzas y de las suyas.


Pensemos

“¿Enseñar?”

            Un rey envió a su hijo al maestro para que lo formase en ciencia y en verdad.
           El maestro le dijo:
- Hay cosas que no se pueden enseñar. Sólo se pueden indicar. Mira, toma esas cuatrocientas cabezas de ganado, vacas, bueyes, ovejas, cabras, llévalas al bosque profundo donde nadie llega, cuídalas en silencio, y cuando las cuatrocientas sean mil, vuelve a mí”.
           El muchacho partió, escogió el lugar y quedó en solitario apacentando el ganado.
           Se aburrió, se desesperó, se calmó, se encontró. El silencio apagó las palabras y acalló el pensamiento. Su ser entero se sintió uno con la naturaleza y los árboles y los prados y el ganado y la vida. Aprendió lo que no se podía enseñar. Vio lo que no se podía leer. Sintió lo que no se podía expresar. Se olvidó de contar el ganado, de por qué estaba allí. Alcanzó la iluminación.
           Un día, los mugidos del ganado le hicieron caer en la cuenta de que ya no cabían en el valle. Eran ya más de mil. Sonrió al recordar la misión que le había llevado allí. Recogió el ganado y lo pastoreó sin prisas hacia la morada del maestro. Al ver al maestro, el discípulo se inclinó profundamente ante él. Y el maestro, con la misma elegante generosidad, se inclinó profundamente ante el discípulo.
           Por fin, había aprendido lo que no se puede enseñar.
           Nada que merezca la pena puede ser enseñado. Sólo pueden crearse situaciones en que uno aprenda consigo mismo y con Dios. Ésa es la labor del maestro, del padre, de la madre, del pastor.
Carlos G. Vallés

 
Abramos el corazón

“Cuando más te necesito, Señor”

Me despiertas de mi letargo cristiano,
y me pones en guardia frente a tantas cosas
que debilitan mi amistad contigo.
Cuando más te necesito, Señor,
eres cayado en el que me apoyo.
Cuando mi nombre se pierde en el abismo,
suena tu voz clara y nítida: ¡AMIGO!
Y, compruebo una y otra vez,
que eres Pastor que guarda mis pensamientos en el día,
y hasta vela mis sueños entrada la noche.
Sí, Jesús. Siempre surges en el momento oportuno.
Y es que, Tú, Señor, como Pastor diligente, oportuno y puntual,
te haces el encontradizo cuando más te necesito.
Si, debilitado por mis esfuerzos, pienso en el abandono,
me elevas sobre tus hombros, me cubres con tus brazos,
y me rodeas con tus Palabras de liberación.
Si, paralizado por mis errores, miro al fracaso,
dices palabras de consuelo: ¡Yo estaré contigo todos los días!
Y es que, Tú, como Pastor que conoces mis atajos y dudas,
te presentas cuando más te necesito.
Si, confundido por mil ideas, temo desertar,
me confirmas en la fe verdadera: ¡YO SOY!
Si, añorando riquezas, dirijo mis ojos al escaparate del mundo,
me llevas ante el tesoro de tu amor.
Y es que, Tú, Señor, como Pastor,
no quieres que me pierda y me vaya lejos de tu rebaño.
Por eso y por tantas cosas, Señor, te doy gracias,
y, hoy como ayer, te digo:
¡TÚ ERES EL BUEN PASTOR!
Apareces siempre cuando más te necesito. Amén.
Javier Leoz
 

Situémonos

«Reconocer a Jesús»

           Jesús se presenta a la comunidad reunida, llena de miedo. Para despertar su fe, Jesús pide que miren sus manos y sus pies, que tengan siempre ante sus ojos su amor entregado hasta la muerte. Y les encomienda que prolonguen su presencia en el mundo: "Vosotros sois testigos de esto" (Lucas 24,35-48).
      Su persona, su faz, dan luz a nuestra vida: “Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro (Sal 4, 2. 4. 7. 9)
      La predicación de Pedro y los prodigios provocan la admiración de la gente; pero Pedro evita el peligro del triunfalismo, recordando que los oyentes han sido cómplices en la muerte de Jesús, y los invita al arrepentimiento (Hechos de los Apóstoles 3,13-15. 17-19).
      Ser cristiano no se mide sólo por la confesión verbal de la fe, es necesaria la praxis de la fe: urge .cumplir las grandes palabras de Cristo, sus mandamientos, entre los que sobresale su mandamiento nuevo del amor (1ª Juan 2,1-5a).


Meditemos

“Mirad mis manos y mis pies: soy yo”

           Jesús aparece en el camino que recorremos, en la casa que habitamos, en la conversación que compartimos. Al partir el pan, signo de la vida de las personas sencillas y motivo de lucha de las necesitadas, al compartir nuestro camino y al decirnos palabras de cariño, ánimo y perdón, descubrimos su Persona, transmisora de paz, aliviadora de fatigas. Nos llena de su Paz: plenitud de vida, don y tarea.
         Ante el temor y la incredulidad del grupo, Jesús se acerca, se deja tocar, ver, palpar.  “Soy yo en persona” resume todo el mensaje pascual. ¿Qué despierta en mí su presencia: miedo, paz, asombro, libertad, responsabilidad, amor, dudas, alegría...? ¿De qué fantasmas, que me angustian, he de liberarme para vivir el mensaje liberador de Jesús resucitado?
         Las “apariciones” son siempre encuentros personales que llenan de alegría. Es difícil reconocer a Jesús resucitado si no contemplamos y tocamos las llagas en las manos, pies y corazón de las personas que viven crucificadas y no compartimos con ellos. ¿Quiénes me piden de comer? ¿De qué tienen hambre las personas que me rodean? ¿Qué y con quién comparto? Ojalá tengamos siempre “pez asado” para compartir.
         Jesús aparece como el Señor de la vida, de la paz, del perdón. Comprender las Escrituras es comprender el proyecto de Jesús y traducirlo a nuestra vida, viviendo como personas resucitadas, contagiando alegría y esperanza. Seguir caminando al encuentro de los demás, escuchar, poner la mesa para todos, curar, acoger, compartir... es la gran tarea de quienes vivimos animados por la fe en la resurrección. Nuestra experiencia pascual es nuestra progresiva conciencia de conversión a Jesús y al Reino.
 

Pensemos

“¿Es usted Jesús?”

           Un grupo de vendedores fue a una convención de ventas. La convención se alargó, y llegaban retrasados al aeropuerto. Entraron todos corriendo por los pasillos.
           De repente, y sin quererlo, uno de los vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas. Las manzanas rodaron por el suelo. Sin detenerse, los vendedores siguieron corriendo para subirse al avión.
           Todos menos uno. Éste se detuvo, respiró hondo, y experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto. Le dijo a sus amigos que siguieran y le pidió a uno que le dijera a su esposa que llegaría en el siguiente vuelo.
           Volvió sobre sus pasos, encontrándose todas las manzanas tiradas por el suelo. Su sorpresa fue enorme cuando vio que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas.
           Tanteaba el piso, tratando de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba, sin detenerse ni importarle su desdicha. El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, las metió a la canasta y le ayudó a montar el puesto.
           Mientras lo hacía, se dio cuenta de que muchas estaban magulladas. Las tomó y las puso en otra canasta. Cuando terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña:
-  Toma, por favor, estos cien pesos por el daño que hicimos.
           Ella, llorando, asintió con la cabeza. Conforme el vendedor se alejaba, la niña le gritó:
- Señor..., ¿es usted Jesús...?
           Para encontrarnos con Jesús, hemos de descubrir las manos que bendecían a los enfermos y acariciaban a los niños, los pies caminando con los olvidados, descubriendo sus heridas. Es ese Jesús el que ahora vive resucitado.



Abramos el corazón

“Es tu día, Señor”

El sol que es tu Palabra:
nos da seguridad, en la debilidad;
nos ofrece el pan para el alma
es aliento en las dificultades.
Es tu día, Señor.
Cada Domingo, en la mesa del altar,
reconocemos tu presencia resucitada,
sentimos tu mano resucitadora,
vemos tu costado que nos regala salvación a todos.
Es tu día, Señor.
Y, por ser tu día, Señor,
nos sentamos en la mesa que tanto nos habla de Ti:
en la mesa que nos muestra tu retrato de amor,
en la mesa que se impone frente a toda duda,
en la mesa que nos confirma en la fraternidad.
Es tu día, Señor.
Cada Domingo acogemos la paz que solo Tú puedes ofrecer:
Paz sin exclusiones ni favoritismos;
la Paz que, siendo para la tierra, baja del cielo.
Es tu día, Señor.
Es momento del encuentro, del cara a cara del hombre contigo,
de saber que avanzas a nuestro lado;
de confirmarnos en el áspero y duro camino;
de celebrar, algo que sólo el Domingo nos da:
la VIDA se impone sobre la muerte,
la RESURRECCIÓN espera al final.
Después de la gran semana de la vida terrena,
la PAZ, como fruto de la comunión de Dios con el hombre. Amén.
Es tu día, Señor.
                                                                                                                          Javier Leoz

Situémonos

«Estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos»

           El lema "según lo que necesitaba cada uno" es del más puro origen cristiano. Éste compartir del que se nos llena la boca (pensar, sentir, posesiones, dones, fe....) es el que vive la primera Comunidad Cristiana a la luz de la Resurrección de Jesús (Hechos de los Apóstoles 4,32-35).
      Por esto sí que hay que dar gracias a Dios: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Sal 117,2-4. 16ab-18. 22-24).
      La fe es uno de esos grandes dones que se comparte y se vive en Comunidad. Por eso, Tomás, ausente de la misma, no puede vivirla. Cuando vuelve a la Comunidad, ya puede experimentar palpablemente su fe en la Resurrección de Jesús (San Juan 20,19-31).
      La Iglesia no puede encerrarse en sí misma, sino que tiene que presentarse ante el «mundo» con su fe, para compartirla: “ésta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe” (1ª Juan 5,1-6). Con ella el pueblo se hará lengua de nosotros.


Meditemos

“Dichosos los que crean sin haber visto”

           Quienes nos creemos creyentes podemos vivir con frecuencia, “al anochecer”, “con las puertas cerradas”, “con miedo”. Necesitamos encontrarnos con Jesús resucitado que abre las puertas que cierra el miedo, la inercia, la cobardía...
         Las palabras de Jesús resucitado son Paz, Espíritu, Perdón, Misión, Fe, Vida. Todos somos enviados a hacer lo que hemos visto hacer a Jesús: comunicar vida, dar paz. Quien se encuentra con Jesús se llena de alegría y necesita comunicarla.
         El Espíritu es el gran don de la Pascua. Jesús nos envía su Espíritu, su Aliento, su Ánimo, su Vida para que nos empapemos de Él, y lo contagiemos a los demás.
         Es perdón es fruto de la paz. Quien se siente y se sabe perdonado se capacita para perdonar. El perdón es parte de la misión encomendada por Jesús a toda la comunidad.
         La fe en el Resucitado nace de un encuentro personal y no exige pruebas contundentes. La verdadera fe es la que toca y compromete la vida. ¿Cómo es mi fe? ¿Cuál suele ser la causa y raíz de mis dudas? ¿No tengo dudas?
         La duda, como la de Tomás, puede tener también sus aspectos positivos: superar lo transmitido, ser peregrinos en búsqueda, ofrecer nuestro "sí" personal, despojamos de falsos apoyos, estar un poco menos seguros de nosotros mismos.
         Jesús vuelve las veces que haga falta, para aclarar nuestras dudas. Del “incrédulo” surge una confesión de fe generosa y confiada: “Señor mío y Dios mío”. Jesús sigue mostrándonos sus llagas, invitándonos a tocarlas y a aliviarlas en tantas personas heridas en el alma y en el cuerpo.
         La duda de Tomás consigue la última bienaventuranza: “¡Dichosos los que creen sin haber visto!”.


Pensemos

“La lección del fuego

           Un hombre, que asistía a las reuniones de amigos, dejó de participar. Después de algunas semanas, un miembro del grupo decidió visitarlo. Era una noche muy fría.
           El Amigo lo encontró en la casa, solo, sentado delante de la chimenea, donde ardía un fuego brillante y acogedor.
           Adivinando la razón de la visita de su amigo, lo condujo a la chimenea. Se hizo un gran silencio. Los dos contemplaban la danza de las llamas que ardían en los troncos de leña.
           Al cabo de algunos minutos, el amigo visitante seleccionó una de las brasas, la más incandescente de todas, empujándola hacia un lado. El anfitrión prestaba atención a todo, fascinado y quieto.
           Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó, hasta que sólo hubo un brillo momentáneo y su fuego se apagó.
           En poco tiempo, lo que antes era una fiesta de calor y luz, ahora no pasaba de ser un negro, frío y muerto pedazo de carbón recubierto de una espesa capa de ceniza.
           Ninguna palabra había sido dicha desde el protocolar saludo inicial entre los dos amigos.
           Antes de prepararse para salir, el visitante amigo manipuló nuevamente el carbón frío e inútil, colocándolo de nuevo en el medio del fuego. Casi inmediatamente, se volvió a encender alimentado por la luz y el calor de los carbones ardientes en torno a él.
           Cuando alcanzó la puerta para partir, el anfitrión le dijo:
- Gracias por tu visita y por el bellísimo sermón. Regresaré al grupo de amigos que tanto bien me hace.

           Los miembros de un grupo deben saber que, a pesar de que les parezca lo contrario, forman parte de la “llama” y que lejos del grupo pierden todo su calor, luz y brillo. Como Tomás.
 
Abramos el corazón

Dame de tu paz, Señor”

Aquella que viene del cielo, azul y sólida,
que recuerda un orden nuevo,
con metas y miras más altas.
Dame de tu paz, Señor.
La que nace de un costado traspasado,
de una vida entregada, con renuncias,
con valor y con un corazón regalándose.
Dame de tu paz, Señor.
La paz en manos traspasadas por clavos,
que me insinúa que la fraternidad
sólo será posible cuando existan brazos abiertos,
ojos que miren con mirada de hermanos,
a la gente que se encuentra perdida.
Dame de tu paz, Señor.
No la que anuncia la tele, la que se confunde con la tregua,
en la que siempre pierden los mismos, la que da el mundo.
Yo quiero tu paz, Señor,:
La paz que respeta a todos, que nace en lo profundo del cielo,
la que es consecuencia del amor, la que nace del corazón,
la que muchos no conocen, la alegría de tu ser resucitado.
Dame de tu paz, Señor.
Tan diferente de la que ofrecen los pacifistas;
tan gigante que deja diminuta a la de la tierra;
tan inalcanzable que sólo Tú la puedes ofrecer;
tan duradera que sólo Dios la puede firmar;
tan necesaria que nunca la podremos conquistar.
Dame de tu paz, Señor.
Y, si no puedes dármela Señor, reina en mis entrañas,
vive en mi corazón y….sé que entonces
yo seré artífice de tu paz. Amén.
Javier Leoz
 


Situémonos

«Si nosotros no resucitamos, nuestra fe está vacía»

María Magdalena, y por ella, Pedro y Juan, en carrera infatigable, constatan el hecho del sepulcro vacío. Ven y creen, “pues hasta entonces no habían entendido que Él había de resucitar de entre los muertos” (San Juan 20,1-9).
       Los apóstoles testifican, en este caso, Pedro, la resurrección de Jesús, de Aquel que pasó su vida haciendo el bien y luchando por la liberación de los oprimidos (Hechos de los Apóstoles 10,34a.37-43).
   El salmista, y la Iglesia, y nosotros nos deshacemos en la acción de gracias porque “Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117,1-2. 16ab-17. 22-23)
        El cristiano, por el hecho de la resurrección, no puede conformarse con los valores puramente terrenos e históricos, sino que debe estar constantemente proyectado hacia esa zona superior, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios (Colosenses 3,1-4).



Meditemos

“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?”

           Jesús encomienda a María Magdalena llevar a los apóstoles el mensaje más grande de la historia: la vida ha vencido a la muerte, el Señor ha resucitado.
         Sensibilidad, dolor, búsqueda, amor... son algunas de las actitudes de María Magdalena, primera testigo de la Resurrección: el amor madruga más que el sol.
         Dios no siempre está donde creemos que está, ni donde nos gustaría, ni donde intentamos colocarlo, sino donde Él quiere. Él va delante, abriendo caminos, para que no nos instalemos, para que sigamos buscándole día y noche, con luz y en la oscuridad. Puede que no sepamos dónde lo han puesto o escondido, pero sabemos que está en los lugares y en las personas que él frecuentaba.
         Pedro y el otro discípulo van juntos. Pedro, respetado como autoridad, se queda atrás, comprueba, pero no cree. El otro, se adelanta, ve y cree. Parece que el amor, la confianza y la intimidad abren los ojos de la fe más que la autoridad. Ir al encuentro de Jesús, buscarlo, nos cambiará la vida tanto como les cambió a los primeros discípulos. Hoy, Jesús pasa junto a nosotros: ¿le vemos? ¿creemos en Él?
         Ahora somos nosotros quienes nos comprometemos a vivir como personas resucitadas, portadoras de esperanza, siguiendo las huellas del Resucitado: aliviando a las personas que lo necesiten, mostrando la alegría de la entrega y el encuentro, la ternura de la misericordia, el gozo del perdón, el entusiasmo por un mundo mejor... ¡porque creemos que Jesús ha resucitado! “Desde el momento de la resurrección, Cristo no tiene otro cuerpo visible que el de los cristianos, ni otro amor que dar que el de éstos” (L. Evely).


Pensemos

“El esclavo de Nueva Orleans”

           En Nueva Orleans se celebraba una subasta de esclavos.
         Dos granjeros pujaban por un esclavo negro que no dejaba de gritar su rebeldía.
         Finalmente, uno de los granjeros ganó la puja. Le costó subirlo a su carreta, porque el esclavo no dejaba de gritar y resistirse. Le hubiera gustado amordazarlo para que no gritase, porque todo el pueblo le miraba a su paso: era un auténtico escándalo. Pero el granjero se hacía el desentendido y seguía camino de su granja.
         A lo largo del viaje, el hombre negro siguió gritando con rebeldía, dirigiéndose al granjero, y diciendo:
- Nunca trabajaré para un amo.
         Cuanto más gritaba el esclavo, mayor silencio era el de su comprador. Al granjero se le hizo eterno el camino, escuchando de continuo los gritos del esclavo.
         Cuando llegaron a la plantación, el granjero, parsimonioso, le soltó todas sus ataduras y le dijo:
- Eres libre de marcharte. No te he comprado para que trabajes para mí. Te he comprado con el fin de darte la libertad. Un hombre que ama tanto la libertad merece ser libre.
         El hombre cayó de rodillas delante del granjero y le dijo: - Señor, te serviré siempre".

         Fuisteis comprados de vuestra vana manera de vivir no con oro o plata, sino a precio de la sangre preciosa de Cristo. (cfr. 1ª Pedro 1, 18-19)
         "Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque Tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios a gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Apcalipsis 5, 9).



Abramos el corazón

Con Magdalena, a quien mucho se perdonó,
porque supo amar otro tanto,
¡Aleluya!, cantaremos y gritaremos.
Y, con ella, nos asomaremos al sepulcro,
porque, Tú, Señor Resucitado,
eres la razón de nuestra vida,
¡Aleluya!, cantaremos y gritaremos.
Con Juan y Pedro correremos hasta la misma losa
y, mirando hacia el suelo, donde yace el sudario,
¡Aleluya!, cantaremos y gritaremos.
Que la muerte ha sido vencida y aniquilada;
que la muerte, muro de toda felicidad ha sido aplastada.
¡Aleluya!, cantaremos y gritaremos.
Y, en esta florida Pascua,
reafirmaremos nuestro aprecio por la vida,
contemplaremos la belleza que de ella brota,
soñaremos con que, un día, seremos eternos,
nos sentiremos llamados a defender la vida,
y a suprimir todo signo de angustia y tristeza.
¡Aleluya!, cantaremos y gritaremos.
Hoy es la Fiesta Mayor, el triunfo y el regalo,
el mejor obsequio que Dios ofrece a sus hijos.
En la muerte doblegada, miramos al cielo que nos aguarda.
Que, en este día del sepulcro roto,
el corazón del ser humano se deshace de alegría.
Que, en esta mañana, Jesús sale a nuestro encuentro.
¿Dónde, Jesús? ¿Dónde la muerte?
¿Dónde aquellos que pretendían custodiarte?
¡Aleluya!, cantaremos y gritaremos.
Hemos visto y hemos creído: has resucitado.
y, contigo, todos estamos llamados a la vida.
Javier Leoz


Ambientando

“Por nuestro amor
murió el Señor”

         En estos días se recogen los últimos momentos y lo más “granado” de la vida de Jesús. Y en ese su último aliento, su testamento.
        Su palabra, sus gestos, su vida, nos dicen lo que ha  pregonado durante toda su existencia.
        Murió porque tenía que cumplir una misión: dar a conocer quién es su Padre y qué es lo que desea de nosotros.
        Que estos días, tan densos y de tanta riqueza, nos ayuden a comprender mejor quién es Jesús, su Padre y la Trinidad, Familia siempre tan comprometida con el ser humano y la humanidad entera. Comprometida hasta irse entregando Persona a Persona para darnos Vida, y Vida verdadera, Vida en abundancia: Su VIDA.


Jueves Santo


La Última Cena
           
Es un día lleno de conmemoraciones:
- Celebramos la  institución de la Eucaristía,  sacramento en que Jesús nos deja el memorial de toda su vida, su herencia: su Cuerpo y su Sangre entregados, recuerdos de su persona, su vida, alimento que nos fortalece y bebida que nos purifica.
         - Celebramos la institución del Orden sacerdotal, las personas que, como decía san Francisco de Asís, nos administran Espíritu y Vida.
         - Celebramos el Mandamiento Nuevo: Jesús simplifica tanto mandamiento, tanto decreto, tantas leyes, tantas normas. Los cristianos sólo tenemos un mandamiento, un programa de vida, que encierra en sí todo lo que es Jesús y cómo quiere que vivamos sus discípulos: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. El amor como principio y fundamento. Y no cualquier amor: amor como el de Jesús, hasta dar la vida por los hermanos.
         - Celebramos el día del Amor Fraterno: Jesús, constituido en hermano nuestro, nos manifiesta su amor en el servicio humilde de lavar los pies a sus discípulos.


Viernes Santo


“Murió por nuestro amor”

            Ayer todo se celebraba alrededor de una comida, de una mesa.
            Hoy toda la celebración se centra en un símbolo, la cruz, que recoge la realidad de la  vida de Jesús, entregada a cumplir la voluntad de su Padre y a la salvación del ser humano.
            - Comienza con la lectura de la Pasión y Muerte de Jesús: es la historia de una entrega, por amor.
            - Continúa, en una larga Oración Universal, pidiendo a Dios que la entrega y redención de Jesús salve y sane a toda la humanidad.
            - Prosigue con la celebración de la Cruz, el signo de los cristianos,: Se eleva, se aclama, se canta, se adora la salvación que nos ha venido por Aquél que estuvo clavado en la Cruz.
            - Se termina ofreciendo la Sagrada Comunión, como alimento para el camino.
            Jesús clavado y muerto en la cruz nos muestra hasta dónde pueden llegar el egoísmo, la mentira, la traición, la negación, el abandono y la falsedad de los hombres.
Pero también Jesús es la señal del esfuerzo humano por instaurar el amor, la verdad, la fidelidad y la paz.
  
Sábado Santo

         El Sábado Santo la Iglesia ora junto al sepulcro.  El cristiano, hombre de esperanza, aguarda de Dios la resurrección y exaltación de Aquel que ha entregado su vida por amor.

  
Vigilia Pascual

         La liturgia de la luz abre la Vigilia con el símbolo del Cirio Pascual, presencia de Jesús resucitado, a cuya luz se canta su victoria (la Angélica).
         La  historia de la salvación  es recordada, meditada y cantada.      
         El Gloria es la apoteosis de la alegría por la victoria de Jesús resucitado.
         Renovamos el Sacramento del Bautismo y nuestras promesas bautismales, en el deseo de ser hombres nuevos.

En crecendo, la asamblea va pasando de la oscuridad a la luz, del sufrimiento al gozo, de la tristeza a la alegría: 

¡Aleluya!
¡CRISTO HA RESUCITADO, cristo vive!




Situémonos

«Bendito el que viene en nombre del Señor»

        La Semana Santa se inaugura el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras del misterio pascual: la vida o el triunfo -la procesión de ramos- y la muerte o el fracaso -la Pasión.
     “¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti, montado sobre un asno” (Zac.9,9). -Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!(Marcos 11,1-10).
      La figura del siervo tiene el dolor, pero también la confianza que ilumina el sufrimiento. Quiere ser palabra de aliento para todos los abatidos (Isaías 50,4-7).
     Hagámonos eco del sufrimiento de los pobres: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 21,8-9. 17-18a. 19-20. 23-24).
     La pasión y muerte de Cristo nos manifiesta cómo Jesús, y lo mismo deben hacer sus discípulos, es capaz de llegar hasta la muerte por sus hermanos (Pasión según San Marcos 14,1-15,47).



Meditemos

“Hosanna” - “Crucifícalo”

           Jesús nos ha enseñado la pasión de vivir y ahora nos va a mostrar la pasión de morir. Su opción no es el triunfalismo. Su silencio, paciente, elocuente, es clave para entender, practicar y valorar el silencio de Dios, y el nuestro.
         Es fácil manipular a la multitud: que grite tanto “hosanna” como “crucifícalo”... ¿En un momento aclamamos y acogemos a Jesús, en otro lo rechazamos? Cuando no se tiene el valor de optar por él -Pilato-, se le abandona. Se le condena.
         Lo matan porque pone en riesgo el sistema religioso, político y económico. Pero Él no organiza revueltas populares, sino presenta un proyecto de vida alternativo donde las personas valen en sí mismas y todas tienen los mismos derechos. Tenemos la misma tarea que Jesús: hacer  valer el derecho de las personas excluidas y empobrecidas.
         Simón es modelo de discípulo, pues sigue y ayuda a Jesús a llevar su cruz. La semana santa es tiempo de opciones: elegir a Jesús o a Barrabás; burlarse de Él o ser solidarios como Simón y el buen ladrón; fríos como los fariseos o sensibles como las mujeres de Jerusalén... ¿Qué hacemos ante la personas crucificadas? ¿Cómo las ayudamos a aliviar o a llevar sus cruces o a bajarlas de la cruz?
         Jesús no viene  a predicar verdades, sino a proclamar, con su vida, la llegada del Reino y la Buena Noticia.
         “La muerte de Jesús en cruz es la consecuencia de una vida al servicio de la justicia y el amor. Toda salida en favor de la justicia y del amor es arriesgar la vida”. (E. Schillebeeckx)
         “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Es un grito de angustia y de asirse a Dios, de comunión con los sufrimientos humanos y de esperanza en el Dios de la vida que nunca nos abandona, y menos cuando más le necesitamos.


Pensemos

“¿Dónde está el buen Dios”

           Los SS parecían inquietos. Colgar a un chaval ante de miles de personas no era un asunto sin importancia. El jefe del campo leyó el veredicto. Todas las miradas estaban puestas sobre el niño. Estaba lívido, intranquilo, mordisqueándose los labios. La sombra de la horca le recubría.
           El jefe del campo se negó en esta ocasión a hacer de verdugo. Le sustituyeron unos SS. Los tres condenados subieron a sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos en los nudos corredizos.
—¡Viva la libertad! —gritaron los dos adultos.
           El pequeño se calló.
—¿Dónde está el buen Dios, dónde? —preguntó alguien detrás de mí.
           A una señal del jefe del campo, las tres sillas cayeron. Un silencio absoluto descendió sobre toda la explanada. El sol se ponía en el horizonte.
—¡Descubríos! —rugió el jefe del campo.
           Su voz sonó ronca. Nosotros llorábamos. Después comenzó el desfile. Los dos adultos habían dejado de vivir. Su lengua pendía, hinchada, azulada. Pero la tercera cuerda no estaba inmóvil; de tan ligero que era, el niño seguía vivo...
           Permaneció así más de media hora, luchando entre la vida y la muerte, agonizando bajo nuestra mirada. Su lengua estaba roja, y su mirada no se había extinguido. Escuché al mismo hombre detrás de mí:
—¿Dónde está el buen Dios?
           Y en mi interior escuché una voz que respondía: "¿Dónde está? Pues aquí, aquí colgado, en esta horca...".
Élie Wiesel


Abramos el corazón


Cruzarás nuestras ciudades y pueblos,.
escucharás vítores y adhesiones.
Mas, Tú sabes, Señor, que, antes o después,
se esconde en alguna esquina,
la cruz que sostendrá tu cuerpo.
¿Y te atreves, Señor, a seguir adelante?
Siendo Rey de Reyes, montarás  en un humilde pollino,
cuando, sobre Ti, por tu pasión y muerte,
quieres cabalgar a toda la humanidad doliente.
¿Y te conformas, Señor, con tan injusto pago?
Subes, Jesús, aclamado por calles con sabores contradictorios:
el de la alegría y el de la tristeza, la aclamación y la traición.
El “somos tuyos” de hoy y el de “no te conocemos”, mañana.
¿Y te atreves, oh Señor,
a avanzar por estas calles con final de pasión?
No dejes de hacerlo, Señor.
Si Tú no lo haces, estamos llamados a la perdición.
Si no culminas este camino, no podremos ver al Padre,
y comprobar en tus carnes el infinito amor,
que a todos nosotros nos tienes.
Deja, Señor, que nuestras débiles manos
aclamen tu señorío y tu poder, tu majestad y tu reinado.
¡Entra, Señor, a la Jerusalén de nuestros pueblos y ciudades! Que, hoy más que nunca,
necesitamos amor de Dios en nuestras plazas,
amor de Dios en un madero,
amor de Dios en una mesa,
amor de Dios a nuestros pies,
amor de Dios para darnos Vida Eterna.
Amor de Dios anticipo de Eterna Resurrección. Amén.
Javier Leoz


Situémonos

«A gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas»

           Dios quiere hacer con el hombre una alianza nueva: ya sus leyes no estarán escritas en piedra, sino en el corazón (Jeremías 31,31-34).
      Ese corazón es el que pide el salmista que renueve Dios: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro” (Sal 50,3-4. 12-13. 14-15. 18-19).
      Esculpir la imagen de Dios en el corazón conlleva clavar el escoplo, raspar con el buril, lijar para dar forma... Sin ese trabajo doloroso no hay obra artística. Jesús usa en el Evangelio una imagen diferente para significar lo mismo: el grano de trigo debe morir para dar fruto, si no, queda infecundo. Aun sabiéndolo, o precisamente porque lo sabe, siente angustia ante ésa su hora (Juan 12,20-33).
      Esa transformación es dolorosa. El apóstol recoge los sentimientos que produce en Jesús: “Cristo, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte” (Hebreos 5,7-9).


Meditemos

“Si el grano de trigo no muere.....”
           Los griegos que buscan a Jesús representan a todos los buscadores de sentido, esperanza, plenitud... Las personas que buscan una orientación, una meta que despierte entusiasmo e ilusión. Jesús es respuesta: es camino y modo de caminar.
         En medio de nuestra vida, podemos encontrar personas que nos pidan: ¿es posible ver a Jesús? ¿Sabremos satisfacer ese deseo? Los discípulos no construyeron un discurso: Les presentaron a Jesús. ¿Anhelo ver a Jesús? ¿Qué hago personalmente y como comunidad para que otros vean a Jesús?
         Ha llegado la hora difícil, pero también hora de triunfo y de gloria. Hay “horas” también en nuestra vida en que se juega nuestra condición de discípulos. ¿A qué hemos de morir para que la hora produzca fruto abundante?
         Ahora vienen las «paradojas» de Jesús: perder la vida por amor es la forma de ganarla; morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, dar la vida es la mejor forma de recibirla: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… es descubrir la Buena Noticia.
         Jesús presiente su futuro y siente la tentación de pedir a Dios que le libre de ello. Pero acepta la hora: si Él llora, es para compartir y quitar a las lágrimas su amargor; si Él grita, es para solidarizarse y transformar el grito en plegaria confiada.
         La voz del cielo hace sentir el Espíritu que consuela y conforta: eres mi Hijo, estoy contigo, tus sufrimientos tienen sentido, te convertirás en Pascua, en meta, en Resurrección.
         El Padre nos dirige su voz anunciando nuestra liberación: el tiempo del egoísmo y el odio ya no tienen la exclusiva, ha comenzado el tiempo del amor, característica esencial de Dios, personificada en Jesús.


Pensemos

“El grano de trigo”

           Anastasio era el grano de trigo más joven. Estaba allí, en lo alto de la espiga.
           No sabía nada. Sólo que aquello luciente y dorado era el sol, que debajo estaban otros granos, Pedro y Fermín, y que el grano más viejo se llamaba Esteban.
           Esteban le había contado que nació de Sonia, un grano grande de trigo viejísimo que ahora estaba enterrado.
           Un día, cuando el sol lucía más que nuca, se sintió amontonado, junto con otras espigas.
- ¡Nos han cortado!, decía Esteban.
           Luego, cuando ya se sentía a gusto con tantos granos de trigo, e iba a proponer jugar a «tú espigueas, yo espigueo”, el grano de trigo que tenía al lado, sintió un ruido muy fuerte y que se precipitaba sobre él una gran piedra. Luego se extrañó de verse tan blanco y tan bonito.
- ¡Qué guapo estás!, le dijo Juana.
- Tú también, le contestó.
           De repente, después de un gran traqueteo, se mezcló con una cosa liquida, como la lluvia: igual de fresca, pero no estaba en gotas.
           Después, lo mezclaron con una cosa un poco amarga, pero simpática. Luego, unas manos le llevaron de un lado para otro, amasándolo.
           Pronto se sintió crecer y crecer. Y un calor muy grande. Cuando cesó el calor, oyó una voz que decía:
- Esa barra, bien tostadita.
           Luego sintió unos dientecillos que le mordían. Ahora forma parte del cuerpo de Eva.



Abramos el corazón

“Ha llegado la hora”
en que la muerte, lejos de ser fracaso,
será por Cristo, culmen de una misión;
en donde el llanto y el dolor serán respuesta y salvación para quien esté dispuesto a morir un poco.
Ha llegado la hora
en la que, sin ver frutos aparentemente,
descubramos que es importante sembrar
dar y entregarnos, aún sin recibir agasajos aquí,
brindarnos y negarnos,
aún a riesgo de aparecer como fracasados.
Ha llegado la hora
de saber que, estando unidos a Cristo,
nuestro mañana incierto será una Pascua definitiva y feliz;
de soñar que, el mundo roto y sin horizontes,
contará con un Aliado en el más allá
invitándonos a superarnos, a levantar la cabeza
a alzar nuestros ojos a la invitación de Dios.
Ha llegado la hora
en que, además de esperar de Dios,
nos empeñemos más en nuestra misión;
en que, además de aguardar al Señor,
avancemos por la tierra, despertando fe y esperanza,
ilusiones y caridad, alegría y gozo.
Ha llegado la hora
de contemplar, frente  a frente y sin miedo,
la pobreza que cuelga de la cruz;
de contemplar, sin dudas ni temores,
la riqueza de amor que se desangra en la cruz;
de contemplar, con agradecimiento y fe,
el Misterio Divino que muere y calla en la cruz.
Ha llegado la hora
Javier Leoz

Situémonos

«Estando nosotros muertos»

La alianza, que es el tema de este ciclo B, se hace en los próximos domingos paso de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad. “Dios no quiere la condena ni la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva”.
      La secuencia destierro-repatriación, ruina-restauración, muestra a Dios como liberador por donde no se le espera (2 Crónicas 36,14-16. 19-23).
     Por eso, debemos recordar las maravillas que hizo el Señor y cantar su misericordia (Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6)
      Dios “nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él” (Efesios 2,4-10).
             “Tienes que nacer de nuevo”, le dijo Jesús a Nicodemo. Ni más ni menos es la conversión y el término de nuestro peregrinar de Cuaresma: renovar nuestro bautismo y nacer de nuevo con Él en la Pascua. Cristo vino al mundo, no para condenar, sino para salvar (Juan 3,14-21).

Meditemos

“Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” 
           Nicodemo acude a Jesús “de noche“ -física e interior- porque no entiende los signos de Jesús. Jesús le habla, a Nicodemo y a nosotros, del sentido de la vida, de Dios y de su gran amor al mundo, de la salvación para todos, de la luz y de las tinieblas.
         Para explicar a Nicodemo sus dudas, Jesús recurre al viejo recuerdo de una serpiente de bronce, que, levantada, salvó de la muerte a muchos israelitas (Nm 21, 6-7). “Ser levantado” significa la cruz y la exaltación en la resurrección.
         Lo que salva es el amor. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. La reciprocidad del amor. Cada gesto, cada palabra de Jesús manifiesta cómo es Dios. La fe supone acoger ese amor que nos salva, que nos da la vida.
         El amor de Dios es universal, alcanza a toda la humanidad. Dios no castiga nuestros errores, sino que nos salva de ellos. El centro de nuestra fe es que Dios, en Jesús y por Jesús, crea, libera y salva a toda la humanidad; no el castigo y la condenación. ¿No deberíamos repetirlo y escucharlo más veces y con más claridad?
         Jesús no condena a nadie. Quien no cree se “condena” a no disfrutar de la suerte y la alegría que supone creer. Creer es sentirse amado, descubrir nuevas posibilidades, nuevas fuerzas, nuevos horizontes, nuevo sentido a la vida cotidiana. Es sentir a Dios amoroso y cercano que anima y sostiene nuestra vida, haciéndola más plena, más feliz y más libre.
         Nuestras obras revelan nuestro amor por la Luz, nuestra fe en Jesús. No hay luz más poderosa que la del ser humano que contagia, con sus palabras y con su vida, bondad, alegría y humanidad. Como Jesús.




Pensemos


“Arena y Piedra”

            Dice una bella leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron y, en el enfado, uno le dio una bofetada al otro.
           El ofendido, sin proferir palabra, escribió en la arena:

Hoy, mi mejor amigo me dio una bofetada en el rostro.

           Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado se empezó a sentir mal, se hundía y comenzó a ahogarse. Entonces, el otro fue corriendo a socorrer a su amigo, salvándole de perecer bajo las aguas.
           Cuando se recuperó, tomó un estilete y grabó en una piedra:
Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida.
           Intrigado, el amigo le preguntó:
- “¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
           Sonriendo, el otro amigo respondió:
- "Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo; pero cuando nos hace una merced debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde ningún viento podrá nunca borrarlo".

           Es lo que se dice hoy en la Palabra de Dios y lo que hace Dios cuando siente el dolor infringido a uno de sus hijos y hasta a su
único Hijo, porque Él no ha venido a condenar al mundo, sino a que el mundo se salve por Él.
 
Abramos el corazón

De nuevo lo mandas, Señor,”
Obediente para que, en nuestra rebeldía,
regresemos al camino de la fe y del amor.
Con los ojos en el cielo y los pies en la tierra,
para enseñarnos el sendero de la vida y del perdón.
De nuevo lo mandas, Señor,
como en Belén, humilde y desnudo, incomprendido y silencioso,
para darnos un poco de luz en la oscuridad:
en la noche en la que confundimos todo,
en las horas que se presentan amargas,
en las pruebas que se nos hacen insoportables.
De nuevo lo mandas, Señor,
para que la humanidad encuentre la Verdad;
y, en esa Verdad, seamos libres y no esclavos,
hermanos y nunca más adversarios;
para que la humanidad, rota por tantos pecados,
bebamos en la pasión y muerte de tu Hijo
el gusto redentor del amor bajado de los cielos.
De nuevo lo mandas, Señor, a tu Hijo,
para buscarnos, porque andamos perdidos;
para amarnos, porque vagamos sedientos de amor;
para protegernos, pues estamos desnudos de lo eterno;
para fortalecernos, que nos sentimos débiles y huérfanos.
De nuevo lo mandas, Señor:
lo hiciste en una noche santa y misteriosa de Navidad,
y, ahora, lo haces en días santos de pasión y de muerte,
en momentos de silencio y de soledad,
en instantes de amargura, obediencia y entrega,
soportando calzadas sembradas de indiferencia y cerrazón.
De nuevo lo mandas, Señor, a tu Hijo, el Salvador,
para elevarnos hasta Ti; para atraernos y llevarnos hasta Ti;
que no olvidemos que hacia Tï vamos y en Ti descansaremos.
                                                                                                                                          Javier Leoz


Situémonos

«El celo de tu casa me devora»

      Dios tiene un proyecto para la humanidad: formar una gran familia, en la que todos se amen. El decálogo es un sumario de preceptos, reguladores de la relación con Dios y con el hombre. La doble referencia es en él inseparable (Éxodo 20,1-17).
      Porque las Palabras del Señor, sus leyes, preceptos y mandatos son descanso del alma y alegran el corazón, decimos: “Señor, tú tienes palabras de vida eterna” (Sal 18,8.9.10.11).
      En línea con la doble referencia, anteriormente citada, Jesús defiende con pasión, tanto la morada que Dios tiene en los marginados (pobres, enfermos, endemoniados, pecadores...), como el Templo. Eso le lleva hoy a expulsar a los vendedores, exponiéndose a la crítica y a la persecución que le llevarán a la muerte, y una muerte de Cruz (Juan 2,13-25).

      Por eso, aunque para algunos la Cruz sea escándalo y necedad, para los llamados a Cristo es fuerza y sabiduría de Dios (1ª Corintios 1,22-25).


Meditemos

No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”

           Jesús acude a celebrar la Pascua como cualquier otro creyente.
         Y se enfrenta con indignación a todo el tinglado religioso-mercantil que se había formado en torno al templo. Han suplantado a Dios. Es la reacción de Jesús ante quienes manipulan lo sagrado, atemorizan a las personas por medio del culto y todo lo supeditan a sus propios intereses.
         Jesús tiene pasión y celo por las cosas que ama, que le interesan profundamente. ¿Cuáles son mis intereses? ¿Siento pasión por la Buena Noticia, por un mundo más solidario, justo y libre? ¿Por qué se apasiona Jesús? ¿Y yo?
         Las señales que Jesús tiene son preferir curar, amar, a cumplir la ley, jugarse su vida y su prestigio por la dignidad de la mujer adúltera, tocar leprosos, lavar pies, acoger a todos a su mesa, antes a la persona marginal que a la importante. Ver a Dios en todas las personas, en todas cosas, circunstancias.
         El Dios de Jesús no es el Dios del culto y de los templos, del incienso, del holocausto y del sacrificio. Jesús resucitado será el lugar de encuentro con Dios. Y también las personas, y que todas vivan libres y felices. Comienza ya el tiempo del culto “en espíritu y en verdad”, centrado en Jesús resucitado.
         Algunas personas piensan que la actitud de Jesús en el templo fue violenta. Quizá tengan que modificar la imagen que tienen de Jesús. Quizá hoy reaccionaría de manera similar ante muchas actitudes de la sociedad, de la Iglesia, de las parroquias y de cada uno de nosotros. ¿Cuál ese el auténtico templo, la presencia de Dios para mí? El texto nos invita a una profunda reflexión tanto a nivel personal como eclesial.
         La liturgia sólo es agradable a Dios cuando busca, no los propios intereses, sino los de los demás.


Pensemos

El peregrino”

Al lado de la lumbre, Manolios dijo:
- El padre Manassé me contó la historia de un monje amigo suyo que deseaba ir al Sepulcro del Señor. Recogió limosnas hasta que, ya viejo, reunió las treinta libras que necesitaba.
»Apenas había salido del Monasterio, vio a un hombre harapiento, escuálido y triste. El peregrino le dijo:
»—¿Adónde vas, padre mío? —le preguntó.
»—Al Santo Sepulcro, a Jerusalén. Daré tres vueltas alrededor del Santo Sepulcro y me prosternaré allí a hacer oración.
»—¿Cuánto dinero tienes para eso?
»—Treinta libras.
»—Dámelas a mí; mis niños y mi mujer tienen hambre. Da las tres vueltas alrededor de mí, arrodíllate y ora.
»El monje se las dio al pobre, dio tres vueltas a su alrededor, cayó de rodillas, se postró ante él, y se volvió al Monasterio.
           Manolios inclinó la cabeza y se calló. Sentían el corazón, turbado. Tras inspirar profundamente, continuó:
Más tarde me enteré de que el monje que quería partir para ver el Santo Sepulcro era el mismo padre Manassé, mi superior; por humildad no quiso confesármelo. Y Esta noche, después de tantos años, he comprendido quién era el pobre que encontró.
           Manolios calló. Sus amigos le preguntaron ansiosos:
¿Quién era?
           Con voz temblorosa, Manolios habló:
Cristo.
           Los tres se sobresaltaron, como si Cristo hubiera aparecido entre ellos, pobre, perseguido, sangrándole los pies..
Nikos Kazantzaki, Cristo de nuevo crucificado.

           El templo donde Dios habita sorprende habitualmente a quienes tienen sensibilidad para saber reconocerle.



Abramos el corazón

Que no me aproveche, Señor,”
de tus soportales para vivir cómodamente,
diciendo que creo en Ti, mas sin vivir en Ti
Te pido que vuelques, entonces,
la mesa de mi autosuficiencia,
para que contemple tu grandeza y lo poco que soy.
Que no me aproveche, Señor,
de tu clemencia, siempre constante y oportuna,
para repetirte cómo y cuándo me has de dar
a cambio de cuánto y para qué me has de dar.
Que no me aproveche, Señor,
de la buena voluntad de los que creen,
permaneciendo en la sombra de tus atrios santos,
sin indicarles el camino que conduce hacia Ti.
Que no sea, Señor, tropiezo ante el que te busca;
que no sea, Señor, egoísta en mi servicio,
ni busque, entregándome y siguiéndote,
otra cosa que no sea el brindarme por Ti y para Ti.
Que no me aproveche, Señor,
de tus caminos, para buscar sólo mi senda;
de tus moradas, para convertirlas en mi casa;
de tu silencio, para cargarlo con mis ruidos;
de tu suelo, para profanarlo inútilmente con mis ideas.
Que no me aproveche, Señor,
de los que quieren llegar a Ti, alejándoles de tu santa mirada;
de los que peregrinan, vendiéndole signos contrarios;
de los que quieren hablarte, confundiéndoles con mi voz.
Que no me aproveche, Señor,
Y que sepa amar, respetar y cuidar
los aledaños que conducen a tus brazos de Padre,
a tu Palabra de amigo, a tu voz con y en el Espíritu.

Javier Leoz

Situémonos

«Subieron a una montaña»

           Proseguimos en la línea de la alianza.
      Yahvé hace alianza con Abrahán: en el gesto de desprenderse de su hijo único, en el monte Moria, como hará también Dios Padre con su Hijo Jesús, muestra que retener es inferior modo de amar que ofrecer generosamente. Y ahora no sólo se le devuelve al hijo, sino también el pueblo numeroso, la promesa que le hizo (Génesis 22,1-2. 9a. 15-18).
      El Evangelio de la Transfiguración en el monte Tabor tiene sabor de alianza: Dios ofrece a su Hijo, que aparece en gloria anticipando el final del que será el siervo de Yahvé (Marcos 9,1-9), “para testimoniar, con la la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección” (prefacio).
      “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1ª Juan 4,7-10).
      Por eso, deseemos caminar en presencia del Señor, porque Él nos dará la vida” (Sal 115,10 y 15.16-17.18-19).

Meditemos

Subieron – bajaron”

           Ascenso y descenso se necesitan mutuamente. Ascenso para gozar la fe. Descenso para reafirmar la fe en la vida.
         Jesús los lleva a un monte, lugar de revelación. La luminosidad de la Transfiguración es anticipo de la gloria del Resucitado, que no evita la dureza del camino. A los discípulos no se les pide que vivan en éxtasis, sino que sigan el camino a Jerusalén: la experiencia religiosa no supone huida de la vida, sino encarnación en ella, con nuevo ánimo y con un rostro alegre y transfigurado. ¿Qué transfiguración de la realidad aporto? ¿Qué luz desprende mi encuentro con Dios?
         La “nube” (sombra, lluvia, vida, alegría, bendición..) es signo visible de la presencia gratificante de Dios. El Padre confirma el camino de su Hijo: escuchémosle a Él y a todos.
         Él siempre está cerca, nos quita todo temor, se queda con nosotros, le podemos ver, oír y sentir. A todos nos regala, en nuestro camino, momentos de transfiguración. Momentos que nos ayudan a fortalecer la fe, a activar la esperanza, a encender el amor, a disipar dudas, a no caer en la rutina y el desánimo, a descubrir la solidaridad, gustar las primicias del Reino. El encuentro con Él nos transfigura. ¿Te transfigura?
         Todo pasa en un instante. Lo suficiente para recobrar fuerzas y razones. Jesús no quiere que se divulgue su mesianismo. A la luz de la resurrección se comprenderá la transfiguración en todo su alcance y profundidad. ¿Mi encuentro con Dios me da fuerzas para vivir en el mundo?
         Al comenzar el camino de la cruz, Jesús ya nos propone el destino último de este camino: su gloria y la nuestra. La entrega y la muerte tienen sentido: conducen a la resurrección, a la vida plena. ¿Qué quiere decir para mí “resucitar de entre los muertos”?

Pensemos

La vendedora de flores”

           La vendedora de flores sonreía; su rostro resplandecía de gozo. Por impulso, le compré flores.
- Se ve usted muy feliz está mañana- le dije.
- ¡Claro! -exclamó. Sobran los motivos.
           Aquella mujer vestía tan pobremente y se veía tan frágil, que su actitud me intrigó.
- Sobrelleva sus problemas admirablemente -la elogié.
           Ella me explicó entonces:
- Cuando crucificaron a Cristo, el Viernes Santo, fue el día más triste de la historia. Y tres días después, Él resucitó. Por eso, yo he aprendido a esperar tres días siempre que algo me aflige. Las cosas siempre se arreglan de una u otra manera en ese tiempo.
           Seguía sonriendo al despedirse de mí. Sus palabras me vienen a la mente cada vez que estoy en dificultades:
- “Hay que esperar tres días”.
Ernesto García Lechuga

           Antes de subir al Tabor, Jesús les había dicho: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
           Y el prefacio de este segundo domingo de cuaresma, dice: «El cual (Jesús), después de anunciar su muerte a sus discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino a la resurrección».

Abramos el corazón


Quiero gustar y saber, vivir y contemplar
lo que es un momento de gloria divina,
un resplandor del cielo.
Y, porque vivo en el barro,
quiero subir contigo, Señor,
y comprender que no existe auténtica entrega,
si, de antemano, no es fecundada con el sacrificio.
Quiero, hoy y siempre, ascender contigo a ese lugar
que el mundo me evita y hasta me oculta:
el monte del sufrimiento, la cumbre del esfuerzo personal,
la altura de miras cuando se convierte lo grande en pequeño
y lo pequeño, en un anticipo de la gloria que me espera.
¿Me ayudarás, Señor?
Ni mi hombro está preparado para llevar el madero de una cruz,
ni mis oídos a escuchar más golpes de martillo sobre clavos.
¿Me ayudarás, Señor?
Mira que mis pies, acostumbrados a lo bueno,
prefieren ir por caminos de comodidad,
por sendas que se alejen de las dificultades,
por atajos que eviten el sudor o el llanto.
Subiré contigo, Señor
al Tabor de mis días;
a ese lugar en el que, con tu Palabra,
me abres horizontes de perdón y de vida;
a esa montaña en que Dios me hace sentirme querido, tocado,
amado, agraciado y premiado con su presencia.
Subiré contigo, Señor.
Haz que tu resplandor inunde mi vida con una nueva luz.
Haz que tu presencia me haga fuerte en la tribulación.
para avanzar hacia la Patria Eterna. Amén.
Javier Leoz

Situémonos

«El Espíritu empujó a Jesús al desierto»

           El recuerdo y la renovación de la alianza con Dios centran esta Cuaresma.
        Con el símbolo del arco iris, Yahvé hace alianza con Noé (Génesis 9,8-15).
        El Espíritu empuja a Jesús al desierto: lugar sin apoyos, donde se experimenta la fragilidad del ser humano (cuarenta), donde se pone a prueba la verdad y la mentira (Satanás), donde el mal acecha (alimañas), y, superada la prueba, el don de Dios nos alimenta (Ángeles). Así, estrecha los lazos con su Padre, en alianza eterna, hace suya la misión encomendada, y emprende la proclamación del Evangelio (Marcos 1,12-15).
        La observancia de la alianza hace gozar de las bondades de Dios: “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad, para los que guardan tu alianza” (Sal 24,4bc-5ab. 6-7bc. 8-9).
        El cristiano debe renovar su Bautismo en el que hizo, como Noé, alianza con Dios (1ª Pedro 3,18-22), a través del camino de la Cuaresma, en el que entra en sí mismo, se hace consciente de su vida, y purifica sus motivaciones interiores.


Meditemos

Convertíos y creed la Buena Noticia”

           El Espíritu, protagonista en la vida de Jesús, lo lleva al desierto. El desierto es lugar de búsqueda, de discernimiento, de austeridad, de escucha, de descanso, de oración, de encuentro con uno mismo y con Dios: “De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, aquel seguirme tú por el desierto” (Jr 2,2). ¿Está el Espíritu en mi vida?
         Allí le llega la tentación, la prueba. Ella ayuda a conocernos mejor, a crecer, a ser más realistas, más pacientes y prudentes, más humildes, más compasivos, más necesitados de Dios. Ello supone sensibilidad ante Dios y los demás, esfuerzo de conversión permanente, escucha de la Palabra, necesidad de oración constante. ¿Hay en mi vida “desierto”?
         La Buena Noticia de Jesús es puro regalo, fuente de vida, descanso y alegría. Para que produzca alegría en quien la recibe, hay que transmitirla con gozo. Jesús la proclama en Galilea, tierra de gentiles, impuros y marginados. Sólo puede experimentar a Jesús quien va a Galilea, quien opta por las personas más necesitadas. ¿”Vivo” en Jerusalén o en Galilea?
         El núcleo de la Buena Noticia es el reino de Dios, sueño de Jesús: es paz, justicia, solidaridad, amor en los seres humanos y en la naturaleza. Para nosotros es un don y una tarea que se nos encarga. Jesús nos quiere en el mundo, pendientes de los intereses de Dios, y de las personas más necesitadas. ¿Es el Reino de Dios también mi sueño?
         Nuestra respuesta al Reino es la conversión. Convertirse es cambiar de rumbo y de mentalidad. El anuncio del Reino pide cambio. No es posible vivir el Reino ( justicia, paz, verdad, compasión, amor, vida) manteniéndose en las viejas estructuras personales, mentales, sociales, religiosas... Aunque es difícil cambiar, ¿estoy dispuesto a ello con la ayuda de Dios?

Pensemos


La venta de garaje de Satanás”

           Hace un tiempo atrás Satanás realizó una venta de garaje. Allí estaban, parados en pequeños grupos, todas sus brillantes baratijas. Tenía herramientas que ayudaban a romper, a malograr. También había lentes de aumento para aumentar la propia importancia, y que si mirabas por el otro lado, podías usarlos para disminuir a los demás o incluso a uno mismo.
           Contra la pared estaba la usual variedad de complementos de jardinería con la garantía de hacer crecer la soberbia: el rastrillo del desprecio, la lampa de los celos para cavar un abismo entre uno y el prójimo, las herramientas del chisme y la calumnia, del egoísmo y la apatía. Todos estos utensilios eran agradables a la vista y venían llenos de promesas y garantías de prosperidad. Los precios, claro está, no eran muy baratos; pero no había que preocuparse, tenía grandes facilidades de pago para todos los clientes:
           "Llévelo a casa, úselo, no se preocupe, que lo pagará más tarde!" era la frase favorita del Diablo.
           El visitante reparó en dos herramientas desconocidas y muy desgastadas, de pie en una esquina. Y sin ser ni cercanamente tan atractivas como los otros objetos, le pareció raro que estas dos herramientas tuvieran un precio más elevado que las demás.
           Cuando preguntó por qué era esto, Satanás sólo sonrió y dijo:
- "Bueno, eso es porque yo las uso muchísimo. Si no tuvieran tan mala apariencia, la gente las vería como son realmente”.
           El Diablo señaló las herramientas diciendo:
- "Mira, ésa es la propia inseguridad y la otra es la desesperanza: ¡te aseguro que funcionan siempre muy bien!”.
 
Abramos el corazón

Quisiera convertirme, Señor,”
de la tibieza de mi vida:
digo creer en Ti y no siempre vivo en contigo;
hablo frecuentemente palabras sin sentido,
no vienen de Ti y a veces, no son para Ti.
Quisiera convertirme, Señor,”
de mis falsas seguridades:
espero en Ti pero me fío de mis propias fuerzas;
no siempre te sirvo en lo que hago y me busco en todo ello.
Quisiera convertirme, Señor,”
de mis soledades y angustias:
por haberme alejado del costado de tu compañía;
porque uno de mis pecados es mi deseo de ser libre:
libre sin más barreras que mi propia libertad,
libre sin más condicionantes que mi propia moral,
libre sin más dignidad que lo que considero bueno para mí.
Quisiera convertirme, Señor,”
de mi incomunicación con todo lo divino:
mi oración, rápida, rutinaria y distraída;
mi caridad, oportunista, vanidosa y selectiva;
mi vida, fácil, consumista y sin brújula cristiana;
mis caminos, tortuosos y estériles, placenteros y a la carta.
Quisiera convertirme, Señor”:
desde mi corazón, para que Tú lo hagas tuyo;
desde mi alma, para que en ella Tú tengas la mejor parte;
desde mis entrañas, para que sólo salgas y reines Tú.
Quisiera convertirme, Señor”.
Ayúdame, Señor, a buscarte en el silencio.
Ayúdame, Señor, a descubrirte en el necesitado.
Ayúdame, Señor, a contemplarte en las maravillas del mundo.
Ayúdame, Señor, a no perderme en las excusas y en lo fácil.
Sólo Tú, tienes las fuerzas para salir victorioso de la tentación.
Javier Leoz

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